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Nota del editor: Frida Ghitis, exproductora y corresponsal de CNN, es columnista de asuntos mundiales. Es colaboradora semanal de opinión de CNN, columnista del diario The Washington Post y columnista de World Politics Review. Las opiniones expresadas en este comentario le pertenecen únicamente a su autora. Ver más opiniones en CNN.

(CNN)– “Mientras Estados Unidos siga en pie”, dijo el presidente Joe Biden al pueblo de Israel, “nunca dejaremos que estén solos”. Fue una de las innumerables expresiones de apoyo de Biden a Israel desde el atentado del 7 de octubre, en el que terroristas de Hamas asesinaron al menos a 1.400 personas dentro de Israel y secuestraron a más de 200 en Gaza.

Biden estuvo en Tel Aviv, adonde llegó el mes pasado pocos días después de que comenzaran los combates, para asegurar a los israelíes que el país más poderoso de la Tierra les respaldaría. Al parecer, dijo al gabinete de guerra israelí: “No hace falta ser judío para ser sionista, y yo soy sionista”.

El inquebrantable apoyo del presidente a Israel, cada vez más matizado con llamamientos a Israel para que haga un mayor esfuerzo por preservar a los civiles palestinos en su contraofensiva, ha cobrado un costo político en un momento poco propicio. Ha enfurecido a algunos demócratas progresistas, así como a musulmanes y árabes estadounidenses, justo un año antes de las elecciones presidenciales de 2024.

Está claro que Biden no actúa por un interés político cínico (como podrían hacer otros políticos). Si lo hiciera, intentaría enhebrar una aguja, tratando de salvaguardar la coalición que le llevó al poder. No, Biden actúa por una convicción que trasciende las consideraciones electorales.

¿Por qué apoya Biden a Israel de forma tan incondicional? Dos poderosas fuerzas internas lo impulsan.

La primera es un conocimiento profundo, durante toda su vida, de la historia judía y del papel indispensable que desempeña un Estado judío para contrarrestar milenios de antisemitismo. La segunda es la visión del mundo que impulsó a Biden a presentarse como candidato y que ha seguido siendo la estrella polar de su presidencia: la sensación de que el mundo se encuentra en un punto de inflexión, potencialmente catastrófico, en el que potencias peligrosas amenazan con deshacer las normas internacionales elaboradas durante décadas desde la Segunda Guerra Mundial, normas que han permitido al mundo progresar en la preservación de la paz y el avance de la democracia.

Biden volvió a insistir en ello la semana pasada, al término de una conferencia de prensa con el presidente de Chile de visita en el país. “Llega un momento”, dijo, “quizá cada seis u ocho generaciones, en que el mundo cambia en muy poco tiempo”. Eso está ocurriendo ahora, dijo. “Lo que ocurra en los próximos dos o tres años determinará cómo será el mundo en las próximas cinco o seis décadas”.

Se refería, como ha hecho en otras ocasiones, a múltiples dramas en curso dentro y fuera del país, desde la posibilidad de otra presidencia de Trump, a la guerra en Ucrania, a la guerra actual y el potencial de aún más violencia en el Medio Oriente, a la tensión latente entre China y sus vecinos.

Para Biden, estos imperativos, estratégicos, históricos, morales, emocionales, confluyen en la guerra entre Israel y Hamas, un grupo terrorista respaldado por Irán y fundado con el objetivo de destruir Israel.

Incluso cuando se posiciona firmemente con Israel, Biden insiste en que la guerra debe ir seguida de la búsqueda de la autodeterminación de los palestinos, un punto que también ha planteado en repetidas ocasiones.

Biden aprendió historia judía a los pies de su padre. Ha contado cómo creció oyendo a su padre en la mesa comentar “cómo el mundo permaneció en silencio en los años 30 ante Hitler”, cuyo ascenso llevó al asesinato de 6 millones de judíos y a una conflagración mundial. Biden ha viajado muchas veces al campo de exterminio de Dachau, la última vez llevando consigo a su nieta y entrando en la cámara de gas donde los nazis envenenaron hasta la muerte a innumerables judíos.

Cuando Hamas lanzó su brutal ataque, con sus miembros grabándose a sí mismos torturando y matando a sus víctimas, Biden vio el vínculo entre la historia judía y ésta, la peor masacre de judíos desde el Holocausto.

En un emotivo discurso pronunciado el 10 de octubre, declaró: “Hay momentos en esta vida… en los que el mal puro y duro se desata en este mundo”. La matanza, dijo, “sacó a la superficie… milenios de antisemitismo y genocidio del pueblo judío”.

El exembajador de Israel en Estados Unidos, Michael Oren, calificó el discurso como “el más apasionadamente proisraelí de la historia”.

Pero Biden vio algo más que milenios. Vio las tendencias de los últimos años. El auge del extremismo alimentado por fuerzas autocráticas y antidemocráticas. Fue el fenómeno que le impulsó a presentarse a la presidencia en 2019, cuando dijo que la visión de los neonazis supremacistas blancos que marchaban en Charlottesville, Virginia, “con las venas abultadas y portando los colmillos del racismo”, coreaban “la misma bilis antisemita que se escuchaba en toda Europa en los años 30” le persuadió para lanzarse a la carrera.

La presidencia de Biden se ha visto impulsada por la misión de contrarrestar esas fuerzas en un momento que él ha calificado de “punto de inflexión en la historia”, reconstruyendo alianzas, presionando asertivamente contra autócratas agresivos y expansionistas, y demostrando a los amigos de Estados Unidos que este país permanecerá a su lado.

Donde muchos ven una guerra entre Israel y Hamas, Biden ve algo mucho mayor.

Las guerras lanzadas por el presidente de Rusia, Vladimir Putin, contra Ucrania y por Hamas contra Israel, dijo, son obviamente diferentes, pero tienen mucho en común. Tanto Hamas como Rusia reciben apoyo de Irán. Tanto Hamas como Rusia “quieren aniquilar completamente una democracia vecina”.

En este momento crucial de la historia, el presidente ve un papel indispensable para Estados Unidos. “La historia”, dijo, “nos ha enseñado que cuando los terroristas no pagan un precio por su terror, cuando los dictadores no pagan un precio por su agresión, causan más caos y muerte y más destrucción”.

Parece ver a la Rusia de Putin, a los aliados de los ayatolás, Hamas en Gaza, Hezbollah en el Líbano y otros, como fuerzas desestabilizadoras, que rechazan a los vecinos y desencadenan guerras. Derrotarlos permitiría a EE.UU. ayudar a construir lo que Biden describe como un Medio Oriente más estable, con “menos rabia, menos agravios, menos guerras”.

Para lograrlo, es probable, y deseable, que Biden diga a los israelíes que su responsabilidad va más allá de derrotar a una organización terrorista y hacerlo dentro de los límites del derecho internacional. Por su propia seguridad, y por el cumplimiento, o al menos un mayor avance hacia el cumplimiento, de las aspiraciones históricas de Biden, éste debe instar a Israel a comprometerse con los palestinos que buscan la paz y la coexistencia y a trabajar para resolver el conflicto.

Esa ha sido una búsqueda frustrante en el pasado, que ha dado poder a los rechazantes. Pero sigue siendo indispensable. Con un presidente estadounidense que ha demostrado que entiende a Israel, que comprende visceralmente la necesidad de una patria judía, los israelíes le deben a Biden que preste atención a sus consejos.