El dolor innecesario es el más doloroso: es lo que siente ahora la joven Daniela Chacón y gran parte de Venezuela.
Los ojos de Daniela, asomados entre su sombrero de lana rosa y su máscara quirúrgica, gotean lágrimas por un dolor insoportable. Todavía puede sentir la pierna que le amputaron el día anterior: un síndrome común conocido como “miembro fantasma”.
Sin embargo, esta pérdida que ahora le cambia la vida, que la hace gritar de dolor mientras los médicos le cambian cuidadosamente la ropa, podría haberse evitado.
Años antes, antes de que una crisis económica provocada por el gobierno actual arruinara el sistema de salud, Daniela hubiera podido recibir un diagnóstico temprano y la quimioterapia necesaria en la ciudad de Valencia para detener su cáncer y así evitar la amputación.
Pero en la Venezuela de hoy no se puede contar con nada, y por eso los médicos tuvieron que cortarle la pierna cancerosa a esta niña de 14 años para salvarle la vida.
Gran parte de esta crisis ha sido obra humana. En resumen, el difunto presidente Hugo Chávez quiso crear una utopía socialista financiada por los altos precios del petróleo en la que el Estado manejaba todo y en la que se eliminaba el capitalismo. Pero al derrumbarse el precio del petróleo, también se hundió el sueño, y ahora el sucesor de Chávez, Nicolás Maduro, preside un país donde el gobierno le dice a la gente cuánto debe pagar por los alimentos básicos, pero no les proporciona el salario básico suficiente como para comprar esa comida. Maduro ha elevado el salario mínimo en el país seis veces en el último año.
Mucha gente pasa hambre, los procesos políticos normales son cosa del pasado, y el malestar reina en todas partes. Las protestas callejeras son frecuentes, reprimidas por la fuerza y a menudo con saldo mortal.
El gobierno también intimida y restringe los medios de comunicación, como fue el caso de CNN en Español, sacado del aire por el gobierno de Maduro. Tuvimos que ir de incógnito para poder informar, y gran parte de nuestro trabajo se hizo de manera encubierta para evitar que nos arrestaran.
Vimos cómo la vida ordinaria del venezolano de a pie se ha deteriorado con velocidad. Ahora es común ver a gente hambrienta escudriñando entre los montones de basura que se acumulan en la calle; gente que, años atrás, nunca hubiera imaginado que la escasez de alimentos pudiera ser un problema cotidiano. Porque Venezuela no ha sido históricamente un país pobre. Ciertamente lo es ahora.
Para los más débiles y vulnerables como Daniela, el dolor es todavía más agudo. Los doctores que trabajaban pro bono en una clínica privada tomaron la drástica decisión de amputarle la pierna, temiendo que el osteosarcoma en su tibia se propagara.
El doctor Rubén Limas, mientras le cambiaba la ropa con esmero junto a su esposa Rosa Silva Marthez, también doctora, decía: “Es una situación dramática como padre y como médico, tener que amputar la extremidad de un niño de sólo 14 años. La tasa de supervivencia en cualquier país latinoamericano hoy sería de alrededor del 70%, pero como falta el equipo para hacer detección temprana, es del 30% “.
Los ojos de Daniela se encienden cuando habla de su gran pasión: los idiomas y la app que encontró para aprender inglés. Pero sigue sin acostumbrarse al cambio de vida que sufrió el día anterior. “Se siente extraño porque siento una pierna que no está ahí”.
Recuerda los meses de sufrimiento que tuvo que pasar hasta que le hicieron un diagnóstico, cómo sus padres tuvieron que ir a la capital, Caracas, en busca de medicinas, cómo lograron encontrarlas y el alto precio que tuvieron que pagar.
Su cuerpo delgado es una muestra de lo que ha tenido que soportar.
Daniela recibió su tratamiento en la limpia sala de una clínica privada atendida por personal voluntario para ayudar a los más necesitados.
En otra parte de Valencia, una ciudad a dos horas de Caracas, el panorama es aún más sombrío.
En el principal hospital público, se nos permite el acceso. Aunque breve, pudimos ver estantes vacíos de medicinas básicas; la espantosa higiene que, según los médicos, ha provocado el aumento en las infecciones en el hospital; y a los pacientes que traen su propia medicación.
Un hombre, que resultó herido en el pecho durante las recientes protestas, tiene un tubo para drenar su herida conectado a una botella de agua cortada.
Un joven anestesiólogo, el doctor Ricardo Rubio, dice: “No hay precedentes en la falta de medicamentos, la falta de suministros médicos, el deterioro de los hospitales, el deterioro en la manera en que tratan a los médicos”.
Las enfermeras también comentan y se quejan de la falta de artículos básicos, pero vitales, como guantes y máscaras.
Basta con conducir por las calles de Valencia para ver los síntomas de una sociedad en rápido colapso. En una calle principal, el cuerpo de un joven se contrae tras recibir disparos. A su alrededor pasan policías y peatones, indiferentes, como si fuera un suceso cotidiano.
En los barrios marginales se hace todavía más patente la carencia de servicios básicos.
La familia Días vive junto a una alcantarilla. Las cortinas que cubren las puertas de su casa de cemento los ocultan de la calle.
Dentro, hacen dulces de coco para vender y alimentarse. Son pegajosos y sucios, pero el día que los visitamos es especial: la familia tiene arroz por primera vez en una semana.
Gayla Salazar, de 30 años, explica la emoción de sus hijas: normalmente consiguen yuca para el desayuno, pero no les gusta mucho, así que incluso un simple arroz es un bienvenido. “Esta es nuestra situación”, dice Salazar. “Trabajo por cuenta propia y me resulta difícil conseguir otros alimentos, las cosas son caras”.
Denis Ester Dias, de 58 años, matriarca de la familia, añade: “El azúcar es demasiado caro y el coco me costó 1.500 bolívares”. A la tasa de cambio que vimos en el mercado negro, son solo unos 33 centavos, pero en la vida real para la familia Dias y otros es astronómicamente caro.
Los salarios no alcanzan. “Mi marido no trabaja”, cuenta Dias, “y lo que gana no es suficiente: 20.000 bolívares a la semana”. Eso son aproximadamente 13 cocos.
Dias recuerda la época en que su vida era mejor, pero en su caso eso fue hace 30 años. Para sus hijos y especialmente sus nietos, esto es todo lo que han vivido.
El miembro más pequeño de la familia, Jennifer, de tres años, lo demuestra diciendo orgullosamente que su familia tiene piñas. Va a la nevera, abre la puerta y revela que contiene dos piñas viejas… y nada más
Jennifer dice que le gusta mucho el arroz, mientras que su hermana mayor Daniela admite que echa mucho de menos la carne y la pasta.
Salazar agrega: “Yo agarré arroz y algunos huevos para las niñas, cuando trabajo más, trato de conseguir más comida, pero todo es tan caro, un cartón de leche cuesta 35.000 bolívares”. Eso es más de 10 días de trabajo para el abuelo de las niñas.
El gobierno de Venezuela ha dicho repetidamente que los medios de comunicación hostiles han exagerado los problemas. Afirma que la caída en los precios del petróleo y las acciones de los magnates opositores han agudizado la situación.
Para la familia Dias, la comida no es la única necesidad apremiante. La casa no tiene agua corriente y todo el agua - para beber, para cocinar, para lavarse - tienen que comprarla. Y por supuesto a un precio muy alto.
Dias abre la tapa de un barril de plástico azul para enseñarnos la poca agua que queda dentro.
“Los camiones [de agua] no pasan” desde hace tiempo, lamenta. “Los contenedores más pequeños cuestan cientos de bolívares, pero este”, dice, señalando al barril, “es de 2.000 bolívares”. Poco menos de un día de trabajo para su marido.
Los precios y las matemáticas parecen surrealistas, casi incomprensibles. Hay mucha necesidad, los precios son muy altos y el empleo limitado. Pero para esta familia, que tiene que vivir en la suciedad y la pobreza, el impacto es muy real.