El candidato presidencial del PPK, Pedro Pablo Kuczynski, al salir del centro de votación donde sufragó en los comicios del Perú.

Nota del editor: Roberto Izurieta es analista político y profesor de la Universidad George Washington. Fue director de comunicación del presidente de Ecuador Jamil Mahuad del partido Democracia Popular entre 1998 y 2000; además fue asesor de los presidentes Alejandro Toledo en Perú, Álvaro Colom en Guatemala y Horacio Cartes en Paraguay y participó en la campaña de Enrique Peña Nieto en México. Es amigo personal de Keiko Fujimori, apoyó su campaña presidencial, pero no trabajó en ella. Es colaborador político de CNN en Español. Las opiniones en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

Desde 1985, Perú no ha tenido un presidente que pertenezca a la tradicional y privilegiada clase alta local. El último intento de “volver al pasado” se produjo cuando Mario Vargas Llosa perdió contra Alberto Fujimori en 1990. Luego de su derrota, Vargas Llosa se fue a vivir a Europa.  Ese proceso de emigración política de la clase alta tradicional peruana tiene varios escenarios. Durante los años setenta y ochenta, estos sectores comenzaron a abandonar los tradicionales barrios de Lima (Miraflores, Barranco y San Isidro) y se instalaron en nuevos y más lejanos sectores: con más sol y apartados de la bulla de nuevos grupos sociales  emergentes que ocuparían los antiguos barrios tradicionales y la política.

Un eco de esa retirada del núcleo del acontecer político y social se reflejó en el surgimiento de  una nueva clase política liderada por un rejuvenecido Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) —bajo la conducción de Alan García— y de actores políticos de sectores sociales emergentes (Ollanta Humala, Alejandro Toledo y Alberto Fujimori).  Las nuevas expresiones políticas ya no provenían de las constantes dictaduras ni de la Lima tradicional, blanca y privilegiada.  Pero este nuevo modus vivendi político dio tranquilidad, estabilidad y produjo crecimiento económico  en el Perú de los últimos 25 años.

Cansados del trafico insostenible e inmanejable que supone ir y volver cada día de Lima, y tras el fin de las amenazas del terrorismo de los 90, segmentos de la Lima tradicional retornarían a San Isidro. El regreso al viejo San Isidro es una especie de heraldo del retorno de los sectores tradicionales peruanos al corazón de la política nacional. Parte de lo que ocurre en esta segunda vuelta electoral del Perú es fruto del entusiasmo de estos sectores que se reencuentran para que uno de lo suyos (Pedro Pablo Kuczynski, PPK) pueda volver a la Presidencia de la República por primera vez en 30 años y recuperar el poder político para ejercerlo de manera directa.

Cuando la noche de la elección veía salir en el balcón de PPK a todos los personajes que representan a una sola clase social y económica, me daba mucha pena porque creo en un país integrado, inclusivo y que las divisiones (conscientes o inconscientes) no deben definirse por la raza, la posición social o económica.

Esta nueva fuerza aglutinó en las últimas semanas de la segunda vuelta electoral a los sectores privilegiados de San Isidro, los grandes medios de comunicación y un Gobierno en retirada para cerrarle el paso a Keiko Fujimori. La joven política, como el nombre de su partido lo postula, representa una Fuerza Popular que abarca un amplio espectro de la sociedad peruana. El partido de Fujimori obtuvo la mayoría del Congreso en la primera vuelta y casi el 40% de los votos. La amplia representatividad de los Populares se refleja en su presencia y victoria en todas las regiones del país.

El análisis de la campaña pone en evidencia un curioso fenómeno que se materializó en la última semana de la elección. Mal que bien Keiko Fujimori lideraba las encuestas de manera casi estable, con cinco puntos de ventaja durante casi toda la campaña de la segunda vuelta.  La  última semana de campaña,  Keiko Fujimori sólo bajó un punto en la intención de voto (esto como resultado de los ataques de estos influyentes poderes agrupados contra ella). Al propio tiempo, PPK subiría 4 puntos, produciéndose el empate técnico que se resolvería conuna diferencia de menos del 0,2% de los votos a favor de Kuczynski.

¿Qué paso esa semana? Muchos elogian la conducción de la campaña y la candidatura de PPK, y le quitan méritos a la de Keiko. Sin embargo, la verdad es que PPK sube esos cuatro puntos principalmente (y quizás únicamente) por una razón casi matemática: la izquierda (que es militante, y por tanto más disciplinada, que partidaria) instruye a sus votantes que no voten nulo (porque eso permitiría ganar a Keiko Fujimori) y que, por el contrario, voten directamente por PPK. No ocultan sus razones: buscan impedir que Keiko gane la presidencia.

Verónika Mendoza, la líder de la izquierda (quien casi le gana a PPK en la primera vuelta) ordena a la militancia que evite el voto nulo —la primera opción que había contemplado la izquierda— y vote por PPK. Esto ocurrió en la crucial última semana de campaña, en la que la intención de votar nulo baja de 11% a 6%. Este evento histórico y verificado me permite concluir que Verónika Mendoza y sólo ella, le da el triunfo a PPK.

Verónika Mendoza no vive en San Isidro, sino en Cusco. De origen francés, bien educada y con muy buenos dotes de comunicación, pasa sin embargo desapercibida en los corredores de los sectores sociales privilegiados. Propugna la “soberanía energética” (una noción poco clara, aunque sabemos que Perú sin exploración energética no podría crecer a los ritmos que ha crecido los últimos años).  No debemos olvidar que en un primer momento ella salió a justificar la orden de prisión del líder opositor venezolano Leopoldo López, acusándolo de conspirador. Ahora Mendoza apoya el diálogo en Venezuela, cuando la única salida a la situación en ese país es un referéndum revocatorio a Maduro de manera inmediata.

Perú puede tener cinco buenos años por delante. Estoy convencido que Keiko y PPK le darán al país estabilidad, institucionalidad democrática y gobernabilidad. El problema puede venir por otro lado. Coquetear políticamente con Verónika Mendoza, ignorando el peligro que significa para el modelo económico exitoso del país, es jugar con fuego. La única solución que veo para que Perú no transite los mismos caminos escabrosos de Venezuela y Ecuador es que, desde San Isidro, se tome la iniciativa para reivindicar a Keiko Fujimori, terminando con su campaña de desprestigio, pues considero que sólo Keiko Fujimori puede cerrarle el paso a Verónika Mendoza.