Llamado a la Tierra es una serie editorial de CNN comprometida con reportar los desafíos ambientales que enfrenta nuestro planeta, además de mostrar las soluciones a esos retos. La Iniciativa Perpetual Planet, de Rolex, se ha asociado con CNN para crear conciencia y educación sobre los asuntos de sostenibilidad claves y para inspirar acciones positivas.
(CNN Español) – Jaime Rojo “era un naturalista apasionado desde una edad muy temprana”, recuerda. Llevaba su diario de campo, hacía sus anotaciones y, desde los 11 o 12 años, lo acompañaba una cámara, que por esos tiempos era “una manera de compartir con familia y amigos las observaciones que hacía”.
Desde entonces, y a base de trabajo constante —que defiende por encima de la “explosividad” y el “éxito repentino” tan característicos de nuestra era—, este madrileño de 42 años se ha abierto camino en la fotografía de naturaleza y conservación con obras que le han valido dos premios World Press Photo, entre otros galardones, y que lo han llevado a la tapa de publicaciones como National Geographic.
“Yo lo que quería era proyectar mi ímpetu conservacionista en la fotografía. (…). Y eso es lo que he buscado siempre. Yo hago reportajes de temas que me importen. Y en los que creo que mi fotografía puede ayudar a mejorar el planeta”, cuenta en diálogo con CNN en Español.
Su carrera está marcada por una travesía que emprendió cuando aún era un estudiante: el descubrimiento de México.
“Nada más llegar a México, descubrí una naturaleza salvaje de unas dimensiones que yo aquí no conocía”
Rojo estudiaba Ciencias Ambientales en Madrid y, a través de la universidad, podía obtener una beca para estudiar en América Latina. Podía elegir Argentina, podía elegir Chile o podía elegir México.
“México tiene una biodiversidad extraordinaria. Y a mí me tenía fascinado eso”, cuenta, en parte debido al trabajo de un fotógrafo que era un referente para él y que publicaba libros de divulgación sobre la naturaleza del país latinoamericano. “Yo los devoraba, me sabía todas las especies de memoria, tenía claro los sitios”.
Viajó a México en 2004 y fue allí donde la fotografía, eventualmente, se convirtió en una carrera de tiempo completo.
“Siempre la fotografía fue una pasión muy grande, pero no me había atrevido a dar un salto”, dice Rojo, en parte por esa idea que a uno le inculcan cuando está creciendo de que necesita dedicarse a una actividad “más fiable”.
Empezó a trabajar en una organización de conservación con un fotógrafo mexicano. “Empecé a conocer a las que habían sido las figuras de referencia de mi infancia y de alguna manera eso inició el proceso que todavía tardó unos años, ¿eh? Para que veas lo fuertes que pueden ser estos miedos de dar el salto. Porque todo fotógrafo, toda fotógrafa que decida hacer esto en algún momento tiene que dar un salto de fe y confiar en que ‘soy lo suficientemente bueno como para vivir de esto’”.
Cambiar de entorno para él fue fundamental. “Cuando sales de tu contexto te reinventas. Y eso es muy importante”, reflexiona.
“Con emociones es con lo que cambias el mundo”
La carrera de Rojo pasó de la ciencia a la conservación y de la conservación a la fotografía. Y fue precisamente el conocimiento de las tres áreas lo que le permitió entender que era en el arte donde podía promover el cambio que quería.
“Lo que descubrí es, y esto no es que yo lo descubriese, pero como que tuve esa epifanía muy clara, (de) que el lenguaje que hablan la ciencia o la conservación es mucho más seco, es mucho menos inspirador. Entonces, la fotografía y el arte le habla a una parte del cerebro que responde muy bien, generas empatía, generas emociones, y con emociones es con lo que cambias el mundo, no con datos”. La fórmula está “muy manida” en el área de la Comunicación, dice, pero es la verdad: “Tú tienes que provocar una emoción”.
“Con el arte yo conseguí provocar unas reacciones mucho más virulentas: rabia, alegría, tristeza, compasión.
Esas emociones creo que tienen un impacto muy fuerte”, explica, añadiendo que a nivel personal también ha sido una elección positiva: como conservacionista se sentía frustrado y como artista vive “permanentemente inspirado”.
“El lenguaje artístico llega y hace vibrar una parte del cerebro que es mucho más adecuada para luego catalizar un cambio social y buscar un cambio social. Al menos yo lo conseguí mejor con ese lenguaje que con el de los datos”, remata.
Del golfo de California al los bosques de niebla de El Triunfo
El “leitmotiv” fotográfico de Rojo han sido las mariposas monarca, protagonistas de uno de los movimientos migratorios más importantes del reino animal: cada año, millones de especímenes parten del sur de Canadá y el norte y centro de Estados Unidos en dirección a los bosques montañosos del centro de México, en temperaturas más cálidas en las que se reproducen.
Esa especie, a la que se acercó en principio de manera circunstancial, se ha convertido en el tema propio protagonista de sus imágenes. Pero no es el único.
Dos sitios de México han marcado la carrera profesional de Rojo: el golfo de California y los bosques de niebla de El Triunfo.
“Fueron experiencias en la naturaleza más salvaje y bella que me hizo amar México y amar este planeta con una fuerza…”, dice, recordando la sensación de estar en un barco en el golfo de California con el motor apagado al amanecer mirando con atención con los binoculares y, de pronto, “escuchar la respiración de una ballena azul”.
“En El Triunfo, en Chiapas, son unos bosques también muy remotos, muy salvajes, llenos de especies fascinantes. Yo soy muy pajarero y ese es de los mejores sitios de México para pajarear, pero tienes dos animales que son fascinantes para mí, el quetzal y el pavón. Y esos dos animales me llenan la imaginación”, dice.
Y continúa: “Es un ecosistema que me retrotrae mucho. Me hace imaginar cómo era este planeta hace 40 millones de años, porque es un bosque de niebla, frío, que parece que te van a salir dinosaurios de ahí”.
La Antártida, un punto de inflexión en la carrera
Rojo pasó toda la vida queriendo ir a la Antártida y, cuando cumplió 31 años, por un “golpe de suerte” lo invitaron a ir en un barco durante un mes a un recorrido que incluía las Malvinas, Georgia del Sur y la Antártida. “Fue, en términos naturalistas y paisajísticos y fotográficos, de las mejores experiencias de mi vida. Pero fue un punto de inflexión en mi carrera, porque es el lugar más remoto del planeta y, sin embargo, yo iba en un barco lleno de turistas que iban a fotografiar”, recuerda. Y, cuenta sin medias tintas, eso lo decepcionó.
Entonces tomó dos decisiones que recuerda así: “Yo voy a intentar, en parte por huella de carbono y por principios, solo voy a viajar por temas de trabajo si voy a viajar en avión. No me voy a ir a conocer Nueva York, si voy es porque tengo que hacer un proyecto ahí, porque tengo que dar una charla”.
A eso le suma otra visión que, reconoce, puede ser “controvertida”: “No soy un gran defensor de que el turismo tenga que llegar a todos lados, que cualquier lugar salvaje tenga que ser un producto turístico”. La naturaleza no puede convertirse en un commodity, en un “bien que se puede comercializar”, remarca.
Una receta contra la ecoansiedad
Una infinidad de estadísticas sombrías alimentan nuestra ecoansiedad (la ansiedad o el temor por el futuro del planeta y los impactos del cambio climático), algo que Rojo también vive y “con dureza muchas veces”.
Al ser consultado sobre qué podemos hacer para hacerle frente, este es su razonamiento: “La ecoansiedad produce una parálisis que impide la acción, y eso es una garantía de que vamos hacia el desastre. Es lo único que tengo una certeza”. “Me posiciono claramente diciendo en que algo hay que cambiar, yo quiero aportar mi parte donde crea que pueda tener más impacto”, explica.
Eso no implica que no existan contradicciones. Él mismo se reconoce como una “contradicción andante” por el impacto que sus acciones tienen en el planeta. Sin embargo, también allí hay margen de maniobra, dice: “Trato de compensar el impacto que genera mi operación, el impacto negativo en el medio ambiente, con las acciones positivas que creo que estoy ayudando a promover”.
“Es más importante estar alegre, o feliz, o en paz, o ir avanzando poquito a poco para hacer un cambio que esa parálisis absoluta. Y yo sé que el futuro parece innegable, pero el futuro lleva pareciendo negrísimo el futuro un montón de décadas más. Nos vamos adaptando”.
A esto se le añade otra clave: la comunidad. “Solo no vas a resolver este problema. Tienes que hacer comunidad”, dice, evaluando el problema de la ruptura de los vínculos fuertes en nuestra sociedad, empeorada por factores como la pandemia y el teletrabajo.
¿La receta final? “Asumir qué es lo que hago, intentar ver cómo lo puedo cambiar, juntarme con gente afín y tirar para adelante porque es mejor eso que no hacer nada. Si no hacemos nada, si no protestas, si no evidencias lo que le está pasando al planeta, si no transmites esperanza como con la historia de la mariposa monarca, sí que entramos en una espiral de destrucción”.