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Nota del editor: esta es la segunda parte de una serie. Lee la primera parte: La Patrulla Fronteriza no contabilizó cientos de muertes de inmigrantes en suelo estadounidense

(CNN) – Un día en el mes de mayo último, en el desierto al sureste del pueblo de Ajo, en Arizona, voluntarios de búsqueda y rescate descubrieron dos huesos blancos y largos cerca de un árbol de mezquite. Tenían poca carne y marcas de mordida de algún carnívoro.

Pero claramente eran humanos: un fémur, de la pierna, y un húmero, la parte superior del brazo. Ely Ortiz y los miembros de su equipo de rescate, Águilas del Desierto, se esparcieron en el desierto seco y plano. Encontraron un par de zapatillas de correr marca New Balance, parte de una vértebra, una camiseta tipo polo, un par de pantalones negros. En los bolsillos, Ortiz encontró una tarjeta de cumpleaños bien arrugada y una billetera negra con una tarjeta de identificación hondureña de Dennis Martínez Núñez. A pesar de su expresión seria en la foto, Martínez, bien afeitado en la fotografía, parecía más joven que sus 30 años.

A través de Facebook, las “Águilas del Desierto” contactaron a su familia esa noche. Atormentado por las pandillas, Martínez había salido cuatro meses antes del barrio Colonia Villa Franca, en Tegucigalpa, la capital de Honduras. Al ser veterano de la fuerza aérea hondureña, esperaba poder encontrar empleo en los Estados Unidos para poder enviar dinero a su esposa, que estaba embarazada.

En cambio, se convirtió en uno más de los miles de inmigrantes que murieron intentando cruzar ilegalmente la frontera entre Estados Unidos y México. Quizás la familia de Martínez seguiría preguntándose si él estaba muerto o vivo, de no haber sido por Ortiz y su equipo.

Los que cruzan la frontera han muerto por golpes de calor y deshidratación en los veranos. Mueren de frío en el invierno. Se ahogan en las engañosas corrientes del Río Grande o de los canales de irrigación. Los cuerpos desaparecen en los extensos desiertos y montañas, los huesos son desperdigados por los carroñeros.

Durante el año fiscal que finalizó el 30 de setiembre, la patrulla fronteriza arrestó a poco menos de 304.000 personas, mientras cruzaban la frontera entre Estados Unidos y México de manera ilegal. Esa es la cifra más baja en 40 años, lo que sugiere una cifra igualmente baja de cruces ilegales. Pero la patrulla fronteriza informó que 294 personas perdieron la vida en territorio estadounidense por los peligros en el camino -y CNN identificó al menos 102 muertes en la región fronteriza que la patrulla fronteriza no incluyó- además de tantas otras muertes ocurridas al cruzar, en las que los funcionarios no pudieron confirmar si los restos eran los de inmigrantes indocumentados.

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Según descubrió CNN, el gobierno federal no lleva la cuenta por completo de las muertes totales conocidas de migrantes ocurridas a lo largo de la frontera. La patrulla fronteriza -la única agencia federal encargada de recopilar esas cifras- le ha informado al Congreso de Estados Unidos que contacta a las autoridades locales para averiguar las cifras de muertes de migrantes. Los agentes de la patrulla fronteriza y los funcionarios locales con quienes habló CNN dijeron que ellos no llevan la cuenta.
Pero si Estados Unidos no sabe cuántos migrantes mueren en total, aún menos sabe acerca de quién murió en particular. No existe ningún sistema centralizado y federal para identificar los restos de migrantes, solo un entramado de esfuerzos locales, estatales y de voluntarios. Así que, cuando un potencial migrante no sobrevive, su familia queda frecuentemente en el limbo.

Borrado de la faz de la tierra

Mayoritariamente, los que mueren son jóvenes, hombres provenientes de México, Honduras, Guatemala o El Salvador. Pero también mueren mujeres y niños en el camino. Algunos huyen de la violencia de las pandillas o carteles; otros en busca de empleo o de una vida mejor. Cada vez más, están entre ellos quienes intentan encontrar el camino de regreso a sus familias y amigos en los Estados Unidos luego de ser deportados.

Según dijo Robin Reineke, fundador del Centro de Derechos Humanos Colibrí en Tucson, Arizona, “esta es una de las catástrofes de derechos humanos más silenciosas e invisibles del mundo actual”.

Reineke ha dedicado 11 años a documentar muertes en la frontera, intentando ayudar a las familias a encontrar a sus seres queridos y a identificar restos. El Centro Colibrí tiene más de 2.400 informes abiertos de personas desaparecidas al cruzar la frontera. Otros grupos humanitarios tienen otros 1.200 casos abiertos, pero Reineke dice que es difícil garantizar que no haya solapamiento, debido a los acuerdos de confidencialidad con las familias.

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La búsqueda de respuestas para aquellas familias ansiosas es una tarea minuciosa. Muchos cuerpos no son descubiertos durante meses o años en las regiones remotas en que los migrantes pierden la vida. Con frecuencia, solamente se recuperan esqueletos o restos parciales. Los que cruzan la frontera podrían no llevar identificación o tener una imprecisa; algunos utilizan identificaciones falsas, con la esperanza de ser deportados a México en vez de a un país más distante, en caso de ser atrapados. La identificación de los restos puede depender de los efectos personales hallados junto con el cuerpo; los registros dentales o huellas digitales; o del ADN, si un miembro de la familia está dispuesto a brindar una muestra propia para ver si hay una potencial coincidencia.

Heidi Janeth Torres-Montellano, una ama de casa que reside en Torreón, en la región central norte de México, espera en el limbo típico de muchos de los que buscan a sus parientes desaparecidos. Nos contó que hace diez años, ella y su familia estuvieron seis meses sin tener noticias de su hermano Leobardo, luego de que él cruzara la frontera ilegalmente. Temieron de que estuviera muerto. Sin embargo, él no había podido llamarlos porque había estado bajo la custodia del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos. Fue deportado, cruzó nuevamente y se estableció en Dallas, en donde trabajó en una cuadrilla de construcción de rutas.

Leobardo (34) regresó a Torreón para visitarla en diciembre de 2016.

Su primo Jorge (28) pidió acompañarlo cuando él se dirigió nuevamente hacia el norte. Leobardo llamó a su hermana el 27 de diciembre desde Sierra Blanca, en el oeste de Texas, para avisarle que pudieron cruzar. Sin embargo, a partir de allí, aún había varios puestos de control de la patrulla fronteriza que tenían que evitar. Torres-Montellano dijo que no han tenido noticias de ellos desde ese llamado.

Por teléfono dijo que ha estado “intentando averiguar si están detenidos en algún lado.” A regañadientes ella agregó, “estamos esperando recibir malas noticias, porque ha pasado tanto tiempo y nadie nos ha dicho nada”.

No es inusual que su hermano haya desaparecido en Texas. De los cuatros estados fronterizos, comparte la frontera más larga con México y alberga los cruces fronterizos más transitados por migrantes. Y si bien han mejorado los esfuerzos por identificar a los migrantes que murieron allí, los mismos continúan siendo dispersos, obstaculizados por presupuestos ajustados y autoridades locales abrumados.

En 2013, un equipo de antropólogos forenses - mientras investigaban muertes fronterizas - descubrieron los restos no identificados de más de 50 migrantes en un cementerio administrado por el condado en el pueblo de Falfurrias. No pudieron decir exactamente cuántos, debido a que muchos de los restos estaban entremezclados. Descubrieron hasta cinco restos de distintas personas en una sola tumba. Un cuerpo fue enterrado en un contenedor de leche.

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Kate Spradley, antropóloga forense de la Universidad Estatal de Texas dijo que “antes de 2013, en la mayoría de los condados, los restos hallados eran enterrados sin una investigación ni toma de muestras de ADN”. Ella conduce ahora el proyecto denominado Operación Identificación, que incluye una inspección en curso de los cementerios fronterizos. El equipo depende fuertemente de estudiantes voluntarios y de la colaboración con otros antropólogos forenses, y hasta ahora, ha descubierto los restos de más de 280 personas.

En el laboratorio de Spradley en San Marcos, hay múltiples estantes que contienen cajas prolijamente etiquetadas. Cada caja contiene los restos de una persona que murió mientras migraba a los Estados Unidos. Su equipo tomó fotos de los efectos personales de los migrantes, primero lavó la ropa, y luego las publicó en el sitio web de personas desaparecidas del Departamento de Justicia, al cual pueden acceder familias que buscan a sus seres queridos. Su laboratorio depende de socios como el Centro Colibrí, el Centro de Derechos Humanos del Sur de Texas, y otros que la ayudan a contactar a familiares y viceversa.

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Spradley dijo que “en general, recién hablamos con las familias una vez que alguien es identificado. Tienen muchas preguntas”.

Pero hoy en día, muchos de los migrantes que mueren en Texas aún no han sido identificados. De hecho, agregó Spradley, “eso los borra de la faz de la tierra”.
Spradley no culpa a los funcionarios locales.

“La policía federal fronteriza de prevención mediante la disuasión afecta las jurisdicciones locales, pero luego estas jurisdicciones, que son de las más pobres del país, tienen que arreglar el desastre”, explica.

“Lo que debería hacer todo médico forense”, añade.

La Oficina Forense del Condado de Pima, en Tucson, Arizona, es citada por muchos expertos como líder en sus esfuerzos de identificación. Cuando una aplicación más fuerte de la ley en California empujó a quienes cruzan la frontera al este, hacia Arizona, y las muertes de los migrantes aumentaron allí a principios del 2000, el entonces Médico Forense Principal Bruce Parks alentó a su equipo a hacer todo lo posible por identificar a los migrantes. “Tratamos a las personas como quisiéramos que tratasen a nuestros familiares”, dijo en ese entonces.

Desde 2001, la oficina registra las muertes de migrantes y se comunica con las fuerzas de la ley de nivel local, tribal, estatal y federal en todo el sur de Arizona. También colabora con los grupos de derechos de los inmigrantes para intentar identificar los restos. La oficina guarda y cataloga los efectos personales encontrados con los cuerpos, lo que también sirve para identificarlos.

Esta oficina “ofrece un ejemplo estelar de lo que debería estar haciendo todo médico forense”, dice Julie Black, coordinador de proyecto en el Proyecto Migrantes Desaparecidos de la ONU, en Berlín, que lleva un registro mundial de las muertes migratorias.

Gregory Hess, el actual jefe de médicos forenses del condado de Pima, dice que su oficina se vale de un laboratorio privado de ADN en Virginia, y de dos bases de datos federales - el Sistema Nacional del Departamento de Justicia de personas no identificadas y desaparecidas (NamUs, por sus siglas en inglés) y el Sistema Combinado de Índice de ADN (CODIS, en inglés). Debido al cuidadoso recuento de cuerpos que realiza su oficina, esta última es una de las mejores en capturar cuántas muertes quedan sin documentar por parte de la Patrulla Fronteriza.

Hess explica que “tiene que existir una mejor forma de mantener un registro… (y) alguna definición estándar de lo que se entiende por cruzar la frontera, y no alguien que estaba aquí ilegalmente, por ejemplo, y murió en el pueblo. De hecho, en nuestra base de datos los designamos como cruzadores de fronteras indocumentados”. “A veces utilizamos información circunstancial, ropa, tatuajes, tarjetas de identificación… registros dentales, huellas digitales, ADN”.

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Señaló que su oficina ya ha ingresado más de 400 casos en el NamUs, más que la mayoría de las jurisdicciones en los Estados Unidos.

Spradley, de la Universidad Estatal de Texas, dice haber diseñado las prácticas de su laboratorio, en base a los métodos de la oficina del Condado de Pima. Algunas jurisdicciones gubernamentales en Texas están actuando de manera similar para desarrollar también sistemas de identificación más rigurosos.
En el valle del Río Grande, que ha informado de la mayor cantidad de muertes al cruzar en años recientes, gran parte del trabajo es realizado por Corinne Stern, la médica forense del Condado de Webb, quien señala que su oficina -que sirve a 11 condados de la región- actualmente logra identificar un 75% de los restos de migrantes que le envían.

“Nadie sale de aquí si antes no obtenemos una muestra de ADN, a menos que ya hayamos identificado los restos por huellas digitales o registros dentales.” Su oficina también le hace saber a todos que los indocumentados no deberían tener miedo de presentarse.

“No somos una agencia de seguridad”, explica Stern, “estarán a salvo si nos contactan; es seguro dar sus muestras de ADN.”

Stern sube la información de ADN a la base de datos de CODIS del FBI. Cuando una familia que busca a alguien provee su ADN, Stern dice que esa muestra es comparada solamente con la base de datos de personas desaparecidas, y no con la otra base de datos CODIS, que es para delincuentes.

“Si surge una coincidencia, la familia puede solicitar que su propio ADN sea quitado del sistema”, señaló Stern.

De todas formas, aún persisten los problemas para identificar cuerpos en Texas, y a lo largo del resto de la frontera. Hay muchos cuerpos que nunca son recuperados. Keith Hughes, el Sheriff del Condado de Terrell dijo que “hay grandes extensiones rurales y un cuerpo no ocupa tanto espacio.”
Entonces, incluso cuando se encuentra un cuerpo -como los jueces de paz en Texas hacen las veces de forenses en la mayoría de los condados- no siempre envían los restos a los médicos forenses para la autopsia, a raíz del costo. Las autopsias incluyen pasos vitales para identificar restos, entre otros, la toma de registros dentales, de ADN y de huellas digitales. David Beebe, juez del Condado de Presidio, dijo que “el dinero es un problema para nosotros cada año”.

Beebe dijo que hasta el ADN puede ser de utilidad limitada. En un caso reciente, tuvo que lidiar con los restos de dos hombres encontrados juntos. Uno tenía identificación hondureña y fue identificado con la ayuda del consulado hondureño. “El otro, si no tiene identificación, no podremos ocuparnos de él. Por lo menos está en un lindo cementerio. Pero me siento mal por su familia, porque nunca sabrán qué le sucedió”.

“Todos somos humanos”

El sistema sigue estando fragmentado a pesar de los pasos de los gobiernos locales y grupos independientes por identificar más restos. Solamente las agencias de seguridad, los médicos forenses y determinados organismos financiados por el gobierno pueden subir ADN a la base de datos CODIS del FBI. El Centro Colibrí y otros grupos no gubernamentales que intentan ayudar a las familias a identificar a los familiares desaparecidos, utilizan una base de datos privada en Virginia: Bode Cellmark Forensics.

Esos esfuerzos privados cumplen una función importante. Las familias que buscan a migrantes desaparecidos incluyen con frecuencia, miembros indocumentados en Estados Unidos que se sienten vulnerables ante las agencias de seguridad. En este clima político actual en particular, a las familias de los desaparecidos con frecuencia les preocupa que las autoridades los entreguen para ser deportados si proveen ADN u otra información.

Forense trabaja para identificar los restos.

A muchos les resulta más fácil confiar en grupos no afiliados el gobierno. Los equipos de Colibrí viajan regularmente para recolectar muestras de ADN y compararlas con la base de datos en Virginia. Por ejemplo, en agosto, invitaron a familias en la zona de la ciudad de Nueva York a que fueran a proveer ADN y otra información. Las familias fueron, uno o dos a la vez, a una iglesia en el noreste de Manhattan que había ofrecido su espacio para el evento. “Estuvimos con cientos de familias en el teléfono, en persona, y vía mensajes de Facebook”, explicó Robin Reineke de Colibrí.

Pedro Espinoza Fernández, un taxista de Puerto Peñasco, un pueblo playero en el norte de Sonora, México, espera que brindar su ADN ayude a encontrar a su hermano. Tiene que dar el ADN a través de la cancillería mexicana o viajar a la frontera él mismo para dar su muestra, debido a que reside en México. Su hermano Lorenzo lo visitó en julio hace tres años para despedirse, y planeaba cruzar hacia la zona oeste de Arizona.

Espinoza explica que “no hay muchas posibilidades laborales aquí”. Su hermano tenía dificultades para mantener a su esposa y a sus cuatro hijos; “lo habían invitado a cruzar con unos burros que cargarían marihuana, y luego iba a quedarse allí”.

Ofreció una descripción, por si acaso: delgado, mediana altura, con un tatuaje en un hombro, del nombre de su esposa, Diana Janeth.

“Espero que lo hayan detenido”, dijo Espinoza, quien intenta coordinar el envío de su propio ADN a un proyecto en Arizona, del que espera obtener información, aunque sea triste, sobre la suerte de su hermano. “Espero que él esté bien, pero quién sabe.”

En última instancia, cierta combinación de esfuerzos privados y gubernamentales
podrían ser la clave para resolver más de estos casos. Desde el 2015, con financiación de la legislatura de Texas, la Comisión de Texas de Ciencia Forense ha liderado un proyecto para reunir datos de ADN mediante los grupos de derechos de los migrantes, las agencias de seguridad y otros organismos.

Bruce Budowle, director del Centro de Identificación Humana en la Universidad del Norte de Texas, que brinda pruebas gratuitas de restos no identificados a condados fronterizos de escasos recursos, señaló: “es un proceso difícil, pero estamos trabajando en ello.”

Sin embargo, los grupos que trabajan con migrantes dicen que el proyecto está estancado. El punto de fricción sigue siendo la exigencia de las autoridades de más información sobre las familias indocumentadas, como direcciones; información que los grupos sin fines de lucro dicen no están dispuestos a entregar.

En el condado de Webb, por ejemplo, la Médica Forense Corinne Stern no trabajará con las familias que la contactan a través de organizaciones sin fines de lucro en vez de por medio de las agencias de seguridad gubernamentales. Stern dice que eso se debe a que ella se rige bajo leyes estatales estrictas para la recolección de ADN, y los grupos no entregan suficiente información sobre las familias que buscan a sus familiares perdidos. “No puedo identificar a alguien si desconozco el parentesco e identidad de los familiares” con los restos no identificados, señaló.

Sin embargo, en Arizona, el detective Tony Rodarte dijo que la Oficina del Sheriff del Condado de Maricopa colabora con Humane Borders, otros grupos de derechos de los migrantes, el médico forense del condado, la Universidad del Norte de Texas y la Patrulla Fronteriza para recolectar ADN y otros registros de las familias que buscan a sus familiares desaparecidos.

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Heidi Torres-Montellano en Torreón, con la esperanza de rastrear a su hermano y y a suprimo, recientemente contactó a Rodarte para presentar una muestra de ADN. Rodarte trabaja para establecer fechas de recolección de ADN en la frontera para los mexicanos como Torres-Montellano y Espinoza, que no pueden ingresar fácilmente a los Estados Unidos.

Ese proyecto, Missing in Arizona o Desaparecido en Arizona, está coordinando con una iniciativa más amplia de 2015 -desarrollada por agentes de la Patrulla Fronteriza- para conectar a las familias que buscan personas desaparecidas con consulados extranjeros y otros grupos. El vicejefe de la Patrulla Fronteriza, Gonzalo Ortega, dijo que el Missing Migrants Project, permitió identificar, en el último año fiscal, los restos de 91 migrantes, casos que no habían sido resueltos por las autoridades locales por considerarlos casos cerrados por falta de elementos.

El proyecto Missing in Arizona realiza eventos regulares de acercamiento a la comunidad. En el último Día en Phoenix de Missing in Arizona, el pasado mes de octubre, los agentes de Patrulla Fronteriza -la mayoría sin uniforme para no asustar a las familias- encontraron información en sus registros sobre 16 personas de los 70 informes de desaparecidos presentados ese día.

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Steve Passement, Supervisor de comunicaciones de campo, señaló que, dependiendo del caso, la agencia no necesariamente sabía dónde estaba actualmente la persona, “pero teníamos un poco de información suya.” Los agentes, por ejemplo, podían decirle a una familia si la Patrulla Fronteriza había detenido a su familiar, las circunstancias en que había ocurrido, y dónde y cuándo esa persona había sido deportada o entregada al Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de los Estados Unidos. “No estábamos allí para hacer cumplir la ley sino para darle un cierre a las familias. Todos somos humanos. Es terrible ver eso. Entendemos que los familiares tengan esa preocupación.”

Otras familias se benefician de avances tecnológicos, como un salto reciente en la identificación de migrantes desaparecidos por parte del Laboratorio del FBI de la Unidad de Apoyo de Huella Digital Latente. En 2017, Bryan Johnson, un gerente de programa de esa unidad, lideró una búsqueda que se concentró en unas 1.500 tarjetas de huellas dactilares de cuerpos no identificados residentes en la base de datos de NamUs, huellas dactilares que no estaban completas o lo suficientemente claras como para ser ingresadas al sistema automatizado del FBI, o que no cumplían la regla típica del laboratorio de ser presentadas por agencias de seguridad gubernamentales. En tres meses, los forenses lograron identificar 193 casos, incluyendo 47 migrantes de la Oficina del Médico Forense del Condado de Pima.

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Por el momento, sin un sistema centralizado, las familias dependen de estas colaboraciones y nuevas iniciativas que los ayudan a encontrar respuestas sobre sus seres queridos desaparecidos. Sin este esfuerzo, las familias “terminan teniendo este estrés durante meses y años”, señaló Juanita Molina, directora ejecutiva de Humane Borders, una organización sin fines de lucro radicada en Tucson que colabora con la Oficina Forense del Condado de Pima para conectar a los familiares con la información.

Ese es el verdadero significado de esos restos que yacen en un estante, o de un puñado de huesos dispersos en el desierto, que Molina tan bien conoce: el de una persona en particular que desapareció entre las masas frecuentemente no registradas durante el recuento de muertes fronterizas, que no deja noticia a quienes quedan atrás. “Las familias me llaman dos o tres años después”, explica Molina, “y dicen, ‘hoy era el cumpleaños de Jorge’; solo quería que alguien lo supiera.”