Nota del editor: Steven E. Barkan es profesor emérito de Sociología en la Universidad de Maine. Michael Rocque es profesor asociado y catedrático de sociología en el Bates College. Ambos autores han escrito ampliamente sobre temas de delincuencia y justicia penal. Las opiniones expresadas en este comentario son las suyas propias. Lee más opinión en CNNEE.com/Opinión.
(CNN) – Los estadounidenses han relacionado a menudo a los inmigrantes con la delincuencia. Durante el siglo XIX, por ejemplo, los estadounidenses nativos se vieron inundados de mensajes que tachaban a los inmigrantes irlandeses de violentos e infrahumanos. La asociación de los inmigrantes chinos con el consumo de opio, también en el siglo XIX, dio lugar a acusaciones de que estas personas traían el vicio y la delincuencia a Estados Unidos, lo que dio lugar a varias leyes contra la inmigración. La inmigración de millones de italianos a principios del siglo XX suscitó preocupaciones similares sobre sus supuestas tendencias violentas.
El expresidente Donald Trump ha avivado repetidamente este temor, rememorando aquellas preocupaciones anteriores. En el lanzamiento de su campaña presidencial de 2016, declaró sobre los inmigrantes mexicanos: “Traen drogas. Traen delincuencia. Son violadores. Y algunos, supongo, son buenas personas”. El pasado día de San Patricio, calificó a los migrantes que entraban en Estados Unidos de “gente que viene de prisiones y cárceles, asesinos a largo plazo”, y el día anterior los llamó “animales” y “no personas”.
¿Aumenta realmente la inmigración los índices de delincuencia? Sin duda, muchos estadounidenses piensan que sí. En una encuesta reciente del Pew Research Center, la mayoría respondió que el gran número de inmigrantes que entran en Estados Unidos está generando más delincuencia.
Sin embargo, que mucha gente crea algo no significa que sea cierto. La investigación en ciencias sociales produce regularmente pruebas llenas de hechos incómodos que contradicen las firmes creencias de la gente. La investigación y las pruebas sobre inmigración y delincuencia es una de estas áreas.
Basándose en muchos estudios de las dos últimas décadas, la respuesta es clara: la inmigración no produce más violencia u otros delitos, y los inmigrantes no tienen tasas de delincuencia más altas que los estadounidenses nacidos en el país. Muchos estudios sugieren incluso que la inmigración reduce los índices de delincuencia y que los inmigrantes tienen menos probabilidades de delinquir que los estadounidenses nativos. Esta conclusión se aplica tanto a los inmigrantes no autorizados como a los autorizados o a los que adquieren la ciudadanía.
Si, a pesar de lo que muchos piensan, los inmigrantes tienen tasas de delincuencia más bajas, ¿a qué se debe que sigan pensando lo contrario? Varias razones parecen explicar este hecho inconveniente.
En primer lugar, como la mayoría de los inmigrantes vienen aquí en busca de una vida mejor para ellos y sus familias, están muy motivados para hacer las cosas bien y no meterse en líos.
En segundo lugar, los inmigrantes suelen tener unidades familiares sólidas y empleos estables. Es probable que estas ventajas ayuden a los inmigrantes a ser menos propensos a la delincuencia en comparación con los varones blancos nacidos en el país con un nivel educativo bajo similar, que a menudo carecen de las ventajas de apoyo de la familia y el empleo.
En tercer lugar, muchos inmigrantes viven en comunidades muy unidas, con iglesias y otras instituciones sociales sólidas, y son propietarios de pequeñas empresas o trabajan en ellas. Estos son precisamente los tipos de barrios que, según los criminólogos, producen índices de delincuencia más bajos.
En cuarto lugar, los inmigrantes que consiguen emigrar a Estados Unidos pueden tener antecedentes sociales ventajosos en comparación con los que no pueden emigrar. Estos antecedentes probablemente les hacen menos propensos a la delincuencia, como es evidente entre los estadounidenses nacidos en el país.
En quinto lugar, los inmigrantes que aún no son ciudadanos pueden temer ser deportados si cometen delitos.
Teniendo en cuenta todos estos datos, ¿por qué tantos estadounidenses siguen pensando que la inmigración pone en peligro la seguridad pública? Una razón es que no están familiarizados con la investigación. Otra razón es que la gente tiende a ignorar la información que contradice sus creencias más arraigadas. Una tercera razón son las declaraciones alarmistas de Trump y comentarios similares de otros en las redes sociales que son simplemente falsos y juegan con las preocupaciones de la gente sobre la delincuencia.
Desgraciadamente, hemos visto cómo se difundía una desinformación similar a lo largo de la historia de Estados Unidos, que está llena de ejemplos de estadounidenses blancos nacidos en el país que temían, sin ninguna prueba, que los inmigrantes y las personas de color los asesinaran, agredieran y violaran a ellos y a sus hijos.
Después de la Guerra de Secesión, muchos estadounidenses nativos pensaban que el consumo de opio por parte de los inmigrantes chinos en los fumaderos de los estados montañosos y occidentales les llevaría a secuestrar y violar a niños blancos. Durante la década de 1930, muchos pensaron también que el consumo de marihuana por parte de los inmigrantes mexicanos les llevaría a agredir y asesinar a los blancos. Quizás el ejemplo más descabellado sea el de los blancos de principios del siglo XX, que temían que el consumo de cocaína por parte de los negros (que entonces era legal y un ingrediente de la Coca-Cola en sus primeros años) les llevara a agredir y asesinar a los blancos. Incluso temían que el consumo de cocaína hiciera a los negros más astutos, superfuertes e invulnerables a las balas.
Ciertamente, ninguna de estas absurdas ideas tenía fundamento, pero muchos blancos las creyeron de todos modos. Los prejuicios raciales y étnicos alimentaban sus temores, como lo hacen ahora. La gente de color ha sido históricamente objeto de ataques por su comportamiento, como lo fueron los inmigrantes irlandeses e italianos hace muchas décadas, cuando no se les consideraba blancos. Cuando hoy oímos advertencias sobre la inmigración y la delincuencia, parece como si la mayoría de esas advertencias se dirigieran a los inmigrantes de determinadas naciones y a los que tienen un determinado aspecto (no son blancos).
Es cierto que algunos inmigrantes cometen delitos, pero no cometen más delitos que los estadounidenses nacidos en el país y, como se desprende sistemáticamente de las investigaciones, es probable que cometan menos delitos. En medio de la continua controversia sobre la inmigración, debemos dejar que los hechos, por incómodos que sean, guíen el debate y la formulación de políticas. Y un hecho incómodo está claro: la inmigración no causa más delincuencia, e incluso puede reducir los índices de criminalidad. Quien diga lo contrario o no conoce las pruebas o sólo quiere exacerbar la hostilidad contra los inmigrantes.