(CNN Español) – “El 20 de noviembre, desde las seis de la tarde en adelante, todos los ciudadanos de la República tomarán las armas para arrojar del poder a las autoridades que actualmente nos gobiernan”. Este llamado de Francisco I. Madero marca lo que se considera como el inicio oficial de la Revolución mexicana, en 1910, el movimiento que sacó del poder al dictador Porfirio Díaz y modeló al México de la modernidad.
La Revolución mexicana empezó con el objetivo de poner fin al régimen de 30 años de Díaz. México atravesaba entonces una situación política y social penosa. Uno de los mayores problemas era la propiedad de las tierras: estaban concentradas en las manos de unos pocos, mientras que una gran mayoría de trabajadores del campo y de la ciudad sufría condiciones infrahumanas.
Porfirio Díaz, reconocido entre otros aspectos por su impulso a la infraestructura, había puesto en marcha reformas legislativas que permitían que compañías del exterior tomaran “terrenos baldíos” que le pertenecían a campesinos e indígenas, entre otros grupos. Se habían creado grandes latifundios.
A esto se sumaban las duras condiciones de los trabajadores. “La situación de los trabajadores del campo y la ciudad fue precaria: tenían jornadas de 14 a 18 horas, bajos salarios, no existían las prestaciones, no había descanso semanal ni días festivos y estaban eternamente endeudados en las tiendas de raya, entre otros aspectos”, explica la Universidad Nacional Autónoma de México.
La tienda de raya era el almacén de las haciendas en donde se vendían mercancías a los trabajadores de las fincas agrícolas a cuenta de sus salarios. Los trabajadores de las haciendas eran obligados a comprar en estos establecimientos.
A las pésimas condiciones se sumaba el uso de la fuerza excesiva, ya que en los casos en los que los trabajadores quisieron manifestarse “fueron reprimidos brutalmente”, según una reseña del Estado de México, que recuerda como ejemplos el asesinato de trabajadores durante las huelgas de Cananea y Río Blanco, en 1906 y 1907, respectivamente.
Restituir las tierras y mejorar las condiciones laborales era una clave para la revolución.
En 1910, Madero se fugó a San Antonio, Texas, y lanzó el Plan de San Luis que llamaba al levantamiento contra el general Díaz. Para entonces, la semilla de lo que luego se bautizó como Revolución mexicana ya estaba más que sembrada. Y Madero era una figura fundamental de la lucha contra la perpetuidad de Díaz en el poder, que lo había llevado a promover un año antes la creación del Partido Nacional Antirreeleccionista, cuyo lema era “Sufragio Efectivo, No Reelección”.
Con el levantamiento, comenzaron a surgir guerrilleros a lo largo y ancho del país, entre ellos dos cuya fama ha trascendido con creces el territorio mexicano: Emiliano Zapata y Francisco “Pancho” Villa.
En mayo de 1911, tras meses de lucha, los rebeldes lograron tomar Ciudad Juárez, en Chihuahua, y Porfirio Díaz se vio obligado a renunciar. Con las elecciones, en octubre de ese, año Francisco I. Madero llegó a la presidencia.
“El movimiento revolucionario continuó los siguientes años con descontentos entre las distintas facciones que lo iniciaron. Uno de ellos fue Emiliano Zapata, quien al frente del Ejercito Libertador del Sur reclamaba a Madero haber incumplido lo ofrecido en cuanto a la devolución de tierras a las comunidades indígenas y agrarias del estado de Morelos; en tanto en Chihuahua, al norte, Pascual Orozco acusaba al presidente de corrupción y traición al país”, explica el Gobierno mexicano en una reseña de la revolución.
Desde el 9 de febrero de 1913 Madero sufrió una asonada militar, que los historiadores llamaron la “Decena Trágica”. Fue arrestado y asesinado. Días después, el general Victoriano Huerta asumió la presidencia. En oposición a Huerta, el gobernador de Coahuila, Venustiano Carranza, creó el Plan de Guadalupe y se formó el Ejército constitucionalista. “Pancho” Villa comandaba en el norte y Emiliano Zapata en el sur. La lucha armada logró la renuncia de Huerta en 1914.
El movimiento armado revolucionario y los acuerdos políticos ulteriores derivaron en la creación de la Constitución de 1917, considerada por el Gobierno de México como el fin de la Revolución mexicana, aunque la lucha duró más tiempo.
Los cambios en la democracia mexicana
Uno de los legados más relevantes de la revolución, según la UNAM, fue la ley electoral de 1911, que estableció por primera vez que los diputados y senadores federales se elegirían por voto directo. En la época de Díaz ya existía la elección directa en comicios de carácter local de algunos estados, pero no era generalizado.
La ley de 1911 –que en realidad fue elaborada en la última legislatura de Díaz y promulgada por Madero– también reguló la participación de la ciudadanía en los procesos electorales a través de los partidos.
Pero, sin duda, la gran herencia legal del proceso revolucionario fue la propia Constitución de 1917, caracterizada por la UNAM como “una de las más avanzadas de su tiempo, justamente por los derechos que incluía en materia educativa, en la recuperación, uso y usufructo de la tierra, donde volvió a ser propiedad de la nación las aguas, ríos, mares y montañas”.
La Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, que reemplazó a la Carta Magna de 1857 y que sigue vigente hoy en el país, fue además el texto que materializó los derechos sociales y de los trabajadores del país.
Esta constitución, no obstante, no reconoció los derechos políticos de las mujeres, ni siquiera el del voto, lo que sucedería recién en la década de 1950.
La educación es otro de los campos donde la revolución tuvo un profundo efecto, según expertos. Josefina Zoraida Vázquez, investigadora del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México, dijo en entrevista con Carmen Aristegui que el proceso “abrió campos” en la educación e hizo posible su universalización, mientras que, según datos del Estado de México, en el porfiriato el 80 % de la población era analfabeta.
Además, el “nacionalismo revolucionario” impulsó la obra artística, especialmente la pintura de murales a través de los cuales se empezó a enseñar historia. Al respecto, recuerda la UNAM, pintores como Diego Rivera y José Clemente Orozco dieron vida a la corriente artística llamada muralismo.