(CNN Radio Argentina) – Dice que su nombre (Paloma) está relacionado con “las alas” que le dieron sus padres “para volar”. Y que su apellido (Herrera) representa “el opuesto: trabajo y fuerza”. Se siente identificada con eso, cuenta, y empieza a repasar una trayectoria superlativa, que en la actualidad la encuentra como directora del Ballet Estable del Teatro Colón. ¿Cómo se alcanzan en la danza los niveles más altos? “La técnica y la solidez son fundamentales. Y, sobre todo, tener personalidad y amar lo que uno hace.”
Paloma Herrera visita los estudios de CNN Radio en la noche del sábado, un 25 de mayo en el que se celebran la fecha patria y un nuevo aniversario (el 111°) de la inauguración del mayor coliseo argentino. En el programa Historias del Colón, quien llegó a ser primera bailarina del American Ballet Theatre de Nueva York, hacia donde partió a los 15 años para fortalecer un recorrido que comenzó a los 7, comenta que al alejarse los escenarios lo hizo con la certeza de “haber dejado un buen recuerdo”, en su “mejor momento”. Y ahora, en su rol de maestra, pasa más de doce horas por día en el Colón, desde las diez de la mañana, entre los ensayos de la compañía y las necesarias tareas de oficina que requiere la gestión.
En diálogo con Martín Leopoldo Díaz y María Arena, Paloma afirma: “El baile me transporta, me llena, lo haga yo o lo hagan otros. Me siento muy artista: el arte eleva el alma. Y entonces digo guau, es lo que yo estoy haciendo. Por eso me considero una privilegiada”. ¿Sueños? “Vivo para que la vida me sorprenda. No tengo planes ni proyectos. Nunca pensé que a los 15 iba a estar en el American Ballet y ocurrió. Y a los 19 bailé como principal con Julio Bocca”.
Ahora está abocada a un doble programa en el Colón (Corsario y Una noche contemporánea y clásica) sin descuidar detalle. Es el tercer año en que Paloma oficia de directora y las funciones de ballet se duplicaron, siempre a sala llena. “Cuantas más funciones haya, el bailarín se siente más cómodo. No creo en el látigo como método de enseñanza y es lo que trato de transmitirles a los bailarines. A mí nadie me obligó a nada. No le diría a un bailarín que haga algo de determinada manera porque yo lo hacía así”, relata. Y cuando se le consulta si nació para la danza o la danza la eligió a ella, reflexiona: “Hasta el día de hoy es una pregunta que no puedo responder. No tengo la menor idea de cómo fue que empecé a bailar. La danza es mi burbujita”.
Vivió durante 25 años en Nueva York, pero nunca sintió que se había ido del país, asegura. “Además, volvía seguido a la Argentina para bailar en el Colón o el Luna Park. Y si tenía un fin de semana libre, también me venía. Cuando me retiré se produjeron muchos cambios en mi vida: arranqué a escribir mi libro, hice mi perfume… Había bajado un cambio”. Hasta que a fines de 2016 la convocaron para dirigir el Ballet Estable: “No fue una decisión fácil. Había tenido un año más relajado y de repente me dije: ¿Quiero volver a esta locura? No sé si estoy preparada. Pero acepté porque sabía que podía hacer una diferencia y ahora trabajo con un equipo maravilloso, todos con los mejores ideales”.
Hace yoga desde hace un largo tiempo (“Me ayudó mucho en mi carrera”) y rememora que, cuando bailaba, “cada día era mágico”. Jamás canceló una función y su prioridad siempre ha sido cuidarse: “Nunca fumé ni bebí, no como carne y caminaba por la calle con muchas precauciones para evitar posibles lesiones. Aprendí a descifrar lo que me decía mi cuerpo. Vivía para la danza, aunque tal vez yo no lo veía así porque nunca lo consideré un sacrificio”.
Hoy se siente “feliz” en su país y en su ciudad, después de haberle “sacado el jugo a cada momento” de una carrera que, señala, le vino “como anillo al dedo”. Con la gratificación, en esta etapa, “de estar del otro lado del escenario”.