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Por Jim Clancy

Nota del Editor: Jim Clancy es anfitrión del programa The Brief en CNN International. Ha sido corresponsal internacional en Beirut, Frankfurt, Roma y Londres, y ha cubierto varios conflictos alrededor del mundo.

SEÚL (CNN) — Mientras el invierno se aleja, los vientos aún enfrían a las personas que van camino a casa en el centro de Seúl. El Sol refleja rayos de luz color oro entre los altos edificios. Un joven sonríe mientras conversa animadamente por celular. Un grupo de hombres con trajes negros decide en una esquina cuál será su destino durante el happy hour.

En la segunda área metropolitana más grande del mundo, en ninguna parte se percibe miedo o ansiedad por las amenazas provenientes de Corea de Norte.

Tan seguro como que la primavera se acerca, la mayoría encuentra normal esas advertencias de guerra nuclear, así como la temporada de ejercicios militares de Estados Unidos en Corea del Sur.

“Estamos en la posguerra, no nos preocupamos por eso”, dijo un periodista especializado en información local. “Lo damos por hecho”. Es uno de los 30 reporteros que conocí en una sesión de discusión de noticias en la capital de Corea del Sur esta semana.

Seúl está a escasos 50 kilómetros de la zona que divide el Norte del Sur, una de los lugares más militarizados del planeta. Si estallara una guerra a gran escala, la capital de Corea del Sur sería el principal blanco de Pyongyang. Tomaría solo minutos que la artillería y los cohetes comenzaran a caer.

Corea del Norte tiene artillería y otras armas convencionales que convierten a su Ejército en una amenaza creíble, especialmente para Corea del Sur. Se cree que Pyongyang también posee miles de toneladas de agentes químicos, pese a que ha negado tener ese tipo de armas.

Pregunto si los surcoreanos realmente no tienen miedo o si simplemente no hay nada que puedan hacer al respecto.

“Somos insensibles”, responde uno.

No es que el miedo sea inútil en esta situación, es que han vivido toda su vida bajo una nube de amenazas y advertencias provenientes del Norte.

“Sabemos que Corea del Norte no quiere guerra”, dice otro. “Quieren comida y dinero”, comentan, y añaden que Pyongyang ha tratado todo –misiles, amenazas nucleares, su Ejército de millones de hombres– para chantajear al Sur.

El exsecretario de Estado de EU, Colin Powell, visitó esta semana el país y dijo a cientos de personas reunidas en la Conferencia de Liderazgo Asiático que sabían bien que un ataque contra Corea del Sur significaría el fin de un régimen de represalias.

Powell llamó a su audiencia en Corea del Sur a ser optimistas porque eran parte del mundo que ha crecido de forma democrática y sana en oposición al camino elegido por la dinastía de la familia Kim. En lugar de responsabilizarse de las oscuras nubes de amenazas, Powell los llamó a buscar empleos y dignidad humana, así como enfocarse en el medio ambiente y la reducción de la pobreza.

Corea del Sur parece abrumadoramente dispuesto a tomar ese consejo. En la semana que he estado aquí, solo he encontrado a una mujer que recuerda haber participado en simulacros de ataques aéreos. “Fue hace 30 años”, me dijo. Actualmente, los 25 millones de personas que viven en Seúl no tienen ninguna ambición de vivir en constante miedo.

Pero Seúl no es todo Corea del Sur.

“Es diferente para nosotros que para la gente en las islas”, me dijo una persona, al hacer notar que el ataque del 2010 que mató a cuatro surcoreanos en la isla Yeonpyeong, ubicada apenas afuera de las aguas territoriales de Corea del Norte. En Seúl, la perspectiva de guerra es impensable. Sin embargo, en algunas áreas específicas, la amenaza de provocación armada es muy real.

Me detuve en una esquina de una calle en las oficinas de CNN y miré los picos dentados que se levantan detrás de la Casa Azul, la oficina presidencial de Corea del Sur. Si los misiles cayeran sobre la capital de Corea del Sur, pasarían por encima de las montañas. El refugio más cercano, creo, sería el sistema de transporte subterráneo. Considero cuánto tiempo me tomaría llegar ahí. Incluso si tengo suerte, mis cálculos no son reconfortantes. Por lo tanto, al igual que todo mundo a mi alrededor, decido pensar en otra cosa.