Hong Kong (CNN) – Xi Jinping tiene un plan sobre cómo debería funcionar el mundo, y un año después de su tercer mandato como líder de China está intensificando su presión para desafiar el liderazgo mundial de Estados Unidos y poner su visión en primer plano.

El mes pasado, en Beijing, Xi, flanqueado por el presidente de Rusia, Vladimir Putin, el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, y unas dos docenas de altos dignatarios de todo el mundo, aclamó a China como el único país capaz de afrontar los retos del siglo XXI.

“Los cambios del mundo, de nuestro tiempo y de importancia histórica se están produciendo como nunca antes”, dijo Xi a su audiencia en el Foro de la Franja y la Ruta para la Cooperación Internacional. China, afirmó, “hará esfuerzos incansables para lograr la modernización de todos los países” y trabajará para construir un “futuro compartido para la humanidad”.

La visión de Xi, aunque envuelta en un lenguaje abstracto, encierra el incipiente impulso del Partido Comunista Chino para remodelar un sistema internacional que considera injustamente inclinado a favor de Estados Unidos y sus aliados.

Considerado como un rival por esos países a medida que se vuelve cada vez más asertivo y autoritario, el Gobierno de Beijing ha llegado a creer que ahora es el momento de cambiar ese sistema y el equilibrio mundial de poder para asegurar el ascenso de China, y rechazar las iniciativas que quieran contrarrestarlo.

En los últimos meses, Beijing ha promovido su modelo alternativo a través de importantes documentos de políticas y nuevas “iniciativas globales”, así como discursos, reuniones diplomáticas, foros y encuentros internacionales grandes y pequeños, con el objetivo de ganarse el apoyo de todo el mundo.

Para muchos observadores, esta campaña ha suscitado la preocupación de que un mundo modelado según las reglas de Beijing sea también uno en el que los rasgos de su régimen férreo y autocrático, como la fuerte vigilancia, la censura y la represión política, puedan convertirse en prácticas globalmente aceptadas.

Pero el empuje de China se produce en un momento en el que las guerras de Estados Unidos en el extranjero, la inestabilidad de una política exterior que cambia elección tras elección y la profunda polarización política han intensificado los interrogantes sobre el liderazgo mundial de Estados Unidos. Mientras tanto, cuestiones acuciantes como el cambio climático, la guerra de Rusia en Ucrania y el asalto de Israel a Gaza han agudizado el debate sobre si Occidente está adoptando el enfoque adecuado para responder.

Todo ello coincide con los largos reclamos de los países en desarrollo en favor de un sistema internacional en el que tengan más peso.

Muchos de esos países han reforzado sustancialmente sus lazos económicos con Beijing durante el mandato de Xi, incluso durante una década de su campaña mundial de construcción de infraestructuras de hasta US$ 1 billón, que los líderes se reunieron para celebrar el mes pasado en la capital china.

Queda por ver cuántos aceptarían un futuro que se ciña a la visión china del mundo, pero el claro impulso de Xi por amplificar su mensaje en medio de un periodo de incesantes tensiones con Washington eleva lo que está en juego en la rivalidad entre Estados Unidos y China.

Y lo que deja claro la procesión de líderes mundiales que han visitado Beijing en los últimos meses es que, aunque muchas naciones se muestren escépticas ante un orden mundial impulsado por una China autocrática, otras están escuchando.

El líder de China, Xi Jinping, el presidente de Rusia, Vladimir Putin, y otros líderes posan para una foto de grupo durante el Foro de la Franja y la Ruta para la Cooperación Internacional celebrado en Beijing el mes pasado. Crédito: Shen Hong/Xinhua/Getty Images

Futuro compartido

Un documento de políticas de más de 13.000 palabras publicado por Beijing en septiembre esboza la visión de China sobre la gobernanza mundial e identifica lo que considera el origen de los actuales desafíos globales. Según el documento, “las acciones hegemónicas, abusivas y agresivas de algunos países contra otros… están causando un gran daño” y ponen en peligro la seguridad y el desarrollo mundiales.

Bajo la “comunidad global de futuro compartido” de Xi, dice el documento, el desarrollo económico y la estabilidad son prioritarios, ya que los países se tratan unos a otros como iguales para trabajar juntos por la “prosperidad común”.

En ese futuro, también estarían libres de la “política de bloques”, la competencia ideológica y las alianzas militares, y de ser responsables de defender los “valores universales definidos por un puñado de países occidentales”, dice el documento.

“Lo que los chinos están diciendo… es ‘vive y deja vivir’, puede que no te guste la política interna rusa, puede que no te guste el régimen político chino, pero si quieres seguridad, tendrás que darles el espacio para sobrevivir y prosperar también”, dijo Yun Sun, director del programa de China en el grupo de reflexión Stimson Center, en Washington.

Esta visión se entreteje a través de tres nuevas “iniciativas globales” anunciadas por Xi en los dos últimos años y centradas en el desarrollo, la seguridad y la civilización.

Las iniciativas comparten algunos de los temas de conversación de Beijing desde hace tiempo y son, en gran medida, escasas en detalles y muy retóricas.

Pero en conjunto, según los analistas, buscan demostrar que el sistema liderado por Estados Unidos ya no es adecuado para la era actual y señalan un impulso concertado para remodelar el orden posterior a la Segunda Guerra Mundial defendido por Estados Unidos y otras democracias occidentales.

El actual marco internacional se diseñó para garantizar, al menos en teoría, que aunque los gobiernos tengan soberanía sobre sus países, también compartan normas y principios para asegurar la paz y defender los derechos políticos y humanos básicos de sus poblaciones.

China se ha beneficiado de ese orden, sobrealimentando su economía con préstamos del Banco Mundial y mayores oportunidades en el marco de la Organización Mundial del Comercio, cuya adhesión por parte de Beijing en 2001 tuvo el apoyo de Washington, que de esa manera esperaba liberalizar al país comunista.

Poco más de dos décadas después, Beijing se resiente de ello.

Estados Unidos y sus aliados han observado con cautela cómo Beijing no solo se ha vuelto económicamente competitiva, sino también cada vez más asertiva en el mar de la China Meridional y más allá, y más represiva y autoritaria en su propio país.

Esto ha impulsado las iniciativas de Washington por restringir el acceso de China a tecnología sensible e imponer sanciones económicas, que Beijing considera acciones descaradas de represión.

Estados Unidos y otros países han denunciado la intimidación de Beijing a la democracia autogobernada de Taiwán y han intentado que rinda cuentas por supuestas violaciones de los derechos humanos en Tíbet, Hong Kong y Xinjiang. En este último caso, según la oficina de derechos humanos de la ONU, esas acciones podrían constituir “crímenes contra la humanidad”, acusación que Beijing niega.

Policías antidisturbios montan guardia durante una protesta en junio de 2019 en Hong Kong contra una propuesta de ley de extradición que habría permitido la extradición de fugitivos a China continental. Crédito: Sanjit Das/Bloomberg/Getty Images

En respuesta, Xi ha intensificado sus esfuerzos para socavar el concepto de derechos humanos universales.

Las “diferentes civilizaciones” tienen sus propias percepciones de los “valores” humanos compartidos, dijo Xi a los líderes de partidos políticos y organizaciones de unos 150 países a principios de este año, cuando lanzó la “Iniciativa de Civilización Global” de China. Los países no “impondrían sus propios valores o modelos a los demás” si China marcase la agenda, según dio a entender.

Esto se basa en el argumento de Beijing de que los esfuerzos de los gobiernos por mejorar la situación económica de sus ciudadanos equivalen a la defensa de sus derechos humanos, aunque esas personas no tengan libertad para expresarse en contra de sus gobernantes.

También está relacionado con lo que, según los observadores, es una creciente confianza de los dirigentes chinos en su modelo de gobierno, que consideran que ha desempeñado un papel realmente positivo en el fomento del crecimiento económico mundial y la reducción de la pobreza, en contraste con unos Estados Unidos que han librado guerras, desencadenado una grave crisis financiera mundial y, además, se enfrentan a una tensa política interna.

“Todo esto hace que China piense que Estados Unidos está decayendo rápidamente”, afirmó Shen Dingli, analista de política exterior residente en Shanghái, quien afirma que esto alimenta el impulso de Xi de no derribar el orden mundial existente, sino de renovarlo.

Según Shen Dingli, Beijing considera que Estados Unidos se limita a “hablar de dientes para afuera” sobre el “orden liberal” para perjudicar a otros países.

“China se pregunta ‘¿quién es más proclive a la paz y quién es menos capaz de liderar el mundo?’. Esto ha reforzado la autoimagen de China, y esta idea de que ‘somos grandes y debemos ser más grandes y debemos dejar que el mundo se dé cuenta de que es nuestro momento’”, dijo.

¿Quién está escuchando?

Para los líderes más fuertes y los gobiernos autocráticos, la visión de Xi tiene un atractivo evidente.

Al ruso Vladimir Putin lo acusan de crímenes de guerra y de continuar su brutal invasión de la vecina Ucrania, y a los líderes talibanes de Afganistán se los rechaza en Occidente. Sin embargo, ambos fueron bienvenidos a la mesa de naciones de Xi en Beijing el mes pasado.

Apenas unas semanas antes, el dictador sirio Bashar al-Assad, acusado de utilizar armas químicas contra su propio pueblo, fue recibido en los Juegos Asiáticos de Hangzhou, donde llegó en un avión fletado por China y visitó un famoso templo budista.

Un titular del diario estatal Global Times describió la visita de Assad como la del líder de un “país devastado por la guerra y respetado en China en medio del aislamiento occidental”, lo que permite vislumbrar los escenarios a través del espejo que podrían convertirse en la norma si la visión del mundo de Xi gana adeptos.

Pero el argumento más amplio de Beijing, que implica que un puñado de países occidentales ricos tienen demasiado poder mundial, resuena en un conjunto de gobiernos más amplio que los que están en desacuerdo con Occidente.

Estas preocupaciones se han acentuado en las últimas semanas, con la atención mundial centrada en el implacable asalto de Israel a Gaza tras el ataque del 7 de octubre contra su territorio por parte de Hamas. Estados Unidos se ha opuesto en minoría a un amplio respaldo mundial a una tregua humanitaria inmediata, y en gran parte del mundo se considera que su apoyo a Israel permite al país continuar con sus represalias, a pesar del ato número de víctimas civiles.

El presidente de Rusia, Vladimir Putin, recibe la bienvenida del líder chino, Xi Jinping, durante una ceremonia del Foro de la Franja y la Ruta, celebrado en Beijing el mes pasado. Crédito: Sergei Savostyanov/Sputnik/Reuters

En los últimos años, incluso algunos países que durante décadas han mantenido una estrecha asociación con Estados Unidos se han acercado a China y a su visión.

“Pakistán se alinea con la visión del líder chino Xi Jinping de que está surgiendo una nueva era global, caracterizada por la multipolaridad y el abandono del dominio occidental”, afirmó Ali Sarwar Naqvi, exembajador de Pakistán y actual director ejecutivo del Centro de Estudios Estratégicos Internacionales de Islamabad.

Pero también hay muchos gobiernos que siguen recelosos de su política y sus ambiciones, o de parecer que se ponen del lado de Beijing en detrimento de Occidente.

“Hemos mantenido abiertas nuestras relaciones con todas las naciones”, declaró a CNN el primer ministro de Papúa Nueva Guinea, James Marape, al margen del Foro de la Franja y la Ruta para la Cooperación Internacional el mes pasado, donde pronunció un discurso en el que pidió más inversiones en energía verde en su país en el marco de la iniciativa liderada por China.

“Nos relacionamos con Occidente, nos relacionamos con Oriente… Mantenemos una línea recta, no comprometemos nuestra amistad con todos los pueblos”, afirmó.

Y aunque otros estén dispuestos a respaldar a China en su petición de un sistema internacional más representativo, hay dudas sobre lo que eso significa bajo el liderazgo de Beijing.

“China puede contar con Brasil día y noche para decir que el multilateralismo es importante, y que tenemos que revisar la gobernanza mundial… sin embargo, hay un ‘pero’ muy importante”, según Rubens Duarte, coordinador de LABMUNDO, un centro de investigación sobre relaciones internacionales con sede en Brasil.

Señala las preguntas que circulan en algunos países, como Brasil, sobre por qué China defiende ahora conceptos promovidos por los países en vías de desarrollo durante 70 años, y los reclama como propios.

“¿Está China realmente tratando de promover la multipolaridad, o solo quiere convertirse en un sustituto de la influencia estadounidense en el mundo?”, se preguntó.

Un pasajero baja de un tren de alta velocidad financiado por China tras su puesta en marcha comercial el mes pasado en Indonesia. Crédito: Li Zhiquan/China News Service/VCG/Reuters

Ambiciones en expansión

Durante décadas, China ha construido su influencia internacional en torno a su peso económico, utilizando su propia rápida transformación de país profundamente empobrecido a segunda economía mundial como un modelo que podía compartir con el mundo en desarrollo.

En esta línea, Xi lanzó su emblemática iniciativa de financiación la Franja y la Ruta para la Cooperación Internacional en 2013, acercando a decenas de países prestatarios a Beijing y ampliando la huella internacional de China un año después de convertirse en líder con la promesa de “rejuvenecer” la nación china hasta colocarla en un lugar de poder y respeto mundial.

“El pensamiento tradicional de China (en política exterior) estaba muy centrado en la capacidad económica como base de todo lo demás. Cuando te conviertes en una potencia económica, naturalmente adquieres también una mayor influencia política y poder blando, etc., y todo lo demás cae por su propio peso”, afirmó Tong Zhao, investigador del centro de estudios Carnegie Endowment for International Peace de Washington.

Pero a medida que el ascenso económico de China ha ido acompañado de fricciones geopolíticas con Estados Unidos y sus aliados, Beijing ha visto la necesidad de ampliar su visión “y abordar también cuestiones geopolíticas”, añadió Zhao.

La guerra de Ucrania no ha hecho sino acentuar esta dinámica. Los principales socios económicos de China en Europa estrecharon lazos con Estados Unidos y reevaluaron sus relaciones con Beijing después de que éste se negara a condenar la invasión del Kremlin, mientras que, al mismo tiempo, Washington apuntaló sus relaciones con sus aliados en Asia.

Esto “sirvió de llamada de atención a los chinos de que la competencia de grandes potencias con Estados Unidos, en última instancia, consiste en (ganarse) al resto del mundo”, dijo Sun, del Centro Stimson de Washington.

Un buque chino opera cerca de Scarborough Shoal, en una zona en disputa del mar de China Meridional. Crédito: Ted Aljibe/AFP/Getty Images

Ante la creciente presión de Occidente para condenar la invasión de un país soberano por parte de Moscú, Beijing aprovechó el momento para defender su propio punto de vista sobre la seguridad mundial.

Dos meses después de que las tropas rusas entraran en Ucrania, Xi anunció la “Iniciativa de Seguridad Global” de China, declarando en una conferencia internacional que la “confrontación de bloques” y la “mentalidad de Guerra Fría destrozarían el marco de paz global”.

Era una aparente referencia no al agresor ruso, sino a la OTAN, a la que tanto Moscú como Beijing han culpado de provocar la guerra en Ucrania.

Las palabras de Xi no eran ni mucho menos nuevas para Beijing, pero en los meses siguientes los diplomáticos chinos intensificaron su promoción de esa retórica, por ejemplo pidiendo a sus homólogos en las capitales europeas, así como a Estados Unidos y Rusia, que construyeran una “arquitectura de seguridad europea sostenible”, para abordar el “déficit de seguridad detrás de la crisis (de Ucrania)”.

La retórica pareció calar, y el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, días después de regresar de una visita de Estado a China esta primavera, pidió a Washington que “deje de fomentar la guerra”.

Esto llega al meollo de los objetivos de Beijing, que, según los expertos, no son construir sus propias alianzas ni utilizar su poderío militar para garantizar la paz en situaciones volátiles, como ha hecho Estados Unidos.

Más bien pretende poner en entredicho ese sistema y proyectar su propia visión, aunque vaga, para garantizar la paz mediante el diálogo y los “intereses comunes”, una formulación que vuelve a oponerse a la idea de que los países deben oponerse unos a otros por diferencias políticas.

“Si un país está obsesionado con reprimir a otros por opiniones diferentes, seguramente causará conflictos y guerras en el mundo”, dijo el general Zhang Youxia, alto cargo militar, a las delegaciones de más de 90 países que asistieron a un foro de seguridad dirigido por Beijing en la capital el mes pasado.

Beijing ha afirmado que su modelo ya ha tenido éxito, señalando su papel como mediador en el restablecimiento de los lazos entre Arabia Saudí e Irán, rivales desde hace mucho tiempo, en marzo. También mandó un enviado a Oriente Medio tras el estallido del último conflicto, comprometiéndose a “realizar esfuerzos activos” para desescalar la situación, aunque los informes de Beijing sobre su viaje no mencionan ninguna parada en Israel o Gaza.

Pero la retórica de Xi no resulta convincente para muchos países que consideran a China y a su ejército en rápida modernización como el principal agresor en Asia y que cuestionan su apoyo a Rusia a pesar de la flagrante violación del derecho internacional por parte de Moscú al invadir Ucrania.

En declaraciones a CNN en septiembre, el secretario de Defensa de Filipinas, Gilberto Teodoro Jr., acusó a China de intimidar a los países más pequeños al ampliar el control de las zonas en disputa del mar de China Meridional, en violación de una sentencia de un tribunal internacional.

“Si no contraatacamos, China va a adentrarse cada vez más en lo que está dentro de nuestra jurisdicción soberana, nuestros derechos soberanos y dentro de nuestro territorio”, afirmó.

Arquitectura alternativa

El esfuerzo de Beijing por difundir su visión de remodelar el orden mundial se ve facilitado por una extensa red de organizaciones internacionales, diálogos regionales y foros que ha cultivado en las últimas décadas.

Según los expertos, reforzar estos grupos y posicionarlos como organizaciones internacionales alternativas a las occidentales también se ha convertido en una parte clave de la estrategia de Xi para remodelar el poder mundial.

Este verano, tanto la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), fundada por China y Rusia, como el grupo de economías emergentes BRICS aumentaron su número de miembros y sirvieron de plataforma para que Xi promoviera su geopolítica.

Los países deben “reformar la gobernanza mundial” y evitar que otros “se unan para formar grupos exclusivos y empaquetar sus propias reglas como normas internacionales”, dijo Xi a los líderes de Brasil, Rusia, India y Sudáfrica tras invitar a Argentina, Egipto, Irán, Etiopía, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos a unirse al BRICS, la primera ampliación del grupo desde 2010.

Semanas más tarde, pareció subrayar su preferencia por su propia arquitectura alternativa al ausentarse de la cumbre del Grupo de los 20 celebrada en Nueva Delhi, a la que asistieron el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y otros líderes del Grupo de los Siete.

Sin embargo, además de los actos más llamativos y destacados del calendario diplomático chino, los funcionarios también están difundiendo la visión de China y presentando sus nuevas iniciativas en diálogos ministeriales o regionales de menor nivel con homólogos del Sudeste Asiático, América Latina y el Caribe, así como en foros temáticos sobre seguridad, cultura y desarrollo con académicos y grupos de reflexión internacionales, según muestran los documentos oficiales.

Hasta ahora, China no ha tenido problemas para conseguir que decenas de países respalden, al menos superficialmente, algunos aspectos de su visión, aunque no esté claro aún quiénes son estos partidarios o si su apoyo va acompañado de algún compromiso tangible.

Los líderes de los BRICS se reúnen en Brasil en 2019. Crédito: Sergio Lima/AFP/Getty Images

El Ministerio de Relaciones Exteriores de China afirmó a principios de este año que más de 80 países y organizaciones habían “expresado su aprobación y apoyo” a la Iniciativa de Seguridad Global.

Según Beijing, la Iniciativa de Desarrollo Global, centrada en la economía y lanzada en 2021 para apoyar los objetivos de sostenibilidad de las Naciones Unidas, cuenta con unos 70 países en su “grupo de amigos”, auspiciado por la ONU.

Esto concuerda con la estrategia de larga data de China de obtener un amplio respaldo para su posición frente a la de los países occidentales en la ONU y otras organizaciones internacionales, donde Beijing también ha estado presionando para tener un papel más importante.

Pero, además del apoyo tangible que pueda conseguir Beijing, sigue pendiente la cuestión clave de si las ambiciones de Xi se limitan a dominar la narrativa global y cambiar las reglas a favor de China o si quiere asumir realmente un papel como potencia dominante del mundo.

Existe una amplia brecha entre el poder y la capacidad militar de China en relación con la de Estados Unidos, y está latente la posibilidad de que una economía en crisis frene su ascenso.

Por ahora, según los expertos, China parece centrada en cambiar las reglas para socavar la credibilidad estadounidense a la hora de intervenir o pedir cuentas a los países por cuestiones internas, ya sean conflictos civiles o violaciones de los derechos humanos.

Su éxito podría repercutir en la forma en que el mundo responda a cualquier medida que pueda adoptar en el futuro para hacerse con el control de Taiwán, la isla democrática autogobernada que reclama el Partido Comunista.

Pero las acciones de China en Asia, donde su ejército se ha vuelto cada vez más asertivo, al tiempo que rechaza la presencia militar estadounidense, sugieren a muchos observadores que Beijing espera dominar la región.

También plantean interrogantes sobre cómo se comportaría globalmente una China más poderosa militar y económicamente, si no se le pone freno.

China, sin embargo, ha negado ambiciones de dominio.

“No existe ninguna ley de hierro que dicte que una potencia emergente buscará inevitablemente la hegemonía”, afirmó Beijing en su documento de septiembre. “Todo lo que hacemos es con el propósito de proporcionar una vida mejor a nuestro pueblo, al tiempo que creamos más oportunidades de desarrollo para el mundo entero”.

Luego, en una aparente referencia a su propia creencia, o esperanza, sobre la trayectoria de EE.UU., añadía: “China comprende la lección de la historia: que la hegemonía es un preludio del declive”.