Nota del editor: Frida Ghitis, exproductora y corresponsal de CNN, es columnista de asuntos mundiales. Es colaboradora semanal de opinión de CNN, columnista del diario The Washington Post y columnista de World Politics Review. Las opiniones expresadas en este comentario le pertenecen únicamente a su autora. Ver más opiniones en CNN.
(CNN) –– Las imágenes parecen salidas de una película de misterio y envían un mensaje cinematográfico y escalofriante para el mundo. Pero quizás no es exactamente el mensaje que el presidente de Rusia, Vladimir Putin, podría haber tenido en mente. Una joven con una chaqueta blanca, otra prisionera en Rusia, se ve en cámara dirigida por un agente de seguridad enmascarado. La prisionera es Ksenia Karelina, de 33 años, con doble nacionalidad, estadounidense y rusa, parece tener los ojos vendados con su propio gorro tejido mientras el hombre le coloca unas esposas en las muñecas y la conduce por una escalera oscura. Posteriormente, ella aparece en una celda de detención en un tribunal ruso.
Es el más reciente acto del Kremlin para intimidar. Pero en su intento de ejercitar y mostrar su fuerza, Putin está mostrando su miedo. ¿Por qué el gobernante absoluto de una potencia con armas nucleares se vería en la necesidad de encarcelar a Karelina?
La noticia del arresto por parte de Rusia de la joven que trabaja como esteticista en Los Ángeles mientras continúa con su pasión de bailarina de ballet, surgió casi al mismo tiempo que la muerte del líder opositor Alexey Navalny en una colonia penal del Ártico. Navalny estaba abiertamente comprometido a llevar la democracia a Rusia, a exponer la corrupción y la brutalidad de Putin.
¿Pero Karelina? ¿De qué manera es una amenaza para Putin?
Parece que Putin no tolera la más mínima señal de oposición, aunque sea imaginaria.
Varios rusos fueron arrestados por sostener hojas de papel en blanco en los primeros días de la invasión a gran escala por parte de Putin a Ucrania, después de que miles más fueran encarcelados por protestar abiertamente contra la agresión de Rusia.
La empleadora de Karelina dice que ella fue arrestada por cargos de traición. Su delito: supuestamente donar US$ 51,80 a Razom, una organización benéfica estadounidense que apoya a Ucrania.
El Servicio Federal de Seguridad de Rusia (FSB, por sus siglas en inglés), sucesor de la infame KGB, parece confirmarlo, diciendo que su delito fue “proporcionar asistencia financiera a un estado extranjero en actividades dirigidas contra la seguridad de nuestro país”.
Si es declarada culpable de traición, podría pasar décadas en una prisión rusa.
Karelina se hizo ciudadana estadounidense en 2021. Su novio, Chris Van Heerden, le dijo a CNN que ella era apolítica, que no veía las noticias y que no tenía nada que ver con la guerra. Él le compró los boletos para ir a Rusia como regalo de cumpleaños para que pudiera ver a su abuela de 90 años, a sus padres y a su hermana menor.
Tal vez Putin se siente más inseguro y se está volviendo más tiránico con el pueblo ruso, con los visitantes e incluso con aquellos que han abandonado el país.
Comenzó como un líder autoritario que estaba socavando las normas democráticas, ahora parece estar transformándose en un dictador totalitario del tipo más peligroso: el dictador asustado.
Las fuerzas de seguridad han arrestado a rusos que cuestionan la guerra en Ucrania, y ni hablar de los que cuestionan a Putin. Las fuerzas arrestaron a cientos de personas que buscaban honrar a Navalny, incluso a personas que intentaban depositar flores en su memoria.
Navalny estaba en manos del sistema judicial como parte de un intento por silenciarlo, para impedir su influencia. Pero no podría ser silenciado mientras siguiera vivo.
Algunos de los críticos más conocidos de Putin han muerto uno a uno. Los investigadores rusos nunca culpan al gobierno, por supuesto. Entre ellos estaba el líder opositor Boris Nemtsov, baleado cerca del Kremlin. La periodista y defensora de los derechos humanos Anna Politkovskaya, asesinada en el ascensor de su edificio de apartamentos. Está Navalny, cuya causa de muerte aún no está clara. Y hay muchos otros. (El Kremlin ha negado las acusaciones de participación en todos estos casos).
Para los ciudadanos estadounidenses, incluidos los que también tienen nacionalidad rusa, visitar el país se ha vuelto cada vez más peligroso. Varios ciudadanos estadounidenses han sido encarcelados, entre ellos la estrella de la WNBA Brittney Griner, liberada en un intercambio por un conocido traficante de armas; el exmarine estadounidense Paul Whelan, condenado a 16 años por cargos de espionaje, que él niega rotundamente, y el reportero del Wall Street Journal Evan Gershkovich, detenido hace casi un año en Ekaterimburgo, la misma ciudad donde Karelina fue arrestada, acusada de espionaje sin que las autoridades rusas revelen ni una mínima prueba.
Al parecer, Putin está interesado en intercambias a Gershkovich por Vadim Krasikov, un asesino convicto que cumple una condena en Alemania por matar a un checheno-georgiano exiliado en 2019, lo que el tribunal alemán calificó de “asesinato ordenado por el Estado”. Es decir, un asesinato ordenado por el Kremlin. (El Kremlin lo niega).
Para señalar lo obvio, los estadounidenses no deberían ir a Rusia.
Pero permanecer fuera de Rusia tampoco garantiza la seguridad.
Según la organización de derechos humanos Freedom House, Rusia se ha convertido en uno de los principales perpetradores de represión transnacional en el mundo. Si bien muchos de los críticos de Putin parecen morir en todo tipo de circunstancias misteriosas dentro de Rusia, sus críticos y los que son percibidos como críticos también encuentran su fin en el extranjero.
A finales de febrero, la policía española encontró el cuerpo de Maxim Kuzminov cerca de la ciudad de Alicante. Kuzminov, un desertor ruso, escapó a Ucrania en su helicóptero militar. Él le dijo a los periodistas que se oponía a la guerra.
La inteligencia española dijo a los medios locales que no tienen dudas de que el Kremlin estaba detrás de su muerte. Oficialmente, el gobierno dice que está esperando los resultados de la investigación. Según los medios españoles, la policía dice que Kuzminov recibió seis disparos y luego fue atropellado con un automóvil.
Rusia dice que no tiene conocimiento del caso. Pero después de la deserción de Kuzminov, el jefe de inteligencia extranjera lo llamó un “cadáver moral”. Freedom House dice que Rusia “lleva a cabo actividades de represión transnacional altamente agresivas en el extranjero”, valiéndose en gran medida de “el asesinato como herramienta”.
El gobierno del Reino Unido concluyó que agentes rusos mataron al agente de inteligencia exiliado Alexander Litvinenko en Londres usando polonio radiactivo. En 2018, en Salisbury, Inglaterra, otros dos oficiales rusos fueron acusados de casi matar al disidente Sergei Skripal y a su hija con una sustancia que ataca el sistema nervioso.
Los ataques, señala Freedom House, “se producen en el contexto de numerosas muertes inexplicables de rusos de alto perfil en el exilio”. A menudo, los casos pueden no producir condenas, pero Freedom House agrega que el uso de isótopos radiactivos y agentes nerviosos apuntan claramente al Kremlin, incluso cuando Moscú finge no saber nada.
Independientemente de lo que piense Rusia sobre el arresto de una esteticista y bailarina semiprofesional, está claro que el régimen represivo de Putin está bajando el umbral de lo que tolera y elevando el listón de cómo responderá. Dar una donación a una organización benéfica proucraniana equivale ahora a traición, punible con 20 años de prisión. Criticar la guerra o a Putin puede llevar a la muerte en un campo de prisioneros ruso.
El Kremlin está convirtiendo a Rusia en un país de acceso prohibido para los visitantes extranjeros, amenaza a sus ciudadanos en el extranjero y, al mismo tiempo, continua con su guerra neoimperialista de conquista en Ucrania.