Nota del editor: Jorge Dávila Miguel es Licenciado en Periodismo desde 1973 y ha mantenido una carrera continuada en su profesión hasta la fecha. Ostenta posgrados en Ciencias de la Información Social y Medios de Comunicación Sociales, así como estudios superiores posuniversitarios en Relaciones Internacionales, Economía Política e Historia Latinoamericana. Es de nacionalidad cubana y ha recorrido casi todos los niveles y labores de su profesión, desde reportero hasta corresponsal extranjero en prensa plana y radial, así como productor ejecutivo en medios televisivos. Como columnista, Dávila Miguel ha sido premiado por la Asociación de Periodistas Hispanoamericanos y la Sociedad Interamericana de Prensa. Actualmente Dávila Miguel es columnista del Nuevo Herald, en la cadena McClatchy y analista político y columnista en CNN en Español.
(CNN Español) – El Gobierno de Nicolas Maduro, a través del Consejo Nacional Electoral, fue prudente en dar las cifras de su victoria. Apenas 51,95% según el segundo boletín, 1,95% más de lo que necesitaba para ganar. La oposición dice que lo superó por 37% y asomaba un conflicto popular. Hoy los reportes desde Venezuela indican que no hay protestas en el país, pero la izquierda latinoamericana no está tranquila. No se creen la victoria del bolivariano. Siete países con gobiernos considerados de izquierda –Chile, República Dominicana, Perú, Colombia, Guatemala, Brasil y México- han pedido la publicación de los resultados por acta. Y desde la derecha otros cinco -Argentina, Panamá, Ecuador, Costa Rica y Uruguay- reconocieron al opositor Edmundo González como el ganador de los comicios, mientras que Paraguay, también de derechas, pidió que se verifiquen las actas con los resultados. Solo cuatro países de la izquierda latinoamericana —Cuba, Nicaragua, Honduras y Bolivia— reconocen a Maduro como presidente.
Por su parte, la semana pasada John Kirby, portavoz del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos dijo que a su país “se le estaba acabando la paciencia” con el problema, antes de reconocer que González se había impuesto en los comicios. Pero no sabemos por qué Washington está tan ansioso, ni qué va a hacer si se le acaba la calma. EE. UU. espera sus propias elecciones dentro de 80 días, cuyo resultado y desenlace pueden dejar al de Venezuela tan pálido como una cucharada de bicarbonato.
La izquierda latinoamericana pide simplemente transparencia, que se publiquen las actas electorales, pero la transparencia es algo de poco uso en el Gobierno de Maduro. Personalmente, creo que nunca las publicará. O tal vez sí, porque “hay mil maneras de cocinar un gato”. ¿Qué decidirán entonces los países de la izquierda? ¿Romper el bloque que componen las diferentes izquierdas en América Latina o meterse en el cuartito de la conveniencia ideológica? Podrían hacer lo mismo que Uruguay, que no aceptó la victoria madurista, pero su presidente, Lacalle Pou, dijo que seguiría con Venezuela como si nada hubiera pasado, a pesar de que Silvina Ocampo, su embajadora en Caracas, había sido expulsada desde el lunes 29 de julio, al igual que el personal diplomático de Argentina, Chile, Costa Rica, Perú, Panamá y República Dominicana.
Ahora Maduro espera la llamada de Lula, López Obrador y Petro, como la llamada de los tres Reyes Magos, para hablar del asunto. Hace unos días, el pasado 5, según recuerda Maduro, se quedó esperando pegado al teléfono, como media hora, hasta que “un canciller” le dijo que no habría conversación por problemas de agenda. Maduro pidió que les dijeran que estaría las 24 horas del día pegado al celular, esperando la llamada. Todavía no se ha producido.
Vivimos en un mundo que sigue siendo igual, pero diferente. Las potencias mundiales administran la guerra y la paz como siempre, pero estamos ante un panorama internacional distinto: Estados Unidos ya no es la única potencia mundial, como se convirtió hace 30 años, al disolverse la Unión Soviética. China tampoco es la de hace 30 años, cuando en 1992 todavía regía su economía según el fracasado sistema económico soviético. Hoy Rusia es una potencia militar y China una potencia económica. Ambas dan pasos hacia un mundo multilateral, mediante el Brics, para que Estados Unidos no sea hegemónico en el concierto mundial.
El pasado dos de agosto, Nicolás Maduro amenazó a Estados Unidos con entregar los bloques petroleros y gasíferos que operan conjuntamente compañías estadounidenses y la venezolana Pdvsa, precisamente al principal rival de Estados Unidos, el Brics. Venezuela cuenta con la mayor reserva mundial de petróleo (menos en los discursos de Donald Trump quien asegura falsamente que Estados Unidos la tiene). El conflicto nacional venezolano y el temido fraude electoral cobran entonces una dimensión más amplia y peligrosa. ¿Qué le dirá Lula da Silva, presidente de Brasil, fundador del Brics? ¿Qué medidas tomará contra Nicolás Maduro, no importa que sea un falsario? ¿Qué le dirá Petro, que aspira a entrar al Brics? Y Estados Unidos, cuando se le termine la paciencia, ¿qué hará?
Una amenaza tal merecería el castigo de una superpotencia. La guerra, la justa causa contra el inmoral bandido que sojuzga a su pueblo, el triunfo de la democracia y de paso la primera reserva mundial de petróleo. Vaya ganga. Pero no será así porque, además, Estados Unidos se encuentra envuelto en dos guerras que parecen no tener fin, Gaza y Ucrania.
Lo dicho, los pueblos que se las arreglen como puedan. Todo seguirá igual, pero será diferente. “Los malos (siempre) duermen bien”. Akira Kurosawa, 1960.