Por Todd Leopold

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(CNN) — Por tradición, el drama está representado por dos máscaras: la cara feliz de la musa cómica Talía y su triste contraparte, la trágica musa Melpómene.

Pero si el drama tuviera por nombre Robin Williams, habría necesidad de un millón más de rostros.

Él tenía una máscara para morir de risa, una máscara de inocencia con los ojos abiertos. Una mueca de desdeño. Un ceño fruncido. Incluso, a veces, una cara vacía.

Si parecía que sabíamos lo que pasaba detrás de las muchas máscaras, era porque la mente y talento sin límites que poseía Robin Williams tenía la suficiente energía para hacernos voltear directo a su cara.

Él era Mork. Él era Adrian Cronauer de Good Morning, Vietnam. Él era Patch Adams, y el genio de Aladino, y la señora Doubtfire.

Pero también era la reprimido Garp en El mundo según Garp, y el espeluznante Seymour Parrish en One Hour Photo, y el firme pero compasivo Sean Maguire en Mente indomable, la actuación por la que ganó un Oscar.

Fue ese lado de Williams —algo crudo y vulnerable, no algo maniaco y bullicioso— que hace preguntarnos ¿quién era él cuando se quitaba la máscara?

El lunes, Williams fue encontrado muerto en su casa en Tiburon, California. Tenía 63 años. Los investigadores forenses sospechan que “la muerte es un suicidio por asfixia”, según un comunicado del Condado de Marin, California.

Es un cliché, por supuesto, el payaso que ríe por fuera y llora —o muere— por dentro. Es Pagliacci de Pavarotti y Charlot de Charlie Chaplin;Willy Wonka y Archie Rice de Laurence Olivier.

La historia del negocio del espectáculo está llena de los reyes de la comicidad que lucharon contra la depresión y el abuso de sustancias, no siempre con éxito. Jonathan Winters, héroe de Williams, fue internado por un tiempo. Dick Van Dyke dijo una vez que estuvo “sobre todo borracho durante 15 años”. John Belushi y Chris Farley murieron de sobredosis.

Mitch Hedberg, Freddie Prinze, Richard Jeni: todos hombres divertidos, todos se han ido antes de tiempo.

No hay duda de que la comedia puede ser una forma de escape, y también reconocimiento. Richard Pryor, uno de los comediantes más brillantes, fue criado en un burdel, se casó varias veces, tuvo problemas con sus demonios tanto sociales como personales. Era despiadado, sobre todo con sí mismo.

Sin embargo, era mordaz, divertido sin piedad. Fue comedia que hizo sangre, comedia como catarsis.

Chris Farley, por su parte, creció en un clan muy unido y cómodo, pero también a veces parecía estar huyendo de algo. Su inmersión en Matt Foley, el orador motivacional divorciado que vivía en una “camioneta por el río”, era a la vez hilarante y un poco de miedo.

“Perdemos al menos un gran cómico por suicidio o sobredosis cada año”, tuiteó el comediante Michael Ian Black el lunes. “Nuestros trabajos son para comunicar, pero parece que no sabemos cómo pedir ayuda”.

Williams, el hijo de un ejecutivo de una compañía de automóviles y de un modelo, era extraordinariamente abierto acerca de sus propias batallas. Era un niño gordito que sufría acoso y descubrió que podía hacer reír a los demás. Más tarde, en programas de entrevistas, podía ser un ruidoso Pepe el grillo, una bicicleta a toda velocidad por una colina sin frenos, y con la misma rapidez, brutalmente honesto, que admitía tristezas, abusos y errores.

“Su porte es intensamente Zen y casi triste, y cuando él no está haciendo voces hablaba en una voz de barítono bajo —como si estuviera en el borde de las lágrimas— que funcionaría muy bien si estuviera pronunciando un elogio fúnebre”, escribió Decca Aitkenhead, que lo entrevistó para The Guardian en 2010

Inevitablemente, él tomaba a la ligera los problemas —su frase “la cocaína es la manera en que Dios te dice que estás haciendo mucho dinero” lo decía— pero en el fondo había una sensación de que era un hombre que lucha con los demonios, un hombre que desea ponerse otra máscara en un intento de asustar a la basura.

Es una máscara que quizá sólo el más intachable de nosotros nunca nos hemos puesto.

Pero si hay otro cliché que los comediantes ocultan con furia bajo todas esas risas, Williams no encajaba en el estereotipo. Con él, lo que había debajo era compasión.

Eso fue evidente en sus actuaciones, en particular con el terapeuta deMente indomable. Lo mostró en su participación en causas tales como Comic Relief, que recaudó dinero para las personas sin hogar; y en sus giras de la USO para entretener a las tropas en Kuwait, Afganistán e Iraq.

Tuvo una cirugía a corazón abierto hace varios años que le hizo reflexionar sobre la muerte. “Se mete a través de tu barrera, literalmente quiebra tu armadura. Y no tienes otra opción, literalmente rompe tu abertura”, dijo a The Guardian.

Claro, hubo actuaciones en las que parecían menos buena gente, ya sea en la pantalla, como un villano en La ley y orden: Unidad de víctimas especiales, o en su vida real, con divorcios desordenados que él mismo describió, tal vez con un toque de amargura, como “rasgadura de su corazón a través de su cartera”.

Teniendo en cuenta todo esto, ¿quién no quiere ponerse la máscara de Talía, con la risa montada en la audiencia en olas con aprobación y demanda, sonrisas por todos lados? Robin Williams lo hizo bien.

Es triste que, al final, salió con la máscara de Melpómene.