Nota del editor: Luis Fleischman ha trabajado como asesor principal del Proyecto de Seguridad Hemisférica de Menges en el Centro de Política de Seguridad (CSP). Es coeditor de la publicación de CSP The Americas Report y autor del libro “América Latina en la era Post Chávez: una amenaza para la seguridad de EE.UU.”. También fue miembro del equipo de asesores de política exterior en la campaña “Romney for President 2012”. Allí formó parte del subgrupo que asesoró al candidato presidencial en temas relacionados con América Latina. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas del autor.
(CNN Español) – Las relaciones de Cuba con el mundo exterior parecen indicar un serio revés en el proceso de “normalización” que se esperaba hace algunos años.
El 8 de marzo, Cuba deportó a los expresidentes Andrés Pastrana de Colombia y Jorge Quiroga de Bolivia, apenas llegaron al aeropuerto de La Habana para recibir un premio en honor a Oswaldo Payá, un luchador por la libertad en Cuba que falleció en misteriosas circunstancias en el año 2012. Así mismo, se le negó el ingreso a Cuba al secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, y a varios legisladores latinoamericanos.
Lo que une a estos individuos es su fuerte crítica al gobierno del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, y su lucha por una democracia fuerte en América Latina.
A mi parecer, la actitud del gobierno cubano pone en evidencia dos elementos fundamentales. Uno es que Cuba está aún muy lejos de aceptar una apertura. La otra refleja la exasperación del gobierno cubano y su desilusión de ver que el orden regional que hasta hace poco lo había respaldado, se desmorona como un castillo de arena.
Menos de 10 años después de ser abandonado por su principal mentor, la ex Unión Soviética, el gobierno cubano tuvo un respiro con la llegada de Hugo Chávez al poder en Venezuela, hace casi dos décadas. A esta inyección de vida se le agregó un nuevo frente de apoyo político regional, cuando una serie de gobiernos de izquierda comenzaron a tomar las riendas del poder en varios países de la región.
Estas izquierdas, algunas autoritarias (Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua) y otras más democráticas (Brasil, Argentina, Chile y Uruguay) formaron una alianza basada en ciertos principios como la integración económica regional, la justicia social y la oposición a la influencia estadounidense en el continente. Esto también incluyó la rehabilitación de Cuba en el seno de las naciones latinoamericanas. Además fueron creadas organizaciones alternativas a la OEA, como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y la Unión de Naciones de América del Sur (UNASUR), que le dieron la bienvenida a Cuba a la vez que excluían de su seno a EE.UU. y a Canadá.
Venezuela, principal aliada de Cuba, tomó liderazgo en estas nuevas organizaciones de América Latina.
Favorecidos por esta coyuntura regional, Cuba y Venezuela desplegaron claramente su preponderancia en la región cuando el gobierno colombiano accedió a negociar con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) bajo sus auspicios. Por su parte, la decisión del entonces presidente de EE.UU., Barack Obama, de renovar relaciones con Cuba demandando muy poco a cambio, contribuyó a aumentar la autoconfianza de La Habana.
Tal coyuntura regional liberaba a Cuba de la necesidad de descomprimir el régimen. La experiencia cubana contrasta fuertemente con la de los países excomunistas de Europa oriental, principalmente Polonia y Hungría. Esas naciones, antes de marchar hacia una democracia plena, legalizaron sindicatos independientes y partidos políticos. Así también, se permitió la emergencia de organizaciones civiles. Todos estos grupos negociaron la transición a la democracia. En Cuba, por el contrario, se crearon partidos políticos, pero fueron reprimidos y sus miembros perseguidos. Iniciativas como el “Proyecto Varela”, que proponía institucionalizar reformas en Cuba, fueron desmanteladas. Organizaciones como “Las Damas de Blanco”, la Unión Patriótica” y la “Fundación Lawson” que abogan por libertades civiles y políticas, no cuentan siquiera con estatus legal.
Pero en la segunda mitad de esta década, el respaldo regional hacia Cuba comienza a decaer abruptamente. En la OEA, el secretario José Miguel Insulza es reemplazado por Luis Almagro, quien ve a la organización principalmente como defensora de la democracia, los derechos humanos y la buena gobernabilidad. Almagro también comenzó una campaña de presión a Venezuela para que se ajustara a estos principios. En Argentina y en Brasil, la izquierda ya no gobierna. El chavismo en Venezuela se muestra como un modelo fracasado al enfrentar un estado de hambruna, corrupción y violencia sin precedentes. Esto alerta a países aliados de Cuba como Ecuador, cuyo nuevo presidente, Lenin Moreno, comienza a alejarse del modelo revolucionario propuesto por su predecesor Rafael Correa. No menos importante es la llegada de Donald Trump al poder, quien reanuda la presión sobre Cuba.
La coyuntura regional actual es un estorbo para el gobierno cubano. Así, el régimen se irrita y se pone a la defensiva. Desde mi punto de vista, los ataques acústicos a diplomáticos y turistas estadounidenses en Cuba, ocurridos meses atrás, son muestras de tal paranoia y desesperación.
La votación del domingo 11 de marzo en Cuba no fue nada más que mecanismo destinado a ratificar a la Asamblea Nacional quien elegirá a su próximo presidente. Este será Miguel Díaz Canel, quien no ha dado aún la mínima señal de que se inclinaría hacia una reforma y menos mientras Raúl Castro se mantenga como secretario general del Partido Comunista. Pero incluso si Castro muere y Díaz Canel acude a la reforma, habrá resistencia por parte de los múltiples intereses creados, particularmente en las Fuerzas Armadas, que controlan la mayor parte de la economía.
Pero un cambio no sería imposible si existe una fuerte voluntad. Esperemos que Díaz Canel entre en razón y entienda que a una sociedad no se la puede gobernar a punta de espada y que la opresión de sus ciudadanos no solo los despoja de su libertad sino también de la creatividad individual necesaria para el crecimiento económico y general de la nación.