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Por John D. Sutter, CNN

Nota del editor: John D. Sutter es columnista de CNN Opinion y creador del proyecto ‘Change the List’ de CNN. Síguelo en Twitter, Facebook o Instagram. Envíale un correo electrónico a ctl@cnn.com.

(CNN) – La respuesta del mundo al ébola es una especie de tragedia en sí.

Dos datos lo dejan en claro

- La ONU pidió 1.000 millones de dólares para combatir la propagación de la enfermedad. Hasta el viernes 17 de octubre, había recaudado solo 100.000 dólares, el 0,01%. Se prometió que se entregarían 20 millones de dólares más, pero no se han recibido, según CNNMoney.

“Necesitamos que los compromisos se vuelvan acciones”, dijo Ban Ki-moon, secretario general de la ONU, a la prensa. “Necesitamos más médicos, enfermeras, equipo, centros de tratamiento”.

- Mientras tanto, en Liberia, el país más afectado por el virus, necesitan 2,4 millones de cajas de bolsas de guantes protectores y 85.000 bolsas para cadáveres para combatir al virus en los próximos seis meses. Actualmente solo cuentan con 18.000 cajas de guantes y menos de 5.000 bolsas para restos humanos.

Terminemos de procesar esa segunda cifra.

Necesitan 85.000 bolsas para cadáveres.

Pero ¿qué hay detrás de la falta de cooperación de la comunidad internacional? Si escuchas a los partidarios de la derecha en Estados Unidos, deberíamos culpar al presidente Barack Obama… lo llaman su propio “Katrina”.

Esos ataques tienen más que ver con las inminentes elecciones intermedias que con la realidad. Es poco probable que el nombramiento el viernes de un zar para dirigir la respuesta estadounidense al virus los aplaque.

La verdadera devastación ocurre en el oeste de África desde hace meses, pero la indignación no es la misma que en Estados Unidos.

La crítica más racional y fundada a la relativa inacción de la comunidad internacional la hizo el exsecretario general de la ONU, Kofi Annan, originario de Ghana, en una entrevista reciente con la BBC.

Annan dijo, citado por BBC, que “si la crisis hubiera afectado a otra región probablemente se hubiera manejado de forma muy diferente”.

“De hecho, si nos fijamos en la evolución de la crisis, la comunidad internacional realmente despertó cuando la enfermedad llegó a América y Europa”.

Es difícil no estar de acuerdo en que la raza y la geografía influyen en la insensibilidad del mundo. Sin duda ayudan a explicar por qué “alguna otra región” (cualquier otra región, en realidad) recibiría más ayuda.

La ciencia cuenta una parte de la historia.

Hay pruebas de que las personas de piel más clara tienen problemas para “sentir” el dolor de quienes tienen la piel más oscura. Investigadores de la Universidad de Milán en Bicocca, Italia, lo comprobaron al mostrar a un grupo de personas caucásicas un video de gente de varias razas a la que pinchan con una aguja. Observaron a los espectadores para ver cómo reaccionaba su cuerpo al ver que lastimaban a otra persona. Los blancos reaccionaron más (o mostraron más empatía física) cuando lastimaban a un blanco que cuando lastimaban a un africano.

En otro estudio, “los investigadores descubrieron que los participantes blancos, los participantes negros, las enfermeras y los estudiantes de enfermería asumían que los negros sentían menos dolor que los blancos”, según el sitio web Slate.

Salvo por un puñado de empleados médicos, casi todas las víctimas mortales del ébola (4.400) son africanos negros… y esos prejuicios son altamente preocupantes.

“El ébola representa ahora a una combinación de africanidad, negritud, extranjeridad e infestación… cuyo destino es arruinar la aparente pureza de las fronteras y los cuerpos occidentales”, escribió Hannah Giorgis en el diario británico The Guardian.

Esta situación tiene una larga y desagradable historia.

Consideremos el genocidio de 1994 en Ruanda, o la epidemia del VIH/sida.

“En el caso del sida se tardaron años financiar una investigación adecuada y los medios, los políticos, la comunidad científica y los organismos recaudadores no le pusieron atención hasta que afectó a grupos llamados ‘inocentes’ (mujeres, niños, hemofílicos y hombres heterosexuales)”, escribió John Ashton, presidente de la Asociación de Expertos en Salud Pública de Reino Unido, en el diario británico The Independent.

El título de su artículo es: “They’d find a cure if Ebola came to London” (Encontrarían la cura si el ébola llegara a Londres).

Tal vez la geografía tiene parte de la culpa. Los estadounidenses en concreto saben muy poco de África. La distancia física entre África y América del Norte o Europa (dos centros mundiales del poder económico y político) también podría ser la causa de que la gente se sienta sentimentalmente lejana a la crisis.

“No sé si es por racismo, pero sé que cuando (el ébola) solo estaba en África, a casi nadie en Estados Unidos le importaba que matara a miles de personas”, escribió un amigo en respuesta a una pregunta que hice en Facebook. “Pero ahora que hay cuatro personas contagiadas en Estados Unidos, cunde el pánico”.

Sea cual sea la razón, la falta de empatía es ciertamente un factor.

Mucha gente entra en pánico cuando el ébola afecta a Dallas, pero se encogen de hombros ante la grotesca realidad en Monrovia. A demasiadas personas les preocupa que alguien que podría haber estado en contacto con un enfermo de ébola haya abordado un crucero con destino a Belice… pero no sentimos nada por los huérfanos que el ébola ha dejado.

Espero que sacar a la luz estas realidades ayude a cambiarlas.

Los dejo con un extracto de un ensayo de Leslie Jamison, una mujer que ha trabajado como actriz médica, es decir, ha fingido enfermedades para estudiantes de medicina que no distinguen las inflexiones de la voz. Mientras escuchaba a los estudiantes. a veces pragmáticos. que la interrogaban sobre sus enfermedades ficticias, aprendió varias cosas sobre el significado de sentir empatía por una persona.

“La empatía no es algo que nos ocurre, no es una lluvia de sinapsis relampagueando por el cerebro. Es también una elección: poner atención, expandirnos”, escribió.

Tómenlo como un reto.

Pongan atención, expándanse.

Exijan a los líderes del mundo que hagan lo mismo.

(Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a John D. Sutter)