(CNN) – Ha pasado más de una semana desde que el huracán María golpeó Puerto Rico, devastando la isla de 3,4 millones de estadounidenses. La tormenta le dio un golpe directo a la isla, luego de que Irma también la golpeara en su ruta hacia República Dominicana, Cuba y Florida dos semanas antes.
Pero a diferencia de las respuestas robustas tras Irma y Harvey, el presidente Donald Trump casi que se hizo a un lado después del impacto del huracán María.
Después de un tuit del gobernador de Puerto Rico, el pasado miércoles, y mientras la crisis humanitaria en la isla aumentaba notablemente, el presidente Trump se dedicó casi exclusivamente a atacar y a oponerse a los deportistas que protestaban por iniquidad racial y por la brutalidad policial.
Puede que Trump sea de teflón con sus partidarios, pero se ha vuelto cada vez más claro que su indiferencia inicial y relativa con Puerto Rico —un marcado contraste con el implacable enfoque público de la Casa Blanca en Texas y Florida— está a punto de arrojar otra larga sombra en una presidencia que ha luchado para salir de su propio camino.
Pero no es simplemente una cuestión de competencia o empatía —muchos líderes experimentados han tenido tropiezos en sus respuestas a desastres naturales— sino que en cambio, golpea el corazón de las preocupaciones que muchos estadounidenses tienen sobre Trump y su aptitud para servir.
56% de las personas consultadas en una reciente encuesta de la Universidad de Quinnipiac cree que Trump no está capacitado para el puesto de presidente. Tanto por su tono como por la sustancia de su respuesta a la crisis en Puerto Rico, es poco probable que el presidente pueda cambiar muchas mentes.
El 25 de septiembre, cuando la devastación se volvió tan grande como para ser ignorada, Trump desencadenó una serie de tuits en los que tocó varios temas, desde autofelicitaciones, pasando por una evaluación crítica de la situación financiera de Puerto Rico —como si la deuda de la isla mitigara de alguna manera la responsabilidad que tiene el Gobierno— y de nuevo asegurando que FEMA estaba haciendo su trabajo.
Después, hablando junto al presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, el pasado martes, Trump repetidamente se felicitó por la respuesta “masiva” que su gobierno dio a Puerto Rico, elogiando al gobernador de la isla, Ricardo Rosselló, por haberlo elogiado, antes de mapear —literalmente— el desafío fundamental.
El esfuerzo en Puerto Rico, dijo él, “es el trabajo más difícil porque está en la isla, es una isla en la mitad del océano. Está en el océano. No puedes enviar camiones desde otros estados”.
La improvisada lección de geografía de Trump causó burlas en las redes sociales, pero también confirmó algo mucho más aterrador, que es lo que muchos habían temido después del trauma inicial: el presidente parece menos preocupado, y menos informado, sobre la situación en el terreno (por eso, se enreda en preguntas básicas) que por engullir alabanzas perdidas.
Incluso su declaración más básica fue coloreada con su propia experiencia.
“La gente es fantástica”, dijo Trump. “Crecí en Nueva York, así que conozco a mucha gente de Puerto Rico. Conozco a muchos puertorriqueños. Y son personas geniales y tenemos que ayudarlos”.
Veinticuatro horas después, insinuó lo que consideraba un vínculo más convincente: los intereses industriales.
“Tenemos muchos transportadores y mucha gente que trabaja en la industria del transporte que no quieren que la Ley Jones sea levantada”, dijo este miércoles, en referencia a la centenaria ley proteccionista que requiere que todos los bienes que se transporten entre puertos de EE.UU. viajen en navíos construidos, operados y que sean propiedad de estadounidenses.
Finalmente, la Casa Blanca levantó temporalmente la restricción. Pero ahora la situación parece encerrada en ciclos de creciente desesperación. Más de 10.000 contenedores llenos de suministros están varados en el puerto, pues los camioneros no han podido poner gasolina a sus vehículos y, en muchos casos, no han podido llegar a algunos de los lugares más afectados de la isla.
Incluso a medida que el gobierno de Trump parece estar dándose cuenta de la magnitud del desastre, no ha hecho una evaluación clara de su propio desempeño.
Sobre los esfuerzos en curso, la secretaria interina de Seguridad Nacional, Elaine Duke, dijo este jueves, “Sé que realmente es una buena noticia, en términos de nuestra capacidad para llegar a la gente, y el número limitado de muertes que han tenido lugar durante ese huracán tan devastador”.
Cuando se le preguntó sobre la parte de “la buena noticia”, Duke citó la coordinación entre las autoridades federales y locales. Pero solo horas antes, el administrador de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA), Brock Long, le había dicho a Kate Boulduan de CNN que “no estaba satisfecho” con la respuesta general. Luego pareció regañar a la alcaldesa de San Juan, Carmen Yulín Cruz, que había trasmitido públicamente sus preocupaciones, al sugerir que no se había conectado adecuadamente con los esfuerzos de ayuda.
“La alcaldesa de San Juan necesita entender que hay una oficina federal conjunta en San Juan en este momento donde se está llevando a cabo planeación y ejecución unificadas, con el gobernador, con mi equipo, con el Departamento de Defensa”, dijo Long. “Entonces, si hay necesidades desatendidas, la alcaldesa debe acogerse a las fuerzas conjuntas que están en su ciudad”.
Ya sea de manera petulante o simplemente frustrando, Long subrayó las líneas aparentemente desgastadas de la comunicación entre el Gobierno de Washington y Puerto Rico.
Ahora depende de Trump hacer lo correcto, y rápidamente. Un primer paso, tal vez, llegó el jueves cuando el Pentágono nombró al teniente general Jeffrey Buchanan para dirigir la respuesta militar en la isla. Pero, no importa el resultado, la pregunta parece subsistir: ¿por qué tardó tanto?