(CNN) – A los pocos minutos de que el presidente electo Donald Trump anunciara al presentador de Fox News y veterano del Ejército Pete Hegseth como su selección para secretario de Defensa, altos mandos militares actuales y anteriores empezaron a enviarme mensajes y a llamarme con sus reacciones. “Ridículo”, dijo uno. “Una auténtica (eufemismo insertado) pesadilla”, dijo otro.

Para que quede claro, no se trataba de partidarios, sino de altos mandos que han servido tanto bajo la presidencia de Trump como bajo la de Joe Biden.

Sus críticas, continuaron, no eran personales. Ninguno tenía nada negativo que decir sobre Hegseth. Su preocupación central es que ven cómo Trump, con este y otros designados de alto rango en seguridad nacional, está formando un equipo para poner en marcha cambios masivos y duraderos en la política exterior estadounidense.

“No hay una experiencia seria en el negocio de dirigir el Pentágono o los procesos del personal de seguridad nacional, pero estoy tratando de mantener una mente abierta y la esperanza de que las ideas frescas podrían mejorar las cosas que se vuelven bastante rancias”, me dijo un general retirado de cuatro estrellas. “Dicho esto, el denominador común es claramente la lealtad y, aunque es esencial cierta lealtad, la fidelidad servil es peligrosa. Viendo todos los anuncios hasta la fecha, podríamos acabar con una sola mente controlando muchas manos. Y nunca he creído que una sola mente, cualquier mente, lo haga tan bien como la diversidad de pensamiento”.

En esta foto de 2016, Pete Hegseth camina hacia un ascensor para una reunión con Trump en la Torre Trump de Nueva York. Crédito: Evan Vucci/AP

Las elecciones de 2024, a diferencia de las anteriores, pueden tener un enorme impacto no solo en la política exterior estadounidense, sino en el papel de Estados Unidos en el mundo.

Trump ha expresado en repetidas ocasiones que está dispuesto a cumplir su agenda de “Estados Unidos primero”, poniendo fin a los compromisos de Estados Unidos en el extranjero y disminuyendo o alterando las relaciones de tratados que considera sesgadas en contra de los intereses estadounidenses, cada una de ellas es un alejamiento de lo que solía ser una visión bipartidista del mundo. Hasta ese punto, Hegseth ha sido durante mucho tiempo, desde su posición en Fox News, un defensor manifiesto y público de la agenda de Trump de “Estados Unidos primero”.

Trump, al igual que en la política nacional, ha demostrado una visión transaccional de las relaciones de Estados Unidos con el exterior y una que a menudo no diferencia en función de los valores o la historia compartida. Ha comunicado repetidamente que no ve a Estados Unidos ni mejor ni peor que a sus adversarios. Hay un hilo común entre la respuesta de Trump a Bill O’Reilly en 2017 cuando el entonces presentador de Fox News le recordó que “Putin es un asesino”, a lo que Trump respondió: “¿Crees que somos tan inocentes?” y su comentario en un mitin en Michigan durante la última semana de la campaña de 2024 de que “En muchos casos, nuestros aliados son peores que nuestros supuestos enemigos”.

Con esta visión de las relaciones de Estados Unidos con aliados y adversarios, Trump parece creer que como presidente será tan capaz de llegar a acuerdos mutuamente beneficiosos para Estados Unidos con, por ejemplo, Rusia o China, como con los aliados de Estados Unidos en Europa y Asia, es decir, con las naciones que han luchado junto a Estados Unidos y con las que ha suscrito tratados de defensa mutua.

Las negociaciones con Moscú o Beijing son ciertamente mejores que una guerra entre superpotencias, pero este planteamiento obvia que esos adversarios consideran de interés estratégico debilitar a Estados Unidos y al orden mundial liderado por Estados Unidos, objetivos que se hacen más evidentes a medida que Rusia y China unen cada vez más fuerzas con Corea del Norte e Irán en todo el mundo, desde los campos de batalla de Ucrania hasta el intercambio de tecnología nuclear y de misiles, pasando por nuevos acuerdos como el tratado de defensa mutua firmado recientemente entre Pyongyang y Moscú.

¿Puede Trump lograr un gran acuerdo que empuje a China y Rusia, y a Corea del Norte e Irán, a abandonar o moderar esos intereses estratégicos? Teóricamente, supongo que es posible, aunque el ex primer ministro del Reino Unido, lord Palmerston, que dijo célebremente que solo los intereses, no los aliados, son “eternos y perpetuos”, no estaría de acuerdo.

“Si yo fuera Ucrania, estaría muy preocupado”

Entonces, ¿qué significaría esto para la política exterior estadounidense a corto plazo? Los antiguos asesores principales de Trump me dijeron para mi reciente libro “The Return of Great Powers” que, con esta visión del mundo establecida, Trump pondría fin a la ayuda a Ucrania para que se defienda de Rusia.

“Si yo fuera Ucrania, estaría muy preocupado”, me dijo John Bolton, ex asesor de seguridad nacional de Trump, “porque si todo es un trato, ¿qué importa otro 10% del territorio ucraniano si eso trae la paz, o algo así?”.

Miembros de la unidad Dnipro Uno de la Brigada de Asalto Conjunta de la Policía Nacional de Ucrania "Luty" operan un obús D-30 de la era soviética el 9 de noviembre, cerca de Toretsk, Ucrania. Crédito: Diego Fedele/Getty Images

Me dijeron que Taiwán debería estar igualmente preocupado. Aunque Biden prometió públicamente en múltiples ocasiones defender militarmente a Taiwán contra una invasión china, poniendo fin a una política estadounidense de décadas de ambigüedad estratégica hacia la isla autónoma, ninguno de los antiguos asesores principales de Trump me dijo que cree que Trump haría lo mismo.

Los tratados de defensa estadounidenses están igualmente sobre la mesa. Varios de sus asesores dijeron que podría intentar salir de la OTAN (como vieron que intentó hacer brevemente en su primer mandato) o, si se ve frustrado por la nueva legislación aprobada por el Congreso que dificulta tal retirada unilateral, señalar que él, como comandante en jefe, no acataría el Artículo 5 de la OTAN que compromete a los miembros a defender militarmente a otros miembros. En su opinión, su frase de febrero de que Rusia podía “hacer lo que le diera la gana”, con los países de la OTAN que no pagaran, era significativa.

“Creo que la OTAN estaría en verdadero peligro”, me dijo Bolton antes de las elecciones. “Creo que intentaría salirse”.

Esto plantea interrogantes sobre el compromiso de Trump con otras alianzas en todo el mundo, incluidas las que mantiene en Asia con Corea del Sur y Japón. Durante su primer mandato, Trump suspendió los ejercicios militares a gran escala con Corea del Sur como gesto hacia el norcoreano Kim Jong Un, unos juegos de guerra que Seúl considera cruciales para su preparación militar. En octubre, Trump puso precio a la continuidad del despliegue estadounidense en la península coreana: US$ 10.000 millones.

¿Una nueva carrera armamentística nuclear?

Comandantes militares y diplomáticos de Europa y Asia me dicen que temen un subproducto especialmente peligroso de la posible retirada de Trump de los compromisos estadounidenses en el extranjero: las naciones de Asia y Europa, temerosas por su propia seguridad, podrían decidir desarrollar armas nucleares para sustituir la seguridad del paraguas nuclear estadounidense.

Tal medida llevaría a su vez a los adversarios de Estados Unidos, Rusia y China (y Corea del Norte y, potencialmente, Irán si construyera una bomba) a ampliar sus propios arsenales para mantener la disuasión. Otros países de cada región, desde Arabia Saudita hasta Egipto e India, por nombrar algunos, podrían razonablemente hacer lo mismo. Y, así, Trump, que a menudo ha expresado su profundo y justificado temor a una guerra nuclear, podría desencadenar inadvertidamente una nueva carrera armamentística nuclear.

¿Importa esto a los estadounidenses en casa? Los costos de las largas guerras de Estados Unidos en Iraq y Afganistán han mermado comprensiblemente el apoyo público a las intervenciones militares en el extranjero. Y el precio de la ayuda militar estadounidense a Ucrania, aunque es una fracción del presupuesto general de defensa de Estados Unidos, se ha considerado políticamente insostenible para muchos durante una crisis de asequibilidad en casa.

Sin embargo, los estadounidenses tendrían que estar dispuestos a hacer concesiones a las ambiciones de la nueva y cada vez más poderosa alianza de autócratas del mundo. Eso tendría sus costos. Los veteranos de la seguridad nacional subrayan que el orden internacional liderado por Estados Unidos, por árido que suene su nombre, proporciona beneficios a los estadounidenses de los que quizá no se den cuenta: respeto por las fronteras de las naciones soberanas, un legado de la carnicería provocada por la Segunda Guerra Mundial y ahora tan profundamente cuestionada por la invasión rusa de Ucrania; rutas marítimas libres en Asia y Europa; un Estado de derecho que permita los tratos comerciales y los mercados internacionales para los productos estadounidenses; viajes aéreos globales; programas internacionales de estudios en el extranjero; importaciones relativamente baratas; teléfonos móviles que funcionan en todo el mundo, por citar solo algunos ejemplos. Son cosas que se desvanecerían en un mundo despiadado.

“Este conjunto de reglas… es uno de los factores fundamentales que contribuyen a que no estalle una guerra de grandes potencias”, me dijo el expresidente del Estado Mayor Conjunto, Mark Milley. “No es la única razón, pero es una de las razones fundamentales por las que no ha habido una guerra de grandes potencias en ocho décadas. Así que si ese conjunto de reglas desaparece… entonces se duplicarán los presupuestos de defensa porque el mundo volverá a la naturaleza hobbesiana en la que solo sobrevivirán los fuertes y será un mundo de ‘perro come perro’. Y no habrá reglas”.

El arte del trato

Lo que solía ser el enfoque bipartidista ha demostrado estar lejos de ser perfecto. Estados Unidos y sus aliados no han descubierto cómo ganar en Ucrania y es probable que hayan presionado discretamente para obtener algunas concesiones territoriales para poner fin a la guerra y se hayan alejado de un compromiso para que Ucrania se una a la OTAN.

“Para que una negociación tenga éxito, tienes que abordar de alguna manera ambos conjuntos de inseguridades o ansiedades de seguridad nacional. Así pues, hay que convencer de algún modo a los rusos de que la OTAN no va a invadir, de que Ucrania no va a formar parte de la OTAN, y de que no deben temer una invasión por parte de Occidente, ese tipo de cosas”, me dijo Milley.

Lo que era una especie de pequeño secreto sucio bajo el mandato de Biden, Ucrania podría tener que ceder tanto territorio como comprometer las garantías de seguridad, es ahora público a medida que la administración Trump va tomando forma.

Los aliados de Estados Unidos tendrán ahora que adaptarse, y muchos diplomáticos europeos me dijeron que ya estaban haciendo preparativos para hacerlo antes de las elecciones. Como mínimo, esperan que el liderazgo estadounidense en Europa se desvanezca, lo que requerirá un movimiento más urgente hacia mayores gastos militares y una amplia expansión militar.

En Asia, los tratados de Estados Unidos con Corea del Sur, Japón y Australia podrían dejar de ser el mismo contrapeso a China. Tanto Trump como su rival demócrata Kamala Harris habrían buscado algún contacto diplomático con Moscú y Beijing, pero Harris lo habría hecho sobre la base de la actual estructura de alianzas de Estados Unidos. Para Trump, al parecer, todo está sobre la mesa. Eso no significa que vaya a hacer tratos definitivamente. Se alejó de Kim Jong Un durante su primer mandato cuando el líder de Corea del Norte no cedió lo suficiente en su programa de armas nucleares. Pero, de nuevo, todo, al parecer, es negociable.

A menudo recuerdo al público, cuando hablo de mi libro, que nosotros, como nación, seguimos felicitándonos por haber plantado cara a los déspotas durante la Segunda Guerra Mundial, con una nueva película y una serie en streaming aparentemente cada año. Durante las últimas ocho décadas más o menos, esa opinión no ha sido solo un tema de sentimentalismo. En general, y con excepciones ciertamente, ha sido la política establecida de Estados Unidos, en parte como expresión de sus valores pero también como elemento central de la consecución de sus intereses estratégicos. Estas elecciones plantearon al país la disyuntiva de si quiere mantener ese rumbo o tomar una nueva dirección.

Una vez más, el statu quo está lleno de peligros. La dirección de la competencia entre las grandes potencias ya era aterradora. Sin embargo, los actuales y antiguos comandantes estadounidenses y los líderes de los aliados más cercanos de Estados Unidos creen que el enfoque de “Estados Unidos primero” conlleva sus propios peligros. De hecho, no se trata de un enfoque nuevo. La retórica actual imita a la aislacionista del país antes de la Segunda Guerra Mundial. Estados Unidos decidió entonces que replegarse tras las murallas del frente interno era imposible.

Una nota final: con las nuevas tecnologías de hoy en día, desde la expansión de los arsenales nucleares a los ciberataques, pasando por las armas espaciales, los drones o la IA, y los desafíos globales como el cambio climático y los flujos de refugiados, ignorar el mundo más allá de las costas estadounidenses es aún menos posible que en 1939. Los primeros movimientos de personal del presidente electo Trump demuestran que está dispuesto a poner a prueba ese supuesto.