El buceador bajau laut nada entre un gran banco de jureles en un arrecife de la isla de Sipidan, en el mar de Célebes, Sabah, Malasia.

Nota del editor: Llamado a la Tierra es una serie editorial de CNN comprometida con reportar los desafíos ambientales que enfrenta nuestro planeta, además de mostrar las soluciones a esos retos. La Iniciativa Perpetual Planet, de Rolex, se ha asociado con CNN para crear conciencia y educación sobre los asuntos de sostenibilidad claves y para inspirar acciones positivas.

Semporna, Malasia CNN  — 

Bilkuin Jimi Salih no recuerda qué edad tenía cuando aprendió a bucear, solo que todos los hombres de su familia saben hacerlo.

Puede que fuera su abuelo quien le enseñara, o su padre, o incluso un tío o un primo. Recuerda haber nadado decenas de metros bajo el agua entre los arrecifes, recogiendo caracolas araña, abulones y pepinos de mar para venderlos en el mercado de pescado local.

“Una de nuestras especialidades es que, como vivimos en el mar y siempre estamos en él, podemos sumergirnos en el agua durante mucho tiempo”, dice Salih, a través de un traductor. “Aprendemos observando y, a partir de ahí, desarrollamos nuestra propia técnica”.

Para la mayoría de la gente, la destreza de Salih en el buceo libre es muy inusual, pero no para su comunidad. Salih es bajau laut, un grupo indígena marinero del sudeste asiático que lleva siglos llevando un estilo de vida seminómada en el océano. Los bajau laut no solo dependen del mar, sino que están biológicamente adaptados a él, con bazos más grandes que les permiten aguantar la respiración durante mucho más tiempo que una persona normal.

“Nos sentimos muy cómodos en el agua”, afirma Salih. Este joven, de 20 años, nació a bordo de una lepa, una especie de casa flotante, en la orilla de la isla de Omadal, frente a la costa de Semporna, en el Borneo malayo.

Pero las cosas están cambiando.

Durante generaciones, su familia ha dependido del mar, siguiendo el ritmo de las mareas y pidiendo a las deidades del agua un paso seguro para viajar, pescar y bucear. Su estilo de vida tradicional siempre ha sido de bajo impacto: toman solo lo que necesitan para sobrevivir, moviéndose de arrecife en arrecife según migran los bancos de peces y dando tiempo al ecosistema para regenerarse.

“Antes podíamos conseguir fácilmente un cubo de abulones y pepinos de mar, pero ahora apenas hay”, explica Salih. “Otros peces de gran valor también están menos disponibles. Así que para nosotros depender del mar como fuente de vida es ahora muy difícil, todo un reto”.

Como muchos otros bajau laut de la región, Salih y su familia abandonaron su casa flotante y ahora viven en un palafito sobre aguas poco profundas. Las lepas son costosas y difíciles de construir, dice, y con los escasos ingresos de la pesca, las familias a menudo no pueden permitirse mantenerlas.

Cada vez más bajau laut están abandonando su modo de vida tradicional, lo que les hace más vulnerables a los cambios medioambientales. En décadas pasadas, cuando escaseaban los peces, las familias simplemente se marchaban. Pero adoptar una vida sedentaria les hace menos adaptables y más dependientes de una isla o arrecife concretos.

Como el cambio climático amenaza más que nunca el medio marino, las tradiciones de los bajau laut están desapareciendo rápidamente.

Un paraíso submarino

Una tortuga marina verde en la isla de Sipadan (Malasia), un parque marino protegido que suele figurar entre los mejores lugares de buceo del mundo.

Semporna debería ser un paraíso acuático. La ciudad costera está situada cerca de la cima del Triángulo de Coral, una zona de 5,7 millones de kilómetros cuadrados de extraordinaria biodiversidad marina que abarca las aguas de seis naciones. En la década de 1980, el cineasta y oceanógrafo Jacque Cousteau visitó la isla de Sipadan, frente a la costa de Semporna, y describió sus arrecifes como “una obra de arte intacta”, convirtiendo la zona en uno de los puntos de buceo más codiciados del mundo.

Pero la realidad es un poco distinta.

La sobreexplotación de las poblaciones de peces del sudeste asiático se ve agravada por el aumento de la temperatura de la superficie del mar y la acidez de los océanos, que causan una pérdida de hábitats para los peces. En Malasia, las poblaciones de peces demersales que viven en el fondo del mar han disminuido hasta un 90% en algunas regiones.

Un pez payaso ocellaris en la isla de Mabul, Malasia.
Un nudibranquio hypselodoris, comúnmente conocida como babosa de mar, en la isla de Mabul, Malasia.

Las comunidades costeras que viven junto al mar son “muy vulnerables” a otros fenómenos del cambio climático, como la decoloración de los corales, la subida del nivel del mar, la erosión de las playas y los fenómenos meteorológicos extremos, afirma Adzmin Fatta, director de Programas de Reef Check Malaysia y cofundador de Green Semporna, ambas organizaciones ecologistas sin ánimo de lucro.

El empeoramiento del medio marino y la escasez de peces han desesperado a muchos pescadores de bajos ingresos. En un intento por competir con una pesca comercial cada vez más grande, muchos han recurrido a métodos ilegales, y a menudo perjudiciales, para aumentar sus capturas, como la pesca con explosivos o cianuro.

“El bombardeo de peces es barato y fácil”, dice Fatta. Una bomba de pesca cuesta unos 15 ringgit malayos (US$ 3,60), pero puede proporcionar entre 2.000 y 3.000 ringgit de pescado (entre US$ 478 y US$ 717).

El bombardeo de peces se utiliza en la región desde hace décadas. En 2010, se estimaba que el 68% de los arrecifes de coral de Sabah —el estado que ocupa la parte oriental de Borneo malayo— habían sido dañados por la pesca con cianuro, y entre 2010 y 2018, alrededor del 25% de los arrecifes vigilados de Sabah fueron perturbados por la pesca con explosivos.

La contaminación plástica también es un problema creciente, que añade más presión a un ecosistema marino ya frágil, dice Robin Philippo, director del Centro de Investigación y Conservación Tropical (TRACC, por sus siglas en ingés), una organización de conservación marina que trabaja en la rehabilitación de arrecifes cerca de Semporna.

Botellas de agua, paquetes de patatas fritas y chanclas errantes son habituales en las olas, y aunque muchos en la comunidad local culpan a los bajau laut, Philippo cree que el turismo es responsable de la mayor parte de estos residuos. “La capacidad de carga de Semporna comparada con los residuos que se producen, creo que es el factor insostenible”, afirma.

El turismo es uno de los mayores sectores económicos del país, y en Sabah está creciendo rápidamente, con un aumento del 120% entre 2004 y 2018.

La isla de Pom Pom, donde tiene su sede el TRACC, solía ser un importante lugar de anidamiento para las tortugas verdes de la región, en peligro de extinción. Pero ahora, la isla está atrapada entre muchos de estos puntos de presión ambiental. Sus arrecifes han sido destruidos en gran parte por la pesca con explosivos, y los nuevos complejos turísticos están dañando las playas que quedan en la isla, dice Philippo.

“Con la cantidad de construcciones que hay ahora, las tortugas que anidan podrían desaparecer por completo”, añade.

Los estudiantes bajau Haikal Nukiman (izquierda) e Imran Abbisi son becarios en TRACC.
El criadero de tortugas de TRACC en la isla de Pom Pom, Malasia, ayuda a vigilar los nidos en las playas cercanas.

Una comunidad “apátrida”

A pesar de vivir en la región durante décadas, incluso siglos, muchos de los bajau laut de Semporna son “apátridas” y no se les considera ciudadanos malasios. Esto los deja en un limbo legal, sin acceso a la educación, la sanidad o servicios públicos como la electricidad, el agua y la gestión de residuos.

No hay muchos datos sobre el número de apátridas que viven en Malasia Oriental, ni sobre su demografía, pero un censo de población reciente calculaba que en Sabah viven 28.000 bajau laut, de los cuales alrededor del 78% son indocumentados.

El estigma social de la apatridia significa que, a menudo, se les excluye de los esfuerzos por proteger el océano y no se valoran sus conocimientos tradicionales.

Adzmin Fatta, quien trabaja con muchos apátridas en Semporna a través de Reef Check Malaysia, afirma que uno de los principales retos para la conservación de la zona es la “desigualdad de oportunidades” de las comunidades costeras. Al tener que hacer frente a necesidades básicas como la vivienda, los ingresos y el sustento -y carecer de ciudadanía formal-, a menudo no se ven a sí mismos con un papel en los esfuerzos de conservación y no están capacitados para abordar los problemas medioambientales.

Los Sabunglani son una de las pocas familias Bajau Laut de la región que siguen viviendo en una lepa o casa flotante. Las matriarcas de la familia, Tursina (izquierda) y Satulina (derecha), aparecen aquí con sus nietos.

Pero no tiene por qué ser así.

En la regencia indonesia de Wakatobi, otra zona donde viven los bajau, a veces llamados bajo, los conocimientos especializados del grupo se utilizaron en la creación de un parque marino nacional.

“Conocen muy bien los caladeros y la estacionalidad, la migración de los peces, pero también son muy conscientes de las zonas que están dañadas o agotadas. Conocen muy bien la navegación, las corrientes y las zonas de afloramiento”, afirma Rili Djohani, uno de los líderes de este proyecto en los años noventa y principios de los 2000 y ahora director ejecutivo y cofundador de la ONG Coral Triangle Center. “Es una sabiduría marítima en la que puedes basarte para diseñar, por ejemplo, áreas marinas protegidas en torno a hábitats críticos, como zonas de agregación de peces o arrecifes de coral”.

Sin embargo, en toda la región, Djohani no ha visto muchos esfuerzos para apoyar la conservación de la cultura bajau laut y el estilo de vida tradicional. La falta de oportunidades económicas en la pesca y la marinería está empujando a más jóvenes de tierra firme a buscar trabajo en el turismo, afirma.

“Hay muchas formas de implicar a la gente en las actividades de conservación. Pero no debemos perder de vista cómo pueden obtener ingresos de forma sostenible y a largo plazo para sus propias familias”, afirma Djohani.

Ahogándose en plástico

Mientras la pobreza, la apatridia y el cambio climático amenazan la relación cultural de los baja laut con el océano, algunos jóvenes de la comunidad encuentran nuevas formas de reconectar con el medio marino.

Imran Abbisi y Haikal Nukiman son apátridas y viven en casas sobre pilotes en Kampung Bangau Bangau, una aldea acuática cerca de Semporna formada en gran parte por apátridas. Como muchos de los que viven en la comunidad, Abbisi y Nukiman tienen ascendencia bajau laut, pero no quieren seguir los pasos de sus padres y abuelos y pasarse la vida pescando.

“Antes era mucho más agradable pasar el tiempo en el océano, pero ahora hay más basura en el agua, así que ya no es divertido”, dice Nukiman. La contaminación por plásticos es especialmente grave en su pueblo “porque no hay un sistema adecuado de gestión de residuos”, dice, lo que significa que es más difícil buscar marisco en las aguas poco profundas.

Al no poder ir a la escuela pública, Abbisi y Nukiman asisten a una escuela alternativa dirigida por la ONG educativa Borneo Komrad, a través de la cual consiguieron unas prácticas de cuatro meses en el grupo de conservación marina TRACC.

Abbisi y Nukiman han estado muy implicados en el criadero de tortugas del centro, que vigila las playas de la isla en busca de nidos y libera crías de tortuga en el océano.

Imran Abbisi (izquierda) y Haikal Nukiman encontraron sus prácticas en TRACC a través de Borneo Komrad, una ONG que ayuda a estudiantes apátridas a acceder a la educación.
Borneo Komrad tiene varios centros en Semporna para diferentes grupos de edad. Los estudiantes de tercer ciclo acuden a su centro de Kampung Air Hujung, donde descansan entre clase y clase.
La marea baja deja ver basura cerca del centro educativo de Borneo Komrad en Kampung Air Hujung, Malasia.

Ni Abbisi ni Nukiman aprendieron a bucear en apnea cuando eran pequeños. Pero a través del TRACC, lo están intentando de una forma diferente: con un certificado PADI de buceo en aguas abiertas, que les permitirá vigilar el arrecife, recopilar datos e instalar arrecifes artificiales.

Abbisi describe su primera experiencia de buceo como “de ensueño”, y dice que quiere proteger el océano “para un mundo mucho mejor, para un mundo más verde”.

Aunque ambos estudiantes están entusiasmados con su trabajo en el TRACC, no saben si podrán seguir trabajando en la conservación. Como apátridas, es poco probable que puedan permitirse el lujo de elegir, y sus familias dependen de ellos para obtener ingresos.

Robin Philippo, director del TRACC, espera que las prácticas les den más oportunidades en el futuro, sobre todo en los sectores del ecoturismo y el medio ambiente.

Aunque el TRACC emplea a mucha gente de la comunidad bajau en sus operaciones internas, Philippo admite que no han aprovechado los conocimientos de la comunidad sobre el océano tanto como podrían, en gran parte por la barrera del idioma. Pero espera que eso cambie a medida que jóvenes como Abbisi y Nukiman, que hablan bajau además de malayo, se impliquen más.

Manteniendo las tradiciones

Un bote rema frente al poblado acuático de Bajau Laut, en la isla de Omadal, Malasia.

De vuelta en Omadal, Salih también intenta enseñar a la próxima generación sobre el medio ambiente.

Además de sus estudios a tiempo parcial en la universidad alternativa de Borneo Komrad, Salih es profesor en Iskul Sama diLaut Omadal, una escuela de Omadal para bajau laut apátridas, donde enseña malayo. En la escuela también se enseña a los alumnos sobre conservación marina, contaminación y restauración del coral, y también se ha creado un sistema de gestión de residuos, para dar a la comunidad alternativas a tirar la basura al mar.

Salih cree que hay oportunidades para que la comunidad se modernice y crezca, preservando al mismo tiempo las tradiciones. Muchos alumnos asisten solo a una sesión de mañana o tarde en Iskul, y pasan el resto del tiempo ayudando a su familia a pescar o aprendiendo a recolectar en el mar.

Bilkuin Jimi Salih habla durante una entrevista con CNN en la isla de Omadal, Malasia.
Un cartel de bienvenida en la isla de Omadal, Malasia.

“Necesitamos aprender esa habilidad para poder seguir pescando como medio de vida”, dice Salih.

Y aunque las casas sobre pilotes son más baratas de construir y más fáciles de reparar, en algún momento quiere volver a vivir en una lepa, una casa flotante, como en la que nació.

“Me gustaría mantener las tradiciones”, dice Salih. “Animaré a mis hijos a que miren y aprendan de mí a construir un bote, y me aseguraré de que ellos también sigan enseñándoselo a sus hijos, para que la tradición no se acabe”.