Jean Luis Hernández, de 7 años, ayuda a preparar pasteles para las personas sin hogar el sábado en la escuela secundaria Robert F. Wagner en Nueva York. Crédito: Laura Oliverio/CNN.

(CNN) – Cuando los estadounidenses se sienten a cenar para el Día de Acción de Gracias, Jean Luis Hernández, de 7 años, estará en la habitación individual que comparte con su familia en un otrora elegante hotel de Manhattan, extrañando a sus queridos abuelos en Venezuela.

“Piensa en ellos todo el tiempo”, dice Lucelys García, de 27 años, madre del niño. “Siempre estuvo con ellos”.

Jean Luis, su madre, su padrastro y su tía no comerán pavo con salsa este jueves. No verán fútbol por televisión. Su tía de 17 años, Kimberlyn Nayib Izquierdo Flores, nunca ha oído hablar de los Pilgrims ni del Mayflower.

Sin embargo, cuenta con entusiasmo cómo ella y sus tres familiares viajaron en los últimos meses a través de media docena de países y una selva brutal llamada el Darién, donde vieron cuerpos flotando boca abajo en ríos crecidos por la lluvia.

“Fuimos de Colombia a Panamá, de Panamá a Costa Rica, luego Nicaragua y Honduras, Guatemala y México y cruzamos la frontera de EE.UU.”, recuerda.

“Algunos días no comíamos”.

Para muchos de los miles de solicitantes de asilo de todo el mundo que llegaron a la ciudad de Nueva York el año pasado, el Día de Acción de Gracias es solo un día más, considerando lo que han pasado. Y lo que les espera.

Franklin José Rivero, izquierda, y Lucelys García extienden masa para pasteles de Acción de Gracias. Crédito: Laura Oliverio/CNN.

El feriado es un día más para concentrarse en los documentos de inmigración, los empleos que conseguir, un nuevo idioma que aprender y una ciudad fría y extensa por la que navegar.

“Queremos adaptarnos a las nuevas tradiciones”, dijo García el sábado a la salida de una escuela secundaria de Manhattan donde ella y otros inmigrantes hornearon pasteles de calabaza que distribuyeron en refugios para personas sin hogar con la ayuda de una organización sin fines de lucro, que brinda representación legal gratuita para niños y familias.

“Siempre tendremos a Venezuela en nuestros corazones. Pero tendremos que adaptarnos a nuevas costumbres para sobrevivir aquí”.

Una espiral de crisis en una nueva tierra

Desplazados por la guerra, la persecución, la violencia, la violación de derechos humanos, la pobreza o la crisis climática, los recién llegados en los últimos años han impulsado un movimiento migratorio masivo a ciudades de todo EE.UU.

Algunos han sido trasladados en autobús desde Texas, mientras que otros han llegado por su cuenta, agotando los recursos locales en una ciudad que, bajo un mandato local, debe ofrecer refugio a todos.

Mientras que otras regiones estadounidenses han recibido un número creciente de inmigrantes, la ciudad de Nueva York se ha convertido en el epicentro de la crisis. El número de solicitantes de asilo recién llegados desde la primavera de 2022 ha superado los 100.000, y se prevé que los costos de vivienda y otros servicios básicos alcancen los US$ 12.000 millones en los próximos años.

La migración sin precedentes en el hemisferio occidental ha planteado un gran desafío para la administración demócrata del presidente Joe Biden, en la frontera sur de EE.UU. y en ciudades como Nueva York, donde los solicitantes de asilo eligen ir mientras sus casos pasan por los tribunales de inmigración del país, a menudo por años.

El alcalde de Nueva York, Eric Adams, también demócrata, declaró estado de emergencia y advirtió que el costo de la crisis migratoria podría “destruir” Nueva York a menos que haya más ayuda estatal y federal.

Adams anunció el mes pasado una nueva norma que requiere que las familias migrantes en los refugios de la ciudad de Nueva York se vayan después de 60 días y vuelvan a solicitar colocación. La ciudad estima que hay más de 64.000 inmigrantes en su sistema de refugio.

Es probable que la reglamentación de los 60 días afecte a decenas de miles de niños inmigrantes sin hogar que ahora están matriculados en el sistema de escuelas públicas de la ciudad, creando nuevas dificultades para las familias obligadas a reubicarse.

“Estados Unidos es seguro”

Niños preparan masa para tarta en la escuela secundaria Robert F. Wagner de Nueva York. Crédito: Laura Oliverio/CNN.

Safa Faqiry, de 9 años, estaba parada en una mesa el sábado en la cafetería de una escuela con su hermana Marva, de 15 años, preparando pasteles de calabaza con la ayuda del personal del Proyecto Rousseau, una organización sin fines de lucro que brinda asistencia legal a los inmigrantes.

Dijeron que su padre había sido un diplomático afgano en Irán. Se vieron obligados a huir de ese país en febrero, cuando Irán entregó formalmente la embajada afgana en Teherán a los talibanes.

“Después de Brasil, pasamos por 11 países e incluso por la jungla de Panamá para llegar a EE.UU.”, dijo Safa. “Vine aquí porque nuestro país no era seguro. Estados Unidos es seguro. Puedo salir sola con mi hermana”.

Safa y sus tres hermanos están en la escuela mientras viven con sus padres en un hotel de Manhattan.

“Quiero ir a la escuela”, dijo. “Nadie puede decirme que no puedo ir a la escuela porque a mí me gusta ir. No quiero ver mi futuro en la basura. Yo quiero estudiar. Quiero ser doctora”.

Cerca de allí, el Hotel Roosevelt se ha convertido en el principal centro de recepción de recién llegados a la ciudad. Con alrededor de 3.000 personas alojadas en los pisos superiores, según funcionarios de la ciudad, la otrora gran posada ahora se conoce como “la nueva Isla Ellis”, en honor al sitio en el puerto de Nueva York a través del cual 12 millones de inmigrantes ingresaron a EE.UU.

Allá por 1894, 350 “extranjeros” en Ellis Island “aprendieron por primera vez el significado del Día de Acción de Gracias en EE.UU.”, al sentarse a disfrutar de un “festín de pavo, verduras, pasteles y pudín”, informó el New York Times.

Safa Faqiry, de 9 años, apila pasteles horneados para las personas sin hogar. Crédito: Laura Oliverio/CNN.

“Los felices inmigrantes estaban alineados a lo largo de largas mesas cargadas de cosas buenas”, dijo el periódico, y agregó que “durante las siguientes dos horas comieron, bebieron y estuvieron extremadamente felices”.

El sábado, la última generación de recién llegados al país horneó cientos de pasteles de calabaza para neoyorquinos sin hogar antes de la festividad. Su trabajo fue organizado por el Proyecto Rousseau, que está ayudando a unos 2.000 recién llegados a gestionar sus necesidades de servicios legales de inmigración y ofrece programas académicos y de otro tipo para más de 2.000 jóvenes, incluidos inmigrantes.

“Para mí, el mensaje más importante del Día de Acción de Gracias es que se trata tanto de la gratitud como de la entrega, y tal vez de cuánta alegría surge del simple hecho de dar”, dijo Andrew Heinrich, quien fundó el Proyecto Rousseau y se desempeña como director ejecutivo.

“Agradecido de estar vivo”

Muchos de los inmigrantes todavía están lidiando con los traumas de su viaje a Estados Unidos. Muchos cruzaron la frontera entre EE.UU. y México hacia Texas solo para ser obligados a subir a autobuses y enviados a ciudades como Nueva York, donde llegaron con enormes necesidades y pocas conexiones. Aquellos que no tenían familiares en esa ciudad a menudo terminaban en hoteles y refugios para personas sin hogar, dependiendo de la ayuda de organizaciones sin fines de lucro.

Heinrich recordó un viaje en el que se invitó a inmigrantes a sentarse en la cancha en un partido de baloncesto de la NBA. Algunos inicialmente retrocedieron, negándose a subir al autobús para ir al partido.

“Tuvimos que explicar: ‘No te preocupes, sabemos adónde va este autobús. Pagamos por este autobús’”, dijo Heinrich. “Al principio hubo confusión, ¿sabes?”.

“La última vez que vieron un autobús no fue tan buena”.

El sábado, en la cafetería de la escuela secundaria Robert F. Wagner en Manhattan, docenas de familias inmigrantes y miembros del personal del Proyecto Rousseau hornearon cientos de pasteles que luego colocaron en cajas para distribuir en refugios para personas sin hogar.

A veces, Jean Luis, de 7 años, corría con la energía ilimitada que su madre decía que exhibía atravesando la densa selva tropical y las montañas cubiertas de selva del Tapón del Darién entre Colombia y Panamá en su camino desde Venezuela.

Jean Luis siempre iba por delante de su madre, dijo, caminando por terrenos peligrosos con una familia haitiana con la que se hicieron amigos en el camino. Los inmigrantes haitianos lo apodaron “Dinamita” por su energía explosiva.

Los pasteles de calabaza se alinean antes de hornearse en la escuela secundaria Robert F. Wagner en Nueva York. Crédito: Laura Oliverio/CNN.

Su padrastro, Franklin José Rivero, de 24 años, los seguía, acarreando comida y agua e incluso llevando a cuestas a su propia hermana de 17 años durante parte del viaje.

“Él nos animaba a seguir adelante”, dijo García sobre su hijo. “Era como si él nos estuviera guiando. ‘Vamos a lograrlo’, se la pasaba diciendo”.

La familia abandonó Venezuela en mayo. Saltaron de un tren de carga en movimiento en el norte de México, dijeron, y cruzaron el Río Grande hacia Eagle Pass, Texas, en agosto.

Franklin José Rivero abraza a su hijastro Jean Luis Hernández en la escuela secundaria Robert F. Wagner en Nueva York. Crédito Laura Oliverio/CNN.

“Estamos agradecidos de estar vivos, de estar aquí”, dijo García unos días antes del Día de Acción de Gracias. “Espero que con el tiempo mi hijo pueda olvidar las cosas que vio en nuestro viaje. … Quiero que aprenda nuevas tradiciones. Pero Venezuela siempre estará en su corazón, junto a sus abuelos”.