Por Peter Bergen, analista de seguridad nacional de CNN
Nota del Editor:Peter Bergen, analista de seguridad nacional de CNN, es director del Programa de Estudios sobre Seguridad Nacional en la New American Foundation y autor de The Longest War: America’s Enduring Conflict with Al-Qaeda, del cual se tomó y adaptó parte para este ensayo sobre el general David Petraeus. El general Petraeus dimitió como director general de la CIA tras reconocer una relación extramarital.
(CNN)— Los historiadores probablemente juzgarán a David Petraeus como el comandante militar estadounidense más eficaz desde DwightEisenhower.
Después de todo y más que ningún otro, fue la persona que levantó a Iraq del borde del desastre absoluto luego de que asumió el mando de las fuerzas de Estados Unidos en ese país, en 2007.
Para entender esta gran tarea, recordemos que cuando Petraeus asumió el mando en Iraq, el país estaba sumido en una guerra civil tan violenta que al menos 90 civiles morían cada día, en promedio.
El mismo gobierno iraquí alimentaba la violencia, debido a que el Ministerio del Interior de ese país era hogar de varios escuadrones de la muerte chiitas.
Mientras tanto, la violenta filial iraquí de al Qaeda reclutaba cientos de atacantes suicidas de todo el Medio Oriente, quienes mataron a miles de personas en Iraq.
Como resultado de este caos, unos cinco millones de iraquíes (cerca de una quinta parte de la población) huyeron del país o fueron al exilio interno.
Después de un servicio en Iraq en 2003, donde Petraeus eficazmente pacificó el área dentro y alrededor de Mosul, en el norte, y de un segundo periodo menos fructífero en el que trató de reformar al disuelto ejército iraquí, fue asignado para dirigir el Centro de Armas Combinadas del Ejército de Estados Unidos en Fort Leavenworth, Kansas, en 2006.
Esto fue visto como una especie de estancamiento para el general en ascenso, a quien Newsweek había consagrado dos años atrás con un artículo de portada titulado ”¿Puede este hombre salvar a Iraq?”.
Pero Petraeus vio su periodo de servicio en Kansas como una oportunidad para renovar la doctrina de contrainsurgencia del Ejército, algo en las fuerzas armadas no habían puesto ningún esfuerzo verdadero desde la Guerra de Vietnam. Ahora, la milicia estadounidense en Iraq combatía a una compleja mezcla de grupos insurgentes sunitas y chiitas.
Así que Petraeus convirtió su época en Kansas en un ejercicio de un año para reescribir las estrategias y las tácticas de la guerra de Iraq.
Como ayuda, Petraeus reclutó al veterano de guerra de Iraq, John Nagl, quien tenía un doctorado en Oxford y que en 2002 publicó el libro “Learning to Eat Soup with a Knife: Counterinsurgency Lessons from Malaya and Vietnam”.
En noviembre de 2005, Petraeus pronunció un discurso durante una conferencia sobre contrainsurgencia en Washington. Nagl recuerda que Petraeus, su exprofesor de historia en West Point, “anunció que escribiría un manual de contrainsurgencia, y anunció que él sería el principal redactor; era la primera vez que oí hablar de ello”.
Nagl asumió el papel de jefe de redacción del manual y Petraeus reclutó a Conrad Crane, un historiador militar y excompañero de clase en West Point, para ser el escritor principal. Pero no había duda de quién estaba al mando. Nagl recuerda que Petraeus “era el conductor, era la visión, era el editor de textos, leyó dos veces todo, le daba la vuelta a los capítulos en 24 horas con una amplia edición y comentarios”.
Los escritos del soldado intelectual francés David Galula fueron muy influyentes en el grupo que trabajaba en el manual. Galula había combatido en Indochina y Argelia en la década de 1950 como oficial en el ejército francés cuando éste intentaba acabar con la insurgencia nacionalista en sus posesiones coloniales.
Casi una década después, Galula publicó “Counterinsurgency Warfare: Theory and Practice”, donde condensaba las lecciones de combatir y observar a las insurgencias en Medio Oriente y el sureste de Asia.
Galula estableció un principio general que es reconocido como el núcleo de una estrategia exitosa de contrainsurgencia: “La población se convierte en el objetivo del contrainsurgente como lo era para su enemigo”.
Esto significaba que tomar el territorio era algo mucho menos importante que en una guerra convencional; garantizar que la gente se sintiera lo suficientemente segura como para no sentirse obligada de apoyar a los insurgentes y que con el tiempo adquiriera también la confianza para proporcionar información sobre ellos se convertía en el premio.
Una vez que se completó el primer borrador del manual de contrainsurgencia, Petraeus y el escritor principal, Crane, decidieron convocar a un grupo de expertos externos para que aportaran sus críticas. Crane recuerda: “tuvimos una conferencia de escrutinio para revisar la doctrina y estuve de acuerdo con el general en que lo haríamos, y dije, ‘sí, traigamos a 30 personas inteligentes para hablar de ello’; trajo a 150. Fue todo un circo de tres pistas en Fort Leavenworth”.
Durante dos días, funcionarios de la CIA, del Departamento de Estado y destacados académicos y periodistas como Eliot Cohen, James Fallows y George Packer aportaron sus críticas, las cuales generaron cientos de páginas de nuevas ideas.
El Ejército y la Marina publicaron la versión final del Manual de campo de contrainsurgencia en diciembre de 2006.
Las doctrinas en este nuevo manual informaban a profundidad sobre cómo las fuerzas armadas de EE.UU. combatirían las guerras en Iraq y Afganistán.
El documento señalaba las prácticas fallidas de la contrainsurgencia, como poner demasiado énfasis en matar y capturar al enemigo en lugar de establecer condiciones de seguridad para la población; llevar a cabo operaciones a gran escala como norma, y concentrar fuerzas militares en grandes bases para la protección.
Esta fue, de hecho, una buena descripción de lo que las fuerzas armadas estadounidenses habían estado haciendo en Iraq durante los últimos tres años del conflicto y una explicación de por qué estaban perdiendo la guerra.
Las prácticas exitosas, enfatizaba el nuevo manual, se centraban en satisfacer las necesidades y garantizar la seguridad de la población.
En una sección titulada Paradojas, el manual hacía una serie de recomendaciones que difícilmente se encontraban en la doctrina militar estadounidense prevaleciente: “A veces hacer nada es la mejor reacción” y que “el país anfitrión haga algo razonablemente bien es por lo general mejor a que EU haga algo bien”.
Emma Sky, graduada de Oxford y conocedora de la lengua árabe, quien se convirtió en asesora política de Petraeus en Iraq, recordó que “el cambio más importante en la mentalidad fue que EU viera a los iraquíes no como el enemigo, sino que viera a los iraquíes como personas que necesitaban protección”.
En febrero de 2007, Petraeus fue nombrado por el presidente George W. Bush como el nuevo comandante de EU en Iraq, justo cuando 30,000 soldados de la “oleada” que Bush recientemente había ordenado comenzaron a llegar a Iraq.
Poco después de su llegada, Petraeus realizó un recorrido por barrios de Bagdad que conocía de sus anteriores despliegues. Petraeus me comentó después: “no lo podía creer … aquí, literalmente, pasa una bola de polvo rodando por la calle en lo que yo recordaba como un barrio de exoficiales militares muy próspero, de clase media alta, en el noroeste de Bagdad. Fue … ¡Wow!”
Ahora en Iraq, cada mes, había más de 200 atentados con coches bomba y ataques suicidas. Seis meses antes se registraba una cuarta parte de esa cifra. Iraq se encontraba simultáneamente en explosión e implosión.
El nuevo enfoque de contrainsurgencia de Petraeus sacó a los soldados estadounidenses de sus grandes bases en Iraq y los envió a los barrios iraquíes.
Petraeus explicó esta estrategia “centrada en la población” en una carta que envió a todos los soldados a su mando. “Vivir entre la gente es esencial para darles seguridad y derrotar a los insurgentes … patrullar a pie y relacionarse con la población. La conciencia del entorno solo puede garantizarse mediante la interacción cara a cara con la gente, no separados por un cristal balístico”.
Emma Sky dice que Petraeus jugó otro papel clave al comprar tiempo en Washington para que funcionara la estrategia, como el rostro público y defensor del nuevo enfoque en Iraq. “Jamás habríamos conseguido el tiempo sin sus comunicaciones estratégicas, sin la creencia de la gente en Petraeus”.
La mayor prueba de si existiría la voluntad política para continuar con el creciente esfuerzo en Iraq fueron las audiencias ante el Congreso llevadas a cabo en el sexto aniversario del 11-S.
El 11 de septiembre de 2007, Petraeus y Ryan Crocker, el veterano diplomático que fue embajador de EU en Iraq, fueron interrogados tanto por el Comité de Relaciones Exteriores del Senado como por el Comité de Servicios Armados. Había cinco senadores que aspiraban seriamente a la presidencia (Joe Biden, Christopher Dodd, Barack Obama, John McCain y Hillary Clinton), uno de los cuales se convertiría en presidente de Estados Unidos en poco más de un año.
Petraeus recuerda que la audiencia “fue más dura de lo pensado. Quiero decir, se podían sentir los reflectores del mundo en uno. Fue transmitida en vivo en Bagdad”.
Petraeus y Crocker intentaron presentar un panorama de los avances en Iraq, pero a los demócratas eso no les parecía. Clinton intervino en un punto: “Usted ha sido el vocero de facto de lo que muchos de nosotros creemos es una política fallida. A pesar de que veo extraordinarios esfuerzos en su testimonio… creo que los informes que nos proporciona realmente requieren la suspensión voluntaria de la incredulidad”.
Es Washington diciéndote que o bien estás equivocado o mintiendo.
Un día antes, el dúo también había testificado ante una audiencia conjunta de los comités de Servicios Armados y de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes. Petraeus sabía que sería un día difícil cuando recibió el aviso de que el New York Times desplegaría un anuncio sobre él de toda una página, pagado por el grupo de izquierda de defensoría MoveOn.org.
Bajo el encabezado “¿GENERAL PETRAEUS O GENERAL TRAICIÓN A EE.UU?”, el general fue acusado de “amañarle las cuentas a la Casa Blanca”. El texto pagado indicó que “cada informe independiente sobre la situación en el terreno en Iraq muestra que la estrategia oleada ha fracasado… Y lo más importante, el general Petraeus no reconocerá lo que todos saben: Iraq está sumido en una guerra civil religiosa imposible de ganar”.
A pesar de estas críticas, el testimonio de Petraeus ante el Congreso, cautelosamente formulado, acerca del cambio de rumbo que empezaba a ver en Iraq resultó ser acertado.
La violencia en Iraq, que durante los primeros meses alcanzó máximos en casi todas las categorías, disminuyó de manera constante después de eso. Ese descenso fue cierta en la frontera, incluidos los ataques de los insurgentes, las muertes de civiles, las muertes de soldados estadounidenses, las muertes de las fuerzas de seguridad iraquíes, los ataques con coches bomba y las explosiones con artefactos explosivos improvisados.
En diciembre de 2006, el mapa militar estadounidense de violencia “etnosectaria” en Bagdad era principalmente de color amarillo, naranja y rojo, lo que indica de regular a mucha violencia. La mayoría del mismo mapa, dos años más tarde, era de color verde, lo que indicaba que la violencia sectaria en Bagdad había desaparecido en buena medida.
Por supuesto, no todo esto se debió a que Petraeus estuviera al mando. Otros factores importantes, como la rebelión tribal contra la filial iraquí de al Qaeda, operaron a su favor.
El movimiento Despertar Sunita había comenzado en 2006, antes de la llegada de Petraeus a Iraq, pero él y sus principales comandantes lo manejaron hábilmente.
Los combatientes tribales del movimiento Despertar terminaron en la nómina estadounidense dentro del programa Hijos de Iraq, el cual, para la primavera de 2009, había crecido a alrededor de 100,000 hombres. Muchos de ellos habían disparado alguna vez contra los estadounidenses; ahora disparaban contra al Qaeda.
Hoy en día, Iraq sigue siendo un lugar peligroso, pero no está inmerso en una guerra civil y las diferencias políticas son más propensas a ser dirimidas por las maniobras parlamentarias que por la violencia.
Ciertamente, Petraeus puede adjudicarse una parte importante en la consecución de ese resultado.
Más tarde, Petraeus fue requerido para tratar de virar el camino de otra guerra que no iba del todo bien; era la guerra en Afganistán y el llamado vino del presidente Obama, en 2010.
El jurado aún delibera sobre el éxito que alcanzó Petraeus durante su mandato como comandante de las tropas de Estados Unidos y otras más de la OTAN en Afganistán.
Como resultado de las operaciones emanadas de la “oleada” de 30,000 soldados estadounidenses en Afganistán autorizados por Obama y dirigidos por Petraeus en sus últimas etapas, viejos refugios talibanes en las provincias sureñas afganas de Helmand y Kandahar han sido eliminados.
Las fuerzas de operaciones especiales también han diezmado las filas de los mandos medios de los talibanes, a tal grado que el promedio de edad de los comandantes talibanes durante el año pasado se redujo de 35 a 25 años, según fuentes militares estadounidenses.
Sin embargo, el aumento de la presión militar sobre los talibanes no los puso en la mesa de negociaciones, tal y como se esperaba. Y los talibanes aún controlan muchas zonas rurales del país.
Dar juicio alguno de la trayectoria de Petraeus en la CIA es complicado, por el hecho de que él estuvo ahí apenas por un año y, por supuesto, la mayor parte de las actividades de la CIA son secretas.
Se develará algo de la actividad reciente de la agencia cuando la próxima semana el director interino de la CIA, Michael Morell, rinda testimonio ante el Comité de Inteligencia del Senado sobre el ataque perpetrado en septiembre contra el consulado de Bengasi, el cual mató a cuatro estadounidenses, entre ellos el embajador de EU en Libia y dos hombres que hasta poco se reveló que eran empleados de la CIA.
Era Petraeus quien se suponía rendiría ese testimonio.