(CNN) – Es una historia que resulta familiar a cualquiera que haya seguido la carrera de Barack Obama: un joven escritor graduado en Derecho por una universidad de la Ivy League que cuenta una historia conmovedora, se catapulta al Senado y se incorpora a la conversación política nacional.
Pero en lugar de Obama, el escritor de memorias del momento es J. D. Vance, senador republicano por Ohio, elegido por el expresidente Donald Trump como su compañero de fórmula para la vicepresidencia y, a sus 39 años, la próxima generación del movimiento MAGA.
El libro de Vance, como el de Obama, trata de un joven criado en gran parte por sus abuelos y de la superación de temas de alienación. “Hillbilly Elegy” de Vance también se convirtió en una película de Ron Howard.
“Hillbilly Elegy” causó sensación tras la elección de Trump en 2016, cuando la gente trataba de entender cómo la demócrata Hillary Clinton había perdido los estados del “Rust Belt”, conocido también como el “cinturón del óxido”. El libro, con historias conmovedoras sobre la crianza de Vance, su madre drogadicta y su abuela malhablada y aficionada a las armas, intenta explicar el descontento de los estadounidenses blancos de clase trabajadora que sentían que la sociedad estadounidense los estaba dejando de lado mientras eran testigos de la decadencia de pueblos antaño prósperos.
Vance ha evolucionado claramente desde la publicación del libro. Se opuso a Trump cuando se publicó por primera vez justo antes de las elecciones de 2016 y ahora está en la misma candidatura presidencial, convertido en un acólito de Trump en toda regla.
La historia de Trump y la de Vance son lo más opuestas que pueden ser las historias de dos hombres blancos.
Trump construyó su carrera empresarial con préstamos de su padre. Vance abandonó el nombre de su padre biológico, Donald, para convertirse simplemente en J. D. Vance.
Trump nació en la riqueza en una ciudad en la que vivió la mayor parte de su vida. Vance considera que su hogar es Kentucky, de donde eran sus abuelos y donde visitó de niño.
Trump evitó el servicio militar en Vietnam. Vance se alistó en la Infantería de Marina y estuvo en servicio en Iraq.
Mientras que Trump tiene una visión del mundo del tipo “sólo yo puedo arreglarlo”, Vance adopta un enfoque mucho más humilde de sus propias capacidades y da crédito a los demás por ayudarle a triunfar a pesar de la desesperación en su ciudad natal.
Estas son algunas citas del libro que me impresionaron al releerlo:
“No escribí este libro porque haya conseguido algo extraordinario. Escribí este libro porque logré algo bastante ordinario, que no le ocurre a la mayoría de los chicos que crecen como yo. Crecí en la pobreza, en el Rust Belt, en una ciudad siderúrgica de Ohio que ha estado perdiendo empleos y esperanza desde que tengo uso de razón”.
Los abuelos de Vance no terminaron el bachillerato y se trasladaron, dice, de Kentucky a Ohio cuando su abuela estaba embarazada a los 14 años, en busca de trabajo y una vida mejor. Su abuelo se buscó la vida como obrero del acero y, a pesar de que su madre cayó en la adicción, sus abuelos fueron parte de “un puñado de personas cariñosas (que) me rescataron”.
Vance siente afinidad con personas cuyas familias, como la suya, tienen raíces en los Apalaches y no han seguido el ritmo de la movilidad social en Estados Unidos.
“Me identifico con los millones de estadounidenses blancos de clase trabajadora de ascendencia escocesa-irlandesa que no tienen título universitario. Para ellos, la pobreza es tradición familiar… Los estadounidenses los llaman ‘hillbillies’, ‘rednecks’ o ‘white trash’. Yo los llamo vecinos, amigos y familia”.
Hay múltiples pasajes sobre cómo las opiniones de estas comunidades acerca de cómo debe actuar un hombre están perjudicando a los hombres, que, según él, abandonan la población activa y se niegan a trasladarse en busca de oportunidades.
“Nuestros hombres sufren una peculiar crisis de masculinidad en la que algunos de los propios rasgos que inculca nuestra sociedad dificultan el éxito en un mundo cambiante”.
Aunque Vance reconoce que su Mamaw sólo sobrevivió en sus últimos años con la ayuda del gobierno, existe un marcado desdén por los programas que ayudan a las personas que no son mayores. Vance dice:
“He conocido a muchas reinas de la asistencia social; algunas eran mis vecinas y todas eran blancas”.
Gran parte del libro gira en torno a la relación de Vance con su abuela, Mamaw, “la mujer más dura que he conocido”, fallecida en 2005 y a la que mencionó cariñosamente en su discurso del miércoles en la Convención Nacional Republicana. El libro está repleto de citas y anécdotas cargadas de palabras soeces sobre ella y otros miembros de su familia de Kentucky.
“Algunas personas pueden llegar a la conclusión de que procedo de un clan de lunáticos. Pero las historias me hicieron sentir como la realeza hillbilly, porque eran las clásicas historias del bien contra el mal, y mi gente estaba en el lado correcto”.
En un momento en que la inmigración desempeña un papel tan importante en la política nacional, es interesante que la migración dentro de Estados Unidos sea un componente clave del libro de Vance. Su familia y millones de personas como ellos tuvieron que desplazarse para abrirse camino en el mundo.
“… muchos millones de personas viajaron por la ‘autopista de los hillbilly’, un término metafórico que captaba la opinión de los norteños que veían sus ciudades y pueblos inundados de gente como mis abuelos… partes significativas de toda una región recogieron sus cosas y se trasladaron al norte”.
Sus abuelos eran demócratas por clase social.
“… para Papaw y Mamaw, no todos los ricos eran malos, sino que todos los malos eran ricos. Papaw era demócrata porque ese partido protegía a los trabajadores”.
Sostiene que el “sueño americano” parecía alcanzable para la generación de sus abuelos.
“A pesar de su matrimonio violento, Mamaw y Papaw siempre mantuvieron un mesurado optimismo sobre el futuro de sus hijos. Pensaban que si ellos habían podido pasar de una escuela de una sola aula en Jackson a una casa de dos pisos en los suburbios con las comodidades de la clase media, sus hijos (y nietos) no tendrían problemas para ir a la universidad y conseguir su parte del sueño americano”.
El libro trata específicamente de los estadounidenses blancos de clase trabajadora. Pero en varios puntos Vance compara la difícil situación de los estadounidenses blancos en los Apalaches y en el llamado Cinturón del Óxido con la de los estadounidenses negros abandonados en las ciudades de Estados Unidos.
“… los malos vecindarios ya no afectan sólo a los guetos urbanos; los malos vecindarios se han extendido a los suburbios”.
Vance no ve con buenos ojos a quienes se quejan de la falta de trabajo en sus ciudades. Dice que muchos de ellos son holgazanes.
“… puedes pasear por una ciudad en la que el 30% de los jóvenes trabajan menos de veinte horas a la semana y no encontrar a una sola persona consciente de su propia holgazanería”.
Ahora que es católico practicante, le frustra que haya más gente en el Rust Belt que no asiste a la iglesia y argumenta repetidamente que las iglesias pueden proporcionar apoyo a la gente que lo necesita.
“La yuxtaposición es sorprendente: las instituciones religiosas siguen siendo una fuerza positiva en la vida de las personas, pero en una parte del país azotada por el declive del desempleo en la industria manufacturera, la adicción y los hogares rotos, la asistencia a la iglesia ha caído en picada”.
En una sección clave en la que describe un trabajo durante su adolescencia en una tienda de comestibles, más o menos a principios de la década de 2000, Vance expresa su indignación por la gente que recibía ayuda del gobierno, pero podía tener teléfonos, que entonces no eran tan omnipresentes.
“También me enteré de cómo la gente jugaba con el sistema de asistencia social… solían pasar por la caja hablando por el celular. Nunca pude entender por qué nuestras vidas parecían una lucha mientras que los que vivían de la generosidad del gobierno tenían cosas con las que yo sólo podía soñar”.
Fue ver a la gente “vivir del subsidio” lo que empezó a poner a Vance en contra de los demócratas, aunque tengo que decir que al leer este pasaje hoy no estoy seguro de cuánta gente que recibe ayuda alimentaria está comprando filetes T-bone.
“Cada dos semanas, recibía una pequeña paga y me fijaba en la línea donde se deducían de mi salario los impuestos federales y estatales sobre la renta. Con la misma frecuencia, nuestro vecino drogadicto compraba filetes T-Bone, que yo era demasiado pobre para comprarme, pero que el Tío Sam me obligaba a comprar para otra persona. Esta era mi mentalidad cuando tenía diecisiete años y, aunque hoy estoy mucho menos enojado que entonces, fue mi primer indicio de que las políticas del “partido de los trabajadores” de mamá, los demócratas, no eran todo lo que decían ser”.
El rechazo generalizado de los demócratas en el Cinturón del Óxido podría explicarse desde un punto de vista racial, por el apoyo de los demócratas al movimiento por los derechos civiles, o por razones sociales, ya que los cristianos evangélicos gravitaban hacia la derecha. Pero Vance afirma que la culpa la tiene en gran medida una percepción agraviada de los programas de bienestar social. También cuenta la historia de la frustración de su abuela cuando un vecino alquila su casa como propiedad de la Sección 8. A la inversa, a Mamaw también le irritaba que fracasaran las votaciones para subir los impuestos a favor de las escuelas locales.
“Maldeciría a nuestro gobierno por no ayudar lo suficiente, y luego se preguntaría si, en sus intentos de ayudar, en realidad empeoró el problema”.
Con el tiempo, Middletown, Ohio, empezó a parecerse mucho al Kentucky de la juventud de Mamaw.
“Mamaw creía haber escapado de la pobreza de las colinas. Pero la pobreza emocional, si no financiera, la había seguido”.
Vance ve un declive general de la sociedad en estas zonas y se trata de algo más que la falta de trabajo.
“Nuestra elegía es sociológica, sí, pero también tiene que ver con la psicología, la comunidad, la cultura y la fe”.
Vance concede gran importancia al trabajo duro y a las decisiones financieras razonadas. Se alistó en los Infantes de Marina específicamente para poder pagarse la universidad, por lo que no debería sorprender que hoy sea un vehemente crítico de la condonación de los préstamos estudiantiles.
“Pensé en la Ley GI y en cómo me ayudaría a cambiar el endeudamiento por la libertad financiera. Sabía que, sobre todo, no tenía otra opción. Estaba la universidad, o nada, o los Marines, y no me gustaba ninguna de las dos primeras opciones”.
También hay un pasaje en el que, como estudiante del Estado de Ohio, describe el uso de un préstamo de día de pago. Argumentaba que, aunque estos préstamos podían tener tipos de interés exorbitantes y parecer rapaces a los defensores de los consumidores, el préstamo estaba ahí cuando él lo necesitaba. Por eso se opuso a un proyecto de ley que se estaba estudiando en Ohio para regular los préstamos de día de pago.
“La gente poderosa a veces hace cosas para ayudar a gente como yo sin entender realmente a la gente como yo”.
A medida que Vance se dirigía a la Facultad de Derecho de Yale, con un futuro brillante tras años de trabajo, empezó a sentirse fuera de lugar en Middletown, donde crecía la desesperación.
“El increíble optimismo que sentía por mi propia vida contrastaba fuertemente con el pesimismo de muchos de mis vecinos. Años de declive de la economía obrera se manifestaban en las perspectivas materiales de los residentes de Middletown… había algo casi espiritual en el cinismo de la comunidad en general, algo que iba más allá de una recesión a corto plazo”.
Ahí están los inicios del deseo de un héroe populista.
“No había nada que nos uniera al núcleo de la sociedad estadounidense. Nos sentíamos atrapados en dos guerras aparentemente imposibles de ganar, en las que una parte desproporcionada de los combatientes procedía de nuestro barrio, y en una economía que no cumplía la promesa más básica del sueño americano: un salario estable”.
Vance no considera que haya racismo en el rechazo de Obama por parte de muchos ciudadanos blancos del Rust Belt, sino más bien antielitismo.
“Barack Obama golpea el corazón de nuestras inseguridades más profundas. Él es un buen padre mientras que muchos de nosotros no lo somos. Él va de traje a su trabajo mientras que nosotros vamos en overol, si es que tenemos la suerte de tener un trabajo. Su mujer nos dice que no deberíamos dar a nuestros hijos ciertos alimentos, y la odiamos por ello, no porque pensemos que se equivoca, sino porque sabemos que tiene razón”.
También ve un fallo en la derecha a la hora de promover la responsabilidad e inspirar a la gente para que tenga éxito.
“Lo que separa a las personas exitosas de las que no lo son son las expectativas que tenían de sus propias vidas. Sin embargo, el mensaje de la derecha es cada vez más: ‘No es culpa tuya, es del gobierno’”.
Vance se siente fuera de lugar en Middletown, pero también en Yale. Además, a lo largo del libro se preocupa más por su salud.
“Cuando pasas de la clase trabajadora a ser profesionista, casi todo en tu antigua vida se vuelve anticuado, en el mejor de los casos, o insalubre, en el peor. En ningún momento fue esto más evidente que la primera (y última) vez que llevé a un amigo de Yale a Cracker Barrel. En mi juventud, era lo máximo en gastronomía, el restaurante favorito de mi abuela y mío. Con los amigos de Yale, era una grasienta crisis de salud pública”.
En un momento dado, Vance conoce a un político de Indiana.
“mi héroe político … Mitch Daniels”.
Cabe imaginar que Daniels, exgobernador de Indiana y funcionario de George W. Bush, al que se opone el ala MAGA del Partido Republicano, ya no es el héroe de Vance.
El breve capítulo final sugiere que la política social necesita hacer más para comprender a la clase trabajadora blanca, pero no es particularmente detallado. Vance señala que su ascenso se cimentó en la ayuda gubernamental, incluidos los préstamos estudiantiles, las prestaciones de vejez que su abuela compartió con él y las escuelas públicas de su juventud y años universitarios. Sostiene que el país debería hacer más por integrar a las personas con rentas bajas en la clase media. Lo más cerca que llega a estar de una propuesta política es su frustración por la forma en que el gobierno federal aplica las ayudas a la vivienda de la Sección 8.
Más adelante, admite que es difícil encontrar respuestas.
“No sé cuál es la respuesta, precisamente, pero sé que empieza cuando dejamos de culpar a Obama o a Bush o a empresas sin rostro y nos preguntamos qué podemos hacer para mejorar las cosas”.