El papa Benedicto XVI lee el periódico en su residencia de verano el 26 de julio de 2010 en Castel Gandolfo, cerca de Roma, Italia. (Foto: L'Osservatore Romano - Piscina del Vaticano vía Getty Images).

Por Rafael Domingo Oslé, especial para CNN

Nota del editor: Rafael Domingo Oslé es catedrático de Derecho Romano de la Universidad de Navarra y profesor visitante del Centro para el Estudio de la Ley y Religión de la Facultad de Derecho de la Universidad de Emory en Atlanta.

No es mi intención analizar en estas reflexiones el pontificado de Benedicto XVI, quien dejará de ser Papa el 28 de febrero a las 8 de la tarde tras una renuncia histórica cargada de simbolismo.

Los papas gustan de mover sus fichas pensando a largo plazo, a larguísimo plazo, sabedores de que gobiernan una institución milenaria, llena de goteras y grietas, achacosa a veces, pero siempre viva y pujante pues la muerte no está pensaba para ella.

Joseph Ratzinger no es excepción. El Papa es plenamente consciente de que en estos momentos está haciendo historia, marcando una nueva pauta en la Iglesia con esta última decisión suya tan audaz y valiente. Por eso, tiempo al tiempo. Ya llegará la hora de valorar objetivamente un Pontificado que, con sus luces y sus sombras, acabará enalteciendo la figura de Benedicto XVI.

Mi objetivo hoy es más modesto. Tan solo pretendo referir lo que me ha aportado personalmente este gran intelectual alemán que decidió colgar la sotana blanca para encerrarse a rezar y escribir entre cuatro paredes junto a un pequeño huerto ecológico.

Para mí, hablar de Benedicto XVI es hablar de un maestro, en el sentido más clásico y noble del término, del que he aprendido algunas lecciones inestimables. Algunas de ellas son fruto de su comportamiento, las más, de su magisterio. Todas: expresión de su extraordinaria honradez intelectual y profunda humildad.

Un maestro es la persona capaz de grabar a fuego en tu alma una idea. Un maestro es quien atraviesa intelectualmente tu vida, como una flecha atraviesa un cuerpo. Un maestro es quien va siempre por delante de ti dando respuesta a tus inquietudes intelectuales. Un maestro es quien te obliga a mantenerte de puntillas para estar a su altura intelectual. Por eso, la conversación con el maestro es rayo de luz, abre horizontes, crea nuevas expectativas, despierta sensibilidades. La presencia del maestro estimula la inteligencia, alienta la creatividad, despierta la imaginación.

El maestro te cautiva, como me cautivó a mí Joseph Ratzinger, cuando le conocí en febrero de 1998 en la Universidad de Navarra con ocasión de su visita para recibir un doctorado honoris causa. Fueron unos días memorables en los que pude tratar de cerca al entonces cardenal Ratzinger. El galardonado quiso residir unos días en el Colegio Mayor Belagua con el fin de vivir intensamente el ambiente universitario de la Universidad de Navarra. Enseguida me di cuenta de que, a pesar de dedicarse él a la Teología y yo al Derecho, compartíamos las mismas preocupaciones intelectuales, y de que, en realidad, estábamos subiendo el mismo monte por diferentes laderas. Eso sí, él iba muy por delante de mí en ese empinado ascenso.

Benedicto XVI dejará de ser Papa el 28 de febrero, pero no de ser uno de los intelectuales más perspicaces de nuestro tiempo. Un maestro puede dejar de ser Papa, pero no de enseñar. Por eso, quiero compartir las diez lecciones más importantes que he aprendido de Benedicto XVI. No son las mejores aportaciones de Ratzinger a la Teología; tampoco se derivan necesariamente de sus principales hitos como Pontífice. Son sencillamente lecciones de un maestro.

1. La universidad es hogar de nuevas ideas y de diálogo
La universidad es un lugar privilegiado para el nacimiento de nueva ideas y el diálogo interdisciplinar es el método más fecundo para que estas ideas florezcan. De ahí la importancia de que existan campus aislados cuyos profesores y alumnos vivan totalmente inmersos en un debate intelectual estimulante y crítico, una idea que siempre impulsó Ratzinger desde sus comienzos como profesor en la Universidad de Bonn.

2. El mundo necesita el diálogo entre creyentes y no creyentes
El mundo de hoy demanda un diálogo abierto, sereno y equilibrado entre creyentes y no creyentes. Este diálogo será en beneficio de todos. A los creyentes les servirá para purificar el argumento religioso; a los no creyentes, para advertir los límites de la razón positiva, cuya exclusividad enclaustra al ser humano. Su conversación con Jürgen Habermas, otro gran maestro, fue un ejemplo del camino que debe emprenderse para poder dar pasos en esta dirección.

3. La recuperación del “eros”
La necesidad de recuperar para el Cristianismo el genuino concepto de “eros”, con el fin de poder aplicarlo a Dios cuyo amor es no sólo donacional, sino también posesivo. Esta sincera reflexión, explicada en su primera encíclica Deus caritas est, ha abierto nuevos derroteros en el campo de la vida contemplativa y en la consideración de la filiación divina, o la consideración de que somos hijos de Dios, como núcleo esencial del mensaje cristiano. Se puede formular de una manera más directa: cuando Dios se empeña en vivir cerca de ti, se le palpa y la fe sobra.

4. El derecho debe abrirse a la transcendencia
Esto no significa que los ordenamientos jurídicos hayan de reconocer la existencia de Dios -¡ese no es su cometido!- pero sí que han de ver en la religión un valor en sí mismo, capaz de dar respuesta a ciertos interrogantes que la razón científica no puede resolver.

5. No existe un ordenamiento jurídico cristiano
Para Benedicto XVI, no hay un sistema legal cristiano, revelado por Dios, sino que lo único que demanda el cristianismo a los ordenamientos jurídicos es que se remitan a la naturaleza y a la razón como verdaderas fuentes del derecho.

6. Actuar contra la razón, es actuar contra Dios
La lección sexta la constituye el núcleo de su controvertido discurso en Ratisbona, quizás el más importante discurso del Papa, es que el no actuar con el “logos” es contrario a la naturaleza de Dios. Por tanto, no hay incompatibilidad alguna entre razón y fe. ” Se trata del encuentro entre fe y razón, entre auténtica ilustración y religión. Partiendo verdaderamente de la íntima naturaleza de la fe cristiana y, al mismo tiempo, de la naturaleza del pensamiento griego ya fusionado con la fe, Manuel II podía decir: No actuar «con el logos» es contrario a la naturaleza de Dios”, dijo en su famoso discurso.

7. Rectificar es de sabios
Por eso, cuando uno se equivoca lo reconoce, aunque sea el Papa. Esta lección la dio el Benedicto con su famosa carta de 2009 con ocasión del caso del obispo Richard Williamson, al que se levantó la excomunión pocos días después de que, en una entrevista con una cadena de televisión sueca, cuestionara la existencia de las cámaras de gas en los campos de concentración nazis, lo que generó una enorme controversia en Internet . En la carta, Ratzinger lamentó los errores de gestión por parte del Vaticano al no haber hecho el uso adecuado de internet. “Me han dicho que seguir con atención las noticias accesibles por Internet habría dado la posibilidad de conocer tempestivamente el problema. De ello saco la lección de que, en el futuro, en la Santa Sede deberemos prestar más atención a esta fuente de noticias”, escribió entonces.

8. El valor del silencio
El valor positivo del silencio como punto de encuentro con Dios. En su mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones sociales de 2012, Benedicto XVI escribió que “el silencio es parte integrante de la comunicación y sin él no existen palabras con densidad de contenido. En el silencio escuchamos y nos conocemos mejor a nosotros mismos; nace y se profundiza el pensamiento, comprendemos con mayor claridad lo que queremos decir o lo que esperamos del otro; elegimos cómo expresarnos. Callando se permite hablar a la persona que tenemos delante, expresarse a sí misma; y a nosotros no permanecer aferrados sólo a nuestras palabras o ideas, sin una oportuna ponderación. Se abre así un espacio de escucha recíproca y se hace posible una relación humana más plena”.

9. Austeridad en uno de los lugares más lujosos
Dentro del Vaticano, uno de los lugares más lujosos y espectaculares del mundo, Benedicto XVI demostró que se puede llevar una vida sencilla, sobria y austera, desprendida de las riquezas materiales, con comidas frugales, largos ratos dedicados a la oración y al silencio, la escritura y el estudio, y una cama de pequeñas dimensiones.

10. No ser más papista que el Papa
La décima y última lección no es la más importante, pero sí la que ha sobrecogido al mundo por inesperada. La opinión pública la ha formulado de la siguiente manera, siguiendo el propio discurso de renuncia papal: el espíritu de servicio es el único fin que ha de buscarse en el desempeño de cualquier cargo público. Por eso, cuando por motivos justificados este servicio pueda quedar deslustrado, es recomendable dejar paso a otros que desempeñen el cargo con más competencia. Me parece, sin embargo, que hay una formulación mucho más sencilla y castiza: No se puede ser más papista que el papa. Por eso, el papa Benedicto XVI no ha querido ser más papista que Benedicto XVI. Y él tenía la profunda convicción moral, desde hace mucho tiempo, de que para la Iglesia era muy conveniente que un papa renunciara. Se dieron las circunstancias. Y lo hizo. ¡Como un campeón!

(Las opiniones expresadas en este artículo corresponden exclusivamente a Rafael Domingo Oslé)