Nota del editor: esta historia forma parte de una serie sobre los jóvenes estadounidenses muertos este año por armas de fuego, una de las principales causas de muerte infantil en Estados Unidos. Lee más sobre el proyecto aquí.
(CNN) – Todas las mañanas, desde que empezó el curso escolar, la asistente educativa Madelyn Cedeño se asoma antes de cerrar la puerta principal de la escuela primaria Peter A. Reinberg, a la hora de entrada.
Espera ver a Serabi Medina llegando tarde, con su sonrisa juguetona, su gran melena pelirroja al viento y su padre detrás de ella. La profesora y la alumna congeniaron por primera vez por su pelo pelirrojo, cuatro años atrás, cuando Serabi empezó el preescolar. “Me recordaba a mí a su edad con ese color de pelo”, dice Cedeño. “Más o menos le dije: ‘Todos los pelirrojos del mundo nos mantenemos unidos sin importar lo que pase, así que tú y yo nos mantendremos unidas para siempre’”.
“Éramos las pelirrojas de Reinberg”, afirma.
Las dos charlaban a menudo en los pasillos de la escuela y por las mañanas, cuando Cedeño se paraba afuera de la escuela para saludar a los alumnos. Y todos los días, antes de entrar al colegio, Serabi le decía a Cedeño que la quería.
Volvieron a verse a principios de agosto, cuando Serabi terminó un curso de verano antes de empezar el cuarto grado. Cedeño le dijo que el próximo curso sería fantástico. Se abrazaron y se despidieron con su saludo particular.
Menos de una semana después, la encantadora niña de nueve años murió por los disparos, presuntamente de un vecino, frente a su casa de Chicago. Es una de los aproximadamente 1.400 niños y adolescentes que han fallecido por arma de fuego en lo que va de 2023, según el Gun Violence Archive. Las armas de fuego se convirtieron en el verdugo número 1 de niños y adolescentes en Estados Unidos en 2020, superando a los accidentes de tráfico, que durante mucho tiempo fueron la principal causa de muerte entre los jóvenes estadounidenses, según muestran los datos federales.
Serabi había estado montando en su scooter y acababa de regresar de un camión de helados cercano con dos helados: uno para ella y otro para su padre. Al llegar a la puerta de su departamento, según las autoridades, Michael Goodman, un vecino, se le acercó y disparó su arma, hiriendo mortalmente a Serabi en la cabeza.
Goodman se declaró inocente y está detenido sin fianza, acusado de homicidio en primer grado. La defensora pública de Goodman, Kathryn Lisco, dijo a CNN que Goodman ha estado “lleno de debilitantes y documentados problemas de salud mental a lo largo de su vida”.
“La verdadera pregunta que deberíamos hacernos es ¿por qué, a pesar de su historial de salud mental, Michael Goodman pudo obtener legalmente un arma?”, dijo Lisco.
La familia de Serabi ha estado presente en todas las audiencias, esperando que se hiciera justicia. Ha sido duro, dice su padre. Pero eso ni siquiera empieza a describirlo: Serabi era su “luz”, la niña a la que había dedicado su vida después de que su pareja, la madre de Serabi, fuera asesinada a tiros cinco años atrás, delante de sus propios ojos. La policía de Chicago dice que la investigación está en curso y que no hay ningún sospechoso bajo custodia.
“Una vez que perdí a su madre, perdí la mitad de mí mismo, así que mi atención se centró en mi hija”, dijo Michael Medina a CNN en una entrevista reciente.
“Era una chica preciosa, mi luz. Ella era mi vida”.
Trenzas y uñas postizas
Incluso para los que mejor la conocían, poner a Serabi en palabras no es fácil: era imparable.
Serabi siempre estaba contenta, siempre activa. Era campeona de dodgeball, le encantaba YouTube y amaba a los animales. No se privaba de saludar a los extraños.
“Estaba llena de vida”, dice su prima Jaleesa Medina, de 29 años. “No necesitaba música para bailar”. Le encantaba disfrazarse en Halloween: el año pasado se disfrazó de los Cazafantasmas, recuerda su prima.
Y era creativa, a menudo se ponía uñas postizas y dedicaba tiempo a trenzarse el pelo e idear nuevos peinados, recuerda su padre. Solía acudir a Medina para que le sujetara una trenza mientras ella hacía otra. “Papá, hazlo, tú puedes, no te preocupes”, le animaba.
Serabi era intrépida, nunca tenía miedo de aprender algo nuevo o de enfrentarse a alguien décadas mayor que ella cuando se sentía maltratada. Siempre estaba contando chistes para hacer reír a los demás, y a menudo tenía intercambios atrevidos con miembros de su familia. En el colegio, hasta los alumnos de octavo grado la conocían, dice su padre, y siempre intentaba ser “una comediante”.
“Entraba en la clase con una gran sonrisa en la cara y todo el mundo se giraba y la miraba”, dijo su director, Edwin Loch.
Cinco días después de su muerte, Loch ayudó a organizar una misa con velas en su honor. Pidió a todos que se vistieran de morado, su color favorito. Más de cien personas se reunieron para despedirla.
“Nunca fue mala con nadie, siempre quiso ser la persona que reunía a la gente y se divertía”, recuerda Loch. “Ella solo quería vivir”.
“Ella nos crió”
Para John Hogue Jr, su hermanastro, Serabi era, ante todo, su “hermanita”.
John, de 16 años, fue la segunda persona que la tomó en brazos cuando nació. Le daba de comer cuando era una bebé, la acunaba para que se durmiera y veía dibujos animados como “Paw Patrol”, solo para pasar tiempo con ella. Cuando su madre, Blanca Miranda, aún vivía, los tres iban seguido a parques acuáticos y al cine.
Según declaró a CNN, le hacía ilusión ser el hermano mayor de Serabi y quería cuidar de ella. Pero a menudo parecía que ella cuidaba de él.
“Siempre se preocupaba por mí y, si ocurría algo, estaba allí para ayudarme a hablar”, explica John, estudiante de secundaria. “Hablaba como una adulta, era cariñosa como una adulta”.
Es algo que señalan muchos de sus seres queridos: a pesar de su corta edad, Serabi siempre parecía más sabia de lo que era y se apresuraba a ofrecer palabras de consuelo a quienes más lo necesitaban, aunque estuviera dolida por su propia pérdida. Serabi presenció el tiroteo mortal de su madre, junto a John y su padre, cuando apenas tenía 4 años.
“No sé si era como un sentimiento de hermana pequeña que ella llevaba dentro, pero parecía que en los momentos en los que yo estaba más dolida, ella me tendía la mano y me decía: ‘Oye, te quiero’”, dijo Lacey Tatro, hermanastra de Serabi. Hacía años que no se veían, pero se llamaban por video casi todas las noches. “Era mi mejor amiga”, dijo Tatro.
Tras el asesinato de su madre, Serabi también consolaba a su tía Juanita Miranda, hermana de Blanca. “Mamá está bien”, le recordaba Serabi, instándola a no llorar.
“Ella nos crió”, dice Miranda. “Me enseñó a ser fuerte en muchos sentidos, pasara lo que pasara. Y me lo sigue enseñando al día de hoy”.
Las dos compartieron un vínculo especial, dijo Miranda, desde el mismo momento en que nació Serabi. “Salió con los ojos abiertos y nunca lo olvidaré”, recuerda. “Estaba abierta al mundo. Era mi bebé incluso antes de tener una hija”.
Juntas hacían videos en YouTube que nunca se publicaban, completaban retos en Internet y pedían regularmente su bebida favorita: café helado con extra caramelo. Tres días antes de que Serabi falleciera, pasó la noche con su tía y comieron bocadillos, pasaron el rato viendo TikToks y la película “Barbie”.
La pérdida de su sobrina, dice Miranda, la dejó profundamente traumatizada. Pero está decidida a unirse a otros miembros de la familia en el tribunal una vez que comience el juicio por su homicidio. “Solo quiero saber por qué”, afirma Miranda.
Un monumento para Serabi
En la escuela, los miembros del profesorado se están preparando para dedicar un monumento permanente en el campus por el que una vez caminó Serabi. Los últimos dos meses han sido muy difíciles, dice Cedeño.
“Su recuerdo, su presencia, es muy, muy fuerte”, afirma. Las mañanas son las más duras.
En casa, Medina extraña la voz de su hija, las breves discusiones que compartían por la mañana mientras se preparaban para empezar el día, sus paseos al colegio, sus paseos en bicicleta por las tardes. Desde que perdió a su madre, Serabi y su padre se habían vuelto inseparables. Incluso cuando pasaba el tiempo arreglando coches en su garaje durante los gélidos inviernos de Chicago, Serabi estaba allí, pasándole las herramientas.
“Mi bebé siempre estaba conmigo”, dice Medina. “Por eso ahora estoy tan perdido”.
Tras su muerte, Serabi fue enterrada junto a su madre.
John dijo que le prometió que la visitaría todos los fines de semana, pero las visitas son recordatorios devastadores de las dos pérdidas que el adolescente ha sufrido en los últimos cinco años: su madre y su única hermana pequeña.
“Cuando voy allí, lloro”, dice. “Solo pienso en los momentos que ella y yo pasamos juntos”.
“Ella siempre me quiso a mí, su hermano mayor”.