Por Robin Oakley
Nota del Editor: Robin Oakley fue editor de política y columnista del diario The Times, en Londres, entre 1986 y 1992, y editor de política de la BBC entre 2000 y 2008.
(CNN) — Margaret Thatcher fue una de las personalidades que definieron el siglo XX. En la diplomacia, la economía, la sociedad y como mujer, tuvo un gran impacto tanto en su país como en el extranjero.
Thatcher, primera ministra de 1979 a 1990, cambió la filosofía de su propio partido y obligó a otras agrupaciones a cambiar su enfoque general hacia la política. Desde Thatcher, todos los principales partidos británicos han sido devotos, en mayor o menor grado, de la economía de mercado.
Ningún otro político británico durante la segunda mitad del siglo XX tuvo su propio “ismo”, pero Margaret Thatcher lo logró con su thatcherismo, definido por algunos como la aplicación del presupuesto de un hogar elaborado por una ama de casa a la economía nacional, junto con el fomento de la propiedad inmobiliaria y el capitalismo empresarial.
Su primer logro, difícil de olvidar en estos momentos, fue llegar tan lejos como lo hizo en la política en su condición de mujer: fue la primera mujer en ocupar el gobierno en su país. Era mucho más difícil en ese entonces y, cuando comenzó su carrera política, esperaba como mucho convertirse en ministra de Hacienda.
Cuando entró en el 10 de Downing Street, residencia oficial del primer ministro británico, Thatcher encabezó un gabinete en el que la mayoría de los ministros habían votado por su predecesor Edward Heath. Pronto, en los comentarios garabateados en los márgenes de los papeles del gabinete, la primera ministra fue ridiculizada como “conservadora moderada” por los compañeros ministros, quienes se encontraban horrorizados por los presupuestos elaborados por ella y por el canciller Geoffrey Howe.
Sus colegas y asesores le dijeron que no podría reformar los sindicatos del sector que habían sometido al país durante la década de 1970 a través de las acciones sindicales y con las que había caído el anterior gobierno conservador. Dijeron que sólo los gobiernos laboristas, los principales rivales de los conservadores en la lucha por el poder, podían hacerlo. Sin embargo, Thatcher sometió a los sindicatos y desde entonces ningún gobierno ha derogado las medidas que tomó.
Diplomáticos y embajadores le dijeron que la Unión Europea no le podría regresar lo que le gustaba llamar como “nuestro dinero”, en referencia a la contribución dada por Gran Bretaña como parte de su membresía en Europa. Pero Thatcher “guardó” su paso por las cumbres europeas hasta que Gran Bretaña obtuviera un reembolso presupuestario único, lo cual ningún primer ministro se ha atrevido a negociar desde entonces.
Sin miedo a la guerra
Sus asesores le dijeron que no había ninguna posibilidad de combatir en una guerra lejana y recuperar las Islas Malvinas tras la invasión argentina en 1982, sin embargo, ella lo hizo. Como el difunto diplomático de Washington, Lawrence Eagleburger, confirmó más tarde, fue el miedo de los funcionarios estadounidenses a su ira personal lo que llevó a EU a ofrecer la vital ayuda de inteligencia por parte de Washington.
Con su programa de venta de viviendas de alquiler a los inquilinos a través de los consejos regionales y la privatización de las industrias controladas por el Estado, Thatcher fundó el capitalismo popular en Gran Bretaña. Nadie entiende la filosofía política de anteriores primeros ministros, pero los británicos aún tienen una idea clara sobre el Thatcherismo.
Thatcher llegó al poder en un período en que la mayoría de los comentaristas y políticos habían aceptado que el único papel de Gran Bretaña era la gestión lo menos dolorosa posible de una suave caída. En cambio, ella restauró un sentimiento de orgullo y propósito nacional, permitiéndole a Gran Bretaña continuar teniendo un impacto mayor a su peso real en los asuntos internacionales.
Al enfrentarse a los sindicatos, muchos dicen que ella devolvió a los directivos el poder de controlar. Pero a lo largo de su revolucionario camino por las instituciones de la sociedad británica, no llegó tan lejos como a muchos de los fanáticos de Thatcher les habría gustado, sobre todo en lo referente a la introducción del libre mercado a los servicios de salud y educación.
El respeto de los soviéticos
Thatcher se convirtió en una verdadera agente de poder en la escena internacional, al ver al presidente de Rusia, Mijail Gorbachov, como un hombre con el que podía “trabajar” y al recargar sus baterías ideológicas a través de intercambios con el presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan.
La dama de hierro, como la bautizaron los medios de Moscú, se convirtió en un personaje internacional. Su cariño por Ronald Reagan no le impidió increparlo en 1983, cuando permitió que las fuerzas estadounidenses invadieran Granada, miembro de la Commonwealth, o regañarlo por (lo que a su parecer) eran demasiadas concesiones a Gorbachov en las negociaciones de armas. Pero ella consiguió más respeto que cariño, sobre todo cuando luchó contra el resto de la Commonwealth al oponerse a las sanciones económicas contra el régimen del apartheid en Sudáfrica.
La autoridad que consiguió no significó que no hubiera errores en su camino. Algunos economistas culpan a sus gobiernos de arruinar la manufactura británica. Dicen que, durante su mandato, se crearon problemas en los servicios públicos que todavía se están solucionando. Los críticos sostienen que su sociedad no fue tolerante y que ella se aseguró de que el papel de Gran Bretaña en Europa se convirtiera en uno de permanente irritación.
Con la complicidad de algunos medios de comunicación, parece que Thatcher llegó a creer en el mito de su propia invencibilidad. Eso fue lo que la llevó a cometer errores, entre ellos el del impuesto de capitación, una carga que hizo que duques y personal de aseo pagaran las mismas cuotas locales, y su cada vez más estridente antieuropeísmo, el cual alarmó incluso a su propio partido y, finalmente, los condujera a deshacerse de una líder que había ganado tres elecciones consecutivas.
Orgullosa aunque aislada
Las victorias electorales de Thatcher habían obligado a los otros partidos británicos a cambiar su forma de pensar para estar en contacto con el electorado. Pero cuando el impuesto de capitación, un impuesto sobre las personas, y su respuesta de “no, no, no” a Europa llevaron a su partido a echarla en 1990, se despertaron la mañana siguiente y se sintieron culpables por lo que habían hecho a la que un día fue su heroína.
Muchos conservadores adoptaron después un euroescepticismo como símbolo de lealtad a la antigua líder y convirtieron al partido en prácticamente indirigible durante el gobierno del sucesor de Thatcher, John Major.
Cuando Thatcher encabezó su partido, apartó a los escépticos de su política y buscó a funcionarios gubernamentales dóciles, preguntando por adelantado para las designaciones de los puestos clave de la administración pública: “¿Es uno de los nuestros?”
La fuerza y la determinación de Thatcher la convirtieron en un ícono para los conservadores en muchas partes del mundo, sobre todo en Europa del Este. Su afán por ver reducido el poder del gobierno central la convirtieron en una heroína para algunos de los que hoy apoyan al Partido del Té en Estados Unidos. Pocos políticos europeos desde aquel entonces han sido tan capaces de atraer al público estadounidense.
La ironía es que, aunque si bien sus resultados electorales muestran la atracción que ejerció por medio de su fuerte liderazgo, sus rasgos populistas y su incremento del perfil británico, muchos británicos nunca la relacionaron realmente con los valores subyacentes de la mujer en la cual se convirtió, tanto en su época como primera ministra como en los años posteriores, un ícono nacional.