Nota del editor: S. Ilan Troen es catedrático emérito Lopin de Historia Moderna en la Universidad Ben-Gurion de Israel y catedrático emérito de la Familia Stoll de Estudios sobre Israel en la Universidad Brandeis. Su próximo libro, “Israel/Palestine in World Religions; Whose Promised Land?”, saldrá a la venta en febrero. Las opiniones expresadas en este comentario son suyas. Lee más opiniones en CNN.
(CNN) – “¡Nunca más!”. Nunca debería haber ocurrido. Pero ha ocurrido, y está ocurriendo. Estamos asistiendo en tiempo real a un pogromo. Pensábamos que el pogromo más extenso —el Holocausto— marcaría el final del terrible historial de violencia contra los judíos por el mero hecho de serlo. No es así.
Un pogromo es un acto oficial de un gobierno o una entidad política similar, no la mera iniciativa enfermiza de un único antisemita que protagoniza un acto puntual limitado. La progresión histórica de los pogromos es clara: del antisemitismo de Europa del Este al racismo nazi que se extendió por la mayor parte de Europa hasta la actual brutalidad de Hamas contra los civiles judíos allí donde los encuentra.
La palabra “pogrom” entró en la lengua inglesa en las dos últimas décadas del siglo XIX a raíz de los ataques masivos contra los judíos alentados y apoyados por el régimen zarista ruso. “Pogrom” en ruso significa “causar estragos” o “demoler violentamente”. Su uso entró inmediatamente en yiddish a raíz de los pogromos generalizados patrocinados por el gobierno iniciados en 1881-1882, y el término se extendió posteriormente a otros idiomas.
Esos dos años fueron algunos de los más significativos en la historia multimilenaria del pueblo judío. Los pogromos fueron el catalizador del inicio de las migraciones masivas a Europa Occidental, a través del océano Atlántico y a otras partes del mundo, incluido el regreso a la patria, a Sión, ya se llamara Eretz Hakodesh (Tierra Santa), Palestina o Israel. Las poblaciones judías del norte de África y Medio Oriente también fueron objeto de saqueos y revueltas a lo largo de la historia, sobre todo tras la fundación de Israel en 1948, cuando la mayoría se vio obligada a huir.
Pocas familias judías han escapado por completo a los pogromos y sus consecuencias. La mayoría de los miembros de la comunidad judía estadounidense son descendientes de quienes buscaron seguridad al otro lado del Atlántico. Mi propia experiencia es terriblemente típica. Llevo el nombre de una abuela que fue asesinada en su pueblo, Derazhne, cerca de Rovno (ahora Rivne), en lo que antes era Polonia y ahora es Ucrania. Su muerte, en la primavera de 1919, se produjo durante un periodo en el que fueron asesinados 150.000 judíos. Los banditim, o bandidos criminales, del líder ucraniano Symon Petliura, embriagados de fervor nacionalista-religioso, atacaron un pequeño pueblo agrícola y pacífico, donde asesinaron y violaron a judíos.
Mi madre presenció el brutal final de su madre, pero de algún modo sobrevivió. Sin embargo, la cicatriz permaneció durante toda su vida y afectó a la forma en que cuidó y protegió con tanta determinación a sus propios hijos. Ahora es mi hija, Deborah Mathias, la que fue brutalmente asesinada, junto con su marido, Shlomi Mathias, en un kibbutz de la frontera de Gaza, donde estaban comprometidos con la comprensión mutua y la coexistencia pacífica. Les dispararon en presencia de su hijo, a quien mi hija salvó la vida utilizando su cuerpo para protegerlo al caer. Se está recuperando de una bala que le atravesó el abdomen. Se está recuperando, pero esa experiencia permanecerá y se transmitirá.
Quizá esta vez se imponga el “nunca más”. Después de todo, hay una diferencia. Mis antepasados estaban indefensos. Pero en Israel, podemos protegernos y responderemos. Confiamos en que el pueblo judío perdurará en lo que hoy es una de las mayores comunidades judías de la larga historia de nuestro pueblo. La Rusia zarista y el régimen nazi han desaparecido. Nosotros persistiremos. Hamas y otros antisemitas no tienen el poder de acabar con lo que se inició en esta tierra hace más de 3.000 años. Es por una buena razón que leemos en la Biblia que la Máxima Autoridad nos llamó pueblo “terco”