(CNN) – Las últimas semanas en la guerra de Ucrania han parecido, parafraseando un adagio que se suele atribuir a Lenin, que han durado décadas. Es quizás el momento de cambio más rápido en el conflicto desde que comenzó, y anuncia que Kyiv está poniendo todo lo que tiene sobre la mesa para tratar de obtener resultados palpables antes de que las elecciones estadounidenses alteren su destino, tal vez de manera irrevocable.
Desde la sorpresiva invasión de la región rusa de Kursk a principios de agosto, la tolerancia al riesgo de Ucrania se ha disparado. Sus altos mandos revelaron el martes que habían tomado 100 asentamientos rusos, mientras surgían informes de que sus fuerzas también estaban tratando de entrar en la región de Belgorod.
La incursión sorpresa ahora se está convirtiendo en un proyecto a largo plazo, aunque Kyiv insiste en que lo que busca es una zona de amortiguación y no una ocupación vengativa. Es notable la aparente impotencia del Kremlin para detener el avance de Ucrania, que ya lleva tres semanas, a pesar de haber desviado 30.000 tropas en esa dirección, según una evaluación ucraniana dada durante la conferencia de prensa anual del presidente Volodymyr Zelensky el martes. Pero esta audaz medida tiene compañía.
En los últimos meses, Ucrania ha atacado la infraestructura más profunda de Rusia: aeródromos, refinerías de petróleo, centros de municiones. Todo diariamente. Un ataque con drones ucranianos el miércoles pasado pareció acercarse a Murmansk, el centro naval del norte en el círculo polar ártico, donde se encuentra basada gran parte de la fuerza de submarinos nucleares de Moscú, según un funcionario ruso local.
Este miércoles, se informó de que los vuelos se interrumpieron en Kazán, una ciudad al este de Moscú a medio camino de los Urales, después de otra aparente amenaza de drones. El alcance de los drones de Kyiv es una complicación que era inimaginable para el presidente de Rusia Vladimir Putin en 2022, cuando le dijeron que su guerra llevaría a sus fuerzas a Kyiv en cuestión de días. En la actualidad, las columnas de humo no son algo infrecuente en las regiones occidental y meridional de Rusia. En algún momento, la mayor vulnerabilidad de Moscú y los enormes daños perforarán el cordón sanitario de lo que los medios estatales permiten decir.
Zelensky también dejó escapar que otra nueva capacidad ha tenido un impacto: los recién llegados aviones de combate F-16 de la OTAN, que, según dijo de manera no del todo explícita, habían interceptado misiles rusos esta semana. Este cambio radical en las capacidades de Kyiv para proyectar poder aéreo solo crecerá en los próximos meses y obstaculizará la única ventaja y de largo plazo de Rusia: el control de los cielos y la capacidad de bombardear a voluntad. Moscú ha respondido a los ataques en su territorio e infraestructura con la única forma que conoce: ataques a la infraestructura energética, hoteles y objetivos civiles de Ucrania, en oleadas horribles noche tras noche. Pero el número de muertos ha sido relativamente pequeño y el de intercepciones grande, insistió Kyiv.
Y mientras Zelensky parece estar arrojando todo lo que puede en el campo de batalla, Putin parece atascado vendiendo una melodía que ya es familiar. El Kremlin está presentando la debacle de Kursk como si fuera un desastre natural, señalan algunos analistas. El humo ondulante es algo que los funcionarios locales deben apagar, pero Putin parece capaz de ignorar en gran medida. Moscú habla de mercenarios extranjeros que ayudan a Kyiv mientras sus misiles apuntan a periodistas occidentales en un hotel de Donetsk.
Puede que sea una respuesta torpe e ignorante, pero el objetivo más amplio de Rusia sigue siendo el mismo y está al alcance. Decenas de miles de tropas rusas están avanzando hacia el centro militar ucraniano de Pokrovsk, como lo han hecho desde que Moscú capturó la última ciudad pequeña en el este, Avdiivka, en febrero. El objetivo, las tácticas, la geografía, el ritmo, siempre son los mismos. Sin embargo, usualmente podría tener éxito.
Esta es la apuesta más amplia con la que Zelensky parece sentirse cómodo. La caída de Pokrovsk puede tardar semanas, según las evaluaciones actuales del ritmo del avance ruso y la velocidad del colapso ucraniano tanto en posiciones militares como en moral. Puede, en el mejor de los casos, someterse a otro lento y horrible invierno antes de caer. Pero la caída parece probable.
Después de Pokrovsk, no hay nada que defender –ninguna ciudad o posición importante– hasta la ciudad de Dnipro, al otro lado de la vasta región de Zaporiyia, a unas dos horas de viaje en coche. A menos que la táctica de Kursk haga que Rusia se estire tanto que sus operaciones en Donetsk se estanquen, Kyiv tendrá que fortificar la retaguardia detrás de Pokrovsk, o arriesgarse a un avance ruso veloz a través de terreno abierto que podría realmente alterar la forma futura de Ucrania.
Zelensky, al parecer, está dispuesto a aceptar ese riesgo y ha calculado que el daño que puede causar al prestigio de Putin –al destruir infraestructura petrolera y objetivos militares en el interior de la Madre Patria y anexionarse parte de sus fronteras– es un objetivo de guerra necesario y urgente, independientemente de lo ajenos que parezcan Putin y su público a esta vergüenza.
Esto le da a Ucrania una “victoria”, al menos, que puede solucionar dos de los problemas urgentes de Kyiv: la voluntad de los aliados de la OTAN de proporcionar armas a una campaña perdida y la disposición de los ucranianos a luchar en una guerra perdida. Ha evaluado que la pérdida de Pokrovsk puede ser inevitable y un sacrificio que Ucrania puede hacer en pos de causar un daño más amplio a las fronteras del Kremlin.
El fuerte entrelazamiento con la política estadounidense también fue evidente cuando Zelensky dijo el martes que en septiembre presentaría su plan “secreto” para la victoria (probablemente intensos ataques con drones, tal vez también utilizando armas de mayor alcance suministradas por Estados Unidos) al presidente Joe Biden y a los candidatos Kamala Harris y Donald Trump. Los está desafiando a que le nieguen esta oportunidad y está tratando de hacer que ser un halcón de Rusia sea parte del cálculo electoral de noviembre. Puede que el tiro salga por la culata, pero lo más probable es que se produzca una aquiescencia silenciosa y que Kyiv inflija el daño que pueda mientras Moscú se adapta de nuevo.
Sin embargo, está surgiendo un nuevo paradigma desconocido, uno que Zelensky también abordó directamente. La amenaza de una escalada rusa está casi ausente de la conversación. Es como si el límite de sus poderes convencionales hubiera quedado expuesto por la humillación de Kursk, junto con la vacuidad de su retórica nuclear. Esto último no puede ignorarse por completo, si el Kremlin siente una amenaza existencial tan grave que está dispuesto a arriesgarse a la abrumadora respuesta convencional de la OTAN ante una escalada nuclear. Pero los poderes de Putin parecen muy disminuidos.
Zelensky ha adivinado que el momento de Ucrania es ahora, y que después de noviembre hay un 50% de posibilidades de que Trump imponga una paz desagradable, o que la cohesión de la OTAN se erosione lentamente, o que él tenga dificultades para llenar sus propias trincheras con soldados ucranianos dispuestos. Y en las próximas semanas, está dispuesto a dejar vulnerables enormes franjas de territorio, así como a cruzar cada una de las líneas rojas de Rusia –antes sagradas pero ahora cambiantes a diario– en la búsqueda de un punto en el que Moscú se quiebre y decida ceder. Debe esperar que Putin sienta la presión con la misma intensidad.