Nota del editor: Jill Filipovic es periodista con sede en Nueva York y autora del libro “OK Boomer, Let’s Talk: How My Generation Got Left Behind”. Síguela en Twitter. Las opiniones expresadas en esta nota le pertenecen exclusivamente a su autora.
(CNN) – El expresidente Donald Trump está pasando sus días en un tribunal de Manhattan enfrentándose a los cargos que se derivan de las acusaciones de un pago de dinero por silencio a la actriz de pornografía Stormy Daniels, con quien supuestamente tuvo una aventura pocos meses después de que su esposa, Melania, diera a luz a su hijo Barron. Melania no se encuentra en la audiencia.
Esta no es la primera acusación de que Trump engañó a Melania; supuestamente pagó para encubrir otra aventura con la modelo de Playboy Karen McDougal mientras Melania estaba embarazada.
Por supuesto, Melania se mantiene al lado de su hombre: los Trump siguen casados, y Melania ha estado haciendo un poco de campaña para la candidatura de su marido a las elecciones presidenciales, pero ella no está pasando sus días en un juicio que se produjo en parte porque él está acusado de engañarla y trató de encubrirlo. (Trump niega los amoríos con Daniels y McDougal, y se declaró inocente de los cargos de encubrimiento).
Bien por ella.
Los días en que las mujeres se paraban al lado de sus maridos mujeriegos deberían ser cosa del pasado. Los matrimonios y otras relaciones duraderas son complicadas. Los seres humanos que las componen cometen errores, y también perdonan y se muestran comprensivos.
La decisión de Melania de seguir casada con Donald a pesar de las pruebas públicas de una aventura es una elección suya. (Su decisión de seguir casada con un hombre que engañó muy públicamente a su primera esposa, es un misógino virulento y ha avivado el odio a los inmigrantes nos dice algo más sobre su carácter). Pero seguir casada con él a pesar de las acusaciones de infidelidad y desempeñar el papel de esposa que perdona públicamente estando a su lado, o estar en la galería en su juicio, son dos cosas diferentes.
Muchas esposas de políticos y hombres prominentes han soportado el humillante espectáculo de permanecer en silencio junto a sus maridos infieles mientras éstos les pedían perdón a ellas y al público (después de todo, estas aventuras a menudo implicaban un periodo de mentiras a la prensa u otros organismos de control). Bill Clinton, quizá el más famoso, se enfrentó a un juicio político por mentir bajo juramento sobre sus relaciones sexuales en la oficina. Y décadas después, los Clinton siguen casados.
Cuando el exsenador de Idaho Larry Craig, un republicano con un historial de oposición a la legislación sobre los derechos de los homosexuales, fue sorprendido en el baño de un aeropuerto supuestamente solicitando sexo dando golpecitos con el pie debajo de una cabina (posteriormente se produjeron muchas otras acusaciones de que Craig perseguía o mantenía relaciones sexuales con hombres), su esposa apareció junto a él en una rueda de prensa en la que anunció su dimisión, una decisión de la que luego se retractó.
El exgobernador de Nueva York, Eliot Spitzer, utilizó el mismo método después de que lo sorprendieran pagando a trabajadoras sexuales. Su esposa, Silda Wall Spitzer, permaneció estoicamente a su lado en una rueda de prensa en la que admitió sus malas acciones. (Más tarde se divorciaron).
Lo mismo hizo Huma Abedin, esposa del candidato a la alcaldía de Nueva York Anthony Weiner; Abedin apareció al lado de Weiner cuando éste se disculpó públicamente por enviar mensajes de contenido sexual a mujeres en las redes sociales (en 2022, la pareja dijo que estaba ultimando su divorcio).
El exsenador por Louisiana David Vitter, un republicano que defiende los “valores familiares”, también fue descubierto pagando a trabajadoras sexuales como parte del escándalo de DC Madame; su esposa Wendy también apareció a su lado en la rueda de prensa de disculpas de rigor.
Esa escena, el político con la mandíbula tensa emitiendo su mea culpa, la esposa de labios apretados congelada a un lado, es un cliché hasta tal punto que fue la escena de apertura de la serie de televisión “The Good Wife”, basada en la traición romántica de un cónyuge político y lo que ella hace a continuación.
Sospecho que muchas mujeres, y yo soy una de ellas, han visto estos espectáculos y han pensado: ella debería estar en el spa o irse un fin de semana a París con sus amigas mientras él limpia su propio desastre.
Eso no significa que una aventura tenga que llevar al divorcio. Lo que sí significa es que muchas mujeres que han sido engañadas por sus prominentes maridos sienten sin duda una inmensa presión por parte de sus asesores, publicistas, empleados y de esos mismos hombres para que hagan lo que puedan para ayudar a salvar su reputación y sus carreras.
Un cónyuge ausente en un momento de crisis conyugal convertida en política da mala imagen. Una mujer que apoya a su marido envía una señal clara: si ella puede perdonarlo, quizá los votantes también puedan.
Uno se pregunta qué pasaría si se invirtieran los papeles, si la mitad femenina de un dúo prominente tuviera una aventura y tuviera que expiarla públicamente. ¿Soportarían muchos hombres la humillación de permanecer en silencio junto a sus esposas arrepentidas? ¿Seguiría Donald casado con Melania si ella tuviera que enfrentarse a múltiples acusaciones públicas?
Y para que quede claro, Melania no abandonó a Donald. Simplemente no acude a las largas audiencias judiciales.
Ella está en la campaña para él, aunque en una capacidad bastante limitada, y durante mucho tiempo le ha permitido dominar el centro de atención. Vuelve a ser candidato a la presidencia, por lo que aparentemente está de acuerdo con sus aspiraciones políticas, incluidos sus planes autoritarios para el país. Melania es un poco indeterminada -nunca ha quedado claro si tiene opiniones políticas-, pero está dispuesta a seguir casada con su marido a pesar de su carácter detestable.
Melania, en otras palabras, es muchas cosas a la vez: una esposa supuestamente agraviada que parece, loablemente, negarse a interpretar un perdón silencioso y presente. También es una mujer con la capacidad de tomar sus propias decisiones sobre su matrimonio y su vida, y que elige seguir casada, y ayudar en las aspiraciones políticas, de uno de los hombres más obscenos y peligrosos que jamás haya entrado en la política estadounidense.