Nota del editor: Leonardo Tarifeño (Argentina, 1967) es periodista, editor y crítico literario. Vivió y trabajó como reportero y editor en Barcelona, Budapest, Río de Janeiro y Buenos Aires. En México fue coeditor de la Revista Cultural El Angel, del periódico Reforma, y en Argentina fue columnista del diario La Nación y editor de sección en la revista Rolling Stone. Es autor de “Extranjero siempre. Crónicas nómadas” (Almadía-Producciones El Salario del Miedo), elegido por Reforma como uno de los mejores libros periodísticos publicados en México en 2013, y de “No vuelvas” (Almadía, 2018), crónica sobre los deportados mexicanos que llegan a Tijuana. Actualmente es parte del equipo de escritores y editores de CNN en Español.
(CNN Español) – “En el segundo debate me voy a divertir”, avisó Xóchitl Gálvez este sábado, horas antes de subirse al ring televisivo donde se enfrentaría a Claudia Sheinbaum y Jorge Álvarez Máynez, los otros dos contendientes por la presidencia de México. Ya con el debate terminado, poco antes de la medianoche mexicana, una de las dudas que dejó el borrascoso encuentro político fue qué tan graciosa les habrá resultado a los espectadores la diversión de la candidata de la coalición Fuerza y Corazón por México. Esa cuestión rondará en las opiniones de los analistas políticos durante los próximos días y es posible que solo se revele el próximo 2 de junio, cuando la elección defina un nuevo liderazgo en un país agobiado por la violencia del crimen organizado, graves problemas en cuestiones tan vitales como la distribución del agua y con la pobreza y la desigualdad como dramático telón de fondo del futuro inmediato.
Los expertos en comunicación política insisten en que los debates no definen elecciones, lo que es un tanto reconocer que nadie sabe exactamente para qué sirven los encuentros como el que tuvo lugar la noche de este domingo. A pesar de esa incertidumbre, podría decirse que, si hay algo para lo que los debates no están hechos, es para divertir al público. Y es que, en materia de entretenimiento, sería de necios negar que los espectadores tienen otras opciones seguramente más alegres.
Cuando tres candidatos presidenciales se enfrentan, lo que se espera es que confronten propuestas. Sin embargo, el de este domingo abrió con lo que tal vez el futuro recuerde como la “mayneseñal” del candidato de Movimiento Ciudadano, siguió con la sucesión de apodos que Gálvez le endilgó a Sheinbaum (“candidata de las mentiras”, “narcocandidata” y “candidata del combustóleo”, entre otros), mantuvo el mismo nivel de frívola tensión con carteles que evocaban a Pinocho y alcanzó nuevas alturas con el mote de “la corrupta” que Sheinbaum le dirigió a Gálvez. Pero esto pasó por otros momentos difíciles de imaginar previamente, como la burla que Gálvez hizo con las manos mientras hablaba Sheinbaum, o las acusaciones, en el límite del golpe bajo, con los que la propia Gálvez trajo a colación un supuesto “robo” protagonizado por el exmarido de la candidata de Morena. La candidata oficialista rechazó todas las acusaciones de corrupción que hizo Gálvez, y le devolvió una y otra vez la etiqueta de “corrupta”. Gálvez, a su vez, sostuvo que todos los contratos de sus empresas con el Estado han sido legales, y que incluso ganó la mayor cantidad de licitaciones durante el actual gobierno de Morena.
¿Algo de todo esto calificará como “diversión”? Al menos fue sorprendente, sobre todo si se lo compara con el tedio del debate que entregaron hace menos de un mes los mismos protagonistas.
Son justamente los expertos en comunicación política que les restan trascendencia a los debates quienes explicarán quién ganó el de este domingo. La primera impresión es que hubo una larga lista de propuestas que incluyeron cuestiones poco transitadas, como la justicia intergeneracional a la que se refirió Álvarez Máynez, inesperadas como la agencia trinacional para combatir incendios forestales que anunció Gálvez y urgentes como el plan nacional hídrico del que Sheinbaum habló sin detenerse en detalles.
No fue, como en otros casos, un debate insustancial, aunque los tres candidatos tendieran a hablar más de lo que el país necesita que de lo que ellos realmente harían. Por eso, las acusaciones cruzadas y los ataques a tres bandas terminaron por resultar lo más memorable. Tal vez por eso mismo, por la adrenalina que exhibieron, quizás se lo recuerde como un buen debate. Y, en algún momento del recuerdo, quizás habría que reflexionar acerca de si algo está mal en la vida política cuando lo que queda de un debate presidencial son frases sueltas (“Pemex es un robadero”), algunos gestos (la sonrisa y las señas de Máynez) o un eslogan repetido hasta el cansancio (“vamos por el segundo piso de la Cuarta Transformación”).
Semanas atrás, la coordinadora de campaña de Máynez, Laura Ballesteros, reveló en entrevista con Carmen Aristegui que el candidato de Movimiento Ciudadano propuso al Instituto Nacional Electoral (INE) que en este proceso no haya tres debates, sino 10. Visto lo que se vio este domingo, esa propuesta parece una exageración. La discusión política siempre es bienvenida, pero cabe imaginar que, como dejaron entrever algunos momentos de este último debate, el país necesita otro tipo de propuestas, aún cuando no sean tan divertidas.