(CNN) – Hay un millón de historias de pesadilla sobre la pérdida de equipaje por parte de las aerolíneas. Algunas se convierten en historias de detectives con final feliz, otras siguen siendo misterios sin resolver. Esta es diferente.
Se trata de una historia sobre lo agradable que puede ser no poder reclamar el equipaje facturado, pero tal vez solo si vuelas con Icelandair.
El pasado diciembre, mi familia y yo vivimos la versión de pesadilla de este tipo de historia. Una de nuestras maletas, la única de gran tamaño, no llegó en nuestro vuelo a Munich, así que durante la primera semana mi esposa lavó su único atuendo cada noche. Y los demás —a los que nos faltaban chaquetas y botas— pasamos frío.
La segunda semana dedicamos mucho tiempo a hacer turismo por los centros comerciales austríacos en busca de ropa de recambio. La compañía aérea, una de las principales de Estados Unidos, nunca atendió el teléfono de equipajes perdidos ni respondió a ninguno de los numerosos correos electrónicos que envié preguntando por nuestra maleta perdida. Nos la devolvieron una semana después de volver a casa.
Equipaje listo para Islandia
Una vez aprendida la lección, hice dos ajustes cuando nos dirigimos a Islandia para Acción de Gracias este año.
En primer lugar, coloqué una AirTag –un dispositivo pequeño de rastreo cuya función es a ayudar a localizar objetos perdidos– en el interior de la única maleta que facturamos, la mía. En segundo lugar, empaqueté una pequeña bolsa de mano con un gorro, guantes, botas, un atuendo y un par de prendas más. Por si acaso.
Antes del viaje, nos preocupaba el tiempo (Islandia es impredecible en noviembre) y la posible erupción del volcán Grindavik. En el aeropuerto, esas preocupaciones quedaron relegadas a segundo término por la inquietud de no poder llegar nunca.
Nuestro vuelo de JetBlue (Icelandair colabora con ellos en vuelos nacionales) de Atlanta a Boston se retrasó 10 horas por motivos mecánicos, según nos dijeron. Nos sentamos en el aeropuerto internacional de Hartsfield-Jackson mientras una serie de retrasos que duraron todo el día nos obligaban a perder nuestro vuelo de conexión y amenazaban con hacernos perder también el último vuelo a Reikiavik de esa noche.
Con menos de 30 minutos para la conexión en Boston, tomamos el vuelo de Icelandair corriendo desde nuestra puerta de llegada a otra terminal. Fuimos los últimos en subir al avión. Y mi maleta, que no corrió con nosotros, se quedó en el Logan International, el aeropuerto de Boston.
Un océano entre mi equipaje y yo
En Reikiavik, con los ojos desorbitados por un vuelo nocturno de cuatro horas casi sin dormir, fui al mostrador de equipajes perdidos. Levanté la pantalla de mi teléfono con la aplicación “Find My” para decirle a la agente del servicio de equipajes que mi equipaje estaba en Boston.
Asintió, se disculpó y me hizo rellenar un breve formulario. Luego me entregó dos bultos. El primero era una bolsa de viaje con artículos de aseo, como un peine de madera, un desodorante del tamaño de un corcho de champán y una camiseta blanca grande con el logotipo de Icelandair en la etiqueta.
El otro artículo era un trozo de papel con información de contacto sobre cómo localizar a los especialistas en equipajes y la dirección de una tienda en Laugavegur, la principal calle comercial de la capital. “Allí”, me explicó la agente de Icelandair, “puedes alquilar los artículos para el frío que necesites, y ellos cobrarán a la aerolínea”.
Evité poner los ojos en blanco cuando me dijo que me enviarían un mensaje de texto con información actualizada sobre mi equipaje. Eso ya lo había oído antes.
De la duda a la alegría
Después de recuperar el sueño en nuestro Airbnb, nos dirigimos a Laugavegur esa tarde, donde el amable personal encontró una parka de calidad industrial para mi esposa, que más tarde enumeró como uno de los aspectos más destacados de nuestra divertida y aventurera semana en Islandia. A mí me dieron un par de calcetines gruesos de alta calidad con motivos nórdicos que me ordenaron no devolver.
Antes de que acabara el día, recibí un mensaje de Icelandair diciendo que mi maleta estaría en el vuelo de vuelta de Boston mientras yo dormía esa noche.
A la mañana siguiente, en un pequeño autobús turístico, mi teléfono me avisó que mi maleta estaba en el aeropuerto y que me la entregarían ese mismo día. Respondí que estaríamos fuera hasta la noche y pregunté si podían entregármela cuando estuviéramos de vuelta. Me contestaron inmediatamente que lo intentarían.
Cuando me enviaron de nuevo un correo electrónico diciendo que lo intentarían a la mañana siguiente, les expliqué que volveríamos a estar fuera todo el día.
Helga, una agente del servicio de equipajes, sugirió preguntar si el propietario del Airbnb compartiría el código con ellos para entregar la maleta mientras estábamos fuera. “Nuestros conductores son muy seguros y buena gente. Lo han hecho muchas veces para los pasajeros”, escribió Helga. “Si no, intentaremos programar la entrega de la maleta a la hora que usted esté allí”.
El propietario de Airbnb respondió: “Está bien, Islandia es el país más seguro del mundo”.
Al día siguiente volvimos de visitar cascadas y otros lugares de interés y nos encontramos mi maleta en el comedor del Airbnb. Pero mi mujer se quedó la parka para el resto del viaje.
Todavía conservo esos calcetines y ese peine de madera, recuerdos improbables del problema de equipaje menos desagradable que he vivido nunca. Así que a Icelandair le ofrezco la única palabra islandesa que aprendí en nuestro viaje: “Takk!” (“¡Gracias!”).
David G. Allan es editor ejecutivo de artículos y empresas de CNN. Señala que en la mayoría de los aeropuertos de EE.UU. la zona donde se recogen las maletas facturadas se llama “Recogida de equipaje”, mientras que en los aeropuertos extranjeros se suele llamar, con más precisión gramatical, “Reclamación de equipaje”.