(CNN) – Ante una multitud de periodistas, el inventor Thomas Midgley Jr. se untó las manos con un aditivo de plomo y procedió a inhalar sus vapores durante aproximadamente un minuto. Imperturbable, dijo: “Podría hacer esto todos los días sin tener ningún problema de salud”.
Poco después, Midgley necesitó tratamiento médico. Pero el acto tendría consecuencias nefastas más allá de su propio bienestar.
Corría el año 1924 y Midgley, entonces ingeniero químico de General Motors, había hecho la proeza para apoyar su hallazgo más reciente y lucrativo: un compuesto de plomo llamado tetraetilo de plomo. Añadido a la gasolina, solucionaba uno de los mayores problemas a los que se enfrentaba la industria automovilística de la época: el golpeteo del motor, o pequeñas explosiones en los motores de los automóviles debidas a la baja calidad de la gasolina que provocaban un sonido molesto y daños potenciales. El plomo ayudó, pero a un precio muy alto, ya que esta sustancia es muy tóxica para el ser humano, especialmente para los menores.
Midgley dejaría su huella en la historia con otro invento destructivo, también una solución a un problema: la necesidad de sustituir los gases nocivos e inflamables utilizados en refrigeración y aire acondicionado. Descubrió que los CFC, o clorofluorocarbonos, eran un sustituto ideal e inocuo para el ser humano. Sin embargo, resultaron ser mortales para el ozono de la atmósfera, que bloquea la peligrosa radiación ultravioleta que puede causar cánceres de piel y otros problemas de salud, además de dañar a las plantas y los animales.
Cien años después de aquel ardid ante la prensa en 1924, el planeta aún se está recuperando de los efectos nocivos de los dos inventos de Midgley. La capa de ozono necesitará otras cuatro décadas para curarse del todo, y como la gasolina con plomo se siguió vendiendo en algunas partes del mundo hasta 2021, muchos siguen viviendo con los efectos a largo plazo del envenenamiento por plomo.
Sin embargo, Midgley, cuya historia se contará en una próxima película desarrollada por el guionista de la película de 2013 ” The Wolf of Wall Street”, fue aclamado como un héroe durante décadas.
Un inventor desde sus inicios
Nacido en Beaver Falls, Pennsylvania, en 1889, Midgley se aficionó muy pronto a encontrar aplicaciones útiles para sustancias conocidas. En el instituto utilizaba la corteza masticada de los olmos rojos para dar a las pelotas de béisbol una trayectoria más curva, una práctica que más tarde retomarían los jugadores profesionales.
Era conocido por llevar consigo en todo momento una copia de la tabla periódica, su principal herramienta en la búsqueda de la sustancia que marcaría su revolucionario invento.
La tarea de resolver el problema del golpeteo de los motores recayó en Midgley mientras trabajaba en General Motors en 1916.
“Eran los albores de la era del automóvil en Estados Unidos y Ford había desarrollado el Modelo T, que no era muy potente”, explica Gerald Markowitz, profesor de Historia de la City University de Nueva York. “GM se unió a Standard Oil y DuPont para intentar desarrollar motores más potentes, y para ello necesitaban resolver el problema del golpeteo de los motores con el combustible que tenían en ese momento”.
Bajo la dirección de Charles Kettering, otro influyente inventor estadounidense y jefe de investigación de GM, Midgley estudió miles de sustancias (entre ellas arsénico, azufre y silicio) para encontrar una que redujera el golpeteo al añadirla a la gasolina. Finalmente dio con el tetraetilo de plomo, un derivado del plomo que se comercializó simplemente como Ethyl. La gasolina con plomo se puso a la venta por primera vez en Dayton, Ohio, en 1923 y acabó extendiéndose por todo el mundo.
El plomo es altamente tóxico, no existe un nivel seguro de exposición, y puede perjudicar el desarrollo de los niños, provocando una disminución de su inteligencia y trastornos de conducta, según la Unicef. Se calcula que un millón de personas mueren al año por envenenamiento con plomo, según la Organización Mundial de la Salud.
La toxicidad del plomo ya era bien conocida cuando Midgley lo añadió a la gasolina, pero eso no impidió que Ethyl se convirtiera en un éxito comercial.
“Se dispararon las alarmas, porque se sabía que el plomo era una toxina”, afirma Markowitz. “Pero la posición de la industria era que no había pruebas de que el plomo que salía de los tubos de escape de los coches fuera a dañar a la gente. Y fue esa falta de pruebas lo que en última instancia llevó al secretario de Sanidad a no tomar medidas tras una conferencia sobre salud pública celebrada en 1925”.
Sin embargo, los trabajadores de la fabricación de Ethyl no tardaron en experimentar efectos nocivos.
“Fue realmente el hecho de que la gente que trabajaba en los laboratorios de producción de tetraetilo de plomo enfermara lo que creó una crisis”, dijo Markowitz. “Se volvían literalmente locos como consecuencia de su exposición al plomo”.
Midgley llegó a verter Ethyl sobre sus manos e inhalarlo durante aquella conferencia de prensa de 1924 en un intento de calmar los temores.
Pero en realidad, también se estaba envenenando.
“Sin duda, escribió en una carta en enero de 1923 que había sufrido una intoxicación por plomo, y así fue durante el resto de su vida”, afirma Bill Kovarik, profesor de Comunicación en la Universidad de Radford, en Virginia. “Realmente no desaparece cuando tienes tanto plomo en el cuerpo. Es una discapacidad grave y de larga duración”.
Abriendo un agujero
Pocos años después de la invención del Ethyl, Midgley, de nuevo impulsado por Kettering, centró su atención en el desarrollo de una alternativa no tóxica y no inflamable a los gases refrigerantes como el amoníaco, que se utilizaban entonces en electrodomésticos y aparatos de aire acondicionado, y que provocaron una serie de accidentes mortales en la década de 1920.
Fue entonces cuando ideó el freón -un derivado del metano, compuesto de átomos de carbono, cloro y flúor-, el primer CFC. En otra demostración pública, en 1930, Midgley inhaló el gas y apagó una vela con él, un movimiento diseñado para demostrar su seguridad.
El freón, así como los CFC posteriores, se convirtieron en éxitos comerciales e hicieron que la adopción del aire acondicionado se disparara en Estados Unidos. Después de la Segunda Guerra Mundial, los fabricantes empezaron a utilizar CFC como propelentes para todo tipo de productos, incluidos insecticidas y lacas para el pelo.
Fue a mediados de la década de 1970, tres décadas después de la muerte de Midgley, cuando se conocieron públicamente los daños causados por sus dos inventos. Los CFC habían abierto un agujero en la capa de ozono sobre la Antártida que, de no haberse controlado, se habría expandido hasta el punto de representar una amenaza para la vida en la Tierra.
Como consecuencia de las continuas presiones de la industria, la gasolina con plomo no se eliminó en Estados Unidos hasta 1996, y poco a poco en todo el mundo. La última nación en deshacerse de ella, Argelia, la siguió vendiendo hasta 2021, y se siguen utilizando aditivos de plomo en el combustible de aviación. Un estudio de 2022 estimaba que la mitad de la población estadounidense actual había estado expuesta a niveles peligrosos de plomo en la primera infancia, pero el daño a la salud colectiva mundial es más difícil de cuantificar.
En 1987 se firmó el Protocolo de Montreal para eliminar progresivamente los CFC desde 1989 hasta 2010, fecha a partir de la cual quedaron prohibidos. (Las emisiones de CFC han vuelto a aumentar recientemente, señal de que aún se producen ilegalmente). El agujero de la capa de ozono se está recuperando y es probable que se cure en el próximo medio siglo, en una rara victoria medioambiental.
“La triste realidad es que desconocemos especialmente el número de niños que se han visto perjudicados”, afirmó Markowitz. “No existe un nivel seguro de plomo en el organismo de un niño. Estamos hablando de decenas de millones de niños, cientos de millones de niños a lo largo de medio siglo o más que se han visto afectados negativamente, con sus oportunidades de vida disminuidas por el polvo de plomo como resultado de los gases de escape que llegaron al suelo o a las calles”.
Una muerte trágica
La vida de Midgley terminó en circunstancias trágicas. Tras contraer la poliomielitis en 1940, quedó gravemente discapacitado e ideó otro invento: una máquina que lo levantaba de la cama y lo ponía en una silla de ruedas de forma autónoma, mediante cuerdas y poleas. Pero el 2 de noviembre de 1944 se enredó en la máquina y murió estrangulado.
Durante mucho tiempo se creyó que se trataba de la máxima ironía: el inventor que muere a manos de su propio invento. Pero la realidad puede ser aún más oscura, según Kovarik.
“La causa oficial de la muerte fue el suicidio”, afirma. “Tenía un tremendo sentimiento de culpa. La industria le decía que era brillante. Pero hizo cosas que, en retrospectiva, fueron bastante irresponsables. El envenenamiento por plomo pudo contribuir a su psicosis”.
Midgley recibió varios premios y honores en las últimas etapas de su vida. La Sociedad de la Industria Química le concedió la Medalla Perkin en 1937; la Sociedad Química Estadounidense le otorgó la Medalla Priestley en 1941 y lo eligió presidente el año de su muerte.
Una obra biográfica de la Academia Nacional de Ciencias, escrita por su mentor Kettering en 1947, no contiene más que elogios y termina diciendo que Midgley dejó tras de sí “una gran herencia al mundo de una vida ajetreada, diversificada y altamente creativa”.
La historia tiene otros ejemplos de inventos que resultaron ser involuntariamente mortales, como el TNT, que se desarrolló originalmente para su uso como colorante amarillo y no se utilizó como explosivo hasta décadas después.
Midgley es único por haber desarrollado dos inventos de este tipo, pero aunque resulte tentador verlo como un villano medioambiental, los expertos afirman que su papel fue más parecido al de un engranaje de la máquina.
“Era simplemente un empleado”, dice Kovarik.
Markowitz está de acuerdo. “Se trataba de una investigación patrocinada por una empresa”, afirma. “Si no hubiera sido Midgley, estoy seguro de que habría sido otra persona la que habría aportado estas soluciones”.
Luchar por el crecimiento y la innovación a toda costa reflejaba la concepción del progreso en la primera mitad del siglo XX, añadió Markowitz. “Solo con el movimiento ecologista que se inició en las décadas de 1960 y 1970 empezamos a considerar cuáles podían ser las consecuencias del progreso tecnológico”, dijo. “Eso ha tenido un efecto realmente aleccionador, pero hasta la década de 1950 había muy pocas voces que cuestionaran la idea de que el progreso era nuestro producto más importante”.