Nota del editor: esta historia se publicó originalmente en noviembre de 2021 y se actualizó para el Día de Acción de Gracias de 2023.
(CNN) – Era noviembre de 1997 y Dina Honour organizaba por primera vez una cena de Acción de Gracias. La entonces joven de 27 años había invitado a un grupo de amigos neoyorquinos que, como ella, habían decidido quedarse en la ciudad durante las festividades.
Había sido un año difícil para Honour: había sufrido depresión tras una mala relación.
“Poco a poco había recuperado la sensación de normalidad y no buscaba el amor”, cuenta hoy Honour a CNN Travel.
En contraste, Honour estaba enfocada en recibir a sus amigos para la celebración. Había preparado la mesa del comedor en el departamento de dos habitaciones que compartía en Brooklyn. Su hermana había viajado desde Boston. Se dedicó toda la mañana a hacer puré de papa y a asar el pavo.
Había pedido a cada invitado que trajera algo para contribuir a la comida. Pronto empezaron a llegar sus amigos, portando buenas nuevas festivas, pan de maíz, tartas y salsa de arándanos.
Entonces Honour abrió la puerta a un amigo, solo para darse cuenta de que llegaba con dos invitados misteriosos.
No era el tipo de reunión en la que los acompañantes sorpresa son bienvenidos.
“No estaba contenta”, recuerda Honour. “Pero entonces lo vi y dije ‘Vale’”.
FOTOS | Romance inesperado en Acción de Gracias
“Él” era Richard Steggall, un británico de 25 años que estaba de vacaciones en Nueva York por primera vez. Había viajado a Estados Unidos con un buen amigo que tenía un hermano que vivía en Nueva York. Este hermano era amigo de Honor y había sido invitado a su fiesta.
“En aquel momento no sabía lo que era el Día de Acción de Gracias, para ser sincero, no tenía ni idea”, dice hoy Steggall. “Al haber crecido en el Reino Unido, era vagamente consciente, pero no tenía ni idea del significado de la celebración en absoluto”.
Steggall y sus amigos habían pasado sus vacaciones empapándose de Nueva York, saliendo de fiesta por las noches y explorando los lugares de interés durante el día.
La mañana del 27 de noviembre, se habían levantado tarde, tras haber salido la noche anterior. Buscaban un lugar para comer.
El estadounidense del grupo les explicó que era fiesta nacional y que la mayoría de los restaurantes estarían cerrados.
“Pero sé de una fiesta en la que quizá haya comida”, dijo.
“Así nos lo propuso”, recuerda Steggall. “No teníamos ni idea de que iba a ser una cena semiformal de Acción de Gracias, muy parecida a la de Navidad en el Reino Unido”.
Steggall tuvo el primer indicio de que acudir sin invitación era un error cuando vio la expresión de Honour al abrir la puerta.
Pero también quedó cautivado al instante.
“Desde el principio, Dina me cautivó”, dice hoy.
El sentimiento era mutuo. La frustración de Honour por los invitados inesperados se vio rápidamente atenuada por su atracción instantánea por Steggall.
“Me pareció muy, muy guapo”, dice. “Parece inventado, ¿verdad? El desconocido alto y castaño que llega a tu puerta en Acción de Gracias”.
Ella condujo a los ‘colados’ al departamento. Steggall y su compañero británico, sintiéndose incómodos, trataron de ser lo más discretos posible.
“El otro invitado y yo nos escondimos en un rincón para pasar desapercibidos”, dice Steggall.
Desde su lugar en el rincón, Steggall observó a Honour circulando por la sala.
“Me pareció hermosa. Para mí, que venía de Londres, era una mujer neoyorquina”, dice. “Era fuerte, segura de sí misma, algo ruidosa, pero divertida… simplemente exudaba vida. Y me flechó desde el principio”.
Steggall preguntó a algunos de los invitados por Honour, pero no habló con ella directamente: no quería molestar a la anfitriona a la que ya había ofendido al llegar sin invitación.
Conociéndose con tarta de calabaza
A la hora del postre, Honour se acercó a Steggall con una porción de tarta de calabaza con crema batida, un postre por excelencia de Acción de Gracias que no es nada común en el Reino Unido.
Steggall no lo había probado nunca y aceptó con gusto.
Los dos empezaron a hablar. Honour, que ama la literatura, dejó caer una referencia a Ofelia de Shakespeare en la conversación. Steggall lo captó: conocía “Hamlet”, dijo.
“Fue como si se encendiera una pequeña luz”, dice Honour. “No hay muchos tipos que conozcas en una fiesta, entre cerveza y tarta de calabaza, que se alegren de tener una conversación sobre ‘Hamlet’”.
Los dos pasaron el resto de la noche hablando, estableciendo un vínculo rápidamente.
“Creo que teníamos mucho en común en cuanto a nuestra visión de la vida, y las cosas que eran importantes para nosotros como personas y seres humanos, y la forma en que vemos el mundo, y las cosas que queremos de la vida”, dice Steggall.
Cuando terminaron de cenar, el grupo fue a un bar. Allí, Honour y Steggall estaban tan concentrados el uno en el otro que Honour recuerda que su hermana, que había viajado desde Boston para la reunión, estaba un poco molesta.
“Nos sentamos en la barra, en taburetes frente a frente, e ignoramos a todos los demás”, dice. “Nos pasamos toda la noche hablando y todo el día siguiente”.
El viernes por la tarde Steggall tenía que volar de vuelta a Londres.
Honour lo acompañó a la estación de metro y se despidieron en el andén.
Cuando las puertas del tren se cerraron, Honour recuerda que sintió una sensación de certeza.
“Fue algo realmente intuitivo e instintivo”, dice ahora.
De regreso a su departamento, Honour le confió a su hermana:
“Ese es el hombre con el que me voy a casar”.
Enamorarse por teléfono
Cuando viajó a Nueva York, Steggall había estado saliendo con alguien en Londres. Lo primero que hizo al aterrizar en el Reino Unido fue romper.
“No sabía muy bien qué iba a pasar”, dice, “pero sentí que era lo correcto”.
Al día siguiente, Honour le llamó desde Nueva York.
Y así comenzó un mes de conversaciones telefónicas diarias a distancia, y alguna que otra carta enviada al otro lado del Atlántico.
“Tuvimos una especie de noviazgo a la antigua por teléfono”, dice Honour.
Por aquel entonces trabajaba como profesora sustituta y llamaba a Steggall desde la sala de descanso de la escuela.
Steggall trabajaba como vendedor de flores y árboles de Navidad en Chelsea, Londres, y de vez en cuando trabajaba de DJ por la noche. Hablaba con Honour cuando volvía de una larga jornada de trabajo o antes de salir a un club.
Era mediados de diciembre cuando Steggall se lo propuso.
“Escucha”, dijo Steggall. “¿Por qué no vienes a Londres en Navidad?”.
“No lo sé. Es mucho. Es Navidad. No pasé Acción de Gracias con mi familia. Debería pasar la Navidad con ellos”, recuerda Honour que pensó.
También dudaba en poner su corazón en juego. Había tenido esa difícil ruptura a principios de año y acababa de volver a sentirse satisfecha.
Pero le rondaba por la cabeza la idea de que debía aprovechar este momento.
“No quiero arrepentirme de no haber hecho esto”, recuerda haber pensado. “Si esta es la oportunidad, no quiero perderla”.
Un frío día de diciembre, fue a una agencia de viajes y salió con un pasaje de avión a Londres en las manos.
“Era un compromiso, algo tangible”, dice. “Creo que estaba dispuesta a arriesgarme, con la esperanza de que saliera bien, pero también sabiendo que si no lo hacía, no iba a ser el fin de mi mundo”.
Honour dice que esa sensación de que estaría bien pasara lo que pasara provenía del sentido de sí misma que se había esforzado en cultivar tras un año duro. Confiaba en la conexión con Steggall, pero también en sí misma.
Sus amigos y su familia eran “prudentemente optimistas”, dice. Apoyaban su decisión y esperaban que su fe en Steggall estuviera bien fundada.
Un reencuentro navideño
Honor voló de Nueva York a Londres el día de Navidad. Stegall la esperaba en las llegadas del aeropuerto de Heathrow. Eran las 9 de la noche y llevaba un ramo de sus flores de Chelsea.
Steggall les había contado a sus amigos y familiares que había conocido a alguien durante sus vacaciones en Nueva York. Pero no había tenido mucho tiempo para compartir muchos detalles sobre esta floreciente conexión.
“Todo sucedió tan rápido entre noviembre y diciembre… y con el trabajo de venta de flores y de árboles de Navidad, todo el final de noviembre y todo el mes de diciembre es a tope, son como jornadas de 20 horas”.
En el Reino Unido, el 26 de diciembre se conoce como “Boxing Day” y es también fiesta nacional. En la mañana del “Boxing Day”, Steggall y Honour viajaron juntos a casa de sus padres.
“Es una tradición en nuestra familia celebrar una especie de brunch con champán y salmón ahumado, así que toda la familia estaba sentada alrededor de la mesa tomando una copa de champán y entramos Dina y yo”, recuerda Steggall.
La presentó a su familia y luego se excusó momentáneamente. Cuando regresó, Honour era “el centro de atención”, bebiendo y charlando con su familia.
“La dejé en la habitación con mis padres, mis tíos y mi hermana, y se llevaron muy bien”, dice Steggall.
“Fueron todos increíblemente amables”, dice Honour.
“Mis padres estaban muy contentos de que hubiera conocido a alguien, y estaba claro que era amor desde el principio… y creo que te dirán que pudieron ver completamente un cambio en mí, y ver lo feliz que era”, dice Steggall.
Ese mismo día, Steggall sorprendió a Honour con un billete de avión. Los dos iban a volar a la isla de Mallorca en España con algunos amigos de Steggall para pasar la Nochevieja.
Fue un viaje estupendo, dice Honour, aunque tuvo que soportar un poco de curioseo de los amigos de su nuevo novio.
Cuando terminaron las fiestas, tuvo que volver a Estados Unidos. Pero Steggall reservó un fin de semana espontáneo en Nueva York a finales de enero de 1998, mientras Honour volaba a Londres para el día de San Valentín.
Para esas vacaciones, la pareja alquiló un coche deportivo y se alojó en un elegante hotel de Richmond, al oeste de Londres.
“Todo esto estaba fuera de nuestra zona de confort en aquel momento, pero intentamos recrear este fin de semana romántico”, dice Steggall.
Él se compró un traje y un par de zapatos elegantes por primera vez, y recuerda que estuvo a punto de caerse por las escaleras del hotel porque los zapatos no estaban bien puestos.
Mudanza a Nueva York
En la primavera de 1998, Steggall dejó su trabajo en el mercado de flores y viajó a Nueva York durante tres meses, con la intención de pasar el verano con Honour.
No se suponía que fuera permanente, pero, mirando hacia atrás, considera que sus amigos y su familia lo sabían mejor.
“Las despedidas que tuvimos, y algunas de las fiestas que se organizaron, tenían un aire más definitivo que el de una cosa de tres meses: era realmente una despedida para una nueva vida”.
Aún así, Steggall llegó con apenas una bolsa verde de ropa. Se instaló en el departamento de Honour, el mismo en el que se había presentado, sin ser invitado, el Día de Acción de Gracias anterior.
Pasaron juntos los calurosos días del verano, explorando la ciudad, paseando por Central Park y el East Village, consolidando su certeza de que querían estar juntos a largo plazo.
Aunque sentían que el matrimonio podía estar en su futuro, la pareja dice que no quería casarse en ese momento, aunque hubiera sido una forma de asegurar que Steggall pudiera quedarse en Estados Unidos.
“Creo que los dos teníamos muy claro que: ‘Sí, queremos que lo digas, y encontraremos la manera de hacerlo, y sí, quizás más adelante, habrá matrimonio’. Pero esas dos cosas estaban muy separadas, creo que para ambos”, dice Honour.
Así que Steggall empezó a buscar trabajos con visado y acabó trabajando en las Naciones Unidas.
“Cuando le cuentas la historia a la gente, no pueden creer que sea verdad: piensan que eres un espía que trabaja para la ONU o algo así”, bromea Steggall.
Fue una oportunidad increíble en términos de su carrera. Steggall y Honour empezaron a establecerse juntos en Nueva York.
Una propuesta de matrimonio en Nochevieja
La historia de la pareja había comenzado en Acción de Gracias y continuó en Navidad. Y en la Nochevieja de 1999, ambos iniciaron un nuevo capítulo juntos cuando Steggall le propuso matrimonio en la llegada del nuevo milenio.
La pareja recuerda haber visto esa mañana en CNN la explosión de los fuegos artificiales sobre el puerto de Sydney. Honour estaba maravillada con el espectáculo, pero Steggall se había quedado callado por los nervios.
“Estaba sentado allí, muy nervioso y de malas. Y Dina me dijo: ‘¿Qué te pasa, es Nochevieja y es el nuevo milenio?’”, cuenta Steggall, riendo.
Esa noche, se dirigieron a la fiesta de un amigo en un rascacielos con vistas a la ciudad. Para ese momento, los nervios de Steggall eran aún peores.
“Me costaba un poco mantener la calma, había empezado a contárselo a la gente”, dice. “Lo compartí con un par de personas, que estaban muy emocionadas”.
Más amigos se enteraron cuando Steggall no pudo abrir una botella de champán porque le temblaban mucho las manos.
Se la entregó a otra persona y se abrió paso entre la multitud para encontrar a Honour. Cuando el reloj marcó la medianoche, le pidió que se casara con él.
“Creo que le di una patada en la espinilla por la emoción”, dice ella.
La pareja se casó en abril de 2001 en Nueva York, en un lugar llamado Manhattan Penthouse, en la Quinta Avenida. Sus amigos y familiares británicos se alojaron en los glamurosos hoteles que rodean Union Square.
“Queríamos ofrecer a nuestros amigos y familiares que venían, especialmente de Londres, pero también de donde yo crecí, cerca de Boston, una experiencia neoyorquina real, así que elegimos un lugar en el último piso, con ventanas en todos los lados”, dice Honour.
Los invitados admiraron las vistas del Empire State mientras brindaban por el futuro de la pareja.
Después, Honour y Steggall contrataron limusinas para que los invitados siguieran su camino. Algunos fueron a los bares de Union Square o disfrutaron de copas en sus hoteles.
“Hay todo tipo de historias sobre dónde acabó la gente”, dice Steggall. “Mi padre fue visto por última vez en una limusina, no estoy seguro de que esto sea real, pero se ha convertido en algo real, saliendo por el quemacocos, señalando hacia la ciudad, mientras la limusina subía por Broadway. Creo que probablemente sea un mito urbano, pero se ha convertido en parte de nuestra leyenda familiar”.
Un nuevo capítulo en Europa
Tras una luna de miel “increíble” en Australia, Steggall y Honour siguieron disfrutando de la vida en Nueva York, y más tarde tuvieron dos hijos.
Y en 2008, su vida dio un nuevo giro cuando la familia se trasladó a Nicosia, Chipre, por el trabajo de Steggall en la ONU.
Cuando surgió la oportunidad de trasladarse, la pareja empezaba a sentir que su departamento de Nueva York se les había quedado pequeño. Steggall, que siempre ha sido un poco viajero, estaba deseando vivir una nueva aventura.
Sin embargo, la decisión de trasladarse a Chipre no fue fácil. Su hijo menor solo tenía seis meses en ese momento.
Además, Honour dice que es la más reacia al riesgo de los dos, y que al principio no estaba segura. Pero, tras una larga conversación, la pareja se decidió a hacerlo.
“Decidimos que los pros superaban a los contras”, dice Honour.
En Nicosia, la pareja tuvo que lidiar con un pequeño choque cultural al principio, pero finalmente hizo buenos amigos, abrazando el estilo de vida mediterráneo, satisfechos de que sus hijos crecieran entre bellos paisajes y sol.
“Creo que cambió mucho nuestra mentalidad sobre el tipo de vida que podíamos tener”, dice Steggall.
Tanto es así que, en lugar de volver a Nueva York como siempre habían asumido, la familia se trasladó más tarde a Copenhague.
En 2021, Steggall y Honour siguen viviendo en Dinamarca. Sus hijos tienen 17 y 13 años, y puede que sean neoyorquinos de nacimiento, pero se han criado en toda Europa y les encanta viajar.
Steggall sigue trabajando para la ONU, mientras que Honour es autora y editora. Ha publicado el libro “there’s Some Place Like Home: Lessons From a Decade Abroad” en 2018.
Tradiciones de Acción de Gracias
Hace más de 10 años que Steggall y Honour vivieron por última vez en EE.UU., pero el Día de Acción de Gracias sigue siendo una fecha importante para la pareja; al fin y al cabo, la fiesta los unió.
“Los niños conocen la historia, se ha convertido en parte de nuestra tradición familiar”, dice Honour.
“Siempre es una fecha en el calendario en la que empezamos a reflexionar sobre nuestras vidas y lo que ha pasado y todo, toda la historia de principio a fin”, dice Steggall.
Steggall añade que durante sus primeros años de vida en Estados Unidos, Acción de Gracias se convirtió rápidamente en su festividad estadounidense favorita.
“Era mágica porque ibas y tenías esa comida fantástica, pasabas tiempo con la familia y al día siguiente te sentabas en rompa cómoda a ver la televisión, todos juntos relajándose”, recuerda.
Cuando Steggall y Honour se mudaron por primera vez a Chipre, trataron de recrear las tradiciones estadounidenses de Acción de Gracias. Pero a medida que se han ido adaptando a la vida en Europa, han empezado a celebrar la fiesta de forma diferente.
Este año, en Copenhague, salieron a cenar en familia y reflexionaron sobre lo que agradecen.
Y algo por lo que Steggall y Honour estarán siempre agradecidos es por su encuentro fortuito, su conexión y sus años de conversaciones.
“Todavía pasamos horas y horas y horas hablando”, dice Honour.
“Que Dina me ofreciera ese pay de calabaza fue el inicio de esa conversación, que lleva ya 24 años”, dice Steggall.