Por Peggy Drexler
Nota del editor: Peggy Drexler escribió los libros Our Fathers, Ourselves: Daughters, Fathers, and the Changing American Family andRaising Boys Without Men. Es profesora asistente de Psicología en la Escuela de Medicina Weill Cornell de la Universidad de Cornell y fue experta en género de la Universidad de Stanford. Únete a ella en Facebook y síguela en Twitter: @drpeggydrexler.
(CNN) — Esta semana, la revista TIME nominó a Miley Cyrus como finalista al reconocimiento de Persona del Año, un galardón anual dirigido a la persona que, de acuerdo con los editores, “influyó más en nuestras noticias y nuestras vidas, para bien o para mal, y personificó lo importante del año”. Como testimonio auténtico de la influencia mundial del twerking, fue la única nominada perteneciente a la categoría de entretenimiento.
Entre los nominados estuvieron el presidente de Siria, Bachar al Asad; el presidente de Estados Unidos, Barack Obama; el papa Francisco, y la activista por los derechos de los gays, Edith Windsor.
El Papa fue el ganador, pero hay algo seguro: Miley Cyrus deja huella. Sin importar si te interesa su más reciente actuación, su corte de cabello o sus asombrosas declaraciones ante la prensa, es probable que hayas oído hablar de ella. Eso se debe en parte a su tendencia al escándalo siempre afín a los medios, lo que logró por medio de un video sórdido y repleto de nudismo; una explícita sesión con el fotógrafo Terry Richardson, una actuación en una ceremonia de premiación que probablemente habría contenido desnudez si estuviera permitido, aunque hubo un dedo de espuma y un traje de látex. Además, la lengua fue un personaje aparte.
El comportamiento escandaloso no es poco común en el mundo del entretenimiento, especialmente en el de la música. La polémica vende, al igual que el sexo.
Sin embargo, es muy posible que Cyrus no solo venda escándalo y álbumes. También vende drogas.
Hace unos meses, Miley puso fin a las especulaciones de que en la letra de una de sus canciones hablaba de Molly, el sobrenombre con el que se conoce a la droga psicodélica MDMA (3,4-metilendioximetanfetamina), una variedad del éxtasis. Cuando le preguntaron si se refería a sí misma o a la droga Molly, en la canciónWe Can’t Stop, respondió al diario británico The Daily Mail: “Si tienes 10 años, te dicen Miley. Si sabes de qué estoy hablando, entonces ya lo sabes”.
En septiembre lo volvió afirmar por segunda vez al declarar para la revista Rolling Stoneque la marihuana y Molly son “drogas felices… drogas sociales. Te hacen querer estar con amigos”.
¿Qué efecto podría tener esta declaración por parte de la exestrella de Disney en las legiones de admiradores preadolescentes y adolescentes que están atentos a cada uno de sus movimientos?
En un estudio de 2008, en el que fue analizada la influencia de la tecnología, los medios y la cultura pop en la conducta criminal, llegaron a la conclusión de que aunque los jóvenes siguen a la cultura pop más que los adultos, era difícil estudiar empíricamente el efecto en su conducta.
Ciertamente, la glorificación de los vicios en la música no está solo en manos de Miley Cyrus: en un estudio realizado por la Escuela de Medicina de la Universidad de Pittsburgh en 2008 y que fue publicado en la revista Archives of Pediatrics and Adolescent Medicine, descubrieron que el 33% de las 300 principales canciones de las clasificaciones de la revista Billboard hablaban del consumo de alcohol o drogas y que con mayor frecuencia son canciones pop, lo que implica que los chicos reciben unas 35 referencias al consumo de sustancias por cada hora de música que escuchan.
Una vez dicho eso, esto es lo que sabemos: la exposición a la violencia excesiva en los videojuegos puede intensificar las actitudes, las conductas y los valores agresivos, particularmente en los niños. Además, la exposición de los adolescentes a la música —una poderosa fuerza social usualmente relacionada con la identidad, los recuerdos y el estado de ánimo— es mucho más frecuente que la exposición a cualquier otra forma de cultura popular.
Según el estudio de la Escuela de Medicina de la Universidad de Pittsburgh, la mayoría de los adolescentes escuchan en promedio 16 horas de música a la semana, en comparación con las casi seis horas semanales que dedican a ver películas. Los autores del estudio escribieron que “la música influye profundamente en los adolescentes y en el desarrollo de la identidad”, tal vez más que cualquier otro medio de entretenimiento.
Así, no es difícil afirmar que Molly se ha beneficiado. Las cifras están allí: el Estudio Nacional sobre el Consumo de Drogas y Salud 2010 que llevado a cabo por el Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos, reveló que el 12.4% de los estadounidenses de entre 18 y 25 años habían experimentado con la MDMA, mientras que en un reporte publicado la semana pasada por la Agencia para el Abuso de Sustancias y Servicios a la Salud Mental de Estados Unidos señalaron que las visitas a las salas de emergencias relacionadas con la MDMAaumentaron en un 128% entre 2005 y 2011 entre los jóvenes menores de 21 años.
“Todos quieren probarla”, según una adolescente de 19 años, de nombre Samantha, quien fue citada en un artículo reciente de la revistaTeen Vogue en su versión estadounidense. Y así es: en los últimos meses hubo varias muertes y hospitalizaciones relacionadas con laMDMA a lo largo de la costa este de Estados Unidos, y en octubre, la droga estuvo relacionada con 10 muertes en la zona de Chicago.
Tal vez la música no provoque que los chicos consuman drogas. Sin embargo, sería ingenuo pensar que la música no tiene impacto en el comportamiento y la percepción de los chicos… y que toda esta atención que Cyrus recibe no les enseña nada sobre lo necesario para llamar la atención. (Mientras tanto, toda la atención que ha llamado laMDMA naturalmente aumentará la curiosidad).
Cyrus es adulta. Puede cantar e ingerir lo que quiera, pero ¿nombrarla “Personaje del Año”? Bueno, eso es difícil de creer. A menos, claro, que seas una droga de nombre Molly.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente aPeggy Drexler.