(CNN) – Durante meses, Estados Unidos persiguió un espejismo: un acuerdo para liberar a los rehenes de Gaza, poner fin a la agonía de los civiles palestinos y detener los combates entre Israel y Hamas.
Pero su objetivo nunca ha parecido tan remoto, y el Gobierno de Biden rara vez ha estado tan distanciada del primer ministro Benjamin Netanyahu desde los atentados terroristas de Hamas del 7 de octubre y el inicio de la ofensiva israelí contra Gaza.
Cuando un Gobierno predice repetidamente que un objetivo de política exterior está a la vista pero no lo cumple, como ha ocurrido en este caso, corre el riesgo de hacer añicos su credibilidad y parece que ha chapuceado en una de sus principales prioridades. Es inevitable un escrutinio políticamente perjudicial sobre por qué el Gobierno de Joe Biden dilapidó capital en un objetivo aparentemente desesperado y cómo juzgó tan mal la situación.
El equipo del presidente Joe Biden se enfrenta a todas estas consecuencias negativas y su exposición es especialmente aguda porque ahora parece estar operando en una realidad diferente a la de Netanyahu. Washington sostiene que el acuerdo está a nueve décimas partes de completarse tras una diplomacia en la que participan EE.UU. y Qatar, mientras que el dirigente israelí niega que esté cerca.
Por qué Estados Unidos no puede retirarse
Las motivaciones que llevaron al Gobierno estadounidense a este círculo vicioso de fracasos no han cambiado. Así que Washington no puede rendirse. Biden está sometido a una presión aún mayor para conseguir la liberación de los estadounidenses que se cree que están retenidos en Gaza tras el asesinato por Hamas de Hersh Goldberg-Polin, un ciudadano estadounidense-israelí entre los seis rehenes cuyos cadáveres fueron encontrados el domingo. Por ejemplo, incluso una mínima posibilidad de acuerdo, que pudiera salvar a otros rehenes, tendría enormes consecuencias humanas.
El ferviente deseo del Gobierno Biden de evitar un conflicto regional desbordado también significa que poner fin a la guerra sigue siendo imperativo. La Casa Blanca tiene motivos tanto políticos como humanitarios para poner fin a la matanza de civiles palestinos. La ira por esas bajas, especialmente entre los votantes progresistas y árabes estadounidenses este otoño, podría amenazar las esperanzas electorales de la vicepresidenta Kamala Harris en el estado clave de Michigan, por ejemplo.
La decisión de Biden de poner fin a su candidatura a la reelección introdujo una dimensión nueva y personal de la crisis de Medio Oriente para el presidente. Si no se produce un alto el fuego en los próximos meses, se enfrentaría a la perspectiva de entregar a su sucesor un fracaso que ayudaría a configurar su legado.
Un alto cargo demócrata cercano a la Casa Blanca declaró a M.J. Lee, de CNN, que Biden había redoblado su atención a Medio Oriente desde que retiró su candidatura a la reelección y que estaba “obsesionado” con el tema. Los funcionarios estadounidenses aún no han llegado al punto de reconocer que puede que no haya acuerdo antes de que el presidente deje el cargo. Pero el alto funcionario demócrata dijo: “Estamos atascados”, y añadió que “ambos partidos están muy atrincherados”.
A pesar de su frustración, la Casa Blanca aún no ha utilizado toda la influencia posible sobre Netanyahu, y probablemente no lo hará.
Biden es un presidente profundamente proisraelí y hasta ahora no ha estado dispuesto a ceder a las demandas progresistas de restringir la venta de armas estadounidenses a Israel para forzar la mano de Netanyahu. Y la perspectiva de que Estados Unidos se aleje de Israel y culpe públicamente del estancamiento a un primer ministro israelí –de una forma que le expondría a acusaciones de estar del lado de los terroristas– sigue pareciendo impensable. Las tensas circunstancias políticas son también una de las razones por las que, a pesar de la disposición de Harris a utilizar una retórica más dura hacia Netanyahu, es difícil verla diseñando una ruptura con Israel como una de sus primeras medidas importantes en política exterior si llega a la presidencia.
Netanyahu hace política en casa y en Estados Unidos
El enfrentamiento entre Israel y Hamas es tan complejo por los factores históricos, ideológicos y políticos que rodean las negociaciones.
Ambas partes creen estar librando una batalla existencial contra la otra. Cada uno puede creer que está ganando y por eso no quiere dar marcha atrás. Mientras tanto, los factores políticos externos que podrían obligarlos a actuar aún no han alcanzado un punto crítico, y las terceras potencias no han sido capaces de crear esa presión. Los incentivos para Netanyahu y el líder de Hamas, Yahya Sinwar, por horribles que sean esos cálculos, se inclinan actualmente por no poner fin a la guerra.
La mala relación entre Washington y el Gobierno israelí se intensificó cuando Biden dijo el lunes que Netanyahu no estaba haciendo lo suficiente para asegurar la liberación de los rehenes, y después de que un alto funcionario del Gobierno dijera más tarde esa semana que se había completado el 90% de un acuerdo. Esto fue visto por los críticos republicanos de la Casa Blanca como un intento inaceptable de presionar a Israel.
La última justificación de Netanyahu para no llegar a un acuerdo se centra en su negativa a retirar los soldados israelíes de los terrenos del sur de Gaza conocidos como el Corredor Philadelphi, que según él es fundamental para que Hamas pueda mantener sus suministros de armas.
Pero en términos más generales, afirma que la percepción estadounidense de que un acuerdo está cerca es falsa. “Es exactamente inexacto. Hay una historia, una narrativa por ahí, de que hay un acuerdo, que es simplemente una narrativa falsa”, dijo Netanyahu en Fox News este jueves. Insistió en que Israel había aceptado varias propuestas de acuerdo, pero que Hamas era el obstáculo. “No están de acuerdo con nada: ni con el corredor Philadelphi, ni con las claves de intercambio de rehenes por terroristas encarcelados, con nada”. (Los informes de este verano decían que Netanyahu también echó por tierra acuerdos anteriores).
Su aparición en la cadena Fox demostró la larga afición de Netanyahu a jugar en la política interior estadounidense para presionar al Gobierno de Biden en un momento en que el candidato republicano Donald Trump culpa a Harris de la muerte de los rehenes. Hay sospechas entre muchos demócratas de que Netanyahu está prolongando la guerra con la esperanza de que Trump –que le entregó casi todo lo que quería en su primer mandato– pueda volver pronto al Despacho Oval.
Los desacuerdos retumbaron este jueves entre Estados Unidos e Israel. El asesor de comunicaciones de seguridad nacional de la Casa Blanca, John Kirby, insistió en que era sensato decir que el 90% de un acuerdo entre Israel y Hamas, mediado por Estados Unidos y los Estados árabes, estaba hecho. “Ustedes lo llaman optimismo, yo lo llamo precisión”, afirmó.
Las posturas de Estados Unidos y Netanyahu no son necesariamente contradictorias. Es posible que se acepte la mayor parte de un acuerdo y que solo quede un 10% de los puntos conflictivos. Aquí hay ecos familiares: hace tiempo que se conocen los parámetros de un acuerdo entre Estados Unidos e Israel sobre el estatuto final del Estado –al menos hasta el reciente aumento de la construcción de asentamientos en la Ribera Occidental–, pero nunca ha existido la voluntad política entre líderes creíbles de ambas partes de tomar las decisiones políticas extraordinariamente difíciles para resolver las cuestiones pendientes. E incluso si se llega a un acuerdo en Medio Oriente, la aplicación puede ser aún más problemática que la negociación.
Sinwar y Netanyahu tienen otras motivaciones
Pero las perspectivas de que este acuerdo pueda finalmente llegar a una conclusión siguen pareciendo sombrías.
Netanyahu no ha dejado ninguna duda de que ve la guerra contra Hamas como parte de una lucha más amplia contra Irán y sus grupos subalternos que es existencial para el Estado de Israel y el pueblo judío; una posición que significa que está considerando mucho más que presionar por un acuerdo con Hamas.
Aunque se ha visto sometido a una presión política extrema por parte de las familias de los rehenes israelíes restantes para que haga más por sacarlos de allí –sobre todo en la reanudación de las protestas callejeras de los últimos días–, la oposición a su continuidad como primer ministro no ha alcanzado la masa crítica necesaria para desplazarlo.
Muchos analistas creen que Netanyahu quiere que la guerra continúe para posponer las inevitables investigaciones sobre cómo se produjo el peor ataque terrorista en la historia de Israel bajo su mandato. Y Netanyahu sería más vulnerable a las acusaciones de fraude y soborno y a los juicios a los que se enfrenta si está fuera del poder. Su coalición gobernante –la más derechista de la historia de Israel– se ha mantenido, lo que plantea interrogantes sobre si el Gobierno de Biden evaluó correctamente sus perspectivas de supervivencia y las posibilidades de lo que es políticamente realista.
Aaron David Miller, exnegociador estadounidense para la paz en Medio Oriente, dijo el miércoles a Jim Sciutto en CNN Max que el número clave en la mente de Netanyahu no eran las decenas de miles de israelíes que protestaban contra él en las calles, sino 64. “Ese es el número de escaños que controla su coalición y no hay absolutamente ningún indicio por parte de ninguno de los partidos de que tengan interés en fracturar esa coalición”, dijo Miller. “La realidad es que no hay ninguna urgencia por parte de Benjamin Netanyahu o Yahya Sinwar de dejar marchar a esos rehenes o de redimirlos mediante una negociación”.
De un modo extraño, las situaciones de Netanyahu y Sinwar refuerzan el punto muerto. Ls muerte de los rehenes refuerza la tesis de Netanyahu de que es imposible negociar con Hamas. Pero las consiguientes protestas públicas en Israel ejercen sobre Netanyahu la presión política que Sinwar desea.
Y el líder de Hamas no ha dado muestras de estar motivado por el deseo de preservar a los civiles palestinos: su organización incrustó su infraestructura militar y sus túneles en zonas civiles de Gaza. Y cuantos más civiles mueran, mayor será la oposición internacional contra Israel, lo que también le interesa.
No es de extrañar, pues, que siga sin haber acuerdo.
El ciclo de inutilidad absoluta fue subrayado inadvertidamente por Harris en una entrevista en CNN la semana pasada en la que se negó a comprometerse a un embargo de armas contra Israel.
“Tenemos que llegar a un acuerdo… tenemos que llegar a un acuerdo. Esta guerra debe terminar y debemos llegar a un acuerdo para sacar a los rehenes. Me he reunido con las familias de los rehenes estadounidenses. Saquemos a los rehenes. Consigamos el alto el fuego”, dijo Harris. “Tenemos que llegar a un acuerdo. Tenemos que llegar a un acuerdo”.
Su reiterada insistencia en la necesidad de un acuerdo reflejó meses de declaraciones del Gobierno estadounidense.
Pero ese acuerdo nunca llega.