Nota del Editor: Gonzalo Frasca, PhD, es diseñador, consultor y catedrático de Videojuegos de la Universidad ORT. Ha creado juegos para empresas como Disney, Pixar, Cartoon Network y Warner Bros. Se especializa en juegos que comunican y educan. Recibió un Lifetime Achievement Award de la Knight Foundation por su trabajo pionero en videojuegos periodísticos. Las opiniones expresadas en este artículo corresponden exclusivamente a Gonzalo Frasca.
Mi familia materna es francesa y desde hace décadas leo a varios de los dibujantes asesinados este miércoles en París. Cuento entre mis colegas a dibujantes y humoristas. He creado videojuegos que caricaturizan temas políticos como el terrorismo. Por todo eso siento tan cerca el impacto de las balas que acribillaron a Charlie Hebdo.
He leído en redes varios comentarios de estadounidenses, espantados por la masacre pero a la vez indignados por el tono racista de las bromas del semanario francés. También me he encontrado con varios textos que proclaman “Yo No Soy Charlie”, pues consideran que los dibujantes hacían bromas muy duras y ofensivas sobre las creencias de millones.
Creo que somos testigos de algo parecido a un choque de civilizaciones, pero no se trata del Islam y Occidente. Más bien, estamos en un momento bisagra en Occidente entre la hegemonía cultural francesa y la estadounidense.
A partir del período de la Ilustración, Francia dominó el campo de las ideas y de la cultura occidental, dando nacimiento ideológico –entre muchas otras cosas– a los Estados Unidos de América. Pero desde finales de los años sesenta, es justamente Estados Unidos quien la desplazó, tomando la antorcha ideológica y cultural del planeta.
Charlie Hebdo es hija del ‘Siglo de las Luces’ francés, de la defensa de las ideas ante todo, por más ofensivas que puedan ser. El actual discurso de la cultura estadounidense proclama la coexistencia pacífica, el no ofender al vecino con la esperanza de vivir en paz. Aclaro que hablo de un discurso ideológico; no me refiero a lo que hace el gobierno de Estados Unidos, que es distinto.
Es lo que llamamos ser políticamente correctos, una estrategia que Estados Unidos necesitó para lidiar con su diversidad y sus conflictos raciales internos y que ahora ofrece como receta para convivir en un mundo que se globalizó de golpe.
Para la mayoría de nosotros es difícil entender a los dibujantes de Charlie Hebdo: ¿por qué buscar ofender? ¿Por qué burlarse de lo que para otros es sagrado? ¿Por qué provocar a los extremistas islámicos si sabían que podían reaccionar con violencia? Como lector de su publicación y de sus bromas, creo que lo hacían porque estaban convencidos de una verdad: no se puede convivir con fanáticos irracionales.
En la visión del semanario francés, la tolerancia políticamente correcta es como intentar convivir con un esposo golpeador. Es creer que el esposo es naturalmente bueno, pero sólo golpea cuando se lo provoca. Es convencerse de que la culpa no es del violento sino de la víctima. Es creer que si nos portamos bien, nada malo pasará. La experiencia muestra que, tarde o temprano, el golpeador golpeará.
Podemos ser políticamente correctos y decir que los dibujos de Charlie Hebdo eran “demasiado controvertidos”. Pero eso es lo mismo que argumentar que el vestido de una mujer violada era “demasiado sexy”. Aquí no hay controversia alguna: por un lado tenemos dibujos y por el otro balas asesinas.
Es cierto que hay vestidos, ideas, dibujos y textos que nos pueden molestar y hasta ofender. Muchos dibujos de Charlie Hebdo (y de su equivalente edulcorado estadounidense, South Park) no me hicieron gracia y varios me indignaron. Pero las únicas alternativas civilizadas son ignorarlos o responder en el mismo plano: escribiendo, dibujando y argumentando. Si reaccionamos con violencia física nos convertimos en bestias. Y como dijo Buda: “quien te enfada, te domina”.
La dificultad de convivir con el otro es parte de la naturaleza humana. Pero en los últimos años, gracias a las redes sociales, está quedando documentada por escrito y eso nos ayuda a ver cómo nosotros mismos reaccionamos frente al debate y la intolerancia.
Un humorista uruguayo, Ignacio Alcuri, una vez observó que “en las peleas en redes sociales, gana quien publica penúltimo”. Esto significa que hay más grandeza en quien acepta abandonar una pelea que en quien insiste a toda costa en tener razón y quedarse con la última palabra.
Quienes asesinaron a los dibujantes de Charlie Hebdo intentaron quedarse con la última palabra de la manera más cobarde. Y al hacerlo, de torpes e ignorantes, confirmaron que convivimos con monstruos sin sentido del humor ni del amor.
¿Podemos convivir con fanáticos si no los provocamos? ¿O debemos dejarlos en evidencia para tomar consciencia de su brutalidad? No es una pregunta simple, pero coincido con Charlie Hebdo que es un problema con el que hay que lidiar más temprano que tarde. Por eso creo que, a pesar de no compartir muchas veces su humor, era y seguirá siendo necesario.
El proverbio dice que “la pluma es más poderosa que la espada”. Ayer la espada fue usada cobardemente contra el lápiz. Pero al romperlo, sin querer afiló su punta. Los dibujos que ayer intentaron borrar, hoy han sido vistos por millones de personas de todo el planeta.
Ayer la espada fue más poderosa que la pluma. Sin embargo, a largo plazo, el lápiz siempre es más poderoso que la goma de borrar.