(CNN Español) – Willy Wonka es quizá el personaje más conocido del escritor británico Roald Dahl.
Su reconocimiento público no ha dejado de crecer desde que en 1964 se publicó el libro de Dahl que lo dio a conocer, el mundialmente famoso Charlie y la fábrica de chocolate.
La huella de Willy Wonka en la cultura popular sigue intacta en la actualidad, al tal punto que el 15 de diciembre se estrena la película “Wonka”, la cual abordará al personaje de Dahl en forma de precuela a los filmes anteriormente estrenados sobre el libro, Willy Wonka y la fábrica de chocolate (1971) y Charlie y la fábrica de chocolate (2005).
Si bien Dahl ha sido calificado de antisemita –algo que tanto su patrimonio como el museo dedicado a su obra han aceptado– y sus libros han sufrido cambios para quitar palabras consideradas como ofensivas, Willy Wonka no se ha visto manchado por estas cuestiones y continúa firme como un personaje característico de la literatura infantil inglesa.
A todo esto, ¿te has preguntado dónde nace este personaje? ¿Fue alguien real o simplemente producto de la imaginación de Dahl? La respuesta tiene un poco de ambas posturas.
¿Fue Willy Wonka un personaje real? En esto se inspiró Roald Dahl
Como respuesta corta, podemos decir que Willy Wonka no fue una persona real. Más bien, fueron acontecimientos reales los que inspiraron a Dahl para crear su obra.
Dahl, quien nació en 1916, llegó en 1930 a la Repton School, en Derbyshire, Inglaterra, para continuar con sus estudios. Estuvo en esta institución educativa hasta 1934, cuando tenía 18 años, de acuerdo con el sitio web de la escuela.
Y fue justamente en sus años en Repton que el escritor encontró inspiración para lo que más tarde sería Charlie y la fábrica de chocolate.
¿Qué pasó? El mismo Dahl lo cuenta en Boy, relatos de la infancia (1984), un libro de tono autobiográfico donde cuenta varias historias reales que le ocurrieron cuando era joven.
Entre esos relatos está uno titulado Chocolates. Ahí, Dahl cuenta que, en su estadía en Repton, la empresa Cadbury enviaba cada cierto tiempo una caja de chocolates a varios niños de su escuela, todos de entre 13 y 18 años.
Cada niño recibía “doce tabletas de chocolate, todas de formas diferentes, todas con rellenos distintos y todas con números del 1 al 12 estampados en la parte inferior del chocolate”, cuenta Dahl en su relato.
En la caja venía además una hoja blanca con dos columnas: una con números del 1 al 12 para cada chocolate y otra con espacios para hacer comentarios para cada tableta, agrega Dahl.
Básicamente, lo que Cadbury estaba haciendo era un estudio de mercado con sus consumidores más asiduos. A cambio de chocolates, los niños tenían que comentar lo que opinaban de cada uno (11 tabletas eran nuevas creaciones de la compañía y el número 12 era el chocolate de control, es decir, uno ya conocido por todos, como dice Dahl en su relato).
“Todo lo que teníamos que hacer a cambio de este espléndido regalo era probar con mucho cuidado cada tableta de chocolate, puntuarla y hacer un comentario inteligente sobre por qué nos gustaba o no”, explica Dahl.
No era cosa menor para Cadbury, sino todo lo contrario. Según el Students Recourse DHA, sitio web de recursos académicos para las universidades inglesas de Cambridge y Londres, Cadbury y Rowntree eran las fabricantes de chocolates más grandes de Inglaterra en esos años y a menudo trataban de robarse los secretos de las recetas al enviar espías a las fábricas de cada compañía. Por tanto, los niños como catadores de chocolates reducían el riesgo de espionaje.
El detalle de los espías terminaría siendo vital también para Dahl, pues en ello se inspiró el escritor para desarrollar la parte alrededor de Slugworth, el rival que buscaba robar las recetas de Wonka.
Gracias a las palabras de Dahl en su relato Chocolates, sabemos que toda esta experiencia llevó al autor británico a soñar con ser el chocolatero estrella de Cadbury, a imaginarse que creaba la mejor tableta de chocolate del mundo, y, décadas después, a escribir Charlie y la fábrica de chocolate.
Así lo detalla él mismo:
“Me imaginaba trabajando en uno de esos laboratorios y, de repente, se me ocurría algo tan absolutamente insoportablemente delicioso que lo tomaba en la mano y salía corriendo del laboratorio por el pasillo hasta llegar al despacho del mismísimo gran señor Cadbury. ‘¡Lo tengo, señor!’, gritaba, poniéndole el chocolate delante. ‘¡Es fantástico! ¡Es fabuloso! ¡Es maravilloso! ¡Es irresistible!’.
“Lentamente, el gran hombre tomaba mi chocolate recién inventado y le daba un pequeño mordisco. Se lo pasaba por la boca. Luego, de repente, se levantaba de la silla y gritaba: ‘¡Lo conseguiste! ¡Lo lograste! Es un milagro’. Me daba palmadas en la espalda y gritaba: ‘¡Lo venderemos por millones! ¡Vamos a arrasar en todo el mundo! ¿Cómo demonios lo hiciste? Tu sueldo se duplicará’.
“Era hermoso soñar aquellos sueños, y no me cabe la menor duda de que, 35 años más tarde, cuando buscaba un argumento para mi segundo libro para niños, me acordé de aquellas cajitas de cartón y de los chocolates recién inventados que llevaban dentro, y empecé a escribir un libro titulado Charlie y la fábrica de chocolate”.