Suburbios del sur de Beirut, Líbano (CNN) – Al igual que decenas de miles de desplazados en el Líbano, Hussein Mallah se dirigió a los suburbios del sur de Beirut al amanecer del miércoles.
La tregua entre Hezbollah e Israel acababa de comenzar, poniendo fin a una guerra de dos meses. Mallah dice que se puso a reparar su casa y sus negocios “casi de inmediato”.
“Mi panadería de 24 horas va a estar en funcionamiento esta noche”, dijo Mallah el viernes, con el pecho inflado y su voz estallando de triunfo. Detrás de él, cinco empleados, ataviados con el uniforme rojo y blanco de la panadería, estaban reponiendo las vitrinas.
Era el tercer día de un alto el fuego cada vez más incómodo. Las fuerzas israelíes acababan de emitir una orden exigiendo que los habitantes libaneses de las aldeas más meridionales del país se abstuvieran de regresar a sus hogares.
El acuerdo naciente se encuentra en su estado más frágil. En los 60 días posteriores al acuerdo, Israel retirará sus fuerzas mientras el Ejército libanés incrementa su presencia en el sur del país para garantizar que la zona esté libre de armas de Hezbollah. Sin embargo, una completa ausencia de confianza entre las dos partes —estados enemigos oficialmente— significa que el despliegue gradual del acuerdo podría desmoronarse en cualquier momento, con ambas partes ya acusándose mutuamente de violar el acuerdo de alto el fuego.
Ha habido una serie de informes sobre fuerzas israelíes en el lado libanés de la frontera disparando a personas y aldeas, mientras que Israel afirma haber observado a Hezbollah reagruparse.
“Soy optimista”, dijo Mallah, contando su rosario con una mano. “Incluso si el alto el fuego colapsa, simplemente volveremos a empezar todo el proceso. Me criaron así y siempre seré así. Nada puede romper nuestro espíritu”.
Los embotellamientos han regresado a la avenida Hadi Nasrallah en la capital del Líbano, el bulevar principal de los suburbios del sur que lleva el nombre del hijo del fallecido líder de Hezbollah, Hassan Nasrallah. Atraviesa la densa zona urbana donde apenas hay un edificio que haya escapado del daño causado por los ataques aéreos casi nocturnos de Israel durante dos meses.
Este es el bastión de Hezbollah donde viven alrededor de un millón de personas, la mayoría de las cuales atendieron las órdenes de evacuación de Israel.
Fragmentos de vidrio crujen bajo los pies y escombros caen desde arriba mientras las personas limpian los daños de sus departamentos, lanzando desechos de los balcones. Una multitud se agrupa alrededor de una camioneta cargada de altavoces que hacen sonar himnos de Hezbollah. Un puñado de personas lleva carteles de Nasrallah, quien murió en un masivo ataque aéreo israelí hace poco más de dos meses, y que aún no ha tenido un funeral público.
El ambiente es sombrío, pero desafiante. Los líderes de Hezbollah parecen esperar una repetición de 2006, cuando el enérgico Nasrallah se dirigía a grandes multitudes con discursos vibrantes, y cuando un alto el fuego con un formidable Ejército israelí fue aceptado por los partidarios de Hezbollah como una “victoria divina”.
El viernes, el sucesor de Nasrallah —el secretario general Naim Qassem— utilizó un lenguaje similar. “Somos victoriosos porque impedimos que el enemigo destruyera a Hezbollah”, dijo Qassem, el anciano clérigo que fue durante mucho tiempo el segundo al mando de Nasrallah, pero que carece del carisma y la elocuencia ardiente de su predecesor. “Esta es una victoria porque la resistencia persistió y continúa persistiendo”.
Hay varios paralelismos entre las dos guerras totales que se libraron entre Hezbollah e Israel. El mismo acuerdo que puso fin a la guerra de 2006 fue utilizado por funcionarios libaneses para lograr un alto el fuego más de dos décadas después. Al igual que en 2006, los actuales líderes de Israel prometieron, pero fracasaron, en destruir a Hezbollah. Y la actual afluencia de personas desplazadas que regresan a sus pueblos y barrios dañados y destruidos es un reflejo de esas escenas emotivas del período posterior a la guerra anterior.
No obstante, las diferencias también son marcadas. Israel ha diezmado a la alta cúpula militar de Hezbollah y se siente agudamente la ausencia de Nasrallah. Hezbollah también ha hecho algunas concesiones importantes, rompiendo una promesa de solo cesar su fuego de cohetes en el territorio más al norte de Israel después de que Israel terminara su ofensiva devastadora en Gaza. También ha acordado una aplicación rigurosa del acuerdo de 2006, que estipulaba que las fuerzas de Hezbollah se retirarían a alrededor de 40 kilómetros (25 millas) de la frontera entre Israel y el Líbano.
Y los problemas están surgiendo en casa. Dentro del Líbano, hay una creencia ampliamente sostenida de que Hezbollah ha salido de esta guerra como una sombra de lo que era antes, lo que puede causar que las tensiones internas latentes se intensifiquen.
Aun así, la robusta base de apoyo de Hezbollah se consuela a sí misma recordando que las cosas podrían haber sido siempre peores, y que fueron salvados del destino de los palestinos en Gaza. También argumentan que el grupo militante, con sus misiles balísticos y de mediano alcance, sigue siendo uno de los actores no estatales mejor armados del mundo.
“La guerra fue más larga de lo que esperábamos, pero al final fuimos victoriosos y eso es lo que importa”, dijo Marwa, de 25 años, desde su hogar gravemente dañado en los suburbios del sur de Beirut. Dijo que entró en su casa después de dos meses desplazada sin saber cuán extenso sería el daño.
“No podría decirte lo difícil que fue ver mi hogar cubierto de vidrios rotos, ver mis recuerdos destrozados”, dijo, con los ojos llenos de lágrimas. “Hemos estado trabajando sin parar, solo para poder tomar un café en casa”.
“Cuando llegamos a casa por primera vez, estábamos en shock… Casi no había nada no hubiera sido afectado”, dijo, con los ojos llenos de lágrimas. “Esperaba poder volver a casa después de todo ese tiempo. Y luego descubrí que no podía quedarme… Pero está bien. Son solo cosas materiales. Todo puede ser reemplazado”.
Otros tienen menos suerte. Umm Hussein, de 41 años, se quedó quieta mientras miraba las multitudes que retornaban en la pantalla de televisión. A diferencia de la mayoría de los desplazados, ya había visto fotografías de su hogar en el sur de Beirut. Un ataque aéreo israelí lo había destruido.
“A lo largo de esta guerra, fui paciente con mi desplazamiento”, dijo Umm Hussein el día en que entró en vigor el alto el fuego. “Pero hoy, veo estas escenas y me siento como una prisionera”.