Cortesía Mabel Cuesta

(CNN Español) – La literatura cubana de las últimas décadas retrata la vida cotidiana en la isla, expuesta desde el contexto y los conflictos de sus personajes. Los volúmenes, editados en su mayoría fuera del país, han sustituido los espacios críticos y democráticos que deberían cubrir los medios de comunicación. ¿Cómo se percibe esta narrativa desde el mundo académico en Estados Unidos? La doctora Mabel Cuesta, poeta, narradora y ensayista, profesora de Lengua y Literatura Hispanocaribeñas en la Universidad de Houston, opina sobre el tema.

- ¿Cuáles son los autores contemporáneos esenciales para entender lo que ocurre en la Cuba actual?

-Esas listas de autores son siempre peligrosas pues incurrirán por defecto en los silencios. Me gusta más la idea de efectivamente pensar cada texto literario que se ha producido en los últimos 65 años, o sea, los del período histórico conocido como “revolución” como documento. Un documento que nos va revelando lo que la prensa calla y lo que callan los medios de difusión masiva (TV, radio, ahora internet) controlados por un estado totalitario y sin interés en escuchar a su ciudadanía. En ese sentido te diría que casi cada autor/a publicado/a tanto dentro como fuera de la isla ha venido a contarnos (y a contarle al público extranjero) qué ha estado sucediendo en la realidad. Incluso aquellos que se han dedicado a hacer loas al sistema (llámase Manuel Cofiño o Nicolás Guillén o Nancy Morejón o Marta Rojas -son solo cuatro exasperantes ejemplos) también revelan lo macabro a través de sus muchas publicaciones, su alta visibilidad, su estar en todos los congresos nacionales e internacionales donde hacía falta “representar” a los escritores cubanos.

Si pensamos en los más jóvenes, en los últimos años, me gusta destacar la obra de Martha Luisa Hernández Cadenas (“La puta y el hurón”); la de Carlos Manuel Álvarez (“La tribu”, “Los caídos”) o la de Jorge Enrique Lage (“La autopista: the movie”, “Archivo”, “The Everglades”). Estos tres autores, de entre un grupo más numeroso e igualmente interesante, forman parte de esa generación conocida como Cero y en sus búsquedas dentro de la realidad de la isla parecerían trabajar con una pulpa que no es otra que la del hartazgo, el desencanto y la rabia. Que en su siniestra imposibilidad ha terminado con muchas vidas y con el ejercicio de soñarse vivo. Algo mucho más terrible aún.

El intercambio académico, los programas de contacto entre los pueblos (people-to-people), así como viajes puntuales relacionados con encuentros profesionales e investigaciones formales que intentan acercarnos más allá de cualquier momento crítico entre ambos países han sido parte de tu trabajo todos estos años. ¿Sigues propiciando en este intercambio?

-Durante el período de 2013 a 2019 hice varios viajes con universitarios estadounidenses a la isla. Quería mostrarles la Cuba que no sale en las postales y para eso me iba de la capital. Fue esta la era de las reformas económicas raulistas en un tándem curioso y esperanzador con el deshielo del Gobierno de Barack Obama. Cuba seguía llena de perseguidos políticos (desde las Damas de Blanco y sus encarcelados hijos y esposos hasta los intentos de asociación civil y política liderados por hombres como José Daniel Ferrer -Unpacu); pero a la vez teníamos esta fe -ahora entendemos que fue una gran ingenuidad- de creer que si el sector privado se seguía fortaleciendo por la vía económica, más temprano que tarde el Gobierno tendría que sentarse a negociar con actores relevantes de la sociedad civil y eventualmente comenzar un camino hacia las elecciones libres y la transición democrática pacífica.

Regresando a mis viajes con los estudiantes pasé por experiencias de todo tipo: desde romperme a llorar frente a toda mi clase mientras uno de mis alumnos se agachaba para darle un chocolate a un niño negro que jugaba en un charco con un palito en el barrio de La Marina en la ciudad de Matanzas -barrio históricamente reconocido como pobre y marginalizado- porque aquella imagen negaba los cincuenta años de sacrificios y promesas que le hicieran a la generación de nuestros padres o llenarme yo misma de ira si alguno de aquellos gringuitos se quejaba en las paladares del sector privado donde íbamos a comer porque “solo había” pollo, cerdo y pescado.

Paré de hacer los programas de estudios en el extranjero cuando durante la pandemia se cancelaron o limitaron los viajes internacionales. Pero en realidad paré (no los reactivé) porque las condiciones sanitarias de la isla ya no me dejan sentir seguridad si uno de esos estudiantes tuviera un accidente o necesitara atención médica de emergencia. Las cifras (secuestradas por el gobierno) de personas que mueren cada día por condiciones de insalubridad son apabullantes. En cada barrio, en cada pueblo se escucha el relato de alguien que entró a cirugía por una hernia, una obstrucción intestinal, un accidente que requirió cirugía y que termina muerto/a causa de sepsis creadas por bacterias intrahospitalarias. Esa razón y el hecho de que haya miles de jóvenes en las cárceles luego de las protestas del 11 de julio de 2021 cuando el pueblo solo demandaba su derecho a una alimentación digna, a luz eléctrica y a medicinas fueron mis razones para detener esos viajes que en algún momento creí productivos, si de erosionar las narrativas al uso sobre Cuba se trataba.

- ¿Quiénes son los expertos encargados de la selección de autores para los programas de estudio de literatura cubana dentro del sistema de enseñanza estadounidense?

-Ese proceso, gracias a la libertad académica de ese país (puesta en jaque por la más rancia derecha; pero todavía en pie) es absolutamente libérrimo. Es decir, yo, como profesora de literatura caribeña, con foco en literatura cubana, estudio a quien deseo en mis seminarios para estudiantes de literatura tanto de pregrado como de doctorado. Y el resto de los colegas asumo hará lo mismo. Hay autores canónicos, se sobreentiende. Y ese estar en el parnaso de los escritores más estudiados de cierto país es un proceso que se crea con mucho tiempo y con el auspicio de las editoriales, las universidades, las revistas especializadas, la crítica, etc. En otras palabras, asumo que muchos cubanistas en EE.UU. seguirán leyendo con frecuencia a Cirilo Villaverde, a Martí, a Lezama Lima, a Virgilio Piñera… pero somos también otros tantos (tantas, me atrevería a decir) quienes hemos decidido revisar el archivo y volvernos hacia Emilia Casanova, Fina García-Marruz, Lydia Cabrera o hacia las poetas de la generación de los ochenta, Albis Torres o Reina María Rodríguez, o hacia las narradoras postsoviéticas. En otras palabras, la libertad académica garantiza la pluralidad del archivo y eso es delicioso. En mi caso he llegado a presentar en clase a autoras inéditas y completamente desconocidas. Si su documento tiene algo que contar sobre Cuba voy a por él.

-Quienes siguen tu trayectoria conocen tu proyecto de donar y enviar medicamentos a Cuba, impulsado junto a un grupo de colegas y amigos. En el testimonio de tu último viaje publicado en redes sociales, noté la profunda tristeza y desplome que contrasta con tu carácter luchador en todos los órdenes, intelectual y humano. ¿Qué pasó durante esa visita?

-Me encuentro en un momento personalmente delicado. Estoy de duelo por la muerte de mi abuela, la persona que representaba mi mejor y más freudiano impulso por Cuba. Aclaro esto porque me gustan los matices y porque no sé negociar los símbolos si lo que queda dañado es la honestidad. Miro todo en estos días, efectivamente, con esa tristeza. Ahora que ya nos colocamos ahí, te respondo que se hace muy difícil seguir con las fuerzas intactas cuando te das cuenta de la absoluta y ya nada disimulada desidia con que ese gobierno -un día paradigma de bienes y servicios encaminados hacia la seguridad social- se ha desbarrancado por el más inhumano de los atolladeros. La basura acumulada en las esquinas de cualquier barrio entra en forma de mosquitos a las casas de cualquiera y los enferma. Este verano, como el pasado y como el anterior, se habla y se constata en las salas de emergencia y en las conversaciones de calle el número de contagiados de dengue, fiebres de oropouche y otras enfermedades tropicales apenas identificables creadas por la insalubridad.

Las clásicas campañas de recogida de basura, fumigación y detención de la fiebre amarilla que “torturaban” nuestras infancias tanto en la televisión (advirtiéndonos) como en la práctica (los inspectores y fumigadores llegaban a tu casa a cualquier hora asegurándose de matar a posibles y entonces imperceptibles mosquitos) han desaparecido completamente. No hay petróleo para recoger la basura ni para distribuir la leche que en las vaquerías cercanas a mi ciudad se echa a perder por falta de transportación mientras miles de ancianos y niños se van a la cama con hambre. Las subvenciones para alimentos se pueden contar con los dedos de una mano. Ahora solo se consigue comida en el sector privado y con precios ridículamente prohibitivos. La pensión de un anciano es de 1.500 pesos al mes y un cartón de 30 huevos cuesta 3.000 pesos. Una bolsa de pan con seis mendrugos, 200 pesos, una libra de pollo, 350 pesos, una libra de frijoles, 300 pesos, una libra de arroz 200 pesos y así consecutivamente.

El capitalismo despiadado del que nos hablaron con ferocidad por 50 años campea por sus respetos en la isla, y encima, el gobierno totalitario que lo ejecuta es por definición sordo, no acepta críticas. Manda a la ciudadanía a tener “resistencia creativa” mientras en cada aparición televisiva para explicar medidas que benefician solo a la cúpula de poder se les ve obscenamente obesos. La obesidad del alto mando cubano se ha convertido en su elemento delator. En esa figura del “chivato” que ellos mismos fomentaron (cubanos denunciando a otros si eran políticamente disidentes) se ha metido en sus cuerpos en forma de una enfermedad para decirnos: aunque queremos seguirlos engañando el chivato que vive en mí me autodelata. Una suerte de imparable y surreal parábola del mal prójimo. Invito a buscar los datos de inversiones del estado cubano para que se comprueben estas cosas que aquí digo: cuánto han puesto en la última década en salud y educación versus en inversiones de bienes raíces. Están disponibles. El cinismo y la impunidad son tantas que ya no las secuestran o al menos no del todo.

Entonces sí, estos molinos de viento contra los que luchamos son de algún modo inquebrantables, y ni los cientos de cubanos de buena voluntad que han puesto su mejor esfuerzo (donando, compilando, cargando, enviando, distribuyendo medicinas, comida, material médico) ni yo, podemos ocupar el lugar de un Estado. Sí, estoy (estamos) rotos y exhaustos. Ellos siguen ganando y esa victoria se inscribe sobre cuerpos enfermos y olvidados. Intocables. Como en la India o Haití, aunque parezca exagerada la comparación.

Nota del editor: Wendy Guerra es escritora cubanofrancesa y colaboradora de CNN en Español. Sus artículos han aparecido en medios de todo el mundo, como El País, The New York Times, el Miami Herald, El Mundo y La Vanguardia. Entre sus obras literarias más destacadas se encuentran “Ropa interior” (2007), “Nunca fui primera dama” (2008), “Posar desnuda en La Habana” (2010) y “Todos se van” (2014). Su trabajo ha sido publicado en 23 idiomas. Los comentarios expresados en esta columna pertenecen exclusivamente a la autora. Mira más en cnne.com/opinion