(CNN) – La muerte del presidente Ebrahim Raisi y del ministro de Asuntos Exteriores de Irán en un accidente de helicóptero en una remota ladera de una montaña se produce en un momento especialmente tenso en Medio Oriente (y para Irán a nivel interno).
La guerra de Israel contra Hamas y la subsiguiente catástrofe humanitaria que se ha desarrollado en Gaza durante los últimos siete meses ha inflamado la opinión mundial y ha disparado las tensiones en todo Medio Oriente.
También sacó a la luz una guerra en la sombra que lleva décadas entre Irán e Israel.
El mes pasado, Irán lanzó un ataque sin precedentes con drones y misiles contra Israel (su primer ataque directo contra el país) en respuesta a un aparentemente mortal ataque aéreo israelí contra el consulado de Irán en Damasco que mató a un alto comandante de la Guardia Revolucionaria de élite de Irán (CGRI).
Israel contraatacó una semana después, según funcionarios estadounidenses, atacando objetivos en las afueras de la ciudad iraní de Isfahán con una respuesta mucho más pequeña y calibrada.
Desde entonces, los ataques directos entre los dos han cesado. Pero la guerra por poderes continúa y las milicias respaldadas por Irán, como Hamas y Hezbollah, siguen luchando contra las fuerzas de Israel.
Mientras tanto, el liderazgo de línea dura de Irán ha resistido una reciente explosión de disidencia popular en las calles del país, donde años de sanciones encabezadas por Estados Unidos han golpeado duramente.
El país se vio convulsionado por manifestaciones lideradas por jóvenes contra el gobierno clerical y el empeoramiento de las condiciones económicas tras la muerte en 2022 de Mahsa Amini bajo custodia de la policía moral de Irán.
Desde entonces, las autoridades iraníes han lanzado una represión cada vez mayor contra la disidencia en respuesta a las protestas.
Esa represión ha dado lugar a violaciones de derechos humanos, algunas de las cuales equivalen a “crímenes contra la humanidad”, según un informe de las Naciones Unidas publicado en marzo.
Y aunque las protestas cesaron en gran medida, la oposición al liderazgo clerical sigue profundamente arraigada entre muchos iraníes, especialmente los jóvenes, que anhelan reformas, empleos y un alejamiento del régimen religioso asfixiante.
Raisi, exjefe del poder judicial de línea dura con su propio historial brutal en materia de derechos humanos, fue elegido presidente en 2021 en una votación fuertemente diseñada por la élite política de la República Islámica para que pudiera postularse prácticamente sin oposición. Raisi derrotó a un candidato más moderado y se consideró que su victoria marcaba el comienzo de una nueva era de línea más dura en Irán.
Pero los poderes del presidente de Irán quedan eclipsados por los del líder supremo Ali Jamenei, quien es el árbitro final de los asuntos internos y externos en la República Islámica.
Con Raisi muerto, es probable que haya que celebrar nuevas elecciones.
La Constitución iraní exige que el vicepresidente (actualmente Mohammad Mokhbar) asuma el cargo de presidente interino y que se celebren nuevas elecciones presidenciales en un plazo de 50 días.
Eso significa que el establecimiento clerical de Irán, encabezado por Jamenei, debe ahora encontrar un nuevo líder al que puedan brindar su apoyo en un contexto de intensa inseguridad regional y descontento interno.