El expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, y la primera dama Melania Trump posan con el líder chino, Xi Jinping, y su esposa Peng Liyuan a su llegada a la finca Mar-a-Lago en Palm Beach, Florida, el 6 de abril de 2017.

Hong Kong (CNN) – La última vez que Xi Jinping pisó Estados Unidos, el expresidente Donald Trump recibió al presidente de China en su casa rodeada de palmeras en Mar-a-Lago. A la luz de las cálidas velas, los dos líderes se unieron mientras disfrutaban del “más hermoso trozo de pastel de chocolate” y de una canción popular china interpretada por los nietos de Trump.

Haciendo alarde de la “gran química” entre ellos, Trump prodigó elogios a Xi después de su primera reunión personal y predijo que “muchos problemas potencialmente malos desaparecerán”.

Más de seis años después de aquella cumbre de luna de miel en el centro turístico de Florida, Estados Unidos se está preparando para recibir nuevamente al líder chino, esta vez en un ambiente mucho menos íntimo y con las dos economías más grandes del mundo pareciendo más bien una pareja desconfiada al borde del divorcio.

Xi, quien asistirá a la cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC, por sus siglas en inglés) en San Francisco y se reunirá al margen con el presidente Joe Biden, llegará a un Estados Unidos que ha endurecido significativamente su opinión contra él. Ser duro con China se ha convertido en un raro punto de convergencia en la política cada vez más polarizada de su país anfitrión.

Y estos resentimientos son mutuos. En Beijing, aquellos funcionarios que durante mucho tiempo sospecharon de las intenciones de Estados Unidos y resentían su influencia ahora se sienten justificados por su creencia de que Estados Unidos está decidido a contener y reprimir a China.

Han sucedido muchas cosas entre las dos visitas de Xi: una guerra comercial contundente, una pandemia global y una guerra encarnizada en Europa, cada una de las cuales asestó duros golpes a la relación entre Estados Unidos y China mientras se deterioraba a su peor nivel en décadas.

Lo que comenzó como una lucha por el comercio en la era Trump rápidamente se extendió a otras áreas, desde la tecnología, la seguridad nacional y la geopolítica hasta las visiones del orden global, competencias que solo se han intensificado bajo el Gobierno de Biden.

Las relaciones cayeron a un nuevo mínimo en agosto pasado, cuando Beijing cortó importantes canales de comunicación con Washington en represalia por una visita de alto nivel de Estados Unidos a Taiwán. Los intentos de restablecer el diálogo fueron descarrilados en febrero pasado por un presunto globo de vigilancia chino derribado sobre el espacio aéreo estadounidense.

Desde entonces, Estados Unidos ha pasado meses buscando involucrarse con su mayor rival estratégico, incluido el envío de cuatro funcionarios de nivel de gabinete a Beijing durante un ajetreado verano en la capital china.

Beijing se ha mostrado tranquilo. Cuando el ministro de Asuntos Exteriores de China, Wang Yi, finalmente correspondió con una visita a Washington el mes pasado, vista como una señal esperanzadora para la cumbre Xi-Biden, advirtió a los estadounidenses que “el ‘camino a San Francisco’ no será fácil”.

Además del accidentado camino hasta llegar allí, el entorno de la reunión también es revelador.

Xi llegará a Estados Unidos esta semana junto con casi dos docenas de líderes mundiales para la cumbre de APEC, un evento mucho más formal y profesional que la reunión para conocerse en la residencia privada de Trump en 2017.

En aquel entonces, la cumbre de Mar-a-Lago tenía como objetivo construir una relación personal, dijo Yun Sun, director del Pprograma de China en el centro de estudios Stimson Center en Washington.

“La relación [Estados Unidos-China] no estaba derrumbada”, dijo Sun. “Cuando vino de visita, los chinos todavía esperaban una diplomacia de liderazgo y que potencialmente podrían tener una muy buena relación”.

Xi y Biden ya se conocían desde hacía más de una década y pasaron decenas de horas juntos en Estados Unidos y China antes de que Biden asumiera la presidencia. Los dos se reunieron por primera vez como líderes de Estado el año pasado en Bali, Indonesia, al margen de la cumbre del G20.

El difunto líder supremo de China, Deng Xiaoping (izquierda), con un sombrero de vaquero, aplaude en un rodeo de Houston durante una visita a los Estados Unidos en 1979.

Diplomacia con toque personal

La diplomacia con un toque personal ha sido una característica central en las visitas de los líderes chinos a Estados Unidos.

Cuando se restablecieron las relaciones diplomáticas, en 1979, el presidente de Estados Unidos, Jimmy Carter, invitó al líder supremo de China, Deng Xiaoping, a un impresionante viaje a Estados Unidos, y los dos líderes establecieron una relación personal.

En su diario personal, Carter describió a Deng como “inteligente, duro, inteligente, franco, valiente, afable, seguro de sí mismo y amigable”, y calificó su visita como “una de las experiencias más encantadoras de mi presidencia”.

Durante ese viaje, el líder comunista chino se puso un famoso sombrero de vaquero de 10 galones en un rodeo de Texas frente a una multitud que lo vitoreaba, un momento que capturó la imaginación del público estadounidense.

El sucesor de Deng, Jiang Zemin, conocido por su personalidad descomunal y sus muchos talentos musicales, a menudo sorprendía a sus anfitriones estadounidenses estallando en canciones y bailes improvisados.

En su visita inaugural a Estados Unidos, en 1997, la primera de un líder chino después de la masacre de la Plaza de Tiananmen, Jiang suavizó los bordes de su imagen cantando la ópera de Beijing en un banquete de gala en California y tocando el ukelele en una cena en Hawai.

Cinco años más tarde, el presidente George W. Bush invitó a Jiang a su rancho en Texas antes de que ambos asistieran a la cumbre de APEC en México.

Ese enfoque personal volvió a funcionar cuando Xi se reunió con el presidente Barack Obama por primera vez, en 2013, meses después de que tomara el mando de China.

En Sunnylands, un exuberante refugio en el desierto de California, los dos líderes conversaron y sonrieron mientras paseaban por un césped bien cuidado y cruzaban un pequeño puente. Para adaptarse al ambiente informal, dejaron atrás las corbatas y las chaquetas de traje. Al final de esa cumbre, Obama declaró que la visita fue “fantástica”.

Ese paseo amistoso por Sunnylands también inspiró el famoso meme que compara a Xi con Winnie the Pooh, después de que las imágenes que yuxtaponen a Xi y Obama con el oso amante de la miel y su amigo tigre Tigger se volvieran virales en las redes sociales chinas. Como resultado, Winnie the Pooh se ha convertido en un improbable objetivo de censura en China.

Sun, experto del Centro Stimson, dijo que este tipo de diplomacia personal entre los principales líderes se consideraba muy importante para dar forma y consolidar las relaciones bilaterales.

“Pero creo que ya hemos superado esa etapa. Me cuesta imaginar que Biden invite a Xi Jinping a su residencia privada”, dijo.

“San Francisco será un lugar de negocios. Y será muy oficial”.

El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, y el líder chino, Xi Jinping, conversan mientras dan un paseo en el Retiro Annenberg en Sunnylands en Rancho Mirage, California, el 8 de junio de 2013.

Crece la desilusión

Unos años después de la presidencia de Xi, los funcionarios estadounidenses comenzaron a darse cuenta de que no siempre podían contar con las promesas que el líder chino había hecho durante la diplomacia personal.

Un punto importante fue la promesa que Xi hizo en 2015 durante una visita de Estado a EE.UU. de que no “buscaría la militarización” del mar de China Meridional, una promesa que contrastaba marcadamente con lo que sucedió entonces.

“Esos cuatro años del Gobierno de Obama realmente causaron un daño tremendo a la confianza estadounidense sobre cómo será el comportamiento de China bajo Xi”, dijo Sun.

Fue notable que la visita de Xi a Mar-a-Lago se produjera tres meses después de la toma de posesión de Trump.

“[Xi] quería establecer una buena relación con Trump en una etapa temprana para mantener ese impulso”, dijo Suisheng Zhao, director del Centro para la Cooperación China-Estados Unidos de la Universidad de Denver.

“Pero Trump es un animal totalmente diferente”.

Al cabo de unos meses, Trump acusaba a China de no hacer “NADA” para frustrar la búsqueda de armas nucleares de Corea del Norte y poco después comenzó la guerra comercial.

“Ahora estamos en un momento en el que ambas partes han sufrido mucho daño en su confianza mutua, y ambas partes están descubriendo que nuestros intereses nacionales fundamentalmente no están alineados”, dijo Sun.

Xi Jinping, quien entonces tenía 31 años, posa para fotografías frente al puente Golden Gate mientras visitaba San Francisco en 1985.

Granjas de Iowa, retrato del Golden Gate

La visita de esta semana será el quinto viaje de Xi a Estados Unidos como máximo líder de China y el décimo viaje a Estados Unidos en su vida.

Xi llegó por primera vez a Estados Unidos a los 31 años, en 1985, en lo que se cree que fue su primer viaje fuera de China. En aquel entonces, el funcionario poco conocido y de rostro fresco se desempeñaba como jefe del partido en un condado empobrecido en la provincia central de Henan.

Encabezó una delegación de cinco hombres para aprender sobre las prácticas agrícolas y ganaderas en Iowa, donde visitó granjas, hizo un pícnic en un crucero por el río Mississippi y se quedó con una familia estadounidense.

Como parte del viaje, Xi también hizo una parada en San Francisco y posó para una fotografía frente al emblemático puente Golden Gate.

En las décadas siguientes, Xi visitó Estados Unidos cuatro veces más antes de asumir el poder, a finales de 2012.

Antes de que las relaciones bilaterales empeoraran bruscamente, la propaganda oficial china a menudo hacía alarde de esas visitas como un ejemplo de la profunda y duradera amistad entre Estados Unidos y China.

Los expertos dicen que es difícil saber si las primeras visitas de Xi a Estados Unidos podrían haber impactado sus puntos de vista sobre Estados Unidos y cómo.

Zhao, académico de la Universidad de Denver, dijo que es probable que la experiencia personal de Xi tenga un impacto muy superficial. “Eso podría haber afectado su forma de pensar si fuera [una persona común y corriente] y no el líder fuerte que es hoy”, dijo.

Sun dijo que si bien Xi ha tratado de dar la imagen de un estadista de gran potencia, es “principalmente un político interno”.

“No sé si las visitas anteriores de Xi Jinping a Estados Unidos tuvieron un impacto importante en su política exterior. Creo que su estilo de política exterior lo decide su estilo político interno, que es: yo soy el emperador y lo decido todo”.

Con información de Simone McCarthy