(CNN Español) – Los jóvenes en Argentina que se encuentran en el último año del nivel secundario tienen altas expectativas de continuar sus estudios, pero menos de la mitad de esos alumnos logra cumplir con sus proyectos académicos, así lo evidencia un estudio realizado por el Observatorio Argentinos por la Educación basado en la Encuesta Permanente de Hogares del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec).
Ese informe señala que “el 33% del total de los estudiantes del último año del secundario planea solo estudiar; (mientras que) el 52%, estudiar y trabajar”.
Los resultados evidencian que un 85%, aproximadamente 8 de cada 10 de los estudiantes secundarios, tienen como objetivo lograr una formación terciaria o universitaria.
Sin embargo, el estudio reporta que del 74% de los jóvenes de 19 a 25 años que terminó el colegio, hay “un 25% que se dedica solo a estudiar y un 13% que trabaja y estudia”. Es decir, solo un 38% logra concretar su continuidad académica, que representa, aproximadamente, a 4 de cada 10 jóvenes.
¿A qué se debe esta brecha entre las expectativas de los jóvenes y la realidad?
El coordinador de investigación del Observatorio Argentinos por la Educación y uno de los elaboradores del informe, Martín Nistal, considera que “la gran mayoría de los alumnos ve a la educación como un camino de progreso y eso es un punto fundamental, por lo que hay que seguir fomentando esta iniciativa. El problema es cuando se choca con la realidad, donde solo el 38% de los alumnos logra insertarse en el nivel superior, y aquí las necesidades de los alumnos juegan un factor clave”, dijo en entrevista con CNN.
Tal como arrojan los resultados del informe, “en los niveles socioeconómicos más altos se ve una mayor proporción de jóvenes que logran continuar con sus estudios luego del secundario”. Esta cifra representa un 51% de los jóvenes del decil más rico. En cambio, en los niveles socioeconómicos más bajos el porcentaje disminuye a 21%, según el estudio.
En un comunicado a CNN, el Ministerio de Capital Humano, a través de la Secretaría de Educación de la Nación, afirmó que “la escuela secundaria debe atravesar un proceso de transformación, tanto en su forma como en sus objetivos, y los indicadores avalan esta necesidad”.
Además, en ese mismo comunicado, se precisaron los planes educativos del Gobierno a futuro:
“Nos encontramos impulsando el Plan Nacional de Alfabetización, una política prioritaria que busca mejorar la capacidad lectora y de comprensión de toda la población, enfocado en una primera instancia en niños de 0 a 8 años. A partir del 2025 se prevé poner el acento también en el nivel secundario, desde una propuesta consensuada con las jurisdicciones, que atienda las necesidades del mundo del trabajo y académico”.
¿Qué dicen los alumnos y maestros?
Valentina Corvalán tiene 16 años, actualmente cursa su anteúltimo año de la escuela secundaria en el colegio Nicolás Avellaneda de la Ciudad de Buenos Aires y tiene planeado continuar sus estudios.
Corvalán dice que le “encantan” las ciencias sociales, pero también suele estar interesada por la medicina y la antropología. Hasta hace algunos meses presidió el centro de estudiantes de su colegio y se encuentra en la búsqueda de trabajo para tener su independencia económica; aunque, como afirma, no lo necesita con urgencia.
Con respecto a las expectativas estudiantiles de los jóvenes de su edad, Valentina Corvalán es taxativa: “Veo que hay mucha deserción estudiantil entre los pibes de mi generación debido a un porcentaje de alumnos que tienen que dejar el colegio para ir a trabajar porque tienen que ayudar a la familia o no pueden pagarse el transporte”.
Laura Márquez es docente de Historia y Geografía en una escuela de la localidad de Lanús, en la provincia de Buenos Aires, y evidencia una situación similar en su entorno educativo: “Donde trabajo, los docentes nos preocupamos más por las cuestiones que tienen que ver con la comunidad que por la educación. Últimamente estamos más preocupados con la revinculación de los estudiantes en la escuela, que al trabajar quedan libres por superar el ausentismo permitido. Obviamente, nuestra idea es que no dejen de estudiar”.
Márquez ejerce como profesora en todos los niveles del secundario y no olvida su paso por la escuela. “A mí me costó muchísimo porque necesitaba trabajar y, por ende, se me hacía muy difícil estudiar. Tenía trabajos no registrados, mal pagos, de pocas horas. Fue muy complicado”, recuerda.
Con sus 16 años y un claro objetivo de continuar con la educación superior, Valentina Corvalán asegura que “la juventud estudiantil se encuentra en una situación bastante complicada”. Desde su experiencia como alumna y expresidenta del centro de estudiantes de su colegio, asegura que las expectativas a futuro de los alumnos se dividen en dos: “Por un lado, están los pibes que, apenas terminan el secundario, ya quieren salir a trabajar porque les es imprescindible tener un ingreso para ayudar a sus familias. Es decir, más que una carrera universitaria o una especialización, están más enfocados en el objetivo de tener un ingreso. Por el otro, y son la menor cantidad, hay otros chicos que tienen una realidad más cómoda y pueden estudiar más tranquilos”.
En la misma línea, Márquez opina: “Veo a la mayoría de los alumnos muy preocupados por tener un trabajo. Por este motivo quieren terminar sus estudios para ingresar en el mercado laboral. Ellos saben que, si no terminan el secundario, no van a poder acceder a un trabajo registrado. Es decir, tienen ganas de seguir estudiando después del secundario, pero el foco está más puesto en poder subsistir económicamente”.
Tal como revela el informe del Observatorio Argentinos por la Educación, “en 2023, el 33% de los empleos entre los que terminaron el secundario eran de calidad”; mientras que, entre los que no terminaron el secundario, solo el 13% accede a empleos registrados.
¿Cómo llegan los alumnos a la universidad?
Javier Labella y Lucas Seoane son docentes universitarios y ambos se enfrentan a situaciones, por un lado, similares y, por el otro, completamente diferentes en lo que respecta a la llegada de los estudiantes egresados del secundario al ámbito universitario.
Seoane es docente de la materia Psicología Social de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, una asignatura del primer año de la carrera que dicta por las mañanas. Allí observa que “el 90% de los alumnos no trabaja, pero este hecho es muy común en las materias que se dictan por las mañanas”, afirma. Por su parte, Labella es profesor adjunto de Contabilidad Financiera en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires y su materia se da por las noches, por lo que advierte un mayor porcentaje de alumnos que trabajan y estudian a la vez y, al mismo tiempo, “un gran número de desertores, acompañado de una fuerte fatiga física y mental de estas personas”.
“Es bastante determinante la relación entre trabajar, cursar un promedio de entre tres o cuatro materias y tener un poco de vida más allá de la actividad laboral y académica. La gente que trabaja con respecto a la que no trabaja varía también en los niveles de energía y concentración por cuestiones lógicas”, asegura Seoane.
En el mismo sentido, el docente asegura que, al trabajar y estudiar a la vez, “la gente tiene menos tiempo y, por ende, menos capacidad de atención y pocas posibilidades de cursada, por lo que estas tres variables influyen en forma determinante en la continuidad de los estudios”.
Por otro lado, Labella observa que las principales dificultades de los alumnos al ingresar al ámbito académico “están vinculadas con el traspaso de un sistema de educación a otro, principalmente en las universidades públicas. Este hecho se vincula mucho con la ansiedad en cuanto a la metodología de estudio, la incertidumbre sobre cómo van a ser los exámenes o cómo se van a relacionar los docentes con los alumnos”. De esta manera, se evidencian aún más factores que los puramente socioeconómicos.
¿Qué se puede hacer para reducir la brecha entre expectativa y realidad?
Guillermina Tiramonti, maestra en Educación y Sociedad por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO Argentina), considera que el factor económico y sociocultural del alumno influye “enormemente” en su calidad educativa. Sostiene que “los chicos que vienen de los sectores más vulnerables o socioculturales más bajos tienen un capital cultural que se encuentra alejado, en muchos casos, de los objetivos curriculares de la escuela secundaria y la universidad”.
De esta manera, la especialista en educación propone un posible camino para reducir la brecha: “Se necesita tomar en cuenta estas distancias culturales que hay entre los alumnos de diferentes niveles económicos y socioculturales y poner el foco en lo que requiere la educación. La escuela tiene que darle los mismos instrumentos cognitivos tanto a los sectores más vulnerables como a los más altos. La educación cambia constantemente y hay que formar a todos por igual”.
Al respecto, la capacitadora docente y autora Laura Lewin es contundente: “Creo que las presiones económicas inmediatas pueden obligar a los jóvenes a priorizar el trabajo sobre el estudio para contribuir al sustento familiar. Sin embargo, no creo que sea una regla absoluta. La resiliencia y la motivación de cada persona pueden jugar un rol crucial en la superación de estas barreras. Es importante que los chicos entiendan que estudiar para aprender es un acto de amor y compromiso con su ‘yo futuro’ que los prepara para alcanzar la mejor versión de sí mismos. Claramente, la educación puede ayudar a los chicos con menos recursos a pegar un volantazo. Ese es el superpoder de la educación.