Nota del editor: Frida Ghitis, exproductora y corresponsal de CNN, es columnista de asuntos mundiales. Es colaboradora semanal de opinión de CNN, columnista del diario The Washington Post y columnista de World Politics Review. Las opiniones expresadas en este comentario le pertenecen únicamente a su autora. Ver más opiniones en CNN.
(CNN) – La cumbre anual del G7, en la que se reúnen los líderes de algunas de las democracias más ricas del mundo, solía ser un acontecimiento formal y predecible. Líderes de ideas afines se reunían, normalmente en escenarios pintorescos, para afinar sus estrategias, reafirmar sus valores compartidos y fortalecer su relación de amistad.
Mucho ha cambiado desde entonces. Pero hay un aspecto tentador que no lo ha hecho: la “foto de familia”, a veces rígida y a menudo reveladora, que deja entrever las tensiones que pueden haber permanecido ocultas tras un acto cuidadosamente coreografiado.
Este año, cuando el presidente Joe Biden llegue a la encantadora Puglia, Italia, para reunirse con los líderes de Canadá, Francia, Alemania, Japón, Italia y el Reino Unido, además de los presidentes del Consejo Europeo y de la Comisión Europea, junto con invitados especiales como el papa Francisco y el presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, cabe esperar que las fotos dejen al descubierto las sutiles aristas del acontecimiento.
Si los álbumes de fotos familiares ofrecen una visión de los giros de la vida privada, las cumbres del G7 han creado colecciones de fotos históricas, instantáneas en el tiempo que cuentan la historia de las democracias occidentales que se enfrentan a desafíos, incluso de sus propios miembros.
La foto de este año, con un telón de fondo de olivos y piedra cálida con toques mediterráneos, transmite la tensión del momento. Son tiempos difíciles para la mayoría de estos líderes. El futuro es incierto para sus carreras, su alianza y el mundo. Se les ve sombríos, pero decididos.
La cumbre de 2024 se celebra en medio de una agitación política cada vez mayor, pocos días después de unas elecciones al Parlamento Europeo que han dejado a los líderes centristas de Francia y Alemania gravemente heridos políticamente, con la ultraderecha en ascenso. Será fascinante ver cómo las imágenes visibilizan las nuevas tensiones.
Pensemos en años anteriores.
Las tensiones estaban a punto de estallar en 2018, cuando los líderes del G7 se reunieron en Canadá. En la foto de grupo se esforzaron por parecer relajados, pero cualquier sonrisa forzada sin duda se derrumbó después de que la cámara enmudeció. La cumbre fue poco menos que un desastre. El entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump, había tuiteado insultos contra el anfitrión, el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, en medio de desacuerdos sobre comercio. “Muy deshonesto y débil”, le llamó en uno de sus muchos mensajes en Twitter.
Pero la imagen que contaba la historia de forma más elocuente, más memorable, tenía a Trump sentado con los brazos cruzados sobre el pecho, la canciller alemana Angela Merkel de pie frente a él, con las manos sobre la mesa, inclinada hacia el presidente estadounidense, con los otros líderes mundiales rodeándolos, esperando que Merkel prevaleciera sobre Trump para que no echara por tierra el trabajo de la reunión, lo que finalmente hizo.
Trump se marchó antes de que terminara la cumbre, negándose a firmar el tradicional comunicado conjunto.
Tras el desastre de 2018, el grupo decidió prescindir del comunicado solo para 2019, para evitar que Trump lo saboteara.
Tres años antes, el contraste no podía ser más marcado con expresidentes y futuros presidentes estadounidenses. Entre las fotos icónicas está la del entonces presidente de Estados Unidos, Barack Obama, en los Alpes bávaros en 2015, en un banco, con los brazos muy extendidos ante un paisaje impresionante, escuchando a una animada Merkel exponer sus puntos de vista.
Una década antes, el presidente George W. Bush dio a Merkel un masaje indeseado en la espalda, quien no pareció muy complacida. Varios comediantes se burlaron de Bush, pero Merkel declaró más tarde a CNN que fue un “gesto amable en aquel momento”, una señal de amistad.
Por increíble que parezca, la cumbre de 2006 se celebró en San Petersburgo, Rusia. El anfitrión fue el presidente de Rusia, Vladimir Putin, invitado en 1997 a unirse a lo que se convirtió en el G8 durante una época de optimismo posterior a la Guerra Fría.
Aquello duró poco. En 2014, después de que Rusia invadió y se anexó la península ucraniana de Crimea, la invitación a Rusia fue suspendida. El G8 volvió a ser el G7. (Trump intentó traer de vuelta a Putin).
Se suponía que la reunión de 2020 se celebraría en Estados Unidos. Trump incluso sugirió celebrarla en uno de sus clubes de golf. El covid-19 obligó a cancelar la cumbre; un recordatorio de que lo inesperado puede suceder y sucede.
Al año siguiente se produjo una de las fotos de familia más extrañas, una cumbre de 2021 de la era covid. Los líderes se encontraban a varios metros de distancia, pero la separación apenas ocultaba el alivio de los aliados que celebraban el cambio de liderazgo en Washington.
“Estados Unidos ha vuelto”, dijo Biden a Europa y al mundo. (“Ha vuelto, ¿pero hasta cuándo?”, respondió Macron). La calidez palpable se hizo evidente en las imágenes.
El alivio de los aliados fue reflejo de un sentimiento más amplio. Una encuesta de Pew a 12 países, incluidos miembros del G7, reveló que la confianza en el liderazgo estadounidense se disparó repentinamente de una media de 17% con Trump a 75% con Biden.
Sin embargo, la euforia de 2021 no duró.
A principios de 2022, Rusia lanzó su invasión a gran escala a Ucrania. La guerra es solo una de las graves amenazas a las que se enfrentan los líderes del G7, que se reúnen en la creencia de que la sincronización de sus políticas en apoyo de la prosperidad y la estabilidad mundiales las hace más eficaces, con más probabilidades de éxito.
Unos años antes de dimitir como canciller, Merkel advertía del ascenso de fuerzas oscuras. Se refería al creciente apoyo a la ultraderecha en Alemania y al aumento de los incidentes antisemitas ahí.
Esa premonición parece especialmente conmovedora esta semana, después de que el partido de ultraderecha Alternativa para Alemania (AfD), cuyos miembros repiten lemas nazis prohibidos y que mantiene vínculos estrechos con el Kremlin, quedara segundo en las elecciones alemanas al Parlamento Europeo, por delante de la coalición gobernante. En Francia, el panorama era igualmente desolador, después de que el partido centrista del presidente Emmanuel Macron fuera derrotado por la ultraderecha, lo que provocó su arriesgada convocatoria de elecciones parlamentarias anticipadas.
Y, todo ello, en medio de una de las elecciones más trascendentales de la historia de Estados Unidos, con enormes ramificaciones para los aliados de Estados Unidos y para el mundo, con un candidato que ha expresado su admiración por los autócratas, que dice que será un dictador solo el primer día y que ha mostrado poco interés en alimentar los lazos con los aliados democráticos.
Irónicamente, la anfitriona de la cumbre de este año es la primera ministra de Italia, Giorgia Meloni, que está cosechando una serie de éxitos que hacen que Italia, con su historial de gobiernos inestables, parezca uno de los gobiernos más estables del G7.
Meloni, del partido Hermanos de Italia, sucesor de los fascistas originales, ha pivotado hacia el centro desde que asumió el cargo en 2022. Antaño euroescéptica y admiradora de Putin, ahora dice que la cumbre se centrará en “la defensa del sistema internacional basado en normas” y en “la guerra de agresión de Rusia a Ucrania”.
Meloni sigue siendo una derechista acérrima, con aspiraciones de liderar Europa en una nueva dirección. Pero hasta ahora, los mayores temores sobre su mandato no se han materializado.
El G7 también abordará la migración, uno de los temas principales de la agenda de la derecha, así como los conflictos en el Medio Oriente, la necesidad de controlar la inteligencia artificial, el cambio climático y otros asuntos acuciantes.
Al final, los líderes mostrarán su acuerdo con un comunicado que firmarán todos y cada uno de ellos, con plena unidad y cálidos apretones de manos.
Pero la historia más profunda y llena de matices de esta cumbre del G7, como de otras, puede que se manifieste de forma más nítida no en los documentos firmados, sino en las fotografías, esas miradas a menudo incómodamente escenificadas de los seres humanos que lideran las naciones.