(CNN) – El desempeño de Joe Biden en el debate presidencial de CNN contra Donald Trump ha suscitado preocupación entre los aliados de Estados Unidos, especialmente en la OTAN y Europa.
Esas preocupaciones, para ser claros, no se refieren a si Biden es apto o no para tomar decisiones. No les preocupa que vaya a aplicar políticas peligrosas o a tomar medidas drásticas a escala internacional, un factor siempre importante cuando se trata de la persona al mando de las fuerzas armadas más poderosas del mundo, de un arsenal nuclear y de la mayor economía.
La opinión común entre los aliados de Estados Unidos es que Biden es un hombre sensato que se rodea de gente sensata y que, pase lo que pase, seguirán tomando decisiones racionales y razonables.
Tampoco preocupa que la actuación a trompicones, a veces incomprensible, de Biden haya asegurado un segundo mandato de Trump. La perspectiva de un regreso de Trump es preocupante, pero ya se ha incorporado al pensamiento de los aliados.
Europa, en particular, nunca ha superado realmente a Trump y ha mantenido su opinión desde 2020: que si pudo ocurrir una vez, podría volver a ocurrir. Ese ha sido el núcleo del pensamiento estratégico europeo desde que Trump asumió el cargo en 2016 y ha continuado durante la presidencia de Biden.
Lo que preocupa a los aliados de Estados Unidos es que el país más poderoso del planeta no pueda proporcionarles lo que más desean: estabilidad.
Los diplomáticos temen que la destitución de un candidato a estas alturas del ciclo electoral pueda socavar todo el proceso. Podría permitir a adversarios como China y Rusia arremeter contra el sistema democrático estadounidense, haciéndolo parecer débil en comparación con sus autocracias, donde los hombres fuertes se aferran firmemente al poder.
Esto puede parecer trivial, pero la diplomacia a este nivel suele verse en términos de suma cero: algo malo o embarazoso para Occidente, en particular para el poderoso Estados Unidos, es bueno para sus enemigos.
Estas pequeñas muestras de supuesta debilidad crean aperturas para que los adversarios difundan propaganda, siembren divisiones en Estados Unidos y en el propio Occidente mediante la desinformación.
Estos riesgos ya serían bastante malos a la hora de destituir a un candidato, pero imagínense si estas conversaciones tuvieran lugar una vez que Biden se hubiera asegurado un segundo mandato. La especulación constante sobre su capacidad para gobernar en casa y en el extranjero podría ser infundada a nivel político, pero sin duda crearía división, desconfianza y pánico a lo largo de su segundo mandato.
¿Qué podría significar eso materialmente? ¿Podría Biden impulsar en la Cámara de Representantes medidas como la ayuda a Ucrania? ¿Tendría el capital político para emprender acciones potencialmente impopulares en Medio Oriente o en el Indo-Pacífico si esas regiones se desestabilizan aún más? Y, ¿un signo de interrogación sobre el poder de la Casa Blanca animaría a los adversarios globales de Estados Unidos a actuar de forma más agresiva en sus propios territorios? Para afrontar eficazmente todos estos retos se requiere estabilidad.
Esto nos lleva al jueves por la noche. El mundo vio a un anciano que se esforzaba por hablar con elocuencia o coherencia. Seas partidario o detractor, esa actuación plantea preguntas legítimas sobre si es o no simplemente demasiado viejo para el trabajo que quiere seguir haciendo.
La estabilidad significa algo más que la estabilidad política o la coherencia. Si el ruido y las dudas sobre la capacidad de Biden para gobernar continúan, los aliados temen que sea incapaz –de forma justa o injusta– de proporcionar la estabilidad que Occidente necesita desesperadamente en un momento de incertidumbre.