(CNN Español) – El acervo de la literatura venezolana asienta nombres como Andrés Bello, Teresa de la Parra, Rómulo Gallegos, Arturo Uslar Pietri y Rafael Cadenas, voces memorables que descubrimos en aulas universitarias, bibliotecas públicas y familiares. Desde entonces la realidad de este inmenso país ha cambiado radicalmente su narrativa, y con ello, los conflictos, resoluciones dramáticas, anhelos y destinos de los personajes, ya no son los mismos. Para entender hacia dónde viaja la literatura latinoamericana escrita desde esta otra geografía, recomiendo a dos autores cardinales: Karina Sainz Borgo y Rodrigo Blanco Calderón. Blanco Calderón (Caracas, 1981) es un novelista entrañable, con una obra sólida, de un realismo tan crudo como lúcido. Sus tramas viajan de la comedia a la tragedia cotidiana, conduciéndonos por ese interminable laberinto de códigos y resoluciones, telón de fondo, condimento y memoria de un territorio difícil de desentrañar más allá de sus fronteras.
-Tus novelas Simpatía y The Night son un claro retrato del proceso por el que atraviesa Venezuela en los últimos 20 años. Al leerlas, descubres ese terrible paisaje de oscuridad y desencanto, escrito con altura y humor, la autenticidad de la novela rusa del XIX y el buen pulso de la narrativa norteamericana del siglo XX. Sin exageraciones, y con una plasticidad descomunal, tu obra es también un documento sobre la supervivencia en las sociedades cerradas del siglo XXI. ¿Cómo logras hacer verosímil ese engarce entre realidad y ficción en el contexto latinoamericano?
-En mis novelas, la situación de la Venezuela actual, siempre crítica y dramática, funciona como un marco para contar unas historias y mostrar unos personajes que tienen unas dinámicas propias. Es cierto que son personajes que no pueden obviar el contexto represivo en el que viven, pero ellos insisten en vivir sus vidas varias horas al día como si la dictadura no existiera. Porque en parte es así: aún en el contexto más feroz, los seres humanos tratan de crear espacios de convivencia, de cotidianidad. Es en estas zonas del relato donde me suelo permitir inventar más, alterar la lógica de la realidad con episodios oníricos o que rozan lo fantástico. No obstante, en lo referente a lo político y lo social suelo ser bastante fiel a los hechos. Y son precisamente esos momentos de mis novelas los que algunos lectores europeos juzgan que son inventos míos. Lo que es inverosímil para ellos es costumbrismo para nosotros.
-¿Cómo ha mutado el arte, los artistas e intelectuales y sus contenidos en la Venezuela de las últimas décadas? ¿Se ha visto perjudicada tu obra por la censura? ¿En qué momento y por qué decidiste emigrar a España?
-La dictadura chavista es una dictadura iletrada. Como no leen, ni se preocupan por censurar los libros. El chavismo ha hecho algo mucho más inteligente. En lo que concierne al sector del libro, al destruir la economía, el chavismo ha borrado de un plumazo todo el sistema de librerías, distribuidoras y editoriales. Los pequeños espacios de producción y difusión editorial que todavía persisten son heroicas iniciativas privadas. Que son muy valiosas, por supuesto, pero que no pueden sustituir la función del Estado y de la empresa privada. Cuando hace años que no entran novedades editoriales al país, ya no tienes que preocuparte por censurar a este o a aquel autor. En ese sentido, Maduro es un dictador del siglo XXI, mientras que Ortega es uno del siglo pasado, que todavía persigue a escritores y expulsa a intelectuales y les quita la nacionalidad.
Al chavismo le interesa el reguetón y las redes sociales. No la literatura. Dicho esto, y aunque el chavismo ha sido la causa del desastre, me llama la atención que la literatura y el arte venezolanos de los últimos años se han ido enfocando cada vez más en la consecuencia: el éxodo masivo de venezolanos. Creo que esa es la gran experiencia, el gran trauma, alrededor del cual todos los escritores, músicos, artistas y cineastas venezolanos estamos girando. Muchas veces sin referencia explícita a la dictadura. Son personajes en situaciones límite donde ya no tienen ni tiempo para mentarles la madre a sus victimarios. Solo tienen fuerza para buscar adaptarse al lugar al que llegaron y sobrevivir.
Yo emigré primero a Francia, en 2015. Luego, en 2018, me vine a Málaga, España. En Caracas, yo era profesor universitario, vivía en una situación cada vez más precaria y no veía futuro. Estaba muy desanimado con el panorama político y social y tuve algo de lucidez al ver que aquello no iba a cambiar tan pronto como creíamos. Vi que todavía faltaba mucho. Y no quise esperar más. Por fortuna, emigré en avión y con una oferta de trabajo. Lo cual me permitió acompañar la salida de mis libros en el mercado internacional. Decidí emigrar a España porque yo podía soportar vivir lejos de mi tierra, pero no aguantaba más vivir en otro idioma que no fuera el español.
-A medida que se acerca el 28 de julio, es tangible el entusiasmo popular por un cambio político en Venezuela. ¿Qué esperas del proceso electoral en la actual situación que atraviesa el país?
-Honestamente, del chavismo no espero nada. El chavismo es un sistema totalitario cuyos principales jefes no pueden poner un pie fuera de Venezuela. Bien sea por sus vínculos con el narcotráfico o porque tienen expedientes en La Haya por crímenes de lesa humanidad. No veo por qué esta organización criminal va a aceptar los desastrosos resultados electorales que les esperan el 28 de julio. No obstante, hay dos novedades cruciales en este proceso. Por un lado, el auténtico liderazgo que ha sabido concentrar y movilizar María Corina Machado, y que desde ya es una de las cosas más importantes que han pasado en Venezuela en los últimos años. Y por otro lado, la presión que líderes de la izquierda latinoamericana, como Petro y Lula, han estado metiendo para que Maduro acepte unas condiciones mínimas de transparencia electoral y que se respeten los resultados. Creo que el chavismo va a hacer lo que su naturaleza fascista le exige: no reconocer los resultados y desatar una nueva ola de represión. La variante será el costo político que tenga esta nueva salvajada, porque también es cierto que Venezuela se ha convertido en un problema insostenible, que ha desbordado sus fronteras y que ha alterado toda la región.
-Para un autor de tu talla, Premio Bienal Vargas Llosa de Novela, Premio O. Henry de cuentos por The Mad People of Paris, incluido en la lista “Bogotá 39” que destaca los autores más importantes de América Latina, parte de la longlist del Premio International Booker 2024, Premio Rive Gauche al mejor libro extranjero editado en Francia, entre otros galardones, ¿existe la necesidad de escribir una historia narrada más allá del contexto venezolano?
-Por supuesto. Estoy escribiendo una novela cuya pauta inicial fue precisamente esa: borrar de un plumazo el contexto venezolano. Al principio, creí que lo había logrado. Ahora, según avanzo en la historia, veo que mis personajes vuelven inevitablemente a la tierra maldita.
-En el terreno sociopolítico actual y de cara a los resultados electorales de 2024 ¿Cuál sería el mejor escenario para los artistas e intelectuales venezolanos dispersos por el mundo?
-El mejor escenario sería, claramente, que Edmundo González ganara las elecciones y que el chavismo reconociera la derrota y comenzara así la transición para que Venezuela vuelva a ser una democracia. El mejor escenario es que los artistas e intelectuales, así como cualquier otro venezolano, tengan la posibilidad de vivir de manera digna en su propio país. Sin miedo. En libertad.