Nota del editor: Jorge G. Castañeda es colaborador de CNN. Fue secretario de Relaciones Exteriores de México de 2000 a 2003, durante el gobierno de Vicente Fox Quesada. Actualmente es profesor de la Universidad de Nueva York y su libro más reciente, “America Through Foreign Eyes”, fue publicado por Oxford University Press en 2020. Las opiniones expresadas en esta columna son únicamente del autor. Puedes encontrar más artículos de opinión en CNNE.com/opinion.
(CNN Español) – Las encuestas más descabelladas tuvieron razón. El margen de victoria de Claudia Sheinbaum en las elecciones presidenciales mexicanas resultó mayor de lo que muchos, y la mayoría de los pronósticos, esperábamos. La candidata de la coalición Sigamos Haciendo Historia obtuvo 59,3% del voto, más del doble de su rival principal, Xóchitl Gálvez, a quien superó por casi 32 puntos porcentuales. La venció en todos los estados de la república, salvo Aguascalientes, una pequeña entidad mayormente de clase media en el centro-norte del país.
Sus correligionarios conquistaron siete de nueve gobiernos estatales, incluyendo la Ciudad de México y Yucatán, bastión del Partido Acción Nacional.
Por último, pero ante todo, los partidos que la respaldaron lograron una virtual mayoría constitucional en ambas cámaras del Congreso, aunque faltan semanas para conocer con exactitud los números finales. Fue un tsunami.
La única reserva frente a esta debacle de la oposición y este triunfo indiscutible del presidente saliente, Andrés Manuel López Obrador, radica en la baja participación. Por razones aún difíciles de comprender, votó poco más de 60% de los mexicanos habilitados en estos comicios considerados como los más importantes desde hace años, un porcentaje inferior a los niveles de 2000, 2012 y 2018.
La gran pregunta consiste en saber si esta participación fue homogénea por estratos o por ingresos, o si se produjo una división de clase e incluso étnica en la sociedad mexicana. La oposición afirmó que una alta participación la favorecería; no se dio. Lo extraño es que la participación en la capital fue casi 10 puntos porcentuales más alta que el indicador nacional, pero el candidato opositor a jefe de Gobierno perdió por 12 puntos.
A reserva de escudriñar las encuestas de salida cuando se publiquen, sabemos que Sheinbaum alcanzó un desempeño mayor en los estados más pobres del país ―Chiapas, donde superó a Gálvez por casi 55 puntos; Oaxaca, donde sacó una ventaja de casi 62 puntos, y Guerrero, más de 52 puntos.
En cambio, el margen de Sheinbaum se ubicó por debajo del indicador nacional en varios de los estados más ricos, como por ejemplo Chihuahua (17 puntos), Nuevo León (nueve puntos), Querétaro (13 puntos) e incluso la Ciudad de México (más de 20 puntos).
¿Qué explica este resultado sorprendente y, en apariencia, contradictorio? Contradictorio porque la elección fue, sin duda, un plebiscito sobre el actual mandatario, y el porcentaje obtenido por Sheinbaum se asemeja a sus niveles de aprobación, pero predecesores de López Obrador (como Zedillo, Fox y Calderón) disfrutaban de una popularidad análoga y no la pudieron transferir a sus candidatos preferidos. Asimismo, bajo cualquier criterio, el sexenio de AMLO reviste un gran número de fracasos, y Sheinbaum distó mucho de ser una candidata ideal. ¿Qué sucedió?
Existen explicaciones estructurales y subjetivas en la oposición y en el frente oficialista. Ninguna de las que se mencionan a continuación explica por sí misma lo acontecido; pero juntas, sí. En primer lugar, figura lo que se ha llamado en México la “elección de Estado”, es decir, la intervención del presidente y del gobierno en el proceso electoral, violando la letra y el espíritu de la normatividad. López Obrador utilizó sus conferencias “mañaneras” para apoyar a Sheinbaum y para atacar a Gálvez (desde junio del año pasado). Cerca de 20.000 funcionarios, llamados servidores de la Nación, recorrieron comunidades en todo el país, levantando censos de beneficiarios de los programas sociales del gobierno.
Generaron un ambiente que inducía a pensar que si la oposición ganaba, desaparecerían los apoyos, a pesar de que Gálvez repitió hasta el cansancio que no era cierto, entre otras razones porque algunos se incorporaron a la Constitución.
Al mismo tiempo, Sheinbaum logró fijar dos ideas en el imaginario colectivo de los sectores populares. En primer lugar, estableció una identificación completa con López Obrador, sin permitir que surgiera la más mínima diferencia entre ambos. Para los sectores que idolatran al presidente en funciones, dicha asociación se convirtió en garantía de la continuidad de sus políticas y de la permanencia de AMLO como ángel de la guarda. En segundo término, Sheinbaum transmitió una imagen de seriedad, de disciplina y de estatura científica que le inspiró confianza a mucha gente, incluyendo a la prensa internacional. La descomunal ignorancia de López Obrador no molestaba a sus adeptos (“Sabrá poco, pero es como yo”); Sheinbaum inspiró confianza por lo opuesto (“Ella sí sabe, es doctora”).
Por último, los programas sociales del gobierno contaron mucho. En una encuesta que se llevó a cabo antes de los comicios, 64% de los entrevistados que recibían apoyos oficiales declaró su intención de votar por Sheinbaum.
Entre los que no recibían apoyos, Gálvez la superaba por 11 puntos. Más de 30 millones de hogares son destinatarios de algún tipo de beneficio asistencial. Esta quizás fue la explicación más determinante en el triunfo de Sheinbaum.
Del lado de la oposición, intervinieron varios factores, de los que conviene subrayar dos. Gálvez fue la candidata de tres partidos y de un movimiento ciudadano amplio y apartidista, que nunca llegaron a entenderse del todo. Pero, más que nada, resultó imposible borrar e incluso aminorar el descrédito de los partidos que han gobernado a México desde el año 2000: Acción Nacional (PAN) y el viejo PRI, que estuvo en el poder desde los años 20 hasta 2000, para regresar en 2012. El recuerdo de la incompetencia y la corrupción de sus gobiernos, constantemente evocado por Sheinbaum, y no siempre con razón, hundió a Gálvez. Se trató de un obstáculo congénito e insuperable.
Pero además de esta debilidad intrínseca, Xóchitl cometió una multiplicidad de errores en una campaña donde no podía permitirse ninguno. Se pueden mencionar dos. No supo responder rápida y eficazmente a los ataques de López Obrador a su integridad y honestidad, recién anunciada su candidature. La acusó de haberse enriquecido en sus cargos previos, de haber aprobado permisos de construcción indebidos y de otorgar contratos con favoritismo. Nada de eso era cierto. Gálvez lo negó, pero claramente no estaba preparada para la embestida.
En su equipo, en lugar de incluir a profesionales de los tres partidos y a personas con experiencia de campañas sin partido, se rodeó de sus antiguos colaboradores, talentosos pero imberbes, y sobre todo, de un grupo de cercanos colaboradores del expresidente Felipe Calderón, admirado por algunos pero detestado por muchos. Nunca cuajó el equipo de campaña. En una contienda con tanto en juego, errores como estos resultaron devastadores.
Por ahora es imposible saber si el aplastante triunfo de Sheinbaum fortalecerá su relación con AMLO o, al contrario, la debilitará. Para algunos, ella podrá aducir que amplió el universo de partidarios de Morena, al obtener seis puntos porcentuales más que López Obrador en 2018.
Para otros, su espacio de negociación se estrecha con su amplia victoria, al no poder esgrimir la necesidad de lograr acuerdos con la oposición. Puede gobernar sola. Es su virtud y también la amenaza que puede representar para la precaria y golpeada democracia mexicana.