Nota del editor: Frida Ghitis, exproductora y corresponsal de CNN, es columnista de asuntos mundiales. Es colaboradora semanal de opinión de CNN, columnista del diario The Washington Post y columnista de World Politics Review. Las opiniones expresadas en este comentario le pertenecen únicamente a su autora. Ver más opiniones en CNN.
(CNN) – El breve respiro de los combates entre Hamas e Israel ha terminado, como muchos anticipábamos, reavivando el desgarrador conflicto que tanto sufrimiento ha producido a ambos lados de la frontera de Gaza. Las batallas continuarán. A menos, claro, que los principales actores en el Medio Oriente y el resto de la comunidad internacional intervengan para ejercer la presión necesaria y asuman riesgos para resolver este conflicto.
¿Hay alguna forma de detener el derramamiento de sangre? ¿Hay alguna forma de poner fin a esta guerra y abrir un camino hacia una paz duradera?
La respuesta es sí. Existe una solución perfectamente razonable, aunque extremadamente difícil y quizá poco realista. Pero no es imposible.
Cada plan de paz israelí-palestino, cada elemento de un plan, hace pensar inmediatamente en los numerosos obstáculos que contiene. Y, sin embargo, hay destellos de luz, razones para albergar alguna esperanza. Son débiles, pero notables, y encierran el potencial de al menos un mínimo de optimismo.
La respuesta para poner fin a la guerra, e incluso al conflicto israelí-palestino, no es ningún misterio. Los negociadores ya varias veces en el pasado estuvieron a punto de resolver un conflicto que lleva décadas. Ahora mismo, el problema más inmediato es Hamas, una organización terrorista opuesta a la reconciliación entre israelíes y palestinos y comprometida con la destrucción de Israel.
Ningún país puede permitir que un grupo hostil respaldado por un enemigo casi nuclear (Irán, en este caso) gobierne un territorio a sus puertas. Es imposible expulsar a Hamas de Gaza por la fuerza militar sin agravar las desesperadas condiciones de los civiles gazatíes.
Pero permitir que Hamas prevalezca y permanezca en el poder lo envalentonaría a él y a sus aliados, especialmente Hezbollah en el Líbano. Reforzaría a Irán y a su red de milicias afiliadas en Yemen, Siria, el Líbano y otros lugares. Una victoria de Hamas, su supervivencia en el poder, desestabilizaría la región e impulsaría a Irán. La historia ha demostrado lo que ocurre cuando no se disuade a los agresores.
Pero si Hamas libera a los rehenes y depone las armas, esta guerra podría terminar.
¿Por qué lo haría Hamas? Sus dirigentes afirman que el pueblo de Gaza, y ellos mismos, disfrutan convertirse en mártires. Pero está claro que los líderes de Gaza no quieren morir. La perspectiva de sobrevivir sería tentadora, sobre todo teniendo en cuenta sus enormes recursos financieros. Lo que plantea otro problema: Israel será reacio a dejar escapar a los líderes de Hamas. Y, sin embargo, Israel no tiene garantías de poder desarraigar y destruir totalmente la organización.
Para hacer que Hamas se marche, los países árabes y musulmanes deberían unirse al resto de la comunidad internacional para ejercer presión sobre el grupo que desencadenó esta guerra.
Esto supondría un cambio de rumbo con respecto a la actual presión a favor de un alto el fuego permanente, que dejaría a Hamas en el poder y garantizaría que volviera a atacar y que se produjera otra guerra, probablemente mucho más mortífera. Porque si Hamas sobrevive, Hezbollah podría unirse a ella la próxima vez. Y para entonces, puede que Hamas se haya hecho tan popular que sea capaz de tomar el control de la Ribera Occidental. Si el 7 de octubre fue una pesadilla de matanzas, un asalto desde la Ribera Occidental y desde el Líbano tendría un potencial apocalíptico.
A cambio de que Hamas deponga las armas, Israel debería acceder a reiniciar un proceso encaminado a la creación de un Estado palestino. Lo sé, lo sé. El actual Gobierno israelí se opone a ello y, tras la masacre de unos 1.200 israelíes perpetrada por Hamas el 7 de octubre, los israelíes han experimentado un espeluznante recordatorio de que el “Eje de la Resistencia”, como se autodenominan los grupos vinculados a Irán comprometidos con la destrucción de Israel y la promoción de los objetivos de Irán, van muy en serio con su objetivo.
El “Eje de la Resistencia” debería enfrentarse a una “Alianza de Pacificadores”.
Un fuerte impulso a la paz por parte de los nuevos amigos árabes de Israel, los países de los Acuerdos de Abraham, que normalizaron los lazos diplomáticos con Israel en virtud de la serie de acuerdos firmados por Trump que llevan ese nombre, tal vez nuevos países que se unan a ese frente, junto con países árabes que hicieron la paz con Israel anteriormente, podrían ayudar a persuadir a Israel de que hay un camino hacia la paz y la seguridad.
El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, se ha vuelto profundamente impopular. Es poco probable que sobreviva en el poder mucho tiempo después de que terminen los combates. Sus perspectivas de permanecer en el poder parecen aún más sombrías después de la última información del diario The New York Times acerca de que los funcionarios de inteligencia israelíes tenían información sobre el inminente ataque de Hamas y lo desestimaron.
Sea quien sea su sustituto, es poco probable que los políticos de ultraderecha que incorporó a su coalición, antes parias políticos, formen parte de la próxima. Sin Netanyahu, la coalición de gobierno podría incluir a legisladores que se han negado a unirse al actual primer ministro, por lo que los partidos radicales no estarían obligados a formar una mayoría de gobierno. Ese es otro punto brillante en el horizonte.
Aquí está la más brillante: cuando Hamas lanzó su ataque del 7 de octubre, cabía esperar que se le unieran Hezbollah, quizá incluso Irán, y los palestinos de la Ribera Occidental, o los ciudadanos árabes de Israel, que constituyen aproximadamente el 20% de la población del país. Podría haber esperado que los países árabes que mantienen relaciones diplomáticas con Israel las rompieran.
Pero no ha sido así.
La decisión del presidente Joe Biden de apoyar firmemente a Israel y desplegar la Marina estadounidense en la región puede haber evitado que Irán y sus grupos entraran en acción. Hamas también atacó a ciudadanos árabes de Israel. Drusos, beduinos y otros están en la lucha.
Mientras tanto, los Acuerdos de Abraham, puestos a prueba, han resistido. Bahréin y los Emiratos Árabes Unidos condenaron el ataque de Hamas. A continuación, los EAU condenaron la campaña de Israel en Gaza por su elevado número de víctimas civiles. Pero las relaciones han sobrevivido.
Un alto funcionario de EAU declaró recientemente: “Los Acuerdos de Abraham están aquí para quedarse”. Igualmente destacable es que Arabia Saudita ha indicado que sigue interesada en buscar la paz con Israel, según la Casa Blanca.
El aumento del sentimiento antiisraelí en todo el mundo árabe como reacción a la contraofensiva israelí en Gaza causa sin duda malestar, incluso ansiedad, entre los dirigentes de los países árabes que mantienen relaciones con Israel. Pero las autocracias, aunque son conscientes de la opinión popular, no están en sujetas a ella. Las monarquías saudí y emiratí tienen el control absoluto de sus países. Al menos por ahora, la reacción popular puede no hacer mucho más que crear un enfriamiento temporal de las relaciones bilaterales.
Las razones de EAU y Arabia Saudita para querer estrechar lazos con Israel: contrarrestar a Irán, fortalecer sus economías, promover la estabilidad regional, siguen intactas después del 7 de octubre.
Son noticias terribles para Hamas y para Irán. Al igual que otros, creo que una de las razones del atentado de Hamas era desbaratar la reconciliación entre Arabia Saudita e Israel. De hecho, puede haber hecho precisamente lo contrario, al mostrar lo peligrosos que son los grupos de combatientes respaldados por Irán para la región y, por tanto, reforzar la motivación saudí para contrarrestar a Teherán acercándose a Israel.
Uno de los mayores dilemas es qué ocurrirá en Gaza si Hamas es desalojado del poder. Ningún país árabe quiere asumir la responsabilidad de ese territorio intranquilo. El Gobierno Autónomo Palestino, el órgano de gobierno lógico, apenas puede controlar la Ribera Occidental. Ha perdido legitimidad y apoyo público.
Y, sin embargo, éste podría ser un momento para que los líderes árabes intervengan con un acto de heroísmo. Tal vez los EAU, cuyas fuerzas tienen experiencia y están bien entrenadas, podrían ofrecer respaldo al Gobierno Autónomo Palestino, con patrullas conjuntas y una administración estricta de lo que debería ser un programa de reconstrucción a gran escala. Curiosamente, los EAU ya están instalando un hospital de campaña en Gaza.
Es imperativo un programa de reconstrucción política a gran escala en el Gobierno Autónomo Palestino, para erradicar la corrupción rampante y reconstruir la confianza pública. Y tendría que surgir un líder palestino fuerte que defienda la paz con Israel para evitar que se repitan las veces en que los líderes palestinos rechazaron las ofertas de paz de los israelíes, destruyendo de hecho el ala de paz de Israel y abriendo la puerta a los líderes de derechas en el país.
Una vez más, cada paso hacia una solución viene envuelto en un centenar de problemas. Razonable y realista no son sinónimos en este conflicto. Por eso los mejores diplomáticos del mundo no han conseguido resolver este problema en 75 años.
Quizá la mayor razón para el optimismo sea que algunos de los peores combates han conducido en dos ocasiones anteriores a avances hacia la paz. Ocurrió tras la Guerra del Yom Kippur de 1973 y tras la primera Intifada, que finalmente condujeron a la paz entre Israel y Egipto y a los Acuerdos de Oslo, respectivamente.
Permitir que los líderes de Hamas sobrevivan en el exilio, llevar al Gobierno Autónomo Palestino y quizá a los EAU a Gaza no está exento de riesgos. Y, sin embargo, la alternativa es peor: más muerte, más sufrimiento, más generaciones de desconfianza.
¿Soy optimista? Por favor, no preguntes. Pero sí creo que existen posibilidades de paz.