(CNN) – Para Catalina Bernal Andrade, la Navidad de 2009 fue inusual en más de un sentido. Ese año, al padre le habían diagnosticado cáncer de colon. Catalina, que entonces tenía 31 años, había vuelto a casa de su familia en Bogotá, Colombia, para ayudarles durante el tratamiento.
Llegó la Navidad y Catalina y su familia celebraron lo mejor que pudieron, a pesar de las duras circunstancias. En Colombia, las principales celebraciones festivas tienen lugar el 24 de diciembre, y trasnochar es bastante habitual. Catalina y su familia disfrutaron de una Nochebuena llena de copas, cenas y festejos.
Tras unas pocas horas de sueño, Catalina y su madre se despertaron el día de Navidad para dirigirse al aeropuerto internacional El Dorado.
El padre de Catalina había animado a su mujer y a su hija a irse de vacaciones entre Navidad y Año Nuevo.
“Se estaba sometiendo a quimioterapia y a un tratamiento muy, muy duro. Así que quería que nosotras —mi madre y yo— nos tomáramos unas vacaciones”, cuenta hoy Catalina a CNN Travel. “Las dos decidimos que nos íbamos a Disney World, que era un lugar divertido para pasar una semana”.
Catalina y su madre abordaron el vuelo de JetBlue con destino a Orlando, Florida, y se acomodaron en sus asientos: Catalina en el centro, su madre en el pasillo y un desconocido en la ventanilla.
Por el altavoz, el capitán deseó a los pasajeros “feliz Navidad”. Catalina miró a su alrededor y adivinó que la mayoría de los viajeros se dirigían a visitar a su familia en Estados Unidos.
“Recuerdo a gente con un montón de equipaje de mano, con bolsas llenas de regalos”, dice Catalina.
Había varios grupos familiares, pero el pasajero de la ventana de Catalina parecía viajar solo. Era un hombre, probablemente de unos 30 años, sentado tranquilamente leyendo y con auriculares. Catalina agradeció que fuera tan reservado.
“Estaba charlando con mi madre sobre lo duros que habían sido los meses anteriores y sobre la necesidad de tomarnos un tiempo para relajarnos antes de las próximas operaciones a las que se iba a someter mi padre”, recuerda.
El vuelo despegó y, al poco rato, la madre de Catalina se quedó dormida. De hecho, la mayoría de los pasajeros dormían la siesta, aparentemente privados de sueño por las celebraciones del día anterior.
Al cabo de un par de horas de viaje, la auxiliar de vuelo le entregó a Catalina un formulario de inmigración estadounidense para que lo rellenara. En 2009, estos formularios aún no se habían digitalizado.
“Estaba sola rellenando esos formularios y no sabía el número de vuelo. Así que me giré hacia el chico que estaba sentado a mi lado”, recuerda Catalina.
Un poco incómoda, consciente de que lo estaba interrumpiendo, Catalina llamó su atención.
“Estaba conectado a su iPod. Así que le dije: ‘Hola, perdona, ¿puedes decirme el número de vuelo?”.
El desconocido del asiento de la ventanilla se sacó un único auricular de la oreja.
“123”, respondió, y se volvió a poner el auricular, bruscamente, volviendo a su libro.
Catalina rellenó los formularios, uno para ella y otro para su madre. Pero después, al leerlos, se dio cuenta de que había cometido un error.
Los rompió, pidió otros a la auxiliar de vuelo y volvió a empezar.
Ahora, muy nerviosa, ya había olvidado el número de vuelo. Se volvió de nuevo hacia el hombre sentado a su lado.
“Hola, siento mucho molestarle. ¿Podrías recordarme otra vez el número de vuelo?”, le preguntó.
Esta vez, para sorpresa de Catalina, el desconocido se mostró más amable.
“Sí, por supuesto”, dijo, sacándose esta vez los dos auriculares.
El desconocido tenía su boleto de avión sobre el regazo, y Catalina leyó el nombre impreso en la parte superior: “Mauricio García Marulanda”.
Por coincidencia, Catalina conocía a alguien con exactamente el mismo nombre, y lo comentó, en voz alta. A partir de ahí, Catalina y Mauricio se presentaron como es debido y empezaron a charlar.
Mauricio, resultó, no viajaba solo. Volaba con varios miembros de su familia, incluida su madre, para visitar a su hermana, que vivía en Nashville, Tennessee.
Mauricio le contó a Catalina que le apasionaba la música y que había trabajado como músico durante gran parte de su vida adulta, pero que recientemente había vuelto a la universidad para estudiar Psicología.
Catalina también había vuelto a la universidad unos años antes, ya que a finales de sus 20 años pasó de ser emprendedora a trabajar en la educación.
Cuando se dieron cuenta de este punto en común, la conversación entre Catalina y Mauricio pasó de ser una charla trivial a algo más profundo. Mauricio admitió a Catalina que su cambio de carrera se debió en parte a un replanteamiento de toda su vida.
“Empezamos a hablar de cosas muy profundas”, dice hoy. “Le conté que había estado en rehabilitación, que tenía problemas con las drogas y el alcohol, y ella me habló de su vida”.
Catalina habló de la enfermedad de su padre y de lo difícil que había sido el último año para su familia.
Resultó que tanto Mauricio como Catalina habían vuelto a vivir con sus padres hacía poco: Mauricio después de superar sus problemas de adicción y Catalina tras el diagnóstico de su padre.
“Nos abrimos totalmente, así es como empezó. No solo como una amistad, sino una sinceridad total desde el primer momento”, dice Mauricio.
“Yo le dije: ‘No tengo nada, no soy dueño de nada… solo tengo un Beetle Volkswagen destartalado que me dejó mi abuela y tres guitarras’. Fuimos totalmente francos el uno con el otro”.
Catalina habló de cómo en sus 20 solo se había centrado en ganar dinero. Le contó a Mauricio cómo lo había dejado todo, había vivido un tiempo en la India y luego había vuelto a la universidad.
“Era como: ‘No sé, este chico. No tengo nada que ocultar, porque él no me conoce. Yo no lo conozco a él. Puedo ser yo misma durante las próximas dos horas’”, dice Catalina.
Cuando el avión se preparaba para aterrizar en Orlando, Catalina sacó de su bolso una tarjeta SIM estadounidense y cambió la colombiana de su celular.
Mauricio aprovechó para pedirle su número. Ella aceptó y le dio su número temporal de EE.UU., su teléfono colombiano y su dirección de correo electrónico. Mauricio anotó los datos en un pequeño cuaderno.
Al principio de la conversación, Mauricio había mencionado su música y una canción en particular que había escrito llamada “Libre”.
“Mándame esa canción cuando puedas”, dijo Catalina, mientras el avión empezaba a descender.
En el lugar donde se recogían las maletas, Mauricio y Catalina quedaron en lados opuestos del carrusel. La madre de Catalina señaló a Mauricio.
“¿De qué hablaron durante dos horas? No podía dormir”, le dijo a su hija. “¿Quién era el tipo?”.
“Va a ser el padre de mis hijos”, dijo Catalina. Lo había dicho en broma, pero al pronunciar las palabras en voz alta se dio cuenta de que lo decía en serio.
“Bueno, si va a ser el padre de tus hijos, será mejor que te despidas como es debido”, dijo la madre de Catalina.
Para entonces, Mauricio estaba rodeado de la familia que había estado sentada en otro lugar del avión.
“No, qué vergüenza”, dijo Catalina. “Está con su mamá, con todos”.
Pero como su madre insistió, Catalina acabó cediendo. Se abrió paso entre la multitud hasta el otro lado del carrusel. Una vez allí, se presentó a la familia de Mauricio y le dio un beso en la mejilla para despedirse.
“Creo que su madre le dio muy buenos consejos”, dice hoy Mauricio. “Eso fue como el momento clave, cuando ella vino y se despidió”.
En ese momento, tuvo la certeza de que su conexión no había sido solo algo fugaz y transitorio.
“Pensé: ‘Es una persona especial’”, dice. “Recuerdo a mi familia bromeando: ‘¿Quién es?’ Ya sabes, burlándose de mí. Pero ese fue un momento clave para nuestra relación, creo, cuando ella vino”.
Deseos de Año Nuevo
Tras aterrizar en Estados Unidos, Mauricio y su familia condujeron hasta Tennessee, haciendo escala en Georgia durante la noche. Durante la escala, escribió a Catalina un correo electrónico, con un enlace a su canción en MySpace.
Al día siguiente, Catalina vio el correo y respondió de inmediato, enviando a Mauricio un enlace a un blog que había mantenido mientras vivía en la India. Estos dos primeros correos se convirtieron en mensajes de texto regulares durante los días siguientes.
Catalina estaba disfrutando de su estancia en Orlando y de la necesaria evasión que le proporcionaba Disney World.
Pero seguía preocupada por su padre y no dejaba de pensar en él.
“Me enfrentaba a una situación realmente desgarradora con mi padre. Soy hija única y estoy muy unida a mi padre, que estaba muy, muy enfermo”, recuerda.
Mauricio fue un bálsamo, respondiendo con atentos correos electrónicos.
“Recuerdo que me envió el enlace a una canción de Coldplay, ‘Fix You’”, cuenta Catalina. “Me dijo: ‘Sé que lo estás pasando mal, deja que te arregle’. Y me envió el enlace a esa canción. Esa se convirtió en nuestra canción”.
“Es una canción preciosa”, dice Mauricio.
Mauricio y Catalina se casaron en 2011 en Bogotá.
Nota del editor: esta historia fue publicada inicialmente en 2022.