Nota del editor: Roberto Izurieta es analista político y profesor de la Universidad George Washington. Fue director de comunicación del presidente de Ecuador Jamil Mahuad del partido Democracia Popular entre 1998 y 2000; además fue asesor de los presidentes Alejandro Toledo en Perú, Álvaro Colom en Guatemala y Horacio Cartes en Paraguay y participó en la campaña de Enrique Peña Nieto en México. Es colaborador político de CNN en Español. Las opiniones en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.
Donald Trump y el senador Bernie Sanders son muy distintos políticamente pero los dos representan el triunfo de la insurgencia, cada uno en su esquina ideológica. La elección de New Hampshire es de las más interesantes en este proceso electoral de las elecciones internas de los partidos Demócrata y Republicano, porque permite votar a los ciudadanos independientes (no afiliados a ningún partido) y los independientes se manifestaron en números récord dando una enorme ventaja a Trump y Sanders: la insurgencia.
Trump es un insurgente contestatario y agresivo; Sanders es un insurgente idealista y pacifista. Los dos son insurgentes en su propia arena política. Sanders es un senador que ha estado en el Congreso de Estados Unidos una gran parte de su vida pero que representa la reacción contra la política de Washington, porque desde allí siempre fue un contestatario de ese poder. Así mismo, Trump es un millonario que expresa el descontento de la influencia ilimitada del dinero en Washington (al igual que Sanders) de la cual Trump claramente dice que se ha beneficiado. Trump financia casi toda su campaña con sus propios recursos y la de Sanders se financia gracias a más de tres millones de contribuyentes —según dijo Sanders en un discurso el 1 de febrero— que han dado en promedio alrededor de 30 dólares cada uno. Los dos representan el cambio en la política y en la forma de hacer política.
Sanders escandaliza a los ricos al proponer un seguro médico universal y una educación universitaria gratuita financiadas con impuestos a Wall Street. De la misma manera, Trump escandaliza a los progresistas al decir que no dejaría entrar a musulmanes, construiría un muro en la frontera con México y bombardearía ISIS hasta acabarlos. Los dos, en sus distintas formas y posiciones, escandalizan a todos aquellos que hemos analizado y practicado la política toda nuestras vidas, y ese es su éxito.
Trump y Sanders dicen lo que piensan y hablan lo que sienten. Son transparentes y a veces nos escandalizan diciendo cosas que no se deben/pueden decir. En ambos casos sabemos exactamente lo que cada uno piensa y porque quieren ser presidentes. Y la confianza es el activo más grande de la comunicación política (y por lo tanto de las elecciones). La gente vota por emociones, y la confianza y el miedo son las dos emociones más poderosas en una elección. Sanders utiliza una y Trump ambas.
Hillary Clinton es la candidata en teoría “perfecta”: tiene una carrera política llena de experiencia, conoce los problemas de Estado a profundidad y tiene propuestas elaboradas por los mayores expertos en cada una de las áreas. Pero no inspira confianza. Casi nunca se sabe lo que Hillary Clinton realmente piensa y siente, en ella todo está programado y muy bien calculado.
Cuando Hillary Clinton dio su discurso luego de haber ganado con menos del 0,50% de diferencia en Iowa, nos dijo que era igual de progresista que Sanders, olvidando que la televisión no se escucha, sino que se ve (para escuchar está la radio). La imagen que Hillary Clinton proyectaba era una imagen de poder y es exactamente contra ese poder que los votantes están rechazando. Bill Clinton es muy popular dentro de los demócratas, pero la imagen que proyectaba Hillary y Bill Clinton en su discurso de Iowa —en el que habló primero y en prime time— era la imagen de una “pareja de poder”. Hillary Clinton usó un vestido que parecía costoso y usó joyas,pero decía que era progresista. Trump usa sus trajes abiertos con una corbata que pasa su pantalón y Sanders utiliza camisas que se parecen a las que se suelen comprar en outlets. Es decir, la imagen que proyectaba Hillary Clinton era de poder; la imagen de Sanders y la de Trump era de insurgentes.
Un hombre rico puede ser contestatario cuando de muchas formas no se comporta formalmente como un hombre rico. Trump parece más bien un “nuevo rico” que está ahí en Manhattan para cuestionarles a los ricos tradicionales y formales, que son la expresión popular del abuso de poder. Trump es ese rico que las mayorías quisieran ser, porque saben que no serían bienvenidos en sus cócteles y reuniones por no ser miembros oficiales y antiguos del club de los ricos. Trump tiene atrás de él una aura de triunfo que hará con Estados Unidos lo que hizo con su dinero: crear fortuna y poder. Ofrece empleos, porque los ha creado. En tal sentido, al igual que Obama en su momento, ofrece esperanza.
Ahora vienen las asambleas partidarias (caucus) de Nevada y las elecciones en Carolina del Sur, estados ya de un tamaño más grande y con un electorado mucho más representativo del electorado nacional con más hispanos y negros, pero con una gran ausencia: los independientes no pueden votar en esas primarias. Por eso, seguramente, Trump y Sanders no lograrán el triunfo que han alcanzado en Iowa y New Hampshire. Pero si las elecciones internas lo permitirían, lo más probable es que los votantes independientes acudirían a votar en grandes números ahora y en las elecciones generales de noviembre 2016, para expresar su rechazo al “poder constituido”. Muy probablemente eso no sucederá.