(CNN) – Hace unos meses, cuando cumplía la sentencia a cadena perpetua por asesinar a su compañero de celda en una cárcel de Oregón, Thomas Riffenburg sintió lo que más tarde describiría como un “golpe de Dios en la cabeza”.
Según les relató Riffenburg a las autoridades, Dios le decía que lo que había hecho estaba mal. No obstante, la intervención divina no se refería al asesinato del otro interno, a quien pateó hasta matarlo.
Se trataba un hecho diferente: la desaparición de su novia y su bebé, sobre quienes no se tenía noticia desde que fueron reportados como desaparecidos en 2009.
Riffenburg, de 31 años, escribió una carta a una agente especial del Departamento de Justicia de Oregon. En ella ofreció proporcionarle “fechas, horas y ubicación de las personas desaparecidas”.
Cuando los dos se encontraron personalmente en junio pasado, Riffenburg le entregó a la agente un par de mapas dibujados a mano, cada uno revelaba una tumba.
“Yo lo hice”, reveló Riffenburg, según documentos judiciales obtenidos exclusivamente por CNN. “Ambos fueron afixiados hasta la muerte”, añadió.
La confesión de Riffenburg –registrada en la declaración jurada de una orden de búsqueda que fue presentada ante el Tribunal Superior de Los Ángeles– proporcionaría respuestas a sus seres queridos, quienes llevaban ocho años preguntándose sobre el paradero de Jennifer Anne Walsh y de Alexander, su pequeño hijo de 16 meses.
Sin embargo, los detalles de la revelación también traerían un nuevo tipo de sufrimiento para la familia.
La narración del caso que presentamos está basada en declaraciones juradas de detectives de la Policía de Los Ángeles, que trabajan en el caso, y en una entrevista con un miembro de la familia de la mujer y el niño desaparecidos.
La desaparición
En la mañana del 11 de enero de 2009, Joanne Fern entró a una estación de policía de Los Ángeles para reportar la desaparición de su hija Jennifer Anne Walsh.
Walsh, de 23 años, era una rubia menuda –medía apenas 1,50 metros–, con la nariz perforada y un tatuaje de una hoja de marihuana en la espalda. Tenía una sensibilidad especial por los más necesitados, recordaría su madre años después.
Fern le dijo al agente encargado de recibir el reporte que el último en ver a Walsh fue su novio, Riffenburg, quien la había llevado en coche a una oficina de desempleo en el Valle de San Fernando de Los Ángeles.
Fern le relató al oficial la versión que, según ella, Riffenburg le había contado: Walsh había sido descubierta con una bolsa de marihuana dentro de la oficina. Temiendo que, por estar en posesión de drogas, las autoridades pudieran quitarle a su hijo, se apresuró a la camioneta donde la esperaba su novio y le dijo que se fuera con el niño.
Riffenburg llevó a Alexander a la casa de Fern en el suburbio Palmdale, a una hora al norte de Los Ángeles, según le dijo ella al oficial.
“Una vida mejor”
Fern esperó casi tres días, la cantidad de tiempo que ella creyó era requerido para presentar un reporte por desaparición, antes de conducir hasta la estación de policía. Le dijo al agente que le tomó el informe que no había tenido ningún contacto con su hija desde que Riffenburg la vio por última vez en la oficina de desempleo.
Cuando Fern regresó a su casa tras gestionar la denuncia policial, Riffenburg y su nieto ya no estaban allí. Entonces, descubrió que su caja fuerte había sido abierta y que le faltaban dinero y joyas.
También había una nota de Riffenburg que en la que decía que “él y Jennifer se iban a una vida mejor”.
Fern llamó a otra de sus hijas, Christina West, y se enteró de que Riffenburg, Jennifer y Alexander se habían quedado hasta hace poco en la casa de West, ubicada en la zona de Palm Springs. West les había pedido que se fueran porque el lugar era pequeño y Riffenburg se negaba a buscar trabajo, algo que ella misma le diría luego a las autoridades. Una mañana, West recibió un mensaje de texto enviado desde el teléfono de su hermana, en el que decía que los tres se habían ido.
La familia no supo nada hasta un año más tarde, cuando se enteró tardíamente de que Riffenburg había sido arrestado por robo en Oregon tan sólo un mes después de que Jennifer y Alexander desaparecieran.
Riffenburg le dijo al detective que manejaba su caso que su novia y su hijo habían muerto en un accidente de tránsito. El detective no averiguó detalles sobre el supuesto accidente ni vinculó a Riffenburg con el caso de desaparición, en el que estaban involucrados su novia y su hijo.
Seguimiento al caso
En diciembre de 2010, un detective del Departamento de Policía de Los Ángeles, quien hizo una revisión del reporte por desaparición, solicitó a la Policía del Estado de Oregon que le realizara una entrevista de seguimiento a Riffenburg.
Riffenburg admitió que había robado dinero de la caja fuerte de Joanne Fern y que dejó la nota en 2009, diciendo que él y Jennifer se iban a una vida mejor. También indicó que Jennifer y Alexander estaban viviendo en California. Él sostuvo que sabía su dirección, pero que no la divulgó, porque “no quería que los padres de ella volvieran a involucrarse en su vida”. Se ofreció a escribirle una carta a Jennifer y lograr que se contactara con la policía.
Entre 2009 y 2015, mientras vivía en Oregon, Riffenburg fue arrestado varias veces por “delitos graves que van desde robo hasta asesinato”, según documentos judiciales.
Se encontraba en prisión en junio de 2013, cuando los guardias de la cárcel hallaron inconsciente y salvajemente golpeado a su compañero de celda, en la Correccional de Snake River. El hombre murió luego de varios días.
Dos años después, Riffenburg se declaró culpable de asesinato agravado y recibió una sentencia de cadena perpetua.
Pero, pasarían casi dos años más antes de que él le escribiera a Jodi Shimanek, la agente especial del Departamento de Justicia de Oregon.
¿Por qué lo hizo?
Shimanek le hizo a Riffenburg la pregunta obvia: ¿por qué lo hiciste?
Él le dijo que había hecho una promesa a personas con las que había estado antes en prisión, a quienes consideraba “su familia” y que “siempre estarían primero”.
Pero, explicó, no pudo cumplir esa promesa “con Jennifer y Alexander en la foto”.
Le entregó a la agente un par de mapas dibujados a mano, en los que marcó las tumbas donde dijo haber enterrado a Jennifer envuelta en una manta y a Alexander enrrollado en plástico.
La tumba de Jennifer estaba en el patio trasero de la casa de su hermana, mientras que la de Alexander se ubicaba tras la residencia de Fern.