IRBIL, Kurdistán iraquí (CNN) —- Son los rostros de toda una comunidad que huye. Señalados, amenazados y expulsados a punta de pistola de sus casas. Perseguidos únicamente porque son miembros de una etnia y minoría religiosa. Así es la vida de los yazidíes a salvo de la persecución de ISIS.
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“No comimos nada en cuatro días, sólo bebimos, pero había que huir”.
Los yazidíes kurdos no son extraños a la persecución. Su fe les ha enseñado eso a lo largo de la historia, pues han experimentado 72 genocidios. Varios líderes mundiales temen que estén cerca de la masacre número 73, esta vez en manos del Estado Islámico en Iraq y Siria, que se hace llamar Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés).
El fotógrafo kurdo Warzer Jaff pasó una semana documentando el éxodo de los yazidíes desde su ancestral tierra. Y lo que impacta a primera vista en sus retratos son sus ojos penetrantes.
“Estoy fascinado con la profunda tristeza en sus ojos”, dijo Jaff. “No ves un solo rostro feliz”.
Parece que no hay espacio para la felicidad cuando uno ha quedado al instante sin hogar.
En las semanas transcurridas desde que los militantes de ISIS tomaron ciudades y pueblos al norte de Iraq, los yazidíes se unieron a un éxodo moderno de cientos de miles de otros iraquíes: otras minorías étnicas y religiosas incluyendo caldeos, asirios, turcomenos, chiítas, shabbak, kurdos.
Al quedarse sin hogar, decenas de miles de esas familias han buscado refugio en el kurdistán iraqí. Andando a lo largo de esta región, uno puede ver familias bajo puentes, acampando en edificios abandonados, sitios de construcción sin terminar, iglesias, centros juveniles, campos abiertos.
Cada refugiado comparte historias terroríficas de secuestros y asesinatos. Aún más inquietante, el frecuente estribillo de “nuestros vecinos nos hicieron esto”.
Sus acusaciones de que los hombres de las tribus árabes se unieron a los saqueos y secuestros de estas minorías indefensas sugieren que hay poca esperanza para que estas comunidades puedan vivir algún día uno junto a la otra en paz otra vez.
“No quiero vivir más con los árabes, tomaron nuestra tierra, secuestraron a nuestras mujeres, y nos matan, ¿por qué debería vivir con ellos?”, se pregunta Ali Khalid, un yazidí de 75 años.
Ali camina entre las tiendas de un nuevo campo de refugiados apoyado en un bastón; su largo bigote blanco, un orgulloso símbolo de los hombres yazidíes, cae sobre su boca. Al igual que casi todos los otros desplazados iraquíes que conocimos en la última semana, Khalid instó a los gobiernos occidentales a conceder a su pueblo asilo en Europa o América del Norte.
No muy lejos, una afligida madre muestra una credencial laminada. Pertenecía a su hija de 20 años, Baran, quien fue fatalmente herida por metrallas dos semanas atrás, dijo Khokhe Namir, mientras trataba de resguardar a un niño.
“La enterré con mis propias manos”, dijo Namir, raspando el suelo con sus dedos, mientras las lágrimas caían sobre sus mejillas.
Entre el dolor y la desesperación, hay momentos de inocencia infantil. En un campo de refugiados para los iraquíes que han proliferado en un enclave kurdo controlado en Siria, una niña pelirroja escoge entre un montón de ropa usada donada por los kurdos locales.
“Me gustan los colores brillantes y las flores”, dijo, después de mirar un vestido largo decorado con flores rosas.
El pasado viernes, Jaff caminaba desde un campo de refugiados en el kurdistán iraquí visiblemente alterado. “Hay un bebé que nació en las montañas, temo que va a morir”, dijo.
En la tienda, los padres de un niña de seis días de nacida la habían envuelto en una sábana acostándola en el suelo, encima de una pila de colchas y cojines. No tenían una cuna para la niña.
La niña nació en el monte Sinjar. Decenas de miles de yazidíes buscaron refugio en las alturas mientras escapaban de los militantes de ISIS, solo para encontrarse atrapados y rodeados.
Jaff tomó a los padres de la pequeña niña hacia el pueblo y les compró una cuna y comida extra para su bebé. A lo largo de la región kurda de Iraq y Siria, ha habido actos similares de gentileza y generosidad por parte de los locales para sus desafortunados primos del lejano sur.
Los padres del bebé me dijeron que pese al calor, la niña comía normal. La niña parece saludable. Su madre dijo que pensaba llamarla Hajar, traducido libremente significa “migrante” o como la familia lo interpreta, “exilio”.