Jorge Dávila Miguel es licenciado en Periodismo desde 1973 y ha mantenido una carrera continuada en su profesión hasta la fecha. Ostenta posgrados en Ciencias de la Información Social y Medios de Comunicación Sociales, así como estudios superiores posuniversitarios en Relaciones Internacionales, Economía Política e Historia Latinoamericana. Es de nacionalidad cubana y ha recorrido casi todos los niveles y labores de su profesión, desde reportero hasta corresponsal extranjero en prensa plana y radial, así como productor ejecutivo en medios televisivos. Como columnista, Davila Miguel ha sido premiado por la Asociación de Periodistas Hispanoamericanos y la Sociedad Interamericana de Prensa. Actualmente Dávila Miguel es columnista del Nuevo Herald, en la cadena McClatchy y analista político y columnista en CNN en Español.
“La primera vez que entré a un estudio de televisión tenía 5 años, nunca lo olvidaré. Las luces, el aire acondicionado, aquel olor a pintura; las cámaras y el frío que me llegaba hasta los huesos. Mi primera inquietud la desarrollé como animador en el programa infantil ‘A jugar’, hasta que un buen día le pregunté a un niño que iba a concursar: ‘¿Tú eres pionero?’ El niño me contestó apenado: ‘No’; y yo de imbécil le repliqué: ‘Eh ¿y eso por qué? El niño me respondió: ‘Porque mi mamá es católica y no me deja’”.
“De más está decirte, Jorge” –me sigue contando Eduardo Suárez, veterano productor de televisión- “que el niño fue vetado por los compañeros del partido, quienes me aconsejaron: ‘Solo pregúntale a los que veas con la pañoleta puesta ¿ok?’, y me dijeron unos días después: ‘¿No te gusta la parte técnica de la televisión?’ Ahí mismo me dije… ¡‘Esta es la mía, ¡de la que me salvé’! Así me hice camarógrafo, eso fue en 1978. Jamás abandoné la televisión, ni el olor de un estudio, todos huelen igual. Tampoco la pasión que me ha llenado toda mi vida: la televisión”.
Eduardo me lo cuenta en la sala de su casa en Miami, junto a Betty, su esposa desde hace 47 años. He ido a visitarlo. Le debía llamadas desde hace tiempo y ahora estoy aquí. Conversamos de lo usual, mencionamos a amigos, la salud, la inevitable política nacional, sucesos recientes y pasados, como cuando tuvo que enfrentar con toda valentía, durante dos años, a las bandadas de auras tiñosas que querían hacer sus nidos precisamente en el patio de su casa, junto al lago que lo bordea. Durante aquella lucha ecológica, Suárez ya era vicepresidente de Programación en CNN en Español bajo el liderazgo de Cynthia Hudson, vicepresidenta sénior y directora general de CNN en Español y de estrategia hispana para CNN EE.UU. Había comenzado en ese puesto en 2010 y vivió a caballo entre Atlanta y Miami hasta diciembre de 2016, cuando culminó su vínculo con la compañía.
Suarez llegó a Estados Unidos con el éxodo marítimo del Mariel, que trajo a más de 125.000 refugiados desde Cuba. Allí había sido, además de camarógrafo, actor, animador y presentador. ¿Qué esperanza se le cumpliría? ¿Qué haría en Miami? ¿Obrero de la construcción, camarero, mensajero? La esperanza lo trató mucho mejor. A los 30 días de llegar pasó de ser refugiado a camarógrafo: el canal 23 lo contrató para que -como conocía aquel éxodo en carne propia- informara a sus televidentes cómo vivían las decenas de miles de recién llegados. Cubrió las noticias del éxodo en Cayo Hueso, por donde desembarcaban y en la Ciudad de las Carpas de Miami, bajo los elevados de la autopista estatal 836, donde los mantenían.
Eduardo recuerda aquellos momentos como el primer día que entró a un estudio de televisión. Se había iniciado su carrera en EE.UU. El canal 23 no lo dejó ir. Y con razón.
Tres años después, en 1983, el presidente Ronald Reagan felicitó públicamente a Eduardo Suárez en su discurso en Miami. Suárez había ganado su primer Emmy, el más prestigioso de la televisión estadounidense. Ganaría otros 20 a lo largo de su carrera.
Se acercaban las tres horas de mi visita a casa de los Suarez y después de hablar sobre los temas usuales, simpáticos, nostálgicos y profesionales, Eduardo me miró con una cara que esbozaba satisfacción, perfiló una sonrisa y me lo dijo: “Jorge, me he ganado un nuevo Emmy”. “Pero ¡cómo!” -le pregunté. “¿Has estado haciendo televisión desde tu casa?” Fue Betty la que me respondió: “No, no es un Emmy, es un reconocimiento por toda la televisión que ha hecho en su vida”. Entonces me explicaron: se trata de su admisión al Círculo de Plata, un reconocimiento de la Academia Nacional de las Artes y las Ciencias de la Televisión (NATAS) en Estados Unidos a profesionales excepcionales del sector.
“Estas personas se encuentran entre los profesionales más prestigiosos de nuestro campo. Cada uno de ellos ha prestado un servicio distinguido, y no solo en su trabajo, sino a la industria de la televisión y a las personas que trabajan en ella cada día”, dijo Adam Sharp, presidente y CEO de NATAS, al hacer públicos los nombres de los galardonados. Eduardo recibió su distintión el pasado 25 de septiembre en el Palladium Time Square de Nueva York.
Eduardo mantuvo su sonrisa de satisfacción mientras me enteraba de todo aquello. Y le dije: “Pero Eduardo, esto no es un simple Emmy… es el Emmy de los Emmy, por tu vida y la ilusión que empezaste a los cinco años de edad. “Es verdad”, musitó en voz baja, y yo diría que se le aguaron los ojos. Conozco a Eduardo Suárez desde hace muchos años. Ha sido mi jefe, mi editor de proyectos, mi consejero profesional, pero, sobre todo, mi amigo. La verdadera amistad que permanece cuando termina la relación laboral. Me alegro por la justicia moral de ese galardón y celebro a todos aquellos que lo hicieron posible.
Eduardo Suárez sabe que este premio de NATAS es importante, pero considera que su principal logro fue haber podido reunir a toda su familia, sus hijos y nietos en Estados Unidos, cerca de él. Eso es lo más importante, me asegura. Y yo le digo, felicidades, Eduardo, por ser merecedor de tal premio, y por saber distinguir, además, qué es lo verdaderamente importante en esta vida.